La vida en un soplo (Cap. VII - 7ª parte)

Cap. VII - “Y volvió el amor”, 7ª parte de 7

El fin de semana siguiente nos separamos porque ella volvía a tener a sus hijos, cuando nos vimos el lunes me dijo que había hablado con ellos, explicándoles que mantenía una relación seria y que prefería decírselo ella antes que se enteraran de otra manera, estábamos hablando y le sonó el teléfono, lo miró preocupada, contestó y se apartó para tener intimidad, cuando volvió hacía mala cara.

Maite (seria): Era mi ex marido, estaba enfadado porque le he dicho lo nuestro a mis hijos este fin de semana, no entiendo su reacción, siempre había sido amable y comprensivo.

Yo: Maite, ese hombre sigue enamorado de ti, tenía la esperanza de volver algún día contigo.

Maite: No puede ser hombre, si hace años que estamos separados.

Yo: Sí, ¿Pero habías tenido antes alguna relación?

Maite: No.

Yo: Pues eso.

Aquella conversación me dejó un mal sabor de boca tremendo, no sabía porque pero me daba malas sensaciones, ella no le dio demasiada importancia y estaba convencida de que ya se le pasaría. Al día siguiente cuando acabó de trabajar pasó a ver a sus padres, al volver a casa la cara que traía no era muy buena señal, estaba triste porque parecía que toda su familia se le había puesto en contra.

Maite: Es que no puedo entender su reacción, les estoy diciendo que soy muy feliz y ellos no lo entienden, me han llegado a acusar de no atender a mis hijos, hemos tenido una discusión muy desagradable, no lo entiendo.

Yo: Ellos también tenían la esperanza que volvieras con tú marido cariño, esperemos que lo acepten poco a poco y esto no vaya a más y empeore.

Pasaron los días y ella no mejoraba, estaba triste, decaída, a mí me estaba entrando una mala leche tremenda de pensar que alguien le estaba haciendo daño. Una mañana que fui a la empresa hablé con mis socios sobre el tema, Irene se quedó preocupada porque comió con Maite como cada semana y también la había encontrado rara, le preguntó si pasaba algo y ella no le contestó cambiando de conversación.

El siguiente fin de semana lo pasamos en casa porque ella no tenía ganas de salir a ningún sitio, hicimos el amor y todo parecía normal pero ella no estaba con aquella alegría de siempre, le volvieron a llamar el domingo por la noche, era su padre que le pedía para quedar a comer el martes, yo tenía la mosca detrás de la oreja y cada día que pasaba me gustaba menos lo que estaba viendo.

El martes por la tarde al llegar a casa entró medio llorando y muy nerviosa, la abracé para consolarla.

Yo: ¿Pero qué ha pasado?, ¿qué coño te han hecho?

Maite: Ha sido una encerrona Luis, he llegado a casa de mis padres y estaba también mi ex, me han sentado en la mesa y me han atacado por todas partes, me han amenazado con que no vería más a mis hijos.

Yo: Voy a llamar ahora mismo a mi abogado, esto lo vamos a solucionar por cojones si hace falta, ¿Cuándo puedo hablar con tus padres y tu marido?, quiero que quedes con ellos un día para ir contigo y ponerles las cosas bien claras, pero qué coño se han pensado esos…

Maite (llorando): No por favor Luis, déjame que me cuide yo, es mi familia y quiero solucionarlo a mí manera.

Yo: Pero es que me temo que tú no tienes suficiente fuerza cariño, a ti te torean.

Maite: Por favor confía en mí.

Al día siguiente acababa de salir Maite de casa por la mañana, me llamó José María para preguntarme si podía pasar esa mañana por la empresa para hablar con él, cogí el coche y fui al momento, nos reunimos en su despacho con Irene, estábamos los tres sentado en la mesa de reuniones con un café.

