La vida es increíble (2)

Segunda parte de la historia de Jose y Andrea. Cena y... mejor léanlo

Este relato es, obviamente, ficción. Siendo una segunda parte de una primera parte de ficción, no iba a ser basado en algo real, ¿no?

Jose:

Agarra el vaso de tubo de la barra y bebe un sorbo.

  • ¿Y cuando abrís? –preguntó.

El chico al otro lado de la barra la mira y sonríe.

  • Ya te lo he dicho, a las once.

  • ¿Y no me das invitación? –dice, haciéndose la ofendida – ¿a mí? ¿a tu hermana del alma?

El chico se ríe.

  • Va, venga. Pero es invitación doble, ¿a quién vas a traer?

  • Eso ya lo veré –contesta Jose, haciéndose la misteriosa.

Mira el reloj y apoya el vaso en la barra.

  • Me tengo que ir.

Su hermano la mira, extrañado.

  • ¿No cenas con nosotros?

  • Te dije que me habían invitado a cenar.

  • Me lo dijiste ayer, y cenaste en casa.

  • Pues te lo digo hoy, y te pido que me dejes el coche.

Vuelve a mirar el reloj y sonríe.

  • Y, como no te des prisa en dejarme las llaves, serás el culpable de que llegue tarde –se ríe.

Dando un último trago del vaso de tubo, coge las llaves que su hermano le tiende y sale del local que su hermano y unos amigos han conseguido para montar su propio garito. Cosa que ella agradece porque tendrá descuento. Sólo por eso.

Una vez dentro del coche, saca el papelito con la dirección que la madre de Andrea le ha proporcionado horas antes e inserta la dirección en el GPS. Una vez localizada, se pone en marcha.

La verdad es que le había costado convencer a aquella mujer de que podía ir sola, que no hacía falta que fueran a buscarla: sobre todo tras haber tenido que posponer la cena de un día.

Pero nada importaba ya.

Andrea:

Se mira al espejo y decide que esa camiseta tampoco le va, por lo que termina en el montón de ropa que gobierna su cama.

¿Se puede saber por qué su madre había invitado a cenar a Jose? ¿Es que no valía con un simple gracias? ¿Y por qué no encontraba nada que ponerse ese día? Tampoco es que fuese nada complicado, ¿no? Iba a cenar en su casa con la primera chica de la que se había enamorado. Nada del otro mundo.

  • ¿Se puede saber qué haces todavía sin vestir? –exclamó su madre, entrando a saco a su habitación.

  • ¡¿¡Mamá!?! ¿Y si hubiese estado desnuda? –se quejó.

  • Ay, por dios. Como si no te hubiese cambiado yo los pañales.

  • Ya, pero de eso hace ya tiempo. Ahora soy mayor.

  • Pues no lo parece. ¡Venga! ¡Vístete! ¡Que tu amiga ya está subiendo!

Andrea abrió los ojos como platos.

  • ¿Ya ha llegado? –preguntó.

  • ¿El golpe en la cabeza te ha afectado al oído? ¡Claro que ha llegado! Venga, ponte una camiseta y ve a abrirle la puerta, ¿quieres?

Y su madre se va, dejándola atónita en su habitación.

Reaccionando de repente, coge toda la ropa de la cama y la mete como puede en el armario. Lo cierra, lo abre, se hace con una camiseta, que se pone, y cierra de nuevo el armario, a tiempo de escuchar el timbre de la puerta ya su madre gritar:

  • ¡Andrea! ¡La puerta!

  • ¡Ya va! –grita a su vez.

Jose:

Sonríe al oír los gritos al otro lado de la puerta.

¿Significará eso que Andrea ha salido ilesa de la avalancha de mesas y sillas?

Y, de pronto, la puerta se abre, y ve a Andrea vestida con pantalones vaqueros y una camiseta rosa con un gatito jugando con un ovillo que le da un toque demasiado infantil comparado con el aire roquero que lleva ella, con la cadena, los complementos en cuero y plata y los ojos perfilados de negro.

  • Bonita camiseta –le sonríe a Andrea.

Esta mira la camiseta y se sonroja.

  • Es lo primero que he encontrado –se excusa esta.

  • Ya, ¿puedo pasar?

Andrea se hace a un lado, dejando a Jose entrar, quién mira curiosa el apartamento.

Es mucho más pequeño que su casa. Aunque, claro, ella vive en el dúplex de sus padres, por lo que no es comparable. Sin embargo, le gusta como está decorado, con un aire étnico que le pega al estilo de la madre de Andrea quien, por cierto, se asoma de lo que parece ser la cocina para lanzar un saludo, al tiempo que un olor que alimenta llega hasta Jose.

  • Bonita casa –dice.

  • Gracias –contesta Andrea.

Y ambas quedan de pie, en medio del salón-comedor.

  • ¿Qué tal las pruebas en el hospital? –pregunta entonces Jose.

  • Bien, largas. Ya, sabes, por eso la cena es hoy.

