La vida es bella. Al menos la mía. Prólogo
Un joven abogado con tendencias sádicas ve como su vida da un vuelco, para mejor. Esta es la introducción, no contiene sexo.
Hola a todos. Este es mi primer relato en esta web, aunque hace tiempo que la sigo. Así que finalmente me he animado a empezar a escribir. Tengo innumerables ideas, así que empezaré con una serie en al que iré tratándolas todas.
Hoy sonó el despertador como todas las mañanas. Miré al lado de la cama. Vacía, como siempre. En mis 25 años de vida, nunca he conseguido una pareja estable. No es que sea feo, gordo o huela mal.
Me levanto y voy al baño. Me miro en el espejo, esperando a que la erección matutina se me baje un poco para poder mear con comodidad. Soy alto, 1’90cm, y fuerte, dado que suelo hacer ejercicio y comer medianamente sano. Tengo algunos pelos en el cuerpo, los suficientes para parecer un hombre de verdad pero no tantos como para parecerme a un mono. Los pectorales marcados, el abdomen plano, si lo pongo en tensión se marcan un poco los músculos. De cara soy agradable, no soy ningún adonis pero soy resultón. Mi cabeza rapada resulta atractiva a muchas mujeres. Pero el primer problema lo tengo justo debajo de los abdominales, en la entrepierna. Tengo una polla de actor porno. 25 centímetros de polla y un buen diámetro, mi mano no la abarca al completo. Y una cabeza algo más ancha, con forma de champiñón. Esta polla, que muchos desearíais para vosotros, es parte de mi maldición. Nunca llego al segundo polvo, y eso si llegan a atreverse con “eso”. Las reviento. Y a eso ayuda mi otra maldición: soy un sádico. En mi vida normal, no soy machista en absoluto, creo en la igualdad en todos los ámbitos de la vida entre hombres y mujeres. Pero en la cama… pierdo el norte, aunque he tardado tiempo en darme cuenta, lo que más me pone son los gemidos de dolor de mis parejas. Eso unido a mi herramienta, hace que todas salgan despavoridas de mi cama. Hasta ahora. Ojalá encuentre una de esas actrices porno que se meten el puño, o dos puños. Una que de verdad disfrute de lo que tengo entre las piernas.
Pero me estoy desviando. Tras la meada matutina, me meto en la ducha, me visto y desayuno. Salgo de mi lujoso apartamento elegantemente vestido, como a un abogado corresponde. Me han fichado hace poco en un bufete y no pienso dar razón alguna para perder este estupendo trabajo.
Al llegar al trabajo, me saluda mi secretaria, Paula, con una bonita sonrisa.
-
Hola Jaime. Buenos días, ¿Qué tal el fin de semana? -
Y, sin esperar respuesta, me suelta toda la retahíla de reuniones y trabajos pendientes que tengo. No sé que haría sin ella. Tal vez por mi dependencia de esta guapa pelirroja, nunca he accedido a sus insinuaciones. Dejaría el trabajo .-
Y ha llamado el Sr Gonzáles, que vaya a verle en cuanto llegue.
Vaya, el Sr González, mi jefe. Un tipo barrigudo y narigón, parece sacado de un cómic. Pingüino le apodo para mis adentros. Gruño ante la noticia, no doy más abasto de trabajo.
Llego a la antesala del despacho del Sr González. Su secretaria, una hermosa rubia (todas las mujeres en este bufete son guapas) llamada María, me dice que espere mientras pulsa el intercomunicador y habla con su jefe.
- Puedes pasar, Jaime .-
Me dice con una sonrisa enmarcada en unos rojos labios… estoy salidísimo.
Abro la puerta y entro en el despacho. El Sr Pingüino está sentado en su sillón, en frente a él hay una mujer de pelo negro.
- Hola Jaime, pasa y siéntate. Esta es Elisabeth, va a estar con nosotros de becaria unos meses .-
Me dice, señalando la silla libre con un gesto de la mano. Me acerco a la silla y veo a Elisabeth. Es guapísima, pelo moreno con bucles que caen graciosamente sobre su rostro, cara afilada y, al levantarse para darme la mano, contemplo que lleva un traje ejecutivo que le queda como un guate. Un cuerpo de impresión. En sus tacones, casi alcanza mi altura. Las tetas, parecen querer salirse de la camisa blanca, si respira un poco profundamente uno de los botones va a sacarme un ojo. Intentando disimular la erección instantánea que me produce y mirarla a la cara, le doy la mano. Unos ojos negros como el carbón me contemplan algo tímidamente.
- Hola, encantada .-
Me dice, tomando asiento de nuevo y con la vista fija en el suelo.
- Que tal, soy Jaime Crego. Encantado .-
Le contesto sentándome a su lado.
