La vida es increíble (1)

Primera parte de lo que espero sea una historia que os guste. Historia de Andrea, Jose y unas cuantas mesas y sillas...

ATENCIÓN: En este relato aparece una chica llamada Leticia y no, repito, NO tiene nada que ver conmigo. Como todo en este relato, es fruto de mi imaginación.

Gracias,

Leti

Andrea:

El despertador suena.

La dormida mano lo apaga y la chica se levanta. Mientras se lava la cara, despejando la bruma de Morfeo que aún vela ligeramente sus ojos, Andrea sonríe. El primer día del resto de su vida comienza en ese momento, el primer día de su último año de curso.

No tarda nada en ponerse la ropa que eligió la noche anterior para ese primer día tan importante. Unos vaqueros, camisa de manga corta de color blanco y zapatos negros, algo sobrio, no quiere llamar la atención, bajaría su nota media si pensase en algo que no sean sus estudios.

Antes de bajar a desayunar, vuelve a mirarse al espejo. Sí, está diferente sin las gafas. Desde que se operó, se siente más guapa (pero sólo un poco más), y piensa, ¿y si se hubiese operado un año antes? Tal vez

No, está soñando despierta. Con o sin operación, Jose seguiría sin haberse fijado en ella.

Toma un desayuno rápido, no quiere llegar tarde, no quiere perder el autobús, su autobús.

Cuando entra, inconscientemente, mira en dirección al asiento donde se solía sentar; sin embargo, no está. Y no debería, es un año mayor que ella y se graduó el año pasado. Normalmente, tampoco es que se hubiese informado tanto.

Como un tributo a ese primer amor, y aprovechando de que, en esa parada, el autobús todavía esta casi vacío, se sienta en SU asiento y observa la vista desde allí. Descubre que, desde allí, Jose veía a la perfección donde ella suele sentarse. Siente una ligera punzada de dolor, pero se le pasa rápido.

Minutos más tarde, llega al instituto y añora a esa amiga, Carol, que se fue en Julio a vivir a Galicia, por traslado de su padre a un puesto mejor. Había prometido volver para la universidad, aunque no había muchas esperanzas.

Tras mirar en las listas, busca su clase y se sienta en el asiento de la penúltima fila, al lado de la ventana, donde se sienta siempre. Es un buen lugar para pasar desapercibido por todos.

Poco a poco, el aula se va llenando de caras conocidas, ninguna amiga. Y el profesor llega, obligando a todos a sentarse, llenando todos los sitios del aula, salvo uno, justo a su lado, donde se sentaría Carol.

El profesor los saluda, dándoles la bienvenida, y comienza un discurso sobre la importancia de ese último año y de su asignatura, Historia, en su

La puerta se abre, dando paso al conserje, que acude raudo al oído del profesor para explicarle algo. Este asiente.

  • Chicos –dice, girándose hacia la clase –, tenéis compañera nueva. Pasa, por favor.

Y entra, dejando boquiabierta a la chica de la penúltima fila, que no se esperaba ese golpe del destino.

  • Jose –saluda el profesor a la recién llegada, seco –. Espero que este año te dediques más a estudiar que a perder el tiempo.

Ella no responde, sólo sonríe, incómoda ante los murmullos de toda la clase.

  • Está bien, siéntate –indica el hombre.

Jose se aleja de él, dirigiéndose al único sitio libre del aula, para desgracia de Andrea.

Jose:

Otra vez con él, menudo marrón.

Pero este año estaba prevenida, no le dejaría arruinarle el curso.

Mientras iba a sentarse, se obligó a no hacer caso de los pequeños comentarios que oía a su paso, y se sentó, haciendo ruido con la cadena que llevaba colgando de atrás a delante del pantalón.

Deja su mochila a un lado y se deja caer sobre el respaldo de la silla. Sin interés, mira a su alrededor, a sus nuevos compañeros. Algunas caras le suenan, otras no.

Y entonces llega a la chica de su lado, y su mente lanza un aviso. Conoce a esa chica; pero, ¿de qué?

Andrea:

Nota una mirada.

Curiosa, levanta la suya, encontrándose, durante unos segundos, con unos ojos marrones profundos, que ralentizan su tiempo.

Jose:

Se queda paralizada ante esos ojos que conoce de algo, pero sigue sin ubicarlos. ¿De qué conoce a la dueña de esa mirada que la hipnotiza?

Andrea:

Baja la mirada, con la cara hirviéndole de vergüenza, con miedo; pero, ¿miedo a qué? ¿A que halla descubierto esos sentimientos que ella misma enterró en lo más profundo de su corazón y que, por un instante, habían conseguido surgir a la luz?

