La vida es increíble (6)

Sexta parte de la historia de Jose y Andrea. Espero no decepcionaros...

Los labios juntos, las lenguas unidas, jugueteando.

Jose la abraza, la atrae hacia ella aún más. No sabe por qué, pero tiene ganas de llorar.

Sin embargo, las lágrimas que le empiezan a mojar las mejillas, no son suyas. Por lo que se separa, y le pasa el pulgar para secarle las marcas que varias han dejado al caer.

  • Hey -susurra preocupada-, ¿pasa algo?

Andrea sonríe.

  • No, tranquila. No pasa nada, es que...

Se queda sin voz. Es difícil decir lo que va a decir. Por vergüenza, tal vez, por ser algo tan íntimo.

  • Es que, ¿qué? -pregunta Jose.

Andrea gira la cabeza, mirando ese bloc de notas que se ha quedado a un lado de la cama, abandonado, y Jose sigue su mirada, preocupándose aun más.

  • ¿Es cierto? –pregunta Andrea.

  • ¿El qué?

  • Esos dibujos de mí. Yo en clase, yo en el autobús, yo… ¿Es cierto lo que dice tu hermano? ¿Lo de tus blocs de dibujo?

Jose sonríe.

  • Eso dicen –contesta.

  • Pero, ¿es cierto?

Una de las manos de Jose se separa de la espalda de la chica sentada sobre sus piernas, yendo a parar a esa tersa mejilla de Andrea.

  • ¿Tienes miedo de que sea cierto? ¿De haber estado en mi mente desde hace tanto?

Andrea apoya su frente sobre la de Jose y, tras suspirar, responde:

  • Tengo miedo del motivo, miedo a preguntarte el por qué de esos dibujos y de tu posible respuesta.

Jose se adelanta y la besa. Acariciándola con ambas manos, que vuelven a unirse en la espalda, masajeándola, separando sus labios de los de Jose cuando esta decide ir al cuello.

Besos cortos, pequeños mordiscos con fines para nada violentos. Ambos combinados provocan el primer gemido erótico de Andrea, que se sorprendió a sí misma al oírlo.

Jose nota la tensión repentina de la otra chica.

  • ¿Pasa algo? –pregunta.

  • ¿Esa he sido yo? –obtiene como respuesta.

Jose se ríe, y Andrea la empuja, tirándola sobre la cama, quejándose.

  • ¡Oye! ¡No te rías de mí!

La chica tumbada sonríe, poniéndose sus brazos a modo de almohada, mirando a Andrea, sentada aún sobre ella.

Le gusta esa perspectiva.

Y se quedan así eternos y dulces segundos en silencio que, al fin, Andrea rompe haciendo esa pregunta que tantas vueltas da en su mente.

  • ¿Por qué me dibujabas?

  • ¿Dibujabas? ¿En pasado?

  • Responde –apremia Andrea, intranquila, con el corazón bombeando como si quisiera batir un record de velocidad.

Jose mira sus blocs de dibujo antiguos, ordenados en la estantería según la fecha en que los dejó ahí.

La respuesta es fácil, demasiado fácil. Sólo tiene que recordarla porque, extrañamente, es como si la tuviese preparada desde hace tanto

  • Había algo en ti que me gustó desde la primera vez que te vi. La primera vez que intenté plasmar ese algo en mis dibujos no me convenció del todo. No lo conseguí. Por eso seguí intentándolo, todas las mañanas en el autobús, hasta que pude dibujarte sin tenerte sentada en tu asiento. Y comencé a hacerlo a todas horas, en clase, en casa. Por eso te dibujaba, para hallar ese algo que no pude encontrar. Al menos por aquel entonces.

  • ¿Por qué no por aquél entonces?

  • Me faltaba práctica

  • ¿Te faltaba práctica? –se ríe Andrea, echando un vistazo a las paredes llenas de dibujos hechos a lápiz, carboncillo, cera, acuarela

Y, entonces, lo ve.

Al principio piensa que es un dibujo de un ángel, pero se fija más.

  • Eres tú –responde Jose a la pregunta no formulada de Andrea.

  • Es

  • Diferente al resto de mis dibujos, sí –sonríe –. Encontré ese algo.

Andrea la mira, antes de volver al dibujo de la pared.

  • ¿Qué es?

  • No, no. Eso me lo guardo para mí.

