La vida en un soplo (Cap. VI - 3ª parte)

Cap. VI - Líos de casa y de muelas,3ª parte de 4

Y me colgó, no entendía muy bien el cabreo de Irene conmigo, fue sin querer, un reflejo, así que el día de la visita pasé antes a ver a Irene por la empresa.

Yo: ¿Se te ha pasado el enfado conmigo ya o vuelvo otro día?

José María: Tío que facilidad tienes para cagarla, la tienes contenta.

Irene: Maite es una de mis mejores amigas, llevamos a los niños al mismo colegio, vamos al mismo gimnasio y comemos juntas muchos días. Le envío un paciente diciéndole que es una buena persona, muy educado. Y tú animal, que eres un animal, le metes mano y me dejas a mí como una mierda, ahora mismo me estoy aguantando las ganas de pegarte una paliza.

Yo: Lo siento Irene, no era mi intención tienes que creerme, ahora vuelvo a la consulta y le pediré disculpas en persona.

Irene: Más vale que quedes bien, porque como me vuelva a llamar para decirme algo, tú y yo las vamos a tener.

Yo: Sí, sí, claro tranquila.

Fui a la consulta con ánimos de disculparme, pero primero me hicieron pasar con un doctor que me miró la muela y el nervio para decirme que de momento parecía estar bien, que la doctora me lo empastaría, cuando escuché que la doctora me volvería a ver me alegré, salí de una consulta para entrar a la misma que la otra vez, la enfermera me volvió a preparar, cuando se marchó vi el ramo de flores encima de un mueble. Maite entró, me miró con desprecio, preparó la bandeja y se puso a mi lado sin mirarme a la cara.

Yo: Lo siento, por favor perdóneme, le aseguro que no quería importunarla, Irene me ha pegado una bronca escandalosa.

Me pareció verla sonreír un poco debajo de la mascarilla.

Yo: Y una última cosa, ¿le gustaron las flores?

Maite: Sí, muy bonitas, gracias por el detalle.

Pensé que ya me había disculpado lo suficiente y que a ella se le había pasado el enfado conmigo.

Maite: Muy bien Luis, ahora vamos a repetir los pinchazos como el otro día.

Me agarró las manos y me las puso encima del pecho.

Maite: Como te vea mover las manos.

Entonces levantó una jeringuilla grande, con una aguja enorme de dos o tres dedos de larga, cogiéndola como si fuera un puñal.

Maite: Te juro que te clavo esta en medio de la frente.

Se me desencajó la cara mirando la jeringuilla y sus ojos preciosos de mala leche, abrí la boca totalmente acojonado apretando los puños, la muy hija de la gran puta me pegó un primer pinchazo que tensó todo el cuerpo, un segundo que me hizo soltar un pequeño grito, el tercero que no lloré de milagro pensando que era el último, y la muy cabrona me pinchó otra vez mirándome con ojos de odio disfrutando de la venganza.

No me lo podía creer, empezaron a caerme unas lágrimas de dolor y de impotencia, estaba a punto de volver a pincharme, me miró con aquellos ojos tan bonitos llenos de rabia y paró, relajó la cara, cogió una especie de gasa y me limpió las lagrimas, no dijo ni una palabra, realizó su trabajo y salió de la habitación. Entró la enfermera, apartó la bandejita, me quitó la mierda aquella que te ponen por encima y me acompañó para que pagara, al despedirse me entregó una tarjeta por si los necesitaba de nuevo despidiéndose muy educada, arrugué la tarjeta y la tire a la papelera delante de ella.

Cuando salí de allí envié un mensaje a Irene, no podía hablar, por la anestesia y por la rabia que tenía.

“Será muy amiga tuya pero es una hija de la gran puta vengativa, que le den por culo”

Irene contestó rápidamente.

“¿Pero qué ha pasado?, ¿estás bien?”

Respuesta:

“Ya hablaremos cuando se me pase la anestesia y el cabreo que llevo encima”

Fui personalmente a la floristería, escogí el cactus más feo y con las punchas más largas que encontré, se lo envié a la cabrona de la doctora con una nota.

“Muchas gracias por tu “comprensión” y felicidades por tu “venganza.

Luis"

Me marché a casa intentando comprender porque había gente así, de acuerdo que yo no me había comportado bien la primera vez, pero no creo que se tuviera de ser un lince para darse cuenta que no lo hice premeditadamente, ella lo planeó todo para hacerme daño deliberadamente, por venganza, para verme la cara de sufrimiento y disfrutar de ello. Llegué a casa, me senté en un sillón y me quedé dormido de la tensión y el cansancio, cuando me desperté a media tarde tenía tres llamadas perdidas de Irene, la llamé.