No, es imposible que, con una simple mirada, Jose lo haya descubierto todo; aunque, y por si acaso, la evita las dos primeras horas de clase y, cuando suena el timbre, anunciando la llegada del pequeño recreo de quince minutos, se levanta, pasando de largo de todos sus compañeros, yendo a su sitio "secreto", al lugar donde iba con Carol para hablar y estar tranquilas.

Jose:

Suena el timbre y, cuando intenta saludar a la chica, esta ya está saliendo por la puerta.

  • ¡Hola! –exclama una voz a su lado.

Se gira, sorprendida de descubrir a un grupito de cuatro a cinco chicas, todas dignas de aparecer en alguna película adolescente americana sobre animadoras.

  • Ho… hola –responde, frunciendo el ceño.

  • Eres Jose Jiménez, ¿no? Eras amiga de mi hermano, Carlos López.

Sí, recuerda a Carlos; sin embargo, recuerda que no eran amigos. De hecho, si se pone a pensar, recuerda que Carlos era uno de esos gilipollas que se creían que todas se morían por salir con él y que, años atrás, en una fiesta, él había intentado meterla mano. La ostia que se llevó por ello le dejó un bonito ojo morado. Por lo que amigos, lo que se dice amigos, no eran.

  • Pues no mucho –responde –. Más bien, conocida suya.

La chica ríe, aunque no ve nada gracioso en lo que ha dicho.

  • Como eres –dice la hermana de Carlos –. Yo soy Carlota.

Vale, los padres de esos chicos no tienen mucha imaginación si llaman a sus hijos Carlos y Carlota.

  • Y estas son Patricia, Alicia y Leticia –sigue la susodicha.

Evita soltar una carcajada. Anda que, vaya grupito.

  • Encantada –dice Jose, deseando escapar de allí.

  • Hemos pensado que estarás muy sola y que podrías venirte con nosotras –anuncia Carlota, que parece ser la portavoz del grupito.

  • Muy amables; pero

  • Y tú podrías, no sé, presentarnos a tus amigos.

De acuerdo, lo que esa chica quería en realidad eran chicos mayores con los que salir, para demostrarse a sí misma (y, de paso, al resto del instituto) que ella era la caña porque salía con chicos mayores. Definitivamente, la hermana no le caía mejor que el hermano.

  • Tengo que ir al baño –anuncia, pensando que así la dejarían en paz.

  • Te acompañamos.

Mierda, en ocasiones como esas, odiaba la manía femenina de ir juntas hasta el infinito y más allá.

Así que busca un plan que pueda salvarla de un recreo junto a ese grupito, mientras Carlota habla de algún tema súper-mega-importante.

Cuando llegan al baño, se va directa al cubículo de la esquina, pegado a las ventanas. Cierra la puerta y mira el marco de la ventana que hay ahí. Descubre, no sin cierto agrado, que el cierre está jodido; así que, con cuidado de no hacer ruido, lo fuerza y abre la ventana, lanzando su mochila al otro lado y escapando del grupito.

Andrea:

Está sentada en un rincón de ese almacén de sillas y mesas que hay detrás de los baños, cuando oye abrirse una ventana. Con atención, observa como alguien lanza una mochila desde los baños y, tras ella aparece… ¿¡Jose!?

Rápidamente, y para que no la descubra, se esconde entre unas mesas apiladas y, desde allí, sigue observando a la intrusa quien, tras observar su alrededor, se sienta en el suelo.

Pero, ¿quién se cree que es para invadir ese lugar? ¿Para robarle la poca tranquilidad que allí tenía? Sí, era cierto que Jose no sabía que ella estaba allí; sin embargo, eso no tenía nada que ver. Tenía que irse inmediatamente y

¿Qué había sido ese ruido?

Jose:

Parece ser el lugar que utiliza el instituto para almacenar las sillas y las mesas viejas y estropeadas. Está un pelín oscuro, pero no tiene a ese grupito cerca, además de ser bastante tranquilo y

Escucha como un crujido, entre una de las pilas de mesas, antes de que todas estas se caigan estrepitosamente y ante la perplejidad de Jose.

  • Joder –susurra.

¿Qué ha ocurrido? ¿Estaban mal apiladas?

Ni idea, pero ante la perspectiva de que el ruido haya atraído a alguien, decide coger su mochila y largarse. Sin embargo, cuando se levanta, cree oír algo.

Se queda parada, escuchando, y lo vuelve a oír. Es un gemido, y proviene de las mesas caídas.

Allí hay alguien.

Dejando la mochila en el suelo, corre al mogollón de mesas y busca a ese alguien que ha sufrido la caída de los muebles. Cuando encuentra un brazo que sobresale, quita con cuidado las silla y mesas que hay encima, descubriendo a la chica que se sienta a su lado en clase, y cuyo nombre aún no sabe.

  • ¡Eh! ¡Chica! ¿Estás bien? –pregunta, sin moverla.

La accidentada gime, cosa para nada extraña.