Andrea frunce el ceño, molesta, y le da un golpecito en un hombro, antes de tumbarse junto a ella, abrazándola, pensando en cómo, en unas simples horas, de un día a otro, su vida a cambiado tanto.

Una puerta se oye al fondo, la puerta de la calle.

  • ¿Tu hermano?

Jose asiente.

  • Sí.

  • ¿Adonde va?

  • Ni idea. Tal vez al garito, a currar un poco más y ver si liga algo.

Andrea no responde. Se concentra en la presencia de Jose junto a ella, en su perfume, en su respiración, en el latido de su corazón

  • ¿Qué es ese "algo"? –vuelve a preguntar, inocentemente.

Jose se carcajea.

  • Tienes tiempo para averiguarlo –responde, levantándose de su cama doble y saliendo de la habitación.

Andrea no se mueve durante un rato, recordando la sensación perdida, hasta que se arrodilla sobre la cama, frente a su dibujo con los ojos cerrados.

Se reconoce, pero está ese "algo" diferente que ve pero no consigue nombrar.

¿Qué es? Si tuviese algún espejo a mano

Mira por la habitación, pero no encuentra ninguno. ¿Le molestará a Jose si busca entre sus cosas?

Hablando de la reina de Roma, unos brazos se hacen con sus caderas y un cuerpo cálido se pega a su espalda. Jose suspira, apoyando la cabeza sobre el hombro de Andrea, susurrándole al oído:

  • Este mes va a ser un mes curioso.

Andrea ríe, mientras sujeta esos brazos que la rodean.

  • Tiene pinta, sí –responde –, ¿adónde has ido?

Jose sonríe.

  • Ven.

Y, guiándola con cuidado, aún abrazada a ella, la lleva al salón donde ha encendido todas las velas que ha encontrado.

  • ¿Y esto? –pregunta Andrea.

  • Un buen final para una noche increíble –responde Jose, soltándose por fin y yendo a una cubitera llena de hielos y donde reposaba una botella, oculta por una servilleta.

  • ¿Me quieres emborrachar? –se ríe Andrea, aceptando de sumo grado una de las dos copas de champán que la otra chica le tiende.

Jose ríe también.

  • No, tranquila. Desgraciadamente, no hay alcohol en esta casa.

Y destapa una botella de coca cola, que abre y sirve, ante las carcajadas de Andrea que, de repente, ve las escaleras que suben a la segunda planta. Vaya, se había olvidado completamente de que era un dúplex.

  • ¿Qué hay ahí arriba? –pregunta.

Jose mira también a la escalera y luego vuelve a mirar a Andrea.

  • Es verdad –dice –, no te he enseñado la casa.

Deja su copa de coca cola en la mesa, tras beberse de un trago todo el contenido, y avanza hacia las escaleras.

  • Ya conoces la parte de abajo –sigue, parándose a mitad de camino entre la primera planta y la de arriba –. Ven, te enseño la de arriba.

Andrea deja su copa junto a la de Jose y se da prisa en llegar junto a la chica que se coló en sus sueños hace ya tanto tiempo y que, ahora, sabe suya. Pese al poco tiempo que ha pasado desde el momento en la habitación, pese a que Jose no le ha dicho nada que le de esperanzas.

  • Esto es el "salón de arriba" –guía Jose –. Sí, no nos matamos con el nombre, lo sé.

Andrea ríe.

  • Esa puerta de allí, es la habitación de mi padre –sigue la guía, señalando una puerta, a un lado –. Sígueme.

Y Jose coge la mano de Andrea y la lleva hacia una puerta cerrada, delante de la cual, la deja, sin saber qué pretende.

  • Ábrela –sonríe Jose.

Andrea frunce el ceño, extrañada. Pero posa su mano en el pomo de la puerta y lo gira, empujando para abrirla, ahogando una exclamación de la sorpresa que la invade al entrar en una amplia habitación de la que tres paredes son estanterías a rebosar de libros cuyos lomos, de todos los tamaños y colores, dan cierto colorido a la estancia, bañada por la luz de la luna que entra por la cuarta pared, que resulta ser un enorme ventanal con una puerta acristalada que da a lo que parece un pequeño jardín floreado.

  • Esto es… –susurra Andrea, sin saber qué palabra usar.

  • ¿Increíble? ¿Asombroso? ¿Extraordinario? –intenta ayudar Jose que sonríe, mirando a esa chica que, extasiada, ha avanzado inconscientemente hasta el centro de la estancia, girando sobre si misma para abarcar con la mirada toda la biblioteca.