Irene: ¿Pero qué ha pasado cariño?, como no me contestabas la he llamado a ella y tampoco me coge el teléfono.

Le expliqué todo lo sucedido.

Irene: Lo siento mucho Luis, ahora me siento yo culpable de todo por convencerte para ir a su clínica.

Yo: No te preocupes, tú no tienes culpa de la mala gente que corre por ahí, solo estoy muy decepcionado con ella y ya está, total tampoco la conozco de nada, que le den por culo y listo.

Irene: Vale tranquilo, te llamo un día de estos a ver como sigues, un beso.

Por la noche me llamó José María.

José María (riendo): ¿Qué?, la dentista te ha jodido bien jodido chaval.

Yo: Si me lo vas a restregar por la cara toda la vida ya te puedes ir a tomar por culo con ella.

José María: Tranquilo fiera, tranquilo, solo quería reírme un poco de un fracaso que te conozco.

Yo: ¿Fracaso, de qué?, si no la conocía de nada, ni me había planteado nada con ella.

José María: Ya, no me jodas, cuando la viste se te cayeron los huevos al suelo, que te conozco y sé lo que te gusta nene, estabas deseando de pedirle para ir a cenar seguro, me apuesto lo que sea.

Me quedé sin saber que contestarle, me conocía muy bien y había adivinado todos mis planes sin saberlos.

Yo: Ya hablaremos, no estoy de muy buen humor, un abrazo.

El jueves por la tarde me envió un mensaje Irene:

“Mañana a las nueve cena en casa, ven vestido elegante, es para el juego de esta semana, un besazo”

Le contesté:

“¿Elegante?, ¿qué quieres decir exactamente?”

Ella:

“Que te pongas unos pantalones bonitos y una americana, ¿es que te lo tengo que decir todo coño?”

Yo:

“Sí, eres como mi mamá, ya lo sabes”

Ella:

“Qué te den, no me falles”

Así quedamos, me presenté el viernes por la noche bien vestido con una americana y un jersey de cuello redondo debajo a juego, las corbatas cada día las soportaba menos. Llamé a la puerta con un ramo de flores y unas botellas de vino para la cena, me abrió José María y me hizo entrar, fui a la cocina a saludar a Irene y me encontré con ella hablando con Maite, cuando me vio bajó la cabeza disimulando, la miré con indiferencia, le di un beso a Irene y dejé las botellas de vino y el ramo encima de la encimera.

Yo: Espero que os lo paséis bien pero yo mejor me voy, no creo que sea muy buena idea quedarme.

Caminé hacía la puerta de entrada con paso firme despidiéndome por el camino de mi amigo que no entendía nada. Irene y Maite salieron de la cocina.

Irene: Luis, ni se ocurra salir por esa puerta.

Yo seguía con paso firme haciéndome el loco.

Irene: Te pido por favor que te quedes.

No paré de caminar hasta llegar a la puerta y abrirla, estaba a punto de salir.

Maite: Perdóname por favor, me pasé mucho contigo y estoy arrepentida.

Me quedé parado como una estatua, miré a los ojos a Maite y parecía sincera por la expresión de su cara, no apartábamos la vista ninguno de los dos.

Maite: Quédate por favor, en todo caso me tendría que ir yo.

Al oír aquella vocecita de niña buena mi ego se fue a la mierda.

Yo: ¡Está bien!, si quieres quedarte por mí no hay problema.

Irene se acercó y me cogió de la mano, caminamos hasta donde estaba Maite y la cogió con la otra acercándonos a la mesa los tres agarrados.

Irene: José María por favor, saca los platos para cenar cariño.

Nos sentó en la mesa uno delante del otro, llegó José María con una botella de vino y el sacacorchos.

José María: Toma Luis, ves abriendo el vino por favor.

Lo descorché y serví a Irene, después a Maite, a José María y finalmente a mí.

Maite: Gracias.

Yo: No hay de qué.

Llegó mi amigo con los cuatro platos, dos en cada mano muy profesional.

Yo: Como camarero habrías hecho más suerte que como empresario.

Irene rió y Maite se puso la mano en la boca para taparse la risa, empezamos a cenar en silencio, parecía que nadie se atrevía a iniciar una conversación.