  • Sí. Pero estás bien, ¿no? No te va a dejar secuelas graves ni nada por el estilo.

  • Sólo unos buenos moratones.

  • Mientras solo sea eso.

  • Sí, he tenido suerte.

  • ¿Irás el lunes al insti?

  • No, estaré una semana sin ir.

  • Vaya.

Y vuelven a quedarse en silencio. Roto, esta vez, por Andrea, quien dice:

  • Si quieres, puedes dejar tus cosas en mi habitación.

Jose sonríe y asiente, siguiendo a su guía hacia el dormitorio de Andrea.

Dentro, con una rápida ojeada, descubre que Andrea no tiene mucha decoración puesta. Una estantería con libros de instituto, una enciclopedia y varias novelas; una cama sobre el que descansa un peluche; un escritorio con su flexo y globo terráqueo y un armario empotrado. Nada más.

Todo ordenado, nada fuera de su sitio.

La habitación de una chica estudiosa.

Andrea:

Siente como si Jose la estuviese juzgando según su cuarto, y la observa dejar sus cosas sobre su cama, cerca de Puf, su osito de peluche, e, irremediablemente, vuelve a bajar la mirada a su camiseta.

Entre Puf y la maldita camiseta, Jose debe pensar que es una niñata.

Cada vez odia más a su madre. Entonces cae.

  • Espero que te guste la verdura –dice –. Mi madre es vegetariana y no cocina nada que se considere animal.

Jose la mira, sonriente. Y ella nota que se vuelve a sonrojar.

  • No hay ningún problema. ¿Y tú? ¿También eres vegetariana?

Andrea niega con la cabeza.

  • No, soy fan de las hamburguesas. Aunque no tengo muchas ocasiones en que pueda comer alguna.

  • Me sé un sitio donde hacen las mejores de Madrid. Tendré que invitarte un día de estos.

Algo en Andrea se alegra.

Jose:

Ve a Andrea sonreír ligeramente y sabe que, tal vez, pueda ser verdad y la invite a esa hamburguesa.

  • ¡La cena está lista! –grita la madre de Andrea.

  • Será mejor que vayamos –dice esta, y sale de su habitación.

Tras echarle un último vistazo al dormitorio, Jose sale tras ella y se sienta en la única silla libre en ese instante.

  • Bueno –suspira la madre de Andrea, comenzando a servir las verduras al horno –, gracias otras vez por ayudar a mi hija.

  • No fue nada, señora… –comienza Jose, dándose cuenta que no se sabe el apellido de Andrea, ni de la madre.

  • Llámame Marta –sonríe la mujer sirviendo, esta vez, la lasaña vegetal.

  • No fue nada, Marta –repite Jose –. Seguramente, Andrea hubiese hecho lo mismo por mí.

Andrea:

Y más. Le hubiese hecho hasta el boca a boca, o el masaje cardíaco, aunque no hiciese falta.

Pero, ¿en qué estaba pensando?

Ligeramente molesta consigo misma, coge su tenedor y comienza a picotear de su plato.

  • ¿Y tienes novio? –suelta entonces su madre.

Y se atraganta ante el desparpajo de su progenitora.

¿Acaso no tiene vergüenza? Aunque la respuesta le interesa.

Jose, que la había mirado cuando tosía, se gira de nuevo hacia su madre y responde, tranquila:

  • No, no tengo. Tuve pareja hasta hace poco, pero ahora nada.

¿Jose tenía novio? Mira, eso no lo sabía.

  • Pues a ver si ayudas a que mi hija salga con alguien, ¿quieres? –dice su madre.

  • ¡¿Mamá?! –se queja.

  • Hija, es verdad. No paras de estudiar todo el día. Deberías salir a divertirte alguna vez.

  • Mamá, sabes que

  • ¿Tú vas a discotecas? –Pregunta su madre a Jose, cortándola.

  • Sí, de hecho, mi hermano inaugura un garito que ha montado con unos amigos suyos –y, girándose hacia Andrea –. Si quieres, luego podemos ir. Mañana es sábado, por lo que no hay que madrugar.

  • Prefiero no ir hoy, tal vez otro día –contesta rápidamente.

La idea de salir con Jose y meterse con ella en un sitio oscuro con la música a tope no le atrae demasiado.

  • Hija, que poco salada eres –comenta su madre.

Y Jose se ríe.

  • Pues nada, otro día –dice, mirándola directamente a los ojos.

Y siente como se vuelve sonrojar. ¿Es que su sangre no tiene otra cosa que hacer que subírsele a la cara?

Como puede, intenta no volver a sonrojarse en el resto de la cena, que sigue su curso, con su madre preguntándolo todo acerca de la chica que llevó a su hija a la enfermería, como intentando hacer su biografía oficial, y, finalmente, llega la hora en que Jose anuncia que debe irse.

  • ¿De verdad te tienes que ir? –pregunta su madre, como leyéndole el pensamiento.

