La vida es increíble (3)

Tercera parte de esta historia, a ver si os gusta, y perdón por la tardanza...

Para mi peque, mi "Natalia", mi mayor distracción.

Andrea:

Baja la mirada a su libro cuando ve que Jose se vuelve a mirarla.

¡Dios! ¿Por qué la han puesto juntas para ese trabajo?

  • ¿Pasa algo? –pregunta Jose.

Ella niega con la cabeza.

  • No, nada. Sólo pensaba en cómo estructurar el trabajo –responde, por decir algo, mirándola.

Jose sonríe, y Andrea vuelve a bajar la mirada, esperando que la otra chica no se haya dado cuenta del enrojecimiento en sus mejillas.

  • Si quieres, te traigo mañana el trabajo que hice el año pasado, sólo para ver si nos sirve de algo.

¿Un trabajo de una chica que ha repetido curso? Bueno, solo para ver con qué se enfrenta. Está con Jose, sí, pero no puede dejarse llevar, debe concentrarse en sus notas.

El timbre suena, y Andrea salta de su sitio para guardar sus cosas y salir de allí.

Jose:

La mira salir a toda prisa.

Realmente, esa chica es un misterio.

Lo era en el autobús y lo es ahora.

Entonces, se da cuenta de que, en el suelo, yace un estuche que reconoce al instante. ¿Ves? Tanta prisa es malo.

Recoge sus cosas rápidamente y sale tras la pista de Andrea, a quien pilla a punto de salir del instituto.

  • ¡Ey! ¡Andrea! Te olvidas de esto –grita, poniéndose frente a ella, tomando aliento tras la carrerita.

  • Ah, vaya. Gracias.

Y coge el estuche, antes de seguir con su camino.

Jose frunce el ceño, divertida. Y vuelve a ponerse junto a Andrea.

  • ¿Te caigo mal? –le pregunta.

Andrea para su avance.

  • Pero, ¿qué…?

  • Lo digo porque, no sé, no es que te haya alegrado mucho el hecho de que seamos compañeras. Todos pudieron oír tu bufido cuando dijo el de Historia que nos tocaba juntos.

  • No fue por eso.

  • Ya, claro.

Andrea:

Está quedando fatal

Ojalá pudiera salir de esta.

  • ¡Andrea! –oye gritar a su madre.

¿Se puede saber qué hace aquí?

  • ¿Mamá?

  • Hola Jose –saluda su madre.

  • Hola, señora Jiménez.

  • Mamá, ¿se puede saber que haces aquí?

Su madre la mira, interrogante, durante unos segundos, antes de sonreír y decir, como si nada.

  • ¿Te acuerdas que te dije que a lo mejor me iba unos días a África? Pues me lo han concedido y me voy un mes. Me marcho ya para el aeropuerto, venía para decírtelo y preguntarle algo a tu amiga.

Frunce el ceño, sorprendida. Bueno, no está sorprendida por el hecho de que desaparezca un mes para irse una temporada a un país del tercer mundo. Así es su madre

Pero, ¿para qué quiere hablar con Jose?

  • Normalmente, dejaría a Andy sola pero, después del golpe del otro día, a veces le dan mareos, ¿te importaría si se queda este mes en tu casa?

Se le cae la mochila al suelo.

Jose:

Sonríe. Divertida.

Quería acercarse a Andrea, sólo para saber más de aquella chica, de por qué se le había venido a la mente en el momento más inoportuno, y esa era una buena manera.

  • Pero, ¡mamá! –exclama Andrea – Jose tendrá que pedir permiso a sus padres, ¿no crees? Además, está lo de que no creo que sea buena

  • Por mí vale –corta Jose, sonriendo y, sacando el móvil, dice –. Por mis padres no creo que haya problema, y aviso ahora a mi hermano y ya está.

Andrea:

La ve alejarse a hablar por el móvil, sorprendida, aún con la boca abierta.

  • Te he traído algo de ropa para hoy, por si no te apetecía ir hoy por casa y queríais iros por ahí a hacer lo típico que hagan las amigas hoy en día.

  • ¡Mamá!

  • Tranquila, te he traído a Puf.

  • A Puf, ya… ¡Mamá! ¿Qué te hace pensar que puedo irme a su casa tranquilamente? ¡Puede ser una mala influencia para mí!

  • Mejor, así me darás algo de trabajo. Siempre has sido muy aburrida como hija.

  • ¡Mamá!

  • ¿Qué? Es verdad. No fumas, no bebes, no sales a bailar. Tal vez esa chica te enseñe a vivir algo. Y eres lo suficientemente madura como para saber si es una mala influencia o no. Confío en ti.