Y avanza a su vez, con las manos en los bolsillos; aunque, a diferencia de Andrea, no está hipnotizada por la estancia, está hipnotizada por esa sensación que la ha invadido al notar el júbilo que irradia por cara poro de la piel de esa chica tan curiosamente diferente a las chicas con las que había salido, con las que

Baja la mirada al suelo, preocupada. Andrea no lo sabe, no tiene ni idea de esa parte de su vida. ¿Podrá soportarlo? ¿O huirá?

Dios, si hace apenas una hora salía de la cama de Vic.

¿Cómo decírselo a Andrea?

  • ¿Te pasa algo? –pregunta esta, preocupada al ver a Jose en esa extraña actitud.

Jamás había pensado verla así.

  • No, nada. Es sólo que

  • Sólo que, ¿qué? –apremia Andrea.

Jose levanta la vista, y se le encoge el corazón al ver a Andrea mirarla con una nota triste en la mirada. Y sonríe, intentando despejar de preocupación la mente de la otra chica.

  • ¿Sigues queriendo saber qué es ese "algo" de tu dibujo? –pregunta.

  • Sí –sonríe Andrea, accediendo a ese cambio de tema.

Y sólo accede porque, en el fondo, piensa que es mejor que Jose le diga lo que sea que le preocupe cuando ella quiera.

Jose vuelve a guiar a Andrea, aunque, esta vez, tapándole los ojos y, mientras avanzan, entrando en otra habitación, Jose le cuenta una pequeña historia.

  • Mi padre, de joven, era un genio del lápiz –comienza.

  • ¿Cómo tú? –interrumpe Andrea, sonriente.

Jose ríe, dando gracias de que esa chica no pueda ver ese sonrojo que ha invadido su cara.

  • Sí, bueno, como yo –continúa –. El caso es que, un día, en un parque al que había ido a dibujar, vio a una chica sentada en un banco, una chica que tenía "algo" que le llamó la atención. Se acercó lo suficiente para verla mejor y poder dibujar ese "algo" extraño que le había hipnotizado. ¿Te suena?

Andrea sonríe ampliamente. Sí, claro que le suena, a otra historia que la han contado hace poco. Muy poco.

Jose le quita las manos de delante de los ojos, mostrándole un precioso dibujo hecho a lápiz, enmarcado, que custodia lo que parece un despacho.

  • Es preciosa –murmura Andrea – ¿Es tu madre? Se parece a ti.

Jose asiente.

  • ¿Ves algo más? –pregunta, volviendo a abrazarla, volviendo a apoyar su cabeza en su hombro, volviendo a aspirar ese perfume que la embriaga.

Andrea sigue mirando, hasta que lo reconoce.

  • Sí, lo veo. También está en tu dibujo. ¿Qué es?

  • De pequeña, se lo pregunté muchas veces a mi padre. Me dijo que, algún día, lo descubriría. Que dibujaría ese "algo" en otra persona.

  • Pero, ¿qué es?

  • Impaciente –se ríe Jose.

Y la abraza más fuerte, hundiendo aún más su cara en el cuello de Andrea, antes de susurrar:

  • Amor.

Un escalofrío recorre la espalda de Andrea, que ha enrojecido al escuchar esa palabra en los labios de Jose.

  • Hay algo que debes saber –sigue Jose, con los ojos cerrados, aún en el cuello de Andrea, quien nota algo en la voz de Jose que no le termina de gustar.

  • Jose, ¿qué pasa?

  • Debes saber que no fue hasta que mi hermano te besó…bueno, hasta que me pregunté el por qué de esos celos que me invadieron cuando te vi con mi hermano, que no me di cuenta de lo que sentía por ti.

  • Jose, no comprendo lo que quieres decirme.

  • Soy lesbiana.

Andrea sonríe.

  • Sí, me he dado cuenta. Si no te gustasen las chicas, no estaríamos así, ¿no?

  • No, Andrea. No lo entiendes –sigue Jose, alejándose de Andrea, quedándose frente a la puerta, dándole la espalda a la otra chica –. Te veo en el autobús desde hace dos años, Andrea, pero soy lesbiana desde hace cinco. Y no porque me enamorara de una chica, no. Me acosté con mi mejor amiga.

Andrea no sabe que decir.

