La vida es sueño (Capítulo 4)
Pablo esta vez se verá desprotegido delante el violento y alterable humor de Marcos. Otro relato mas de la aventura de dominación sufrida por el estudiante de secundaria ante el hombre que le hace perder de vista el mundo.
Había preparado la mesa. Había puesto la comida que Marcos deseaba y su refresco favorito, Sprite. Sabía ese dato ya que, algunas veces en el comedor del colegio y en algunas excursiones, él siempre bebía Sprite. Llevaba observando a Marcos desde hacía tanto tiempo… Oí a Marcos descender por las escaleras. Llevaba lo mismo que antes. Pude otra vez observar su cuerpo escultural y celestial. Me sonrió con una sonrisa de agrado.
-Fantástico, buen chico. Veo que has traído todo lo que deseaba. Eres un buen esclavo, sabes lo que quiere su amo sin que te lo diga. Aprendes muy rápido. Quiero que enciendas el horno ya. Querré cenar.
Asentí con la cabeza y me dirigí a la cocina a preparar las pizzas. De reojo, podía observar a Marcos. Estaba atento a la televisión, comiendo despacio, como si analizase cada movimiento del programa o serie que estaba viendo. Su torso desnudo me incitaba al más puro éxtasis sexual. Tenía ganas de bajarle el pantalón y arrancarle con los dientes su bóxer Calvin Klein apretado.
Puse las dos pizzas al horno. Tardaría unos doce minutos en hacerse, así que le pregunté si, mientras tanto, podía subir a su habitación e instalar mis cosas. Me dio permiso y subí rápidamente con la bolsa que había dejado al lado del sofá. Abrí la puerta de su habitación y deposite mi bolsa sobre la cama hinchable. Quité mi cepillo de dientes y pasta, también mi desodorante, y lo coloqué encima del mármol del baño. Alcé la cara y me reflejé en el espejo. Al fondo, observaba la ducha. Imaginé a Marcos duchándose, con el agua caliente abrasando su piel tersa, enjabonándose todo su cuerpo desnudo. Como si de un movimiento instintivo se tratase, mi manó se abalanzó lentamente hacia mi paquete. Me lo sobé un poco, dándole caricias suaves. Quería masturbarme brutalmente, pero recordé las palabras de Marcos. Con esfuerzo, subí la mano. Me refresqué la cara y fui rápidamente a la cocina.
Saqué las pizzas del horno. Él estaba expectante. Las corté en trozos y los coloqué de forma igual en dos platos. Los llevé a la mesa y recogí los platos del vermut. Los limpié en el fregadero. Una vez terminado, me presenté delante de Marcos y le pregunté si quería alguna cosa más.
-Mmm, ahora que lo dices, me vendría ben una buena mamada de poya y huevos. Límpiame un poco.
-Sí, amo.
Fui hacia él y me senté a su lado. Le bajé el pantalón y empecé a sobarle el paquete. Mientras, él comía su pizza y miraba la televisión. Humedecí el paquete, y luego saqué su pene de él. Estaba rugiendo que alguien se la comiese. Mientras sobaba su pene con mi mano, empecé a lamer sus testículos. Olían muy fuerte. Me gustaba mucho ese olor. Siempre que yo me masturbaba, solía pasar mis dedos por los testículos para luego olerlos. A veces, lo hacía mirando fotografías de Marcos en bañador en la piscina, o con ropa de gimnasio. Veía pornografía, de muchas clases, pero lo que más me gustaba era masturbarme viendo a Marcos.
Seguí lamiendo sus huevos mientras le masturbaba. Él estaba disfrutando como una perra en celo. Acabé y comencé a succionarle el pene. Primero lamia la cabeza del miembro, grande y morada. Marcos tenía un pene precioso. Aunque lo tenía ligeramente curvado, era precioso. Debería medir unos diecinueve centímetros. En el vestuario, algunas veces había oído que la tenía muy grande y que era conocido sexualmente por ello. Si alguna vez contaba alguna de sus aventuras sexuales con una chica, siempre explicaba que la empotraba muy fuerte y hacía que le lamiese el pene violentamente. También había oído que le habían hecho muchas cubanas (masturbación de pene con los pechos de una mujer). Siempre que explicaba esas historias, solía cambiarme rápido para disimular mi erección. Esas historias ponían cachondo hasta a los heteros. Su amigo Juan siempre se le ponía muy tiesa si escuchaba sus relatos. Se veía que también la tenia grande, ya que se marcaba un buen bulto en su pantalón. Juan era uno de los mejores amigos de Marcos y tenía las hormonas muy revolucionadas. Recuerdo una vez que se masturbó en clase, sin que nadie lo viera. Estaba al fondo, solo, y todo el mundo estaba atento a la clase, nadie se percataba que Juan estaba pajeándose. Solo yo. Lo miraba disimuladamente. Se masturbaba por dentro del pantalón y gozaba muchísimo. Me pilló viéndolo y rápidamente paró. Le leí los labios. Me decía que era un puto maricón de mierda. A partir de ese día, Juan mi miraba con mala cara y me dedicaba insultos. Hasta que un dia…
-Me corro, me corro, ¡sácala de tu boca!
