La vida es increíble (7)

Séptima parte de la historia entre Jose y Andrea...al final he caído en la tentación...

Este se lo dedico a todas esas personas, en su mayoría mujeres, que me leen desde todos los rincones del mundo. Y en especial a aquella que se instaló en mi corazón, la que empezó siendo la chica del Messenger y terminó robándome el pensamiento. ¡Te quiero, niña!

El lunes se hace eterno tras un fin de semana de caricias, de besos, de estar tumbadas una junto a la otra, entrelazadas, llegando a ese punto en que no tocarse supone una horrible tortura.

Y Andrea no consigue soportarlo, no al menos como lo soporta Jose. Para ella, todo esto es nuevo para ella; por eso, cada dos por tres, le pide algo, alargando unos segundos más de lo habitual sólo para disfrutar del contacto de la piel de Jose contra la suya quien, a su vez, llena sus apuntes de bocetos de Andrea que, al verlos, sólo puede sonreír.

Sin embargo, le preocupa el hecho de no poder concentrarse en nada más que en Jose. Hoy, por primera vez en su vida, un profesor le ha reprochado el haber ido sin los deberes hechos, ¿Acaso puede permitirse que sus notas bajen por ese maravilloso giro que ha dado su vida en tan poco tiempo y que no cambiaría por nada?

Espera, ¿por nada? ¿Ni siquiera por ese futuro planificado hace tanto? Tantos años estudiando, sacando las mejores notas, y ahora peligraba su beca de estudios. ¿Podía permitírselo?

La campana suena, tocando el fin de esa eterna clase de una hora. Jose suspira, deseando llegar a casa, de dar rienda suelta a esas caricias inocentes que ha echado tanto de menos ese día tan largo, y se gira para preguntarle a Andrea dónde quiere ir a comer; sin embargo, esta está saliendo en ese mismo instante por la puerta.

Recogiendo sus cosas lo más rápidamente posible, corre tras ella, alcanzándola en las escaleras.

  • ¡Hey! ¿Pasa algo? –le pregunta, preocupada.

  • No, nada –responde Andrea, acelerando el paso, dejando a Jose en mitad de la escalera, confusa.

No entiende lo que está pasando. ¿Acaso está enfadada? ¿Ha hecho algo mal para que Andrea se cabree con ella? Y, lo más importante, ¿debe seguirla o dejarla a solas?

  • Yo que tú iría tras ella –le responde Manuel, el profesor de Artes Plásticas, que ha estado observando la acción desde lo alto de la escalera.

Jose sonríe, agradecida, y, corriendo, va adonde cree que puede haber ido Andrea, a ese lugar, tras los servicios, donde almacenan mesas y sillas, donde comenzó esa locura. Y la ve, sentada en el suelo, con la cara escondida entre los brazos, apoyada sobre sus rodillas.

Deja su mochila a un lado, sentándose junto a Andrea, abrazándola.

  • Te pasa algo y no me lo quieres decir –dice.

  • ¡Qué perspicaz! –susurra Andrea.

Jose se aleja de ella apoyándose contra la pared durante unos segundos, dolida, antes de decir:

  • Si necesitas algo, estoy en casa. Paso de ir a Historia de mal humor.

Y se levanta, cabreada, dispuesta a largarse de allí.

  • Espera –oye decir a Andrea –. Es sólo que…Dios, Jose, eres un gran cambio en mi vida. ¡Un cambio enorme! Este fin de semana ha sido increíble, pero esto es la vida real, Jose, y me asusta no poder sacarte de mis pensamientos, no poder pensar en nada más. ¿Cómo se supone que voy a seguir teniendo las notas que tengo si no puedo tomar apuntes sin que aparezca tu nombre cada tres palabras?

  • ¿Te crees que yo no quiero aprobar? ¿Qué voy a alejarte de los libros para siempre? Puedo ayudarte con los estudios, te recuerdo que todo lo que estamos dando ya lo he estudiado.

Andrea no responde, pensativa.

¿Podría llegar a concentrarse con explicándole la lección?

Y está a punto de responder que sí, que vale, cuando Jose se adelanta.

  • ¿Sabes qué? Déjalo. No importa.

Y agarra su mochila, abandonando ese almacén.

Cruza pasillos, sube y baja escaleras, dirigiéndose a la salida del instituto donde se cruza con Carlota y compañía.

  • ¿Te vienes al bar de la esquina? El de Historia no ha venido hoy, al parecer –le pregunta alguien.

Pero Jose no contesta, decidiendo que, por una vez, puede ir andando a su casa, por lo que comienza su paseo por las calles de Madrid, calles que ve siempre tras el cristal del autobús.

Y, mientras camina, piensa.