  • Bueno, suponía que tenías más experiencia que

  • Y después de mi amiga, hubo otras muchas. Demasiadas. Entre ellas la hija del de Historia, que nos pilló, motivo por el cual decidió hacerme la vida imposible hasta que repetí.

Andrea no hablaba, estaba en silencio, y eso le ponía de los nervios.

  • ¿Andrea? –dijo, girándose lentamente, hasta poder verla por el rabillo del ojo.

  • Sigo aquí.

Es lo único que se le ocurre decir, abrumada como está por la información. Sospechaba que Jose tenía experiencia, más que la suya propia, que era fácil, pues no tenía ninguna; pero… ¿muchas? ¿Demasiadas? ¿Eso dónde la dejaba a ella?

  • Cuando te vi con mi hermano, me dolió, me entró vértigo. Se me instaló una sensación en el pecho que quise hacer desaparecer, pero sólo se me ocurrió una forma

  • Vienes de estar con una chica –completa Andrea.

Jose se gira, cabizbaja, sin atreverse a mirar a Andrea a los ojos, bajándose parte del cuello de la camisa para dejar al descubierto un chupetón de Vic.

  • Sí –susurra.

Andrea se acerca a ella y, con cuidado, posa la yema de uno de sus dedos sobre la marca en la piel de Jose.

  • ¿Es importante para ti? –pregunta, preocupada.

-No.

  • ¿Volverás a verla?

  • Tal vez.

  • ¿Volverás a acostarte con ella?

  • No.

  • ¿Y con alguna otra?

  • No si sigues a mi lado.

Andrea suspira, en parte aliviada por las respuestas, en parte fastidiada por los celos de saber que otra boca le ha provocado esa marca a Jose, quien comienza a sentir demasiado profundamente en su mente esas ligeras caricias de Andrea. Intentando reprimir ese gemido que se le escapa cuando la otra chica le besa en la marca, como intentando provocar un segundo chupetón sobre el anterior.

Sin saber qué le hace hacer lo que está haciendo, Andrea arrincona a Jose contra la pared, sujetándola por las caderas, con sus labios aún en la clavícula de Jose, paseándose por su cuello, llegando hasta la boca, que besa apasionadamente.

Se nota caliente por primera vez. ¿Acaso es eso excitación? ¿Se está excitando al besar a Jose y oírla gemir de placer con esas caricias que le hace en la espalda al quitarle la camisa, al desabrocharle el sujetador? No lo sabe, pero le gusta. Le encanta.

Se separa ligeramente, lo suficiente como para observar a Jose mirarla, desnuda de caderas hacia arriba, para quedar fascinada con esos pechos y esos pezones que parecen señalarla, culpándola del delito que está llevando a cabo.

Bueno, ¿delito? No lo considera delito. Por eso logra hacerse con uno de los pezones, medio arrodillándose, sujetándole la nuca a Jose con una mano mientras la otra se interna poco a poco por el pantalón, que ha conseguido desabrochar.

Y Jose se arquea de placer al sentir esa mano que la descubre, que la acaricia, reconociéndola, averiguando sus claves. ¿Andrea también tiene experiencia? Pensaba que no. Sin embargo, ahora

¡Dios! Dos dedos se hacen con su clítoris, apresándolo, apretándolo, masajeándolo.

Sus piernas pierden fuerza y se derrumba en el suelo, sostenida por la pared y por Andrea, que se ha dejado caer con ella, dejando sus pezones, observando la cara de Jose mientras esta da un largo e intenso gemido, seguido de convulsiones. ¿Eso ha sido un orgasmo?

No lo sabe, pero la abraza, con su mano frotando aún la entrepierna de Jose, que la abraza a su vez, gratamente sorprendida.

  • ¿Ha estado bien? –pregunta Andrea.

Jose sonríe.

  • ¿Ha sido la primera vez? –pregunta a su vez.

  • Sí, pero no me has respondido.

  • Ha sido increíble –contesta al fin, besando a Andrea, tumbándola en el suelo, al tiempo que esta susurra:

  • La vida sí que es increíble.

NOTA DE LA AUTORA:

Supongo que esperáis la séptima parte. Pues bien, no la habrá, o tal vez sí, pero no la publicaré en TR. Prefiero que uséis la imaginación para saber lo que pasará a continuación con estas dos chicas.

No escribo la séptima parte sólo por el hecho de que estos personajes me gustan y me gusta como ha quedado hasta ahora la historia y temo fastidiarla siguiéndola. ¡Espero sepáis perdonarme!