La vida en un soplo (Cap. VIII - 5ª parte)
Cap. VIII - Volviendo a los inicios, 5ª parte de 11
Dejamos el hotel y volvimos a la carretera, con su cabeza apoyada en mi hombro, parecía que se aferrara a aquella posición queriendo volver a aquel viaje a la cabaña del lago.
Yo: Vamos en el coche igual que el último día que nos vimos, es como si no hubiera pasado el tiempo, volvería a hacer aquel viaje contigo sin pestañear.
Sara apartó la cabeza mirándome fijamente.
Sara: Sal de la carretera.
Yo: ¿Qué dices?
Sara: Que te salgas de la carretera coño, sal por ese camino y para.
Paré el coche en un camino de tierra que salía a nuestra derecha, me giré, me miraba muy fijamente.
Sara: No hay huevos.
Yo: ¿No hay huevos para que Sara?
Dudó un momento, y lo dijo.
Sara: Para irnos ahora, tal cual, a la cabaña del lago.
Yo: Pero tendrás que pedir permiso para poder ir, ¿o nos vamos a presentar por las buenas?
Sara me miró sonriendo.
Sara: La cabaña es mía.
Yo: ¿Es tuya?, ¿me engañaste la otra vez?
Sara: No hombre, me enteré que mi tío se la quería vender y se la compré yo, no la he pisado nunca desde que es mía, lo hice por nosotros, era uno de los pocos sitios donde tenía recuerdos felices, me daba mucha pena que se perdiera, en realidad tenía la vaga esperanza de poder volver algún día contigo, ahora que tú lo has dicho, ¿tienes huevos de ir ahora mismo conmigo?
Sin decir nada puse el coche en marcha y salimos del camino pegando un acelerón en la carretera conduciendo a toda hostia.
Sara: ¿Pero qué coño haces?, nos vamos a matar, ¿se puede saber dónde vas tan rápido?
Yo: ¿A ti que te parece?, ya tengo ganas de llegar al lago para bañarme.
Sara empezó a reír a carcajadas con una cara de felicidad que me contagiaba.
Sara: Más despacio cariño, tenemos todo el tiempo del mundo.
Volvió a poner su cabeza en mi hombro con una sonrisa de oreja a oreja, al rato volvió a levantarla.
Sara (riendo): Pero si tú no llevas nada, solo una bolsita de mierda con cuatro prendas sucias.
Yo: Me da igual, iré en pelotas todos los días que haga falta.
Se descojonaba de risa, me miró y sacó el móvil del bolso, buscó un número en la agenda y llamó, hablaba en francés, dijo unas cuantas frases, me miró de nuevo.
Sara: Que talla tienes de pantalones, de camisa y de zapatos, los calzoncillos no te harán falta.
Reímos los dos como tontos, le di las tallas, ella volvió a hablar por teléfono y colgó.
Sara: Ya está, he avisado que vamos, esta tarde nos dejan solos, nos dejaran las llaves debajo de una piedra en la entrada, nos llenaran la nevera y te compraran algo de ropa.
Aceleré al coger la autopista, pasando los kilómetros vimos el anuncio de un área de servicio.
Yo: Vamos a parar a comer algo y hago un par de llamadas, al menos que no se preocupen por mí estos días.
Sara (triste): Yo no tengo a nadie quien llamar, estoy más sola que la hostia.
Yo: De momento me tienes a mí, y te aseguro que pronto tendrás también a mi familia, tú no vas a estar sola en tu puta vida más, de acuerdo, de eso me cuido yo.
Me miró con tanto cariño que se me encogió el alma, volvía a sentir aquellas vibraciones cuando tenía delante alguna mujer importante en mi vida.
Paramos, pedimos algo para comer y beber sentándonos en una mesa, llamé a mis padres para decirles que estaría fuera unos días que no se preocuparan, después llamé a José María y se lo expliqué.
José María: Me cago en la puta Luis, Irene te va a cortar la polla y se la va a tirar a los cerdos chaval, con lo nerviosa que está ya, cuando se lo diga no se qué va a pasar, espera, espera que acaba de entrar por la puerta, díselo tú que yo no tengo huevos.
Escuché como José María le decía a su mujer que cogiera el teléfono que era yo.
Irene (preocupada): No me jodas Luis, no me jodas, he visto la cara de José María y no me ha gustado nada, dime que no me vas a joder dejándonos tirados como a unas colillas, sabes que te necesitamos, no nos hagas esto por favor…
Yo: Tranquila, tranquila, por favor Irene escúchame, no pasa nada, no ha cambiado nada, nos vamos unos días a la cabaña del lago con Sara, volveremos y todo será como siempre, te lo prometo.