  • ¡Ey! ¿Estás bien? –repite, sintiéndose una gilipollas preguntándole eso a alguien a la que se le acaban de caer unas cuantas mesas encima – ¿Cómo te llamas?

  • An… -susurra.

  • ¿Perdón?

  • Andre

  • ¿Andrea? ¡Eh, no te duermas! ¿Te llamas Andrea? ¿Ese es tu nombre?

  • ¿Te duele la espalda? ¿te duele algo?

Andrea no responde.

¡Joder! ¿Y ahora qué hace? A la enfermería, debe llevarla a la enfermería.

Como puede, la coge en brazos y la levanta, recordando entonces que había escuchado en algún sitio que no se debía mover a accidentados. Pero bueno, como ya lo ha hecho

Todo lo rápido que puede, la lleva a la enfermería, donde la doctora se las queda mirando, extrañada.

  • Pero, ¿qué…?

  • Se ha caído por las escaleras –dice, cortando a la mujer con bata.

  • Túmbala aquí –responde, señalando una camilla.

La tumba en ella, con cuidado de no dañarla.

  • No deberías haberla movido –le dice la doctora.

  • Lo sé, pero es que me daba miedo dejarla sola, y no había nadie por allí, así que

  • Bueno, déjalo y ayúdame, hay que coserle la ceja y llevarla a un hospital a que le hagan más pruebas.

Observa como la doctora anestesia la ceja, para poder coser la pequeña brecha y, cuando está a punto de terminar, Andrea parece recobrar el sentido, gimiendo con cuidado.

Andrea:

La cabeza le duele horrores, y se siente extraña. Una bruma extraña la rodea.

¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está?

  • ¿Cómo se llama? –escucha en la lejanía.

  • Andrea –responde una voz familiar.

  • Andrea, ¿me oyes? –dice la primera voz.

Intenta responder, pero no le sale la voz. Con esfuerzo, prueba a salir de esa maldita bruma y, poco a poco, consigue ver una luz brillante y dos formas que se mueven.

  • Tranquila, Andrea, no intentes moverte –vuelve a decir la primera voz.

Haciéndole caso a la voz, cierra los ojos, concentrándose en lo que ocurre a su alrededor, comenzando a sentir su propio cuerpo, aparte de la maldita cabeza, que parece le va a estallar. Con cuidado, mueve los pies (que parecen responderle, así que no está paralítica, ¡genial!) y las manos. Es en este punto cuando descubre que alguien le está cogiendo de la mano.

Abre los ojos, con el propósito de saber de quién es esa mano cálida que agarra la suya. Las dos formas vuelven a aparecer en su campo de visión y, haciendo un pequeño esfuerzo, consigue enfocarlas. A un lado está la doctora Díaz, por lo que deduce que está en la enfermería; aunque no es ella quien le coge de la mano, porque está en el lado contrario. Con cuidado, gira ligeramente la cabeza, descubriendo a Jose.

¡Santo cielo! ¿Es ella quien le está cogiendo de la mano?

Nota como los colores se le suben a la cara.

  • Jose –se oye susurrar.

La ve mirarla, frunciendo el ceño, seguramente sorprendiéndose de que se sepa su nombre.

  • Tranquila, parece que estás bien, salvo por una pequeña brecha en la ceja y unas costillas magulladas. Aunque, por si acaso, están llamando a tu madre para que venga a buscarte y te lleve a urgencias, a que se cercioren de que no te pasa nada grave –le informa, sonriéndola.

Y es con esa sonrisa que Andrea descubre que, realmente, aún no la ha olvidado.

  • Tu madre viene para acá –anuncia la doctora, colgando el teléfono –. Y tú –continúa –, vete a buscar sus cosas, tráelas y corre a tu clase, te daré un justificante. ¡Venga, corre!

Jose le suelta la mano y sale corriendo de la enfermería.

  • Tienes suerte de que te haya traído aquí –escucha decir a la doctora.

Y cierra los ojos, dolorida.

Jose:

Cuando le lleva sus cosas, la doctora no la deja ver que tal está la chica. Rápidamente, le da el justificante y la manda a clase.

  • ¡Vaya! Más vale tarde que nunca –dice Manuel, el profesor de Artes Plásticas.

  • Lo siento –se disculpa ella, notando que todos la observan.

Recordando el justificante, se lo entrega al hombre, que, al leerlo, la mira, preocupado.

  • ¿Estás bien? –pregunta.

  • Sí.

El profesor la observa con detenimiento, antes de continuar.

  • De acuerdo, pues ve en busca de un caballete y empieza con la práctica que he dado. Quiero me hagáis un boceto, a lápiz, de lo que queráis, poco me importa. Sólo por ver el nivel de cada uno –informa, y le susurra –. Aunque no necesito que dibujes nada para conocer tu nivel, ¿eh?