Piensa en cómo va a dejar que Andrea se le escape por una tontería como las notas.

Sí que es cierto que parece que a ella le importan lo suficiente pero, ¿de verdad Andrea elegiría el estudio antes que a ella? ¿Tan importante es?

La verdad es que pinta de ser una empollona tiene. Su cuarto era el típico cuarto de cerebrito, según se lo imaginaba ella, claro. Sin pósters, sin fotos, sin nada que pudiese distraer a la hora de estudiar. El estudio era parte de Andrea como el dibujo era parte de ella misma, no podría cambiarlo.

Bueno, ni quería.

Se paró frente a una papelería, inconscientemente, mirando los cuadernos expuestos, cuando decidió hacer algo que le dejase claro a Andrea que haría todo lo posible por ayudarla a que sus notas no bajasen, pero sin prescindir de esa recién encontrada relación. Al fin y al cabo, ella también podía enseñarle algo que, normalmente, no se enseña en un aula, ¿no?

Se rió, siguiendo su camino hasta la siguiente parada del autobús. Que caminase su padre

Y cuando subió, se sorprendió de ver a Andrea sentada al fondo, donde se solía sentar ella.

Esta suspira al ver subir a Jose, aunque no sabe si suspira de alegría, de preocupación, de fastidio…Aún así, la observa avanzar hasta donde está ella y sentarse a su lado poniendo su brazo alrededor de Andrea, quien se siente segura y se apoya en el hombro de Jose, pasando del hecho de estar en público, de que Carlota y dos chicos de otras clases estén sentados más adelante, de que su compañera de clase no les quite ojo.

  • Ni pienses que voy a dejar que me dejes para estudiar más –le susurra Jose a Andrea –. Si tanto temes a que sea una distracción, te prometo que te obligaré a estudiar, si hace falta. Aparte, así estudio yo también.

  • Tampoco es que te haga falta estudiar mucho –se ríe Andrea –. Si todos tus trabajos y exámenes del año pasado son como el que me enseñaste, sólo tienes que repasar lecciones que ya te sabes.

  • Eso es lo que tú te crees –sonríe Jose –, ¿por qué piensas que he empezado a salir contigo? Es obvio, para que me ayudes a estudiar.

Andrea se separa, golpeando amistosamente a Jose en el hombro, en el papel de chica ofendida.

  • ¡Hey! Eso ni en broma –se queja –. Si querías que te ayudase a estudiar, haberlo pedido y ya está.

  • Claro, como que hubieses aceptado antes. Si ni aceptabas mis buenos días, Andy.

  • ¿Andy? –se ríe Andrea.

  • Sí, Andy. ¿No te gusta Andy?

  • No, no es eso. Es que es la primera vez que me llama alguien así que no sea Roberto.

  • Roberto –repite Jose.

Andrea asiente, pulsando el botón correspondiente para que el autobús pare en su parada.

  • ¿Quien es Roberto? –pregunta Jose, con el ceño fruncido y levantándose para bajar.

  • Mi padre o, como a mi madre le gusta llamarlo, el "donante".

  • Vale, vas a tener que explicar todo eso.

Andrea ríe y baja del autobús, avanzando hasta el portal de casa de Jose quien la sigue, sin comprender aún.

  • ¿Qué pasa? ¿No vas a explicármelo?

  • ¿Qué comemos hoy? –cambia de tema Andrea.

  • ¡Ah, no! Tú no comes hasta que no me digas que es eso del "donante", ¿tu madre hizo fecundación in vitro o qué?

  • No, no hizo fecundación in vitro. No te montes películas.

  • ¡Pues explica! –se quejó Jose, parándose en mitad de la entrada, mirando como su chica pasaba de ella y llamaba al ascensor.

  • Mi madre quería tener un bebé y Roberto, mi padre, que era amigo suyo, aceptó el cargo de la paternidad, bajo la condición de que yo supiese quién es pero que él no tuviese nada que ver en mi educación.

  • Vaya, qué cosas. ¿Y le sigues viendo? –pregunta Jose, abriéndole la puerta del ascensor a Andrea.

  • De vez en cuando, no mucho. Suele estar muy ocupado, y no es que le caiga especialmente bien a su mujer.

  • ¿En qué trabaja?

  • Es político.

  • Espera, ¿Roberto Jiménez? ¿El político Roberto Jiménez, ex ministro del interior y futuro candidato a las presidenciales? ¿Ese Roberto Jiménez?

  • No, el otro –sonríe Andrea, buscando las llaves en los bolsillos de Jose.

  • Voy a tener que tener cuidado con lo que hago contigo, no sea que ponga al futuro Presidente en mi contra –dice Jose, haciéndose la preocupada.