  • Sí, lo siento –se disculpa Jose –. Tal vez otro día pueda quedarme más tiempo. Es decir, si me vuelve a invitar.

  • Puedes venir cuando quieras, tranquila.

Jose sonríe y se despide, antes de desaparecer por las escaleras.

Otra vez solas en casa, Andrea suspira.

  • Por dios, ni que hubiese sido una tortura –se ríe su madre.

  • Lo ha sido.

  • Pues a mí no me lo ha parecido. Es más, estoy por invitarla a que venga a cenar todos los días. A ella y a su hermano. ¿Cómo es posible que sus padres los dejen solos tanto tiempo? Aunque sea por trabajo, me parece una irresponsabilidad.

  • Mamá, déjalo, ¿quieres? Dice que está acostumbrada. Además, piensa en que, después llegaría tardísimo a su casa todos los días –argumenta Andrea, nerviosa ante la posibilidad de ver a Jose todos los días fuera del instituto.

Jose:

  • Al final no has traído a nadie –le saluda a su hermano, en cuanto puede acercarse a ella.

El garito está lleno a rebosar y, fuera, aún hay cola.

  • Parece que todo va bien, ¿eh? –le dice al oído a su hermano, para que pueda oírle.

  • Sí, va viento en popa. Esperemos que siga así. Toma, tu copa. Hoy invito yo.

Y su hermano se va, dejándola con un vodka con limón en la mano, alejándose hacia el otro lado de la abarrotada barra.

Entonces se da cuenta de que la observan y, curiosa, levanta la mirada, encontrándose con una belleza que no le quita el ojo de encima y que levanta su copa a modo de saludo. Y Jose contesta, bebiendo un sorbo después.

  • ¿Estás sola? – le entra en ese instante un desconocido, distrayéndola de la morenaza que les observa atenta.

  • No, estoy con una amiga –contesta ella, señalándole a la otra chica.

Y se aleja de él, caminando hacia la belleza con minifalda que la espera.

  • Perdona, ¿me ayudas? No consigo quitarme a ese moscón –le dice Jose, refiriéndose al tío que, pese a las palabras tan poco positivas para él, se prepara para el segundo asalto, acercándose a su vez.

  • ¿Qué tienes en mente? –pregunta la morena, pícara.

  • Esto.

Y Jose se acerca rápidamente, besándola de tal manera que quedasen claras sus intenciones.

Cuando se separan, el tío ha desaparecido entre la multitud.

  • Vaya –dice la morena, sonriente y para nada molesta.

  • Soy Jose.

  • Encantada Jose, yo soy Victoria, aunque me llaman Vic.

  • Un placer, Vic.

Se dan la mano, mirándose aún a los ojos.

Esta vez, es la morena la que se adelanta y la besa, calentándola.

Y, cuando se separan, le susurra al oído.

  • ¿Sabes de un sitio más cómodo?

  • ¿Te vale mi casa? –contesta Jose.

Y la chica le agarra de la mano, obligándola a seguirla hasta la calle, donde Jose toma el mando y la guía hasta su coche.

Ya en él, se sienta en el asiento del conductor y arranca, notando como la mano de Vic se posa en su muslo y comienza a acariciarla, calentándola aún más.

Se intenta concentrar en la carretera; pero, viendo que no va a poder ser y agradeciendo que no hay mucha gente por la calle a esas horas, aparca a un lado de la calle justo en el momento en que la mano penetre en su pantalón.

  • Vaya, que mojada estás –comenta la chica.

  • No es justo que tú toques y yo no.

  • Eso lo soluciono yo rápidamente.

Y Vic se mueve, sentándose sobre las piernas de Jose, aún con la mano dentro del pantalón de la conductora, que suspira, sintiendo muy bien las caricias que recibe su clítoris.

Sabiendo de sus manos libres, le sube el top a la morena, dejando ver unos hermosos pechos enclaustrados dentro de un precioso sujetador negro que decide quitarle con los dientes, al tiempo que decide lamer esas dos colinas frente a ella. Ambas suspiran, contagiadas por la excitación de la otra y animadas por las caricias que se dan.

En un momento dado, Jose invade también la entrepierna de la otra chica, haciéndola gemir repentinamente, masajeándola, penetrándola con los dedos. Y esta la mira, con una sonrisa de oreja a oreja, antes de penetrarla a su vez.

Ambas comienzan entonces a penetrarse y masajearse, siguiendo el mismo ritmo invisible que las hace gemir, arquearse, suspirar, besándose sin descanso.

Y Jose, con los ojos cerrados, se concentra en las sensaciones que la invaden. Esa lengua en su boca, esos suspiros que no son suyos de fondo, ese cuerpo aprisionando sus dedos, esos invasores que la penetran y que le dan masajes circulares alrededor de su clítoris. Siente el orgasmo llegar y se deja llevar por la oleada de placer que culmina en una enorme explosión que la deja ligeramente confusa.

¿Se puede saber por qué se le ha venido a la cabeza la imagen de Andrea inconsciente?

De verdad, la vida es increíble.