Irene: A la puta cabaña otra vez, ¿aun podéis volver a la cabaña esa?
Yo: Sí, es que es suya, se la compró a su tío.
Irene: Me cago en la grandísima puta, en la mar, en los peces de colores y en todo lo que se menea, mira Luis, como no vuelvas, te juro que voy a buscarte donde coño estés y te traigo de vuelta cogido por los cojones, me da igual que estés con la mismísima reina de Inglaterra, estamos.
Yo (riendo): Relájate cariño, te prometo que volveremos.
Irene: Que vuelva ella me importa una mierda, te voy a matar por esto cabrón.
Colgó el teléfono, pensé los días que le esperaban al bueno de José María aguantando a Irene con su mala leche. Miré a Sara y sonreía con una ceja levantada.
Sara (riendo): ¿Y esa conversación?
Yo: Mi amor, creo que es la hora que te hable de mis amigos y socios Irene y José María.
Sara: Soy todo oídos.
Empecé la conversación sentados en la cafetería, seguí en el coche hasta llegar a las puertas de la cabaña, se lo conté todo con pelos y señales sin dejarme nada en el tintero, quería ser totalmente sincero con ella.
Sara: Si lo veo en una película hubiera pensado que estas cosas son imposibles que pasen, me cuesta creerlo.
Yo: Tranquila, vamos a disfrutar de estos días con intensidad, después ya nos preocuparemos de otras cosas, ¿no te parece?
Sara: Me parece perfecto.
Bajó del coche, levantó un pedrusco bastante grande y me enseñó un manojo de llaves, subió al coche apretando el botón de un mando abriéndose la verja de hierro, seguimos el camino que esta vez estaba todo asfaltado, después del recodo apareció una vez más la “cabaña”, parecía diferente, la vegetación y los arboles habían crecido siendo más espectacular.
Entramos en la casa y encima de la mesa habían unas bolsas, Sara empezó a abrirlas, mira aquí hay unas botas de montaña y unas zapatillas para estar por casa, aquí un par de pantalones, aquí tres camisas y una chaqueta para que no pases frio, mira que jerséis tan chulos de lana, o vaya, también te han comprado calzoncillos que pena, reía con una sonrisa preciosa.
Sara: ¿Qué te parece la casa?
Yo: La veo diferente, la recordaba de otra manera y hace mucho calor.
Sara: Le hice una buena remodelación, esta mejor aislada contra el frio, la calefacción es más potente, cambié los muebles y la decoré a mi gusto.
Yo: Sí, bonita sí que está, no tanto como tú pero puede pasar.
Ella tenía una sonrisa enorme, recogimos todas las bolsas, sus maletas y las subimos a la habitación.
Sara: Nos damos una ducha y cenamos.
Yo: ¿Juntos?
Sara: Si quieres lo hacemos pero nada de sexo que te conozco, estoy cansada y prefiero guardarme para más tarde.
Nos duchamos juntos pero cada uno a lo suyo sin tocarnos, cuando acabamos me puse una camiseta y un pantalón para estar por casa que me había regalado, Sara se secaba el pelo delante del espejo desnuda, yo la miraba desde la puerta repasándole todo el cuerpo por detrás.
Sara: Me has repasado bien ya o te vas a quedar más tiempo “embobao”.
Yo: Me voy a quedar más tiempo “embobao”.
Sara: Qué tonto te pones, ves a la cocina y calienta la cena que debe estar preparada en el horno, hay una puerta que es una bodega donde deberías encontrar algún vino para acompañar.
Yo: Me pones cariño, me pones tú tonto “perdió”, voy a calentar la cena antes de que se me caliente a mí otra cosa.
La dejé riendo delante del espejo y bajé a calentar la cena, encontré unos manteles individuales para poner en la mesa, los cubiertos y todo lo necesario, busqué la bodega y me encontré con una cantidad de botellas de vino impresionante, la mayoría eran españoles y muy buenos, encontré varias botellas de uno buenísimo y abrí una para que se fuera aireando, miré por el salón y encontré un equipo de música de última generación al que le pude conectar la lista musical de mi Smartphone.
Como ella no bajaba me senté en un sillón que se estiraba para atrás quedando mirando al techo, me empezaba a dormir cuanto me pegaron un grito.
Sara: Que cocinero que me he buscado coño, en vez de trabajar se pone a dormir, venga levanta, ¿o no tienes hambre?
Me levanté de un salto del sillón y fui a la cocina, me la encontré con una camiseta y unas bragas.
