La vida en un soplo (Cap. III - 7ª parte)

Cap. III - El amor de mi vida, 7ª parte de 7

Pasaron unos años, mi padre ya me había pasado toda la responsabilidad de la empresa, yo intentaba de vez en cuando que María trabajara en ella pero siempre se negaba, no me extrañaba porque estaba muy bien considerada en su trabajo y tenía un muy buen sueldo, mejor tener los huevos en diferentes cestas me contestaba ella siempre. Seguimos abriendo mercados nuevos por Asia y América del Sur, comenzando a entrar poco a poco en la del Norte. La otra empresa con mis socios funcionaba muy bien, hacía tiempo que les cedí todas las decisiones aunque siempre me consultaban para cosas importantes.

Tras mucho tiempo intentando tener niños nos hicimos unas pruebas y salió que mis espermatozoides no tenían suficiente fuerza, iniciamos varios tratamientos de fertilidad sin éxito, cada vez salía algún problema nuevo, al final nos sentamos a decidir si dábamos el paso de adoptar, María conocía algunos amigos que no habían tenido muy buena experiencia y no lo tenía claro, al final decidimos quedarnos el uno con el otro que hasta ese momento nos había ido muy bien.

Celebramos los diez años juntos con María, mi padre estaba ya jubilado haciendo viajes sin parar con mi madre y la empresa funcionaba al cien por cien. Me hicieron una oferta desde una multinacional asiática que rechacé, a las pocas semanas me la querían comprar una alemana que volví a rechazar, y al poco tiempo los alemanes me hicieron una oferta tan escandalosa que me hizo dudar, fui a hablar con mi padre explicándole las ofertas que nos habían hecho durante el último mes.

Mi padre: Si se han empeñado en comprar creo que lo mejor será que vendas, si no lo único que conseguirás es que revienten los precios en el mercado obligándote a entrar en una guerra que no nos interesa a nadie.

Mi padre tan sabio como siempre, me reuní varias veces con ellos para pactar varias cosas, que no tocaran la plantilla durante los próximos cinco años, que siguieran con los mismos proveedores, entre ellos mis socios. Se lo comuniqué a María que se entristeció, y a mis socios para calmarlos y confirmarles que seguiríamos trabajando para ellos, aunque estaban tranquilos porque teníamos suficientes clientes como para funcionar sin problemas.

Finalmente se hizo la operación, me encontré con un montón de dinero en el banco sin saber muy bien qué hacer, mi padre se negó a aceptar un euro, porque según él pensaba morirse viviendo de lo ganado en la empresa mientras funcionaba con nosotros, si en algún momento les faltara alguna cosa, no tendrían que preocuparse porque siempre me tendrían a su lado.

Con María pensábamos como invertir parte del dinero, otro negocio era una posibilidad, lo hablábamos en una cena cuando.

María: Le he pedido hora al médico porque no me encuentro muy bien.

Yo: ¿Quieres que te acompañe cariño?

María: No hace falta, no será nada importante.

Un año y unos pocos meses más tarde una hija de la gran puta de enfermedad me la arrancaba de los brazos, del corazón y del alma. Le comuniqué a su familia que ella en sus últimas voluntades quería ser incinerada, que la dejara en medio del mar donde habíamos pasado tan buenos momentos juntos, me dieron el permiso, pero que lo hiciera yo, que ellos no tenían fuerzas para más. Después de un acto muy íntimo, mi padre me acompañó en coche al barco, sentado en el asiento del acompañante, abrazando las cenizas de María con la mirada perdida, mi madre en el asiento trasero no podía parar de llorar, en otro coche detrás venían Irene y José María.

Subí al barco sentándome en proa mirando a ningún lado, mientras José María ayudaba a mi padre a soltar amarras, saliendo de puerto con rumbo a alta mar yo seguía mirando el horizonte con las cenizas entre mis brazos, hasta que noté la mano de Irene en el hombro.