Yo: Esto está bueno, lo has hecho tú Irene.

José María: Pues no, listillo, esto lo he cocinado yo, ¿te gusta?

Yo: Te diría que está bueno pero esperaré a ver si me sienta bien o me dan cagarrinas esta noche.

José María: Gracias muy amable, el próximo día te voy a poner matarratas en la comida cabrón.

Irene: Bueno, ya está bien de tonterías, me queréis explicar los dos que ha pasado entre vosotros, porque yo alucino, la primera visita me llama Maite diciéndome que tú le has metido mano, la segunda me envías un mensaje casi acusándola de querer matarte.

José María empezó a reírse, Maite bajaba la cabeza intentando disimular la risa.

Yo: Pues a mí no me hace puta gracia.

Maite: A quien no le hizo puta gracia fue a mí que me tocaras el culo.

Yo: No me jodas, sabes que no lo hice queriendo, estaba asustado y tú me pinchaste haciéndome daño, yo solo apoyé la mano en tu cadera sin darme cuenta.

El cabrón de José María se empezaba a descojonar, a Irene se le escapaba la risa intentando cerrar la boca.

Maite: Ya, y lo de cogerme las bragas y estirármelas también fue sin querer capullo.

José María se atragantó con la comida soltando una carcajada tremenda, ahora sí que se estaba descojonando del todo, Irene se quedó sorprendida mirándome como a un degenerado.

Irene: ¿Qué te hizo qué?

Maite: Me cogió la bata y las bragas, estiró y las soltó dándome un golpe con ellas.

José María apoyó la frente encima de un brazo en la mesa y se moría de la risa el hijo puta, Irene me miró intentando no reírse.

Irene: Dime que no lo hiciste.

Yo (avergonzado): Lo siento, es verdad, pero fue sin querer, lo juro.

Mis amigos reían como locos, Maite no tanto pero también, desafiándome con la mirada.

Yo: Ahora que te explique que hizo ella en la segunda visita, a ver quién tiene razón.

A Maite le cambió la cara.

José María (sin poder parar de reír): Eso, eso, explícanos tú versión.

Maite: Yo no le hice nada.

Yo (enfadado): ¿Nada?, me amenazaste agarrando una jeringuilla con una aguja de un palmo.

Maite (con recochineo): Como mucho dedo y medio.

José María y su mujer no sabían dónde meterse para reír.

Yo (más enfadado): Y me amenazaste con clavármela en la cabeza si me movía.

Maite (con más recochineo): En la frente, te dije en la frente.

Yo (muy cabreado): Y después me pinchaste con la anestesia todas las veces que te salió del higo hasta hacerme llorar.

Maite (sin darle importancia): Solo fue una vez más de lo normal, yo misma te limpié las lágrimas con una bendita de la pena que me dabas.

Irene y José María se levantaron de la mesa, se doblaron y apoyando las manos en las rodillas se reían como locos poniéndose cada vez más rojos de la cara, yo me los miraba no entendiendo que aquello fuera tan gracioso, Maite sonreía, se fueron tranquilizando y volvieron a sentarse intentando controlar la risa.

Maite (haciéndose la ofendida): ¿Y lo del cactus?

José María: ¿Lo del qué?

Irene: ¿Pero qué coño pinta un cactus en todo esto?

Maite: El primer día el niño después de meterme mano me envió un ramo de flores para disculparse.

Irene (seguía riendo): Pero si tú odias las flores.

Maite: Ya, pero como era bonito lo puse en mi consulta.

Irene (sarcástica): Si claro, era bonito.

Maite: El segundo día como se fue cabreado como una mona me envió un cactus el tonto.

José María: Tío, ¿le enviaste un cactus?

Yo: Sí, el más feo que encontré y con las punchas más largas, igualito que ella.

Irene (empezando a descojonarse otra vez): ¿Y qué coño has hecho con él?

Maite (con mucha tranquilidad): Pues lo tengo al lado de las flores, el día que vuelva a la consulta se lo meto por el culo a este imbécil.

Mis amigos se dejaron caer apoyando la frente en sus brazos, volviéndose a poner rojos como tomates de tanto reír.

Maite (un poco enfadada): Ya sé que tiraste mi tarjeta a la basura capullo.

Yo: Pero si no lo viste, te escondiste después de destrozarme como una cobarde.

Maite (cara de paciencia): Pero me lo dijo la enfermera bobo.

Yo (cabreado): Yo no vuelvo a tú clínica ni atado de pies y manos.