Yo: Para vestirte así has tardado tanto.
Sara (voz de paciencia): No, ha sido por el pelo, y así es cómo me vas a ver por casa siempre, vete acostumbrando.
Yo: Pues lo siento mucho pero tendré que estar follándote todo el día si vas vestida así.
Sara se giró y me abrazó dándome un beso.
Sara (riendo): ¿Porque te crees que lo hago tonto?, para eso.
La cogí por el culo y la levanté besándola, cuando separamos los labios.
Sara (riendo más): No es por joder la marrana, pero ahora toca cenar, más tarde ya veremos.
Yo: Me cago en la hostia, me acabo de reencontrar contigo y no puedo follarte cuando me dé la gana.
Sara (descojonándose): Me vas a follar cuando te salga del bolo, pero ahora toca cenar.
Empezó a poner la comida en los platos.
Sara: Cariño podrías por favor subir a buscar mi móvil, me lo he dejado encima de la mesita, yo acabo con esto y cuando bajes cenamos.
Le fui a buscar el teléfono, cuando bajé de nuevo estaba sentada en la mesa sirviendo el vino en las copas, me senté delante suyo mirándole a los ojos sin apartar la mirada.
Sara: Dios, que desastre de hombre, quieres por favor dejar de mirarme y ver lo que tienes a tu derecha encima de la mesa.
Bajé la vista y vi una caja con un lacito encima.
Yo: Hostia, ¿me has hecho un regalo?
Sara: Lo traigo desde EEUU, sin saber si te lo daría o no, no sabía si te lo merecerías, a lo mejor al verme me enviabas a la mierda, tenía mucho miedo de tú reacción, tantas dudas me asaltaban, que tonta, y al final mira como estamos.
Yo: Lo siento mucho, pero estos últimos días he pasado unos nervios tremendos, por culpa tuya y tus putos enigmas de los cojones, casi no llego a recogerte, no pensé en comprarte nada de bienvenida, lo siento de verdad, ¿y si me lo das en otro momento que yo también tenga uno para ti?
Sara: No, el regalo te lo doy ahora, si tú no has sido lo suficiente caballero para pensar en un detalle para mí no es culpa mía.
Yo: Tú sabes la que me has liado con la mierda de no querer decirme cuando y donde llegabas, mira que era fácil enviarme un mail diciendo, llego tal día a tal hora a este aeropuerto, te llegara una tarjeta a casa para poder entrar, es fácil de cojones, pero no, la nena tenía que hacer sus bromitas y lo pude descubrir de puto milagro porque esa información no es pública, un amigo se tuvo que jugar el trabajo para dármela.
Sara se puso triste bajando la mirada a punto de llorar.
Sara (voz rota): Perdóname por favor, no quería darte tantos quebraderos de cabeza, pensé que si te lo ponía difícil y aparecías es que realmente tenías ganas de verme y estar conmigo, ya sabes que a veces soy muy macabra y pienso más de la cuenta.
Entonces cambió la cara poniéndola de pena.
Sara (con voz de penita): ¿No me vas a perdonar?, yo te quiero mucho amor.
Me toco la fibra bien tocada la cabrona, estiré una mano y la puse encima de la suya.
Yo (riendo): Vale, vale, que me sabes tocar el punto débil cabrona, claro que te perdono, y ya sabes que yo también te quiero.
Sara (con risa inocente): ¿Entonces, esto cuenta cómo nuestra primera discusión?
Yo: La madre que me parió que distraído voy a estar contigo nena.
Sara: Va cariño abre mi regalo que me hace mucha ilusión.
Le miré a los ojos moviendo la cabeza como diciendo, “contigo no hay solución”, cogí la caja levantándola, la abrí y me encontré delante de los ojos con un reloj de una marca internacional con muy buena fama, además era de la gama más alta, me quedé con la boca abierta.
Yo: ¿Pero que es esto por favor?
Sara: Solo es un detallito para que te acuerdes de mí cuando lo lleves.
Yo: No me jodas, esto para ti es un “detallito”.
Sara se levantó y me hizo apartar la silla, se levantó todavía más la camiseta enseñándome todas las bragas, se sentó encima de mi notando su chichi encima de mi polla, me besó despacio pero con mucha pasión, separó sus labios y me miró con una sonrisa.
Sara: Un caballero como tú no puede hablar de dinero.
Sacó el reloj de la caja y me lo puso en la muñeca, era precioso, se lo miró, me miró a mí.
Sara: Te queda bien, pero si no lo quieres me lo quedo yo, me lo pondré cuando vista desenfadada.