Irene: Ha llegado el momento cariño.

Me levanté, me acerqué a la banda con el viento a favor y abrí la puta vasija tirando las cenizas de María, se las llevó el viento creando una bonita nube como ella, se levantaba y se alejaba subiendo hacía el cielo cayendo finalmente al mar, mis padres y amigos dejaron caer al agua una corona de flores blancas, que se alejó del barco poco a poco.

Me acompañaron a casa despidiéndolos en la puerta, la abrí, miré dentro, y sin llegar a encender la luz volví a cerrarla para no volverla abrir nunca más. Me subí al coche y fui a casa de mis padres, ellos y mis amigos se cuidaron de vaciarla y ponerla a la venta.

Mis padres y mis amigos intentaron durante muchos meses levantarme el ánimo sin ningún éxito, me compré otra casa en otro pueblo más cercano a las montañas, donde cada día pasaba horas en bicicleta o corriendo reventándome literalmente, en las subidas me aceleraba el corazón hasta no poder más, haber si conseguía que me diera un puto infarto y me llevara con María, porque la vida sin ella no tenía ninguna mierda de sentido, todo era triste y gris, solo podía dormir emborrachándome cada noche, era consciente de mi autodestrucción pero no quería pararla, al revés, me quería precipitar cada vez más al vacio.

Un año y pocos meses después de la muerte de María, mis amigos después de insistir mucho consiguieron que fuera un sábado a cenar con ellos a su casa, me venían a visitar bastante a menudo pero no habían conseguido sacarme de mí casa nunca. Saludé a los niños que estaban muy mayores, se fueron a la cama, nos quedamos cenando y tomando unas copas con Irene y José María.

José María: No puedes seguir así Luis, no puedes hacerte tanto daño a ti mismo, la vida es larga y tienes que reaccionar.

Irene: Por favor Luis, por favor, nos tienes muy preocupados a nosotros y a tus padres, no sabemos qué hacer para que reacciones.

Yo: No quiero reaccionar, no le encuentro ningún aliciente a seguir viviendo, todo es una mierda.

Irene (cogiéndome de la mano y casi llorando): Me estas asustando mucho cariño, me da mucha pena y ganas de llorar de verte así.

José María: Escucha tío, pero tú no tenias tantas ganas de navegar por el mundo, deja de hacer el gilipollas, cómprate el barco que te salga de los cojones, prepáralo bien y lárgate por esos mares de Dios hombre.

Irene: Hostias, José María que ha sonreído un poco, que lo he visto, ha sonreído después de más de un año.

En mi cabeza apareció la imagen de estar navegando lejos, muy lejos, y me gustó, pasé la noche en su casa. Al día siguiente al llegar a la mía, comencé a buscar información sobre barcos adecuados para la aventura que tenía en mente, me decidí por un catamarán a vela, lo suficientemente grande para estar cómodo, que fuera estable navegando pero que pudiera gobernarlo en solitario. Fui a Francia a hablar con los ingenieros del astillero para construirlo con las características que me interesaban, haciendo varios viajes durante unos meses para dejarlo todo a punto. Eso me sirvió para tener un objetivo y darle algún sentido a seguir en esta vida, fui a la ciudad a un puerto deportivo muy grande, bien comunicado, para conseguir un amarre de las dimensiones adecuadas para mi barco, en pocas semanas viajaría a Francia para botarlo y bautizarlo rompiendo una botella contra él casco, poniéndole el nombre de “AKUARIES”  para traerlo por mar navegando.

Unos pocos meses más tarde estaba totalmente recuperado de mis mierdas mentales, con ganas de vivir, visitaba a mis padres con asiduidad, quedábamos con mis socios de nuevo para hablar del negocio volviendo a mantener una relación más seguida y estable, incluso nos íbamos viendo con Sonia y Gonzalo de vez en cuando, cenando y tomando copas riendo de los viejos tiempos, eso sí, sin sexo.