Maite (enfadada): Ni ganas de que vuelvas, ¿qué te has creído?

Se hizo un silencio, roto por alguna risilla que se les escapaba a mis socios, Maite me miró muy seria a los ojos, yo le aguanté la mirada.

Maite (seria): Te espero el lunes a las ocho y cuarto para una limpieza.

Yo (serio): Vale.

Maite (seria): Y después te invito a cenar.

Yo (serio): Acepto.

José María (que no paraba de reírse): Veo que cuesta mucho haceros cambiar de opinión.

Ahora sí que nos reímos todos con ganas.

José María: Cariño, tenemos que invitarles más a casa a estos dos, hacía años que no reía tanto.

Irene: Desde luego, la semana que viene si quieren.

Maite: La semana que viene no puedo, tengo a los niños, pero la otra no te digo que no.

Cuando conseguimos acabar con la cena, nos sentamos en un sofá Maite y yo, me explicó que estaba separada hacía unos dos años y que se llevaba muy bien con su marido, que él vivía en la casa familiar con sus hijos, que ella los veía cuando quería y se repartían los fines de semana. Acabamos tomando unas copas todos juntos y al despedirnos acompañé a Maite al coche.

Maite: Siempre acompañas a tus ligues al coche.

Yo: Siempre acompaño a las señoras hasta su coche, se llama educación.

Maite: Ah, ¿pero tú sabes lo que es la educación?

Yo: Si quieres seguir discutiendo volvemos a entrar y que esos dos vuelvan a morirse de risa.

Maite (riendo): Perdona, mejor nos vemos el lunes, no te olvides a las ocho y cuarto.

Yo: Yo nunca falto a mi palabra y te he dicho que iría.

Avancé la cabeza para darle dos besos y ella me cogió con la mano de la nuca acariciándomela, noté perfectamente sus labios en cada lado de la cara, fueron dos besos lentos, después ella me pasó el dedo limpiándome algo de pintalabios que me había dejado en la cara.

Cuando entré en casa, mis socios ya se habían ido a dormir, debían estar reventados de tanto reírse los muy cabrones. Dormí en la habitación de invitados, al día siguiente en el desayuno no paraban de preguntarme detalles de todo lo explicado la noche anterior.

Irene (con una sonrisilla): La tienes en el bote mamonazo.

José María: ¿Quieres decir?

Irene: Ya te digo yo que sí, de la manera que te miraba está bastante claro.

Yo: No sé, no sé.

José María (riendo): Pero si le quería meter un cactus por el culo.

Irene: Que poco entendéis a las mujeres, si no le gustara no habría venido a la cena ¿no?, de ella fue la idea de que no le dijera nada porque sabía que si Luis se enteraba no vendría.

Yo: Quieres decir que lo planeasteis todo vosotras, que cabronas, y tú más, yo confiaba en ti, eso de que estuvieras tan pesada con lo de encontrarme pareja, ¿pensabas en ella?

Irene bajó la cabeza y disimuló.

Irene: Pues estaría bien volver a quedar en dos semanas, ¿verdad José?

José María: Sí, ahora disimula.

Me fui a casa esa misma mañana y pasé el fin de semana pensando en Maite, que raro había sido todo, ¿me dijo para vernos el lunes de buena fe?, ¿o era para prepararme otra encerrona y seguir con su venganza?, la verdad, no las tenía todas conmigo, el domingo me llamó Irene.

Irene: Escucha cariño.

Yo: ¿Que quieres ahora?, estoy todavía cabreado contigo por conspirar en contra de mí a mis espaldas que lo sepas.

Irene: Sí, Luis sí, espero que el martes me llames para decirme como ha ido la cena.

Yo: Desde luego la confianza da asco nena.

Irene: Sí, sí, pero tú llámame, al menos para saber que estás vivo.

¿Si estaría vivo?, joder, la conversación con Irene todavía me intranquilizó más de lo que estaba, se podía estar calladita esta también coño.

Pero a mí, como me va la marcha, el lunes a la hora acordada estaba llamando al timbre de la clínica de Maite, me abrió ella misma con la bata blanca, me saludó otra vez con dos besos bien puestos y una sonrisa. Me acompañó hasta su consulta, al entrar vi el ramo de flores ya un poco arrugado y a su lado el cactus feo de cojones.

Yo: No sé cómo puedes tener esto tan feo aquí.

Maite: A mí no me desagrada, me recuerda a ti cuando lo veo.