Jose vuelve, con una sonrisa de oreja a oreja.

  • Es bienvenida en casa. Ya tiene habitación propia.

Jose:

La madre de Andrea las ha dejado en su casa y, mientras ella la saluda mientras se aleja, nota como Andrea la observa, incrédula, con el ceño fruncido. Seguramente no entienda como es que está tan contenta.

Bueno, ella tampoco sabe por qué está eufórica, aunque sospecha que es por el hecho de salirse con la suya y poder estar más tiempo cerca de esa chica que tan intrigada la tenía.

Mientras sube, ayudando a cargar la maleta que su madre le había preparado con lo "imprescindible", Jose tararea una canción y mira de reojo a la otra chica, que mira atenta los numeritos rojos del ascensor, siguiendo un ritmo propio con los dedos.

  • Me dijiste que te gustaban las hamburguesas, ¿no? –preguntó.

Andrea:

La pregunta la sobresaltó, atenta como estaba a que ese malditamente lento ascensor llegara de una vez al ático.

  • ¿Perdona?

Jose rió ante la respuesta.

  • Que si te apetece una hamburguesa para comer. Te dije que te llevaría a un sitio donde hacen las mejores hamburguesas del mundo y hoy puede ser el día.

Se queda callada, está nerviosa por la situación.

¿Por qué siente que se mete en la boca del lobo?

  • Si no te apetece, me lo dices. Puedo preparar algo rápido en casa y

  • ¡No! –logra reaccionar.

Jose se la queda mirando, confusa.

  • ¿No? ¿No te apetece comer nada? ¿Estás mareada o…?

Sus ideas se recomponen, volviendo al orden lógico que perdieron desde que fue oficial su mudanza temporal a casa de Jose.

  • Perdona –dice por fin –, no es eso. No me ocurre nada, es solo que me gustaría instalar mis cosas si me voy a tirar un mes en tu casa.

  • Ok, no hay problema.

Y Jose saca el móvil, con una ligera sonrisa en los labios, mientras el ascensor abre sus puertas.

  • Soy Jose, ¿está Manu?... ¡Manu! ¿Qué tal?... No jodas…Aquí, con una amiga…Oye, ¿nos subirías dos de tus famosas hamburguesas?...Venga tío, enróllate un poco... Sí, de lo que me debes, ¿vale?...Gracias, tío.

Coge mi maleta y sale de él, encaminándose a la única puerta de un minúsculo pasillo. Rápidamente, saca una llave y abre, entrando en un pisazo increíble, digna de salir en una revista, que me deja boquiabierta.

Jose:

Se acerca al sofá y deja su maleta al lado, tirando, de paso, su mochila bandolera en él. Y, cuando se gira, descubre a Andrea mirándolo todo desde la puerta.

Se ríe, es lo que tiene esa casa, lo que le gusta de traer a chicas al ático, que todas se quedan impresionadas.

  • Si quieres, puedes pasar –le dice –. Te dejo.

Andrea se la queda mirando, interrogante, antes de atreverse a dar un paso adentro.

Jose sabe lo que se está preguntando esa chica, y suspira, antes de volver a contar toda la historia.

  • El edificio es de mi padre. Compró un pequeño edificio casi en ruinas, lo demolió y construyó este, dándoles a los antiguos inquilinos del antiguo, un piso en este o comprándoles el otro. Todo el ático es nuestro, y cuando digo nuestro, me refiero a mi hermano y a mí. Mi padre están siempre de viaje por cuestiones de negocios, tiene una empresa de… bueno, realmente nunca me he enterado demasiado de lo que hace. Algo de ayudar a las grandes empresas en las fusiones. El caso es que casi nunca está aquí, pero tiene suficiente dinero para pagar lo que cuesta mantener el edificio y este dúplex del ático

Tomó aire, venía la parte difícil de la historia.

  • En cuanto a mi madre, murió hace unos años. De cáncer de pulmón, si te lo preguntas. Lo divertido es que ella nunca fumó, el de los cigarrillos es mi padre; aunque es lo único divertido de la historia.

Las lágrimas amenazan con desbordarse.

Entonces oye el ascensor llegar y se las limpia. No quiere que Manu lo vea así.

  • ¿Qué pasa que no cerráis la puerta?

  • Somos así de rebeldes –se ríe – ¿Tienes las hamburguesas?

Andrea:

Están sentadas cada una a un lado de la mesa, comiéndose su hamburguesa de la que, tras el primer mordisco, Andrea dio la razón a Jose. Debe ser la mejor hamburguesa de su vida.

Y ahora están en silencio, calladas.