Lo hice. Él se levantó y eyaculó sobre unos trozos de pizza.
-Que rico, buen esclavo, tendrás tu recompensa.
Me guiñó un ojo. Me puse rojo.
-Ahora quiero que cojas un pañuelo y que me limpies la poya y los huevos.
Cogí un pañuelo de celulosa y empecé a limpiarle el pene. Lo tenía rasurado, juntamente con los huevos. A mí me gustaban las zonas genitales depiladas; yo me las depilaba, me sentía más limpio. Al acabar de limpiar su miembro, arrugué el pañuelo y lo puse sobre la mesa.
-Bien, ahora come.
Cogí un trozo de pizza.
-No, ese no. Come los trozos con mi semen. Traen una salsa especial, seguro que te encantará, marica.
Sinceramente, nunca había probado semen hasta que le hice una mamada a Marcos en el parque. A partir de ese día me bebía todo el semen que eyaculaba cuando me masturbaba. Era un vicio. Cogí un trozo de pizza con semen y empecé a comerlo. Noté un poco de mal gusto, pero en el fondo me gustaba. El me miraba expectante, lamiéndose el labio.
-¿Te gusta mi semen?
-Sí, amo, su semen sabe a gloria.
-Claro esclavo, que esperabas. Este semen ha sido hecho en mis bolas y expulsado por mi nabo. Su calidad es excelente.
Me comí dos trozos más. Cuando iba a comer el último trozo, se me acercó por detrás y puso su mano por debajo de mi calzoncillo. Empezó a tocarme el culo. Empezó a tocar el ano con su dedo, poco a poco, para dilatarlo.
-Prueba tu culo,¡ lame mi dedo!
Lo hice. Sabía a mierda. Me vinieron náuseas.
-Límpialo bien puta. ¿No te gusta tu propio sabor? Tienes el culito cerradito esclavo, vamos a ver qué podemos hacer para que se abra.
Me levantó bruscamente y me empujó hacia la cocina. Me empotró contra el mármol y puso mis piernas sobre sus hombros. Me bajo el calzoncillo y empezó a tocar otra vez mi ano.
-Te gusta putilla, ¿verdad? Te encanta que tu amo te ponga su dedito en tu culo de esclavo.
Subió la intensidad. Me hacía daño. Solté una lágrima.
-¡Los hombres no lloran!-gritó Marcos
Me introdujo todo su dedo en mi ano. Solté un pequeño grito. Paró. Desapareció de la estancia. Me sentí sucio sobre el mármol de la cocina. Bajé despacio. Me hacía daño. Me limpié las lágrimas.
Sentí murmullos. Lloro. Marcos lloraba disimuladamente, lejos de mí. Decidí no ir, Marcos estaba violento y quién sabe qué me podía hacer si iba a decirle algo. Me subí los calzoncillos y fui hacia su habitación. Era tarde, tenía algo de sueño. Una vez allí, cogí una manta y me estiré en la cama hinchable. Me dolía el cuerpo, me sentía muy cansado. Al cabo de un rato, escuché el sonido de la puerta abrirse y cerrarse. Cerré los ojos y me hice el dormido. Oí como se desvestía y se ponía alguna prenda para dormir. Sentí su aliento muy cerca de mi nuca.
-Te quiero
Se alejó y se tumbó en su cama. Una lágrima descendió por mi mejilla. Negro.
Desperté algo mareado, aún con el cuerpo cansado. Lentamente, giré mi cuerpo para observar si Marcos aún dormía. No se hallaba en la cama. Me levanté. La cabeza me dolía. Me dirigí hacia el cuarto de baño de la habitación, para orinar y lavarme la cara. Abrí la puerta y me encontré a Marcos meando. Rápidamente cerré la puerta pero él hizo un sonido seco y fuerte.
-Ven aquí
Algo atemorizado, abrí del todo la puerta y entré.
-Aún tengo un poco para ti, no le tengas envidia al inodoro.