Yo: Que graciosa.

Maite: Ven aquí y estírate anda.

Yo: No sé si fiarme mucho.

Maite: ¿No te fías de mí?

Yo: ¿Y si me vuelves a amenazar?

Maite: ¿Y si intentas meterme mano otra vez?

Yo: No empecemos con eso otra vez por favor.

Maite: De acuerdo, estírate y te prometo que no te voy a meter el cactus por el culo, ¿qué te parece?

Yo: Suficiente.

Me estiré en la silla de dentista aquella y ella cerró la puerta, se acercó caminando lentamente, yo tragué saliva, me sonrió con aquella boca preciosa que tenía enseñándome unos dientes blancos, se paró a mi lado y pasó una pierna por encima sentándose encima del paquete.

Yo: ¿Y esto?, ¿es un tratamiento nuevo?

Maite (sonriendo): Sí, el tratamiento de enseñarte el higo de donde salieron todos los pinchazos que te di la última vez que estuviste aquí.

Se abalanzó y me besó con una pasión que me pilló por sorpresa, a la vez que me quitaba la camiseta, me desabrochaba los pantalones, bajándolos junto con los calzoncillos hasta las rodillas, ella se desabrochó la bata y no llevaba nada debajo, me cogió la polla con toda la mano apretando y empezó a hacerme una paja lenta.

Yo: Si te toco el culo, ¿me vas a pinchar con mala leche otra vez?

Maite (excitada): Hoy me vas a pinchar tú a mí con una aguja bastante más gorda.

Le miré a los ojos, ella se la empezó a meter despacio pero sin parar jadeando, yo pasé las manos por debajo de la bata y se las puse en el culo ayudándola, subía el ritmo poco a poco de los movimientos de caderas y de los gritos, yo intentaba seguirlo subiendo y bajando las mías, hasta que ella me miró fijamente a los ojos y empezó a correrse, justo cuando acabó le di la vuelta, me puse yo encima siguiendo con movimientos lentos para que acabara de recuperarse y siguiera excitada, me miró como no sabiendo que hacer, yo se la metí con un poco más de fuerza, me rodeó el cuello con sus brazos dando un buen grito pidiéndome que no parara, yo aceleraba metiéndosela y ella chillaba cada vez más fuerte, llegó un momento que me avisó que se corría de nuevo y me dejé ir corriéndonos los dos a la vez, la saqué y salió del chichi un chorro blanco y viscoso que calló encima de la bata que llevaba puesta. Ella estaba quieta mirando la pared lateral, acerqué mis labios a su bonita cara y la besé lo más cariñosamente que pude, se giró, me miró a los ojos.

Maite (preocupada): Perdona si no he estado a la altura, demasiado tiempo sin practicar.

Yo (sonriendo): ¿Qué no has estado a la altura?, ¿a qué altura quieres estar tú criatura?

La abracé y le besé los labios con mucha dulzura.

Maite: ¿Tendrás un poco de paciencia conmigo?

Yo: Pero quieres dejar de preocuparte, se natural, haz lo que te apetezca hacer, enséñame a mí a darte placer a ti, si tu eres feliz yo seré feliz.

Maite (sorprendida): ¿Qué yo te enseñe a ti como darme placer?, por lo poco que he visto me parece que no te hace falta.

Yo: Cuanto mejor nos complementemos mejor nos lo pasaremos.

Maite: ¿Te apetece cenar conmigo?

Yo: Antes ya venía con ganas, después de esto mucho más.

Maite sonrió con mucha dulzura, después de asearnos un poco y vestirse ella de calle me llevó a un restaurante. Cuando estábamos cenando.

Maite: Te tengo que confesar que me ha costado dar mucho este paso.

Yo: Perdona, ¿qué paso?

Maite: El de conocerte, Irene hace un tiempo que me estaba insistiendo en presentarnos y yo me negaba, la casualidad de que necesitaras un dentista precipitó las cosas.

Yo: Precipitó que casi nos enviáramos a la mierda querrás decir.

Maite: Sí, ya, es qué, es qué te veo tan “playboy”, que me da miedo conocerte mejor.

Yo: Eso te lo ha dicho Irene, cuando la vea la mato.

Maite: No hombre, ella está encantada contigo, te quiere tanto y habla tan bien de ti que alguna vez le pregunté se había tenido un rollo contigo, es que parece que este enamorada de ti.

Yo: Los conozco a los dos de toda la vida, son parte de mí y de mi vida, yo también los quiero mucho.