Nota como Jose la observa, pero se obliga a mirar a la hamburguesa, intentando no delatarse demasiado. Porque está nerviosa.

¿Y quién no lo estaría en su posición?

Va a vivir bajo el mismo techo que su primer amor, del que aún sigue sintiendo algo, pese a su lucha interna.

Por curiosidad, o por otro de esos sentimientos que la recorren en ese instante, levanta finalmente la vista, encontrándose con esos ojos que la observan con lo que parece interés. Pero, ¿interés por qué?

Intentando cambiar el rumbo de sus pensamientos, pregunta:

  • ¿Para quién es esa hamburguesa?

Y señala el paquete envuelto y situado encima de un plato que sobra en la mitad de la mesa.

Jose mira su reloj de muñeca, uno situado sobre una tira de cuero, y responde:

  • Para mi hermano, que debe de estar a punto de salir de su habitación.

  • ¿Cuántos años te saca?

La ve sonreír.

  • Dos años más.

  • ¿Y ya trabaja? ¿Con el dinero que tenéis y no va a la universidad?

  • Sí que va, pero a las clases de la tarde.

  • Vaya.

Jose vuelve a sonreír.

Jose:

  • ¿Te gusta la habitación de invitados? –pregunta.

  • Sí, está bien. Es muy amplia.

  • Pero está muy vacía. Si quieres, aprovechamos que mañana no hay clase y nos vamos a comprar algo para decorarla, unos pósters o algo. ¿Te parece?

La ve dudar y, antes de que diga que no, se adelanta.

  • Si es por el dinero, pago yo…bueno, mi padre. Tendríamos que haber decorado esa habitación hace años

  • No, tranquila. De todas formas, prefiero dedicar el día a organizar el trabajo de historia.

Suspira.

Y decide que no piensa desperdiciar el primer festivo junto a esa chica en hacer un maldito trabajo que sabe que va a suspender de antemano

  • Ven –dice, todo seria.

Y se levanta de la mesa, dirigiéndose a su habitación.

Andrea:

La ve levantarse y la imita, nerviosa, siguiéndola.

Dios, va a ver su habitación, ¿cómo será?

¿Y donde estará?

Es entonces cuando descubre que están dirigiéndose hacia donde está su habitación de invitados, hasta que Jose se mete en la habitación de enfrente.

Vaya, eso si que no se lo esperaba. ¿Tan cerca están? ¿Acaso no había otra habitación en ese pedazo de dúplex?

Pero todas esas preguntas se le van de la mente cuando entra en su habitación.

Santo cielo, no hay ni un solo rincón de pared libre de dibujos

  • Vaya –se le escapa a Andrea al verlos.

Jose, que está revolviendo algo de un cajón, ignora la exclamación. Cuando encuentra lo que busca, se gira y se lo tiende.

  • ¿Qué es? –pregunta.

  • Mi trabajo del año pasado.

Lo coge y lo ojea, asombrándose por la nota.

  • ¡Vaya! ¿Es un sobresaliente?

  • Eso parece –contesta Jose, tirándose sobre su cama, que no le ha pasado inadvertido a Andrea el hecho de que sea doble – ¿Tanto te sorprende? Espera a que te des cuenta de que lo hice sola

Se le abrieron los ojos como platos.

  • Artes plásticas no es lo único que apruebo, ¿sabes?

Entonces vuelve a mirar los dibujos de las paredes y sonríe.

  • ¿Son todos tuyos? –pregunta.

  • Todos y cada uno de ellos

  • Son increíbles.

Jose:

"Tú si que eres increíble", se sorprendió pensando Jose.

¿Qué le estaba pasando con aquella chica?

Era demasiado extraño.

  • ¿Esta hamburguesa es mía? –gritó su hermano desde el salón.

  • ¡Sí! –le respondió ella, segundos antes de que su hermano apareciera vestido únicamente con el pantalón del pijama.

  • ¿Eres Andrea? Yo soy David –se auto-presentó su hermano.

  • Hola.

Observó como se daban dos besos a modo de saludo, y no le terminó de gustar.

  • ¿Qué vais a hacer esta noche? –preguntó su hermano.

  • No lo sabemos –respondió rápidamente –. Tal vez alquilemos alguna peli

  • Pasaros por la disco.

Jose miró a Andrea.

¿Salir de marcha con ella?

Podía estar bien.

  • ¿Te apetece? –le preguntó Jose a Andrea.

Andrea:

No sabe qué es lo que ha visto en los ojos de Jose, que la miran atentamente, pero asiente.

Y la mira sonreír.

Es extraño, pero realmente le apetece salir por ahí

De verdad, la vida es increíble.