José María: Mira Luis, por unos contactos me he enterado de algunas cosas de la familia de Maite, su padre fue un buen abogado, es un tío muy estricto que se jubiló bastante joven dejando el bufet en manos del marido de Maite, este sabe todas las miserias de la familia, en algún momento su padre se encontró envuelto en algunas cosas que no están muy claras, el caso es que Roberto, que es como se llama el ex, le ayudó a salir airoso del asunto, él para no tener más problemas se lo dejó todo a su yerno, yo creo que el capullo de Roberto está presionando a su padre para que convenza a Maite y vuelva con él.

Yo (muy enfadado): Hijos de la gran puta, cabrones de mierda, que se metan sus mierdas por el culo y nos dejen en paz joder, pero es que este tío no tiene cojones de conocer a una mujer y largarse a tomar por culo, los voy a joder vivos, os juro que voy  a contratar un investigador y los voy a joder uno a uno, me tienen hasta los cojones.

Irene (preocupada): Cariño no te alteres, escúchame, Maite ha estado toda la vida muy protegida por sus padres, ella les tiene mucho respeto a ellos y a su ex, si te metes en medio y les haces daño ella no te lo va a perdonar, me sabe muy mal, pero creo que estás entre la espada y la pared, yo de ti esperaría a ver como evoluciona todo esto, apóyala a ella en todo y deja que tome sus propias decisiones.

Pensé un momento en las palabras de Irene, me tranquilicé un poco y me pareció una buena idea.

Yo notaba que Maite cada día estaba peor, pasábamos horas estirados en el sofá con su cabeza en mi pecho sin hablar, ella estaba triste y a mí me tocaba los cojones no poder hacer nada más que ver como aquello tan bonito se iba a la mierda por culpa de otros.

Estaba corriendo una mañana y me llamó Maite.

Maite: Luis, me ha llamado mi padre para reunirnos en el despacho de mi ex, creo que van a atacar de nuevo y no sé qué hacer.

Yo: Te paso a buscar y vamos juntos, no me gusta la idea de que estés sola delante de ellos.

Maite: No Luis, mejor que no, iré y esta tarde hablamos.

Pare de correr y volví a casa caminando, aquella corta conversación me había dejado muy mal, estaba convencido de que le harían tomar una decisión a Maite, y que esta no sería muy buena para mí. Esperé todo el puto día nervioso a que llegara ella por la tarde. Estaba sentado en un sillón mirando la puerta de entrada, cuando escuché la puerta del garaje abrirse, entró Maite con la cara totalmente desencajada, me miró y empezó a llorar como pocas veces he visto llorar a alguien, se acercó muy despacio, yo le miré a los ojos.

Yo: Maite, mi amor, no lo hagas, por favor no lo hagas.

Maite: No tengo otra salida.

Yo: Si tienes salida, yo entiendo que te preocupen tus hijos, por ellos podemos luchar en los tribunales y seguro que los vas a ver, además ya son bastante mayores, lo tienen que entender.

Volvió a llorar muy fuerte.

Maite: Ellos mismos me lo han dicho a la cara, si sigo contigo no querrán saber nada más de mí en su vida.

Yo: Pero cariño, eso te lo dicen porque esos cabrones les han comido el cerebro diciéndoles vete a saber qué, con el tiempo lo entenderán y se calmaran las cosas.

Maite: Lo siento mucho Luis, pero no puedo dar ese disgusto a mi familia.

Empezaron a caer lágrimas por mi cara, no me lo podía creer.

Yo: Por favor te lo pido otra vez, quédate conmigo y buscaremos una solución.

Maite lloraba sin parar y movía la cabeza negándolo.

Yo: No lo hagas, no lo hagas.

Maite: Tengo que hacerlo Luis, lo siento.

Le miré a los ojos.

Yo: Maite, ¿me quieres?

Maite: No lo sé.

En mi cabeza empecé a sentir como un eco, “no lo sé”, “no lo sé”, “no lo sé”, se giró y se fue de casa llorando como una magdalena, me preparé un buen pelotazo de whisky y me senté de nuevo cagándome en todo lo que me podía cagar y más.