Por supuesto no le expliqué nada de nuestros jueguecitos sexuales.

Yo: Tranquila Maite, si tú quieres verme me llamas, pero si tardas mucho te llamaré yo, te aviso.

Maite: Lo ves, es esa seguridad que tienes, parece como si te diera igual salir conmigo como no salir, me despistas.

Yo: Estoy deseando salir contigo, eres la mujer más guapa y espectacular que he conocido en muchos años, pero me gustaría que nos conociéramos poco a poco sin prisas, el tiempo ya dirá si vale la pena seguir o no, en realidad de tu carácter no sé nada.

Ella me escuchaba muy atentamente confirmando con la cabeza lo que le decía.

Maite: Pues al final igual no eres tan tonto como parecías.

Yo: Ese humor que tienes me pone cachondo.

Maite: ¿Quieres que volvamos a la consulta después de cenar?, yo después de tanto tiempo estoy muy necesitada de amor y otras cosas.

Yo: Estaba deseando que me lo pidieras.

Maite: No estoy muy segura donde me estoy metiendo, pero me parece que divertido lo será un rato.

Volvimos a la consulta, entramos besándonos como locos, la estiré en la silla rara aquella de los cojones quitándole los pantalones, le besé las rodillas subiendo por los muslos hasta las bragas besándole el chichi por encima, ella me agarró del pelo y me levantó la cabeza.

Maite: No sé si me va a gustar lo que intentas hacerme.

Yo: Hostia, ¿no lo sabes?

Maite (sonrojada): Es que nunca me lo han hecho.

Yo: Pues cuando acabe opinas, ¿vale?

Le bajé las bragas de golpe, le metí la lengua en medio de las piernas, pasándosela por la parte final del muslo que se junta con el culo, subiendo a los labios mayores repasándole un lado y el otro.

Maite: De acuerdo, luego te digo mi opinioooooón, hay Dios mío.

Le di varias vueltas a la lengua alrededor del chocho, pasando a la zona central poco a poco haciéndole sentir al máximo, ella daba pequeños grititos de sorpresa, hasta que le chupé directamente el clítoris, dejó ir un grito importante. Eso fue el disparo de salida para empezar a dar vueltas con la lengua por todos sitios llegando al agujero metiéndosela, me agarró la cabeza apretándomela contra su coño diciéndome que no parara, por supuesto le hice caso y no paré de chupar hasta que se corrió con un grito enorme. Me levantó la cabeza estirándome de los pelos, me miró con cariño y me pasó la mano por la boca para limpiarme todo el líquido que debía tener.

Maite: Que “guarrete” eres.

Yo: Pero te ha gustado, o lo has pasado tan mal que por eso gritabas.

Maite (riendo): Me ha encantado, que tonta que soy en estas cosas por favor, me quedan tantas cosas por conocer que a veces me avergüenzo.

Yo: Pues ahora vas a conocer lo que es un beso con el propio sabor a tu chirri.

Acerqué los labios a los suyos y ella no los abría mucho, esperando a ver qué sabor tenía aquello, contactamos los labios, después la lengua, ella abría los ojos y finalmente me metió la lengua hasta la garganta moviendo los labios sin parar queriendo saborearlo todo.

Maite: Eres un guarro pero como me excita todo lo que me haces, ¿así es como me sabe el higo?

Yo subía y bajaba la cabeza confirmándoselo.

Yo: ¿Quieres volver a probarlo?

Me cogió por el cuello y me volvió a besar, yo me coloqué en medio de las piernas y se la metí poco a poco, me abrazó más fuerte dejando su cabeza junto a la mía.

Maite: No pares guarrete, no pares que me tienes a cien.

Follamos totalmente abrazados hasta corrernos juntos, ella jadeaba sin parar recuperándose.

Maite: Que bueno por favor, que bueno, ¿Cuándo nos volveremos a ver?

Yo: ¿Cuando quieres que nos veamos?

Maite: Mañana.

Yo: ¿A qué hora acabas de trabajar?

Maite: Mañana le digo a la enfermera que llamé a una visita que tengo por la tarde y me la cojo libre, a partir de la una cuando quieras.

Yo: Pues te paso a buscar aquella hora y te enseño mi casa nueva, está a una media hora de aquí sin tráfico, comemos allí.

Maite (cara picarona): ¿Solo me vas a enseñar la casa?

Yo: Si te portas bien te enseñaré algunas cosillas más.

Maite (riendo): Me encanta.