Andrea le sigue la broma y se ríe, abriendo la puerta.

  • ¿Y qué es lo que tenías pensado hacerme? –pregunta inocentemente.

Jose aprovecha que está de espaldas para hacerse con sus caderas y hundir su cara en el cuello de Andrea, besándola, mordiéndola, susurrando:

  • Esto.

Y la va guiando hasta su habitación.

Normalmente, hubiesen terminado sobre el sofá. Pero su hermano está en casa, y quiere tener intimidad.

Ya en su habitación, Andrea se gira, excitada, deseosa de encontrarse con esos labios a cuyo tacto aún no se termina de habituar.

Son tan cálidos, tan suaves, tan dulces. Se pasaría horas y horas estudiándolos minuciosamente.

  • ¿Qué? –pregunta Jose, curiosa de saber qué significa esa nueva chispa en esos profundos ojos que observan sus propios labios.

Andrea no responde, se limita a pasar la yema de su dedo índice por esos labios, esa mandíbula, ese cuello, esa nuca. Agarrando esta última para acercarse de nuevo y besar a Jose como ha aprendido a hacerlo en ese fin de semana, sintiendo esas caricias en su espalda mientras, poco a poco, es guiada hasta la cama, donde Jose la tumba cuidadosamente, sin dejar de acariciar su abdomen, metiendo la mano bajo la ropa de Andrea quien nota algo duro en la espalda.

Moviéndose para deshacerse de ese objeto que puede llegar a fastidiarle el momento, separa a Jose de ella el tiempo suficiente para meter la mano entre su espalda y el colchón y sacando el mando a distancia del equipo de música de su chica.

Jose sonríe y se lo quita de las manos, apretando un botón del mando y lanzarlo por ahí al tiempo que vuelve a los besos y caricias que desea profesar a Andrea, al ritmo de "I Feel Love" de Dallas Superstars.

Y las manos se van volviendo cada vez más atrevidas, más insistentes, obligando a Andrea a ayudar a Jose a quitarle la camiseta, quedando, por primera vez, en sujetador frente a alguien.

Jose para, observándola.

  • ¿Pasa algo? –pregunta Andrea.

  • ¿Estás segura de esto? Podemos quedarnos en los besos si quieres.

Andrea sonríe, agradecida por la preocupación de Jose.

  • Totalmente –responde, quitándose el sujetador –. Además, me debes una por lo de la biblioteca.

Jose ríe, recordando el momento biblioteca, apenas unos días antes, antes de concentrarse en masajear con el pulgar uno de los dos pezones. Y cuando ya lo ha puesto duro, sensible, se acerca a él y lo besa, lo lame, lo chupa y lo muerde. De este pasa al otro, que recibe el mismo trato.

  • ¿Le hacías a las otras chicas? –pregunta Andrea, inoportunamente.

Pero Jose ni se inmuta, bajando hasta quedar frente a la bragueta de Andrea.

  • No, con ellas era sexo –responde entre besos en el abdomen y botones abiertos.

  • ¿Y conmigo?

  • Levanta –pide Jose, bajándole los pantalones a Andrea, antes de responderle –. Contigo es más que sexo, es amor.

Y sonríe al ver las braguitas de piolín que lleva esa chica tan asombrosa y que decide quitarle con los dientes.

  • ¿Amor? ¿Cómo sabes que es amor? –continúa preguntando Andrea – ¿Cómo puedes diferen…? ¡Oh! ¡Dios!

Se aferra a las sábanas al sentir esos labios que tanto desea estudiar posarse en sus intimidades, haciendole…no sabe qué demonios le está haciendo, pero se siente tan bien, tan maravilloso, tan

Los gemidos suben de intensidad mientras Jose coloca las piernas de Andrea sobre sus hombros ayudándola a llegar a ese recóndito lugar andreiniano que huele, saborea y, como no, toca. Y lo lame, lo chupa, lo muerde. Lo excita, ayudándose de los dedos, acariciando el clítoris, penetrándola. Aumentando y disminuyendo el ritmo en los momentos precisos, encontrando el perfecto para ese momento, sacándole toda la música a Andrea que gime, suspira, grita hasta que ya no puede más y se arquea, sujetando a Jose con ambas manos.

Esta sube de donde está, disfrutando del espectáculo de ver a esa chica desnuda hundida aún en su primer orgasmo que, poco a poco, se va.

  • ¿Es siempre así? –pregunta, recuperando un poco la conciencia.

Jose se tumba a su lado.

  • No, los hay mejores –responde, abrazando posesivamente a Andrea quien piensa por vigésimo octava vez desde que empezó toda esta aventura: "Dios, la vida es increíble.