Manuel le guiña un ojo, sonriente. Gesto que no pasa desapercibido ante Carlota, pero a Jose no le importa que la chica haya visto ese gesto amistoso del profesor.

Encuentra dos caballetes libres al fondo de la clase, y su mente vaga hasta la enfermería, hasta Andrea.

Y es eso lo que su mano dibuja en el blanco papel, a una Andrea inconsciente, con los ojos cerrados.

  • ¿Un ángel? –oye a Manuel decir, tras ella.

Jose se para y observa los trazos sobre el papel, descubriendo que el hombre tiene razón. Andrea parece un ángel en ese boceto.

  • No es lo que pretendía –dijo.

El profesor sonrió.

  • El caso es que me suena su cara. ¿Quién es? –pregunta el profesor.

  • Una chica de clase, el motivo de que llegara tarde. Se llama Andrea.

  • ¿Andrea? Espera un momento… ¡Claro! Andrea Sánchez, ya decía yo. Es que sin gafas no conseguía ubicarla.

Jose mira asombrada a su profesor.

  • ¿Gafas?

Entonces vuelve a mirar su dibujo y los diferentes trozos del puzzle encajan de pronto.

¡Santo cielo! ¡Es la chica del autobús!

  • En fin –dice el profesor –, ya que has terminado, puedes salir si quieres. O hacer otro dibujo, tú verás.

Mira el reloj, han pasado veinte minutos desde que se ha ido de la enfermería. Todavía debe seguir allí.

Andrea:

Está sumida en sus pensamientos, aburrida, aunque agradecida por no tener ya ese maldito dolor de cabeza, que se le ha ido gracias a algo que la doctora le ha dado.

Con cuidado, se sienta, harta de estar tumbada en la misma posición.

  • Estás mejor sin las gafas –oye decir a una voz familiar a su espalda.

Un escalofrío le recorre la espalda. Lo sabe.

  • Yo

  • ¿Y la doctora? –corta Jose.

  • Yo

  • ¿Te sabes otro pronombre? –se ríe.

Baja la mirada, nerviosa.

Santo cielo, lo sabe. Sabe que ella es la chica del autobús, que la miraba cada vez que podía, observándola de lejos, sin atreverse a hablarle.

  • ¿Estás mejor? –Pregunta Jose.

  • Sí, bueno. Todo lo bien que se puede estar si te caen unas cuantas mesas y sillas encima.

  • Eh, para. La versión oficial es que te caíste por las escaleras.

La mira, con el ceño fruncido.

  • ¿Perdón? –pregunta.

  • Es lo primero que se me ocurrió, en vez de decirles que estábamos en un lugar restringido. No sé, ¿te parece mal? Si quieres decimos la verdad. No creo que halla problemas con eso.

  • No, está bien.

Jose sonríe, y está a punto de decir algo más cuando la puerta de la enfermería se abre y un grito llena la habitación:

  • ¡Se puede saber qué se te pasó por la cabeza para caerte por las escaleras!

  • Hola, mamá –saluda, ante la mirada atónita de Jose –. Ella es la que me ha traído aquí.

Jose:

La madre de Andrea se adelanta y, sin avisar, abraza a Jose, quien mira a Andrea, sin saber qué hacer.

  • Gracias, muchas gracias –dice la madre –. Sin ti, me hubiese quedado sin hija.

  • Un placer –contesta ella, visiblemente cortada.

  • Esta noche te vienes a cenar a casa, ¿eh? –sigue la mujer, soltando por fin a la pobre chica – Y no acepto un no por respuesta.

Viendo que Jose tarda en contestar, Andrea se adelanta.

  • Mamá, tendrá que pedirle permiso a sus padres, no decidas de antemano. Además, no sabemos cuanto van a tardar en el hospital, con las pruebas y eso.

La mujer piensa y, repentinamente, saca de su enorme bolso (que más que bolso parece maleta), papel y lápiz y, tras escribir algo, le tiende el papelito a Jose.

  • Este es el número del móvil de mi hija. Llama a tus padres y, cuando sepas si puedes venir o no, llama. Te diremos donde estamos e iré a recogerte. ¿Vale?

Jose sonríe, sin saber qué otra cosa hacer, y asiente. Y ve como la madre de Andrea arrastra a su hija, Andrea (obvio, ¿no?), fuera de la enfermería, al grito de: "¡Al hospital!".

No sabe por qué, pero esa madre le cae bien.

Luego, mira el papelito, y se lo guarda en el bolsillo sabiendo que llamará alrededor de las siete para aceptar la invitación.

¿Pedir permiso a sus padres? No, puede. Nunca están en casa y, si estuviesen, ¿acaso podrían decirle que no a una simple invitación para una cena?

Suspira, y espera el momento de volver a ver a esa chica que ahora reconoce del autobús.

Y sonríe.

Realmente, la vida es increíble.