Al día siguiente me llamó Irene.

Irene (preocupada): ¿Qué ha pasado Luis?, ¿Cómo estás?, me ha llamado Maite diciéndome que ya no estáis juntos, que hablara contigo para saber cuando podía pasar a buscar sus cosas.

Yo (medio resacoso): La madre que la parió, ¿con todo lo que hemos vivido juntos, y no tiene cojones de llamarme ella para preguntármelo?, tiene huevos la cosa, dile que cuando quiera, me avisas y dejaré la casa para que pueda hacerlo con tranquilidad.

Irene: Vale, pero me quieres decir que ha pasado joder.

Yo: Qué los cabrones la han presionado tanto que me ha dejado por ellos.

Irene: Hostia puta, ya sabía yo que ha esta niña le faltaba carácter joder, ¿cómo puede ser tan inútil de dejarte a ti por esa panda de gilipollas que tiene como familia?, si quieres la envío a tomar por culo y que se apañe sola la imbécil esta.

Yo: No Irene, gracias, pero mejor ayúdala, sé que también lo debe estar pasando mal.

Irene: Tienes un corazón que no se lo merece cariño, no se lo merece.

Pocos días más tarde me volvió a llamar Irene.

Irene: Me ha dicho si puede ser el jueves.

Yo: Vale, a mí me da igual.

Irene: He pensado una cosa, y si la invito a cenar y te presentas para hablar con ella, a lo mejor todavía se lo repiensa, puede que estés a tiempo de reconducir las cosas.

Yo: Te lo agradezco Irene, pero Maite ya no es una niña, ella ha tomado una decisión meditada y es libre de hacerlo, dile por favor que el jueves está bien, tiene hasta las diez de la noche.

El jueves a las siete de la mañana ya estaba en la empresa, a las ocho llegó José María.

José María: ¿Pero qué coño haces aquí tan temprano?, ¿quieres que te de un trabajo o algo?

Yo: José María menos cachondeo que no está el horno para bollos tío.

José María: Lo sé Luis, lo sé, solo quería animarte un poco, va vamos a desayunar.

A las nueve y diez llegó Irene después de dejar a sus hijos en el instituto.

Irene: Hostia Luis, ¿Qué haces aquí tan temprano?

Yo: La que faltaba, he venido a pedirle trabajo a tú marido.

Irene (riendo): Te veo muy bien para estar como estas.

Yo: Y qué coño quieres que haga, hay lo que hay, afrontarlo y seguir con la vida ¿no?

José María: Joder tío ya me gustaría a mí tener ese carácter.

Irene: Escuchar, trabajamos un poco, comemos juntos y nos vamos a casa a pegarnos unos cuantos pelotazos, llamo a los abuelos para que pasen a buscar a los niños y duerman en su casa, ¿Qué os parece?

Nos pareció buena idea a todos, a media tarde estábamos en su casa que nos habíamos acabado una botella con una buena cogorza.

Volví a casa al siguiente día por la mañana, abrí la puerta y encima de la mesa del comedor había dejado la gargantilla con los pendientes, el anillo, las llaves de casa y una nota.

“Fue muy bonito mientras duro

Gracias por todo”

Me cagué en la madre que la parió ciento cincuenta mil veces por lo menos, guardé aquella mierda en un cajón de mi habitación para no verlo más. Salí de casa y fui a buscar el barco para navegar y volver a poner en orden mi cabeza, habían pasado muchas cosas y tenía que asumirlas y entenderlas. Me pasé el día fuera, entré en casa por la noche y me fui directamente a dormir, al día siguiente fui a comprar provisiones, me subí de nuevo al barco y desaparecí en medio del mar durante cuatro días, llamé a Irene y a mis padres para que lo supieran y me largué.

Y así acabó otra relación a la que le había puesto todo de mi parte.