Yo me miraba la muñeca y cada vez me gustaba más lo que veía.
Yo: Y una mierda para ti, me lo voy a quedar y no me lo quitaré ni para cagar.
Sara me abrazó muy fuerte riendo, se levantó y volvió a su silla, alzó la copa para brindar.
Sara: Por nosotros y nuestro futuro, que bien te queda puesto en la muñeca cariño.
Brindamos y cenamos hablando de cosas que haríamos a partir de aquel momento, donde viviríamos, que actividades haríamos juntos, cuales separados, pensamos que sería interesante que cada uno tuviera su momento para no estar todo el día juntos por miedo a agobiarnos uno del otro, queríamos controlar tantos detalles que en realidad no controlábamos una mierda.
Acabamos de cenar, recogimos la mesa y subimos a la habitación, cuando subíamos por las escaleras, yo iba detrás y miraba como su culo se movía de un lado al otro, viéndole las bragas que con cada peldaño que ella subía se le iban metiendo más por el culo, la agarré por la cintura, la levanté y estiré en las escalera besándola, poniéndole la mano en el muslo subiéndola despacio, ella reaccionó cogiéndome y parándome la mano.
Sara: Vamos a la cama, estaremos más cómodos.
Le miré a los ojos moviendo la cabeza un poco a los lados, me quité el reloj y se lo dejé suavemente y bien colocado a su lado, di media vuelta y bajé las escaleras.
Sara: ¿Pero qué te pasa?, no te enfades.
Se levantó de un salto y me siguió los pasos, fui hasta el salón y me senté en un sofá al lado del fuego mirándola llegar, llegó sonriente, se levantó la camiseta enseñándome otra vez las bragas.
Sara (sonriendo): ¿De verdad me vas a decir que te quieres perder esto por no venir conmigo a la cama?
La miré serio.
Yo: No eres la Sara que yo conocía.
Se le borró la sonrisa de golpe de la cara.
Sara (forzando una sonrisa): Venga hombre, claro que soy yo, ayer lo pasamos muy bien, ¿no?
Yo: Sí, es verdad, ayer lo pasamos bien, pero fue como tú quisiste cuando quisiste igual que ahora, lo quieres tener todo controlado, todo ordenado, sin espontaneidad, me parece que te has acostumbrado a vivir haciendo siempre lo que te da la gana, sin pararte a pensar que es lo que quiere la otra persona, tú mandas, los demás obedecen.
Sara (con la sonrisa más forzada): Qué dices hombre, tampoco exageres, ¿no te ha gustado mi regalo?, te voy hacer muchísimos más cariño, conmigo no te va a faltar de nada nunca.
Me entristeció tanto lo que acababa de oír que tenía ganas de coger el coche y salir de allí, pensé que mejor sería reflexionar un poco y no dejarme llevar por mis impulsos y entonces…
Sara: Bueno, haz lo que quieras, te espero en la cama, supongo que no me fallaras esta noche cariño.
Dio la vuelta y se dirigía a la escalera de nuevo.
Yo: ¿Te crees que todo el mundo está obligado a hacer lo que tú digas, de verdad te crees que por un buen reloj, o por los regalos que me puedas hacer voy a estar a tus pies siempre que quieras, has venido para estar conmigo comprándome o sobornándome?, “cariño” no te enteras de nada, no me lo puedo creer.
Se paró de golpe, se giró y volvió caminando rápido con una cara de mala leche que asustaba, tiró el puto reloj contra el sofá a mi lado.
Sara: ¿Y tú te crees que me importa algo esta mierda de reloj?, yo lo que quiero es que me ames, que me hagas feliz, pero si no lo entiendes te puedes ir a la puta mierda, te espero en la cama.
Yo: Sigues sin enterarte de nada, buenas noches.
Se giró de nuevo mirándome que le salían rayos por los ojos, se largó murmurando algo que no pude entender.
Me quedé en el sofá y me estiré pensando en la situación, habían pasado muchos años y yo tenía idealizada a una persona que era muy diferente a la que tenía delante, en aquel momento Sara era una chica alegre, espontanea, con un buen corazón, que disfrutaba de la vida y lo daba todo sin buscar nada a cambio.
Durante estos años en EEUU según me contó nada más llegar en el coche, no había sido realmente feliz, se preocupó solo de cómo llegar a su sueño sin importarle como, esta mujer se había deshumanizado, se acostumbró a conseguir las cosas imponiéndolas o comprándolas, no me quería ni imaginar lo que debía de haber hecho para llegar a donde llegó. El cansancio del viaje empezó a aparecer y me quedé dormido.