Me temí lo peor. Una golden rain. Había visto algunos vídeos y parecía que al chico que le meaban encima le gustaba. Pero no estaba nada de seguro de que aquello me gustase a mí.
-He dicho que vengas. Ponte de rodillas aquí mismo.
Seguí sus órdenes. Me arrodillé. Pude observar con detalle su enorme pene erecto, algo mojado de orina, y su cuerpo musculado y simétrico.
-Espero que te guste. Abre tu boquita.
Abrí la boca y cerré los ojos, como si de un acto reflejo se tratara. Marcos empezó a mearse encima de mí. Notaba su orina entrar en mi boca y rozando mis labios, también mi cara. Mi cuerpo me condujo a tragar su orina. Sabía mal. Muy mal. Siguió meándose, también mojando mi pelo y mi cuerpo. Oré que terminara de salir orina de su pene. Y así fue. Terminó de mear, se sacudió su pene y deje caer algunas gotitas sobre mi frente. Abrí los ojos. Me sentía empapado y sucio. Me miró con pasión, se subió el pantalón y partió hacia su habitación.
-Quiero que, después de lavarte tú y el suelo, vayas a la cocina y me prepares el desayuno. No tardes, rápido.
Cerró la puerta. Escupí la orina que se había quedado en mi lengua. Rápidamente, me incorporé y me lavé los dientes. Lavé el suelo de orina con papel higiénico y me duché en poco más de dos minutos. Su jabón olía a él. Pero no podía perder tiempo masturbándome. Tenía que apresurarme a cocinar su desayuno.
Descubrí que era homosexual hará tres años, a la edad de los doce años, cuando hacia primero de la ESO. De más pequeño, había oído el tema de la homosexualidad y los gais, también de las lesbianas. Pero nunca había hecho mucho caso hasta que empezó mi primer contacto sexual conmigo mismo. Empecé a masturbarme a los doce años, cuando oí como lo hacían mis compañeros de clase. Había oído que los más valientes habían empezado a tocarse el pene, como los mayores. Entonces eso era algo poco hablado debido que era un tema tabú. Un día, hice tal cual lo que un chico contó. Empecé a magrearme el pene y a refregarlo contra la fría sábana de la cama. Entonces empecé a subir y a bajar el prepucio de mi pene lentamente. Hacía daño al principio, y tenía miedo a saber qué pasaría si seguía haciéndolo. Estuve un minuto. Eyaculé una cantidad de semen pequeña. Lo limpié con un pañuelo y lo sequé. Entonces, supe que algo me pasaba con los hombres. Mientras me masturbaba, había estado pensando como lo había hecho mi compañero.
Al cabo del tiempo, supe que era gay. Me empezaban a atraer los chicos de mi clase. En clase, en el vestuario, en el recreo… Y cada vez me masturbaba más. No fue hasta segundo que me quedó claro cuál era mi orientación sexual. Me había empinado cuando un chico había descendido hasta al suelo a coger un lápiz, y al hacerlo, se le bajó el pantalón y quedó su culo tapado con su calzoncillo expuesto a la merced de mi pene. A partir de ese momento, todos los chicos empezaron a insultarme y a hacer comentarios sucios de mí. Estaba destinado a pasar mi etapa colegial como un marica de mierda expuesto a los insultos sucios de los demás. Pero siempre había pensado que todos esos que me llamaban maricón, querían probar mi culo y que yo les chupase su poya. En el fondo, eran maricas resentidos buscando a alguien que les demostrase que no eran los únicos, así creando una máscara para que nadie supiera que ellos mismos se ponían cachondos al ver como un tío se tocaba los genitales. Así era.
Preparé huevos fritos y lacón a Marcos. Mientras comía, me ordenó que le hiciera un masaje a los pies. Él fue al gimnasio de la casa, que constaba de ciertas máquinas de gimnasia en la sala de juegos. Desayuné galletas con leche y fui a fregar los platos. Me hice un café y me quedé mirando a la nada, sentado en un taburete de la cocina. Pensé en lo que Marcos me había susurrado ayer por la noche: “te quiero”. ¿Estaría Marcos realmente enamorado de mí, su esclavo? ¿Imaginé ese suceso, soñé con ese momento?
Sorbí el último trago de café de la taza, la limpié y subí las escaleras. Escuché un grito de Marcos. Me llamaba por mi nombre. Miré por el tragaluz, situado arriba de modo que proyectaba la luz hacía el medio de la sala. Respiré hondo. Otro día más que pasaba en esta caótica historia que, me producía el pensamiento de si eso que estuve viviendo era realidad o sueño.
Gritó otra vez mi nombre. Seguí mi camino hacia mi fantasía.