El Sr Pingüino toma la palabra de nuevo.-
Bien, como te iba diciendo, va a estar con nosotros de becaria, así que he decidido ponerla a trabajar contigo para aligerarte un poco de la carga de trabajo que llevas. Y así ella aprende de uno de nuestros abogados promesa. Quiero que sea tu sombra noche y día y que aprenda todo lo que puedas enseñarle. Está a punto de graduarse con unas notas espectaculares, he de decir. Y está muy bien recomendada . -
Suelta todo el discurso casi del tirón, sin tomar aire. Yo asiento cada una de sus palabras. Por si fuera poco estar todo el día viendo hermosas chicas moverse por el bufete, ahora tendré a esta ninfa pegada a mí todo el día. No sé si podré contenerme.
- Como usted diga, señor González .-
Contesto a mi jefe, encogiéndome de hombros. Él ya se ha girado a la pantalla de su ordenador y nos hace un gesto con la mano para que nos vayamos.
Tan educado como siempre-
Pienso. Me pongo en pie, seguido por Elisabeth, y salimos del despacho.
Nos metemos en el ascensor para ir a nuestra planta. Allí, disimuladamente la contemplo.-
Joder, está realmente buena. -
En el ascensor su mirada parece centrada en la punta de sus zapatos.
- Bueno, ¿y como quieres que te llame? Tienes un nombre bonito pero largo -
Le digo, intentando romper el hielo y ser algo afable.
- Yo… bueno... llámeme como quiera Señor. -
Me contesta sin levantar la mirada. Esta actitud me está poniendo a mil. Si levantase unos milímetros la mirada se tropezaría con tremenda tienda de campaña. ¡Y lo hace! Vaya sorpresa, levanta la mirada unos instantes y juraría que se queda sobre mi paquete unos instantes, lo justo para que yo me dé cuenta. Y a continuación hace algo que casi me provoca un orgasmo. Se pasa la lengua por los labios, de una forma totalmente lasciva y sexual. Lo hace por unos breves instantes, inconscientemente, cuando de pronto reacciona, me mira fugazmente a los ojos y se sonroja, volviendo a mirar la interesante punta de sus zapatos.
- Bien, te llamaré Eli. –
Le digo justo cuando el ascensor se detiene en nuestra planta y salimos. Al llegar, informo a Paula de nuestra nueva compañera.-
Paula, esta es Eli, está de becaria y va a trabajar con nosotros. Mira a ver si puedes hacer un par de llamadas para que instalen una mesa y un ordenador para ella.
Nos encaminamos a mi despacho abro la puerta cediéndole el paso a mi nueva compañera, que duda pero finalmente entra, permitiéndome ver un culo respingón y firme. En el despacho, me dedico toda la mañana a explicarle el funcionamiento del bufete y los casos que llevamos entre manos en estos momentos. Aún no le asigno tareas, tengo que ver primero su nivel, que por las preguntas que hace parece bueno, y planificarme una repartición del trabajo. Si voy a perder el tiempo enseñándole, tendrá que hacer parte de mi trabajo.
A la hora de comer, salimos a un restaurante cerca del bufete, donde hay un buen menú del día. Allí soy la envidia de todos los comensales, con tremenda morena sentada conmigo. Seguimos hablando de trabajo, y, en un momento dado, le comento:
- Bueno, Eli, ahora he de pensar cuales van a ser tus tareas. Pero antes de tomar la decisión, prefiero que me digas en qué te gustaría trabajar .
Entonces ella, sin levantar la vista del plato, como durante toda la comida, me contesta:
Señor, haré de buen grado todo cuanto me ordene.
- no sé si serán paranoias mías, pero puso mucho énfasis en el “todo”. Creo que me estoy imaginando cosas pero, entre su negativa a llamarme de otra forma que no sea Señor y esas lindezas que me dice…
Una vez finalizada la jornada, un poco más larga de lo normal, y sin conseguir que Eli me dijese nada de su vida personal, decidí irme a casa. Eli bajó conmigo en el ascensor. Parecía nerviosa. No paraba de mover los pies mientras bajábamos. Al llegar a la entrada, el portero le entregó una pesada maleta.
- Anda ¿y eso? -
Le pregunté-
¿Acabas de llegar de viaje?
- Es que no soy de aquí, Señor. Aún no tengo dónde hospedarme, creí que hoy tendría tiempo para buscar, pero el Sr González me puso a trabajar inmediatamente. Buscaré algo ahora.
En ese momento, se me hizo la luz. No podía dejar escapar una oportunidad como esta. Estaba salido, y Eli es una belleza.
-A estas horas no te vas a poner a buscar un lugar donde quedarte. Te vienes a mi casa, Eli. -
Le dije con firmeza y convicción. No era una pregunta, era una orden. Apenas me percaté de ello, pero ella sí que pareció percatarse, dado que su respuesta fue un tímido “
Sí, señor”.