La vida en un soplo (Cap. III - 2ª parte)

Cap. III - El amor de mi vida, 2ª parte de 7

No sé que me pasaba con María, al día siguiente jueves no podía dejar de pensar en ella, esperaba la hora de encontrarnos como un adolescente. Cuando llegué al bar que nos citamos ella no había llegado, la esperé en la puerta, si se retrasaba no quería que ningún camarero me mirara mal. Llegó puntual, enfadada pero no de mala leche, entramos juntos buscando una mesa un poco apartada para hablar tranquilos, pedimos otra vez dos cafés.

Yo: Sabes que hasta que no te veo llegar pienso que me vas a dejar colgado, que no te presentarás.

María: Te reconozco que ayer estuve a punto de no entrar, esperé un cuarto de hora para ver si te esperabas o te marchabas antes.

Yo: Te hubiera esperado toda la tarde, no me hubiera podido ir sin estar seguro que no vendrías.

María: Ya.

Yo: ¿Qué quieres decir con, ya?

María: Que siempre encuentras las palabras para quedar bien, también tenía curiosidad en escuchar lo que tenías que decirme.

Jodido Fernando, la acertó de lleno el cabrón.

Yo: Si te hago una pregunta un poco personal, ¿te enfadarás?

María: Si no me interesa no te la contestaré y listo.

Yo: ¿Quién fue el capullo que tanto daño te hizo?

A María se le pusieron los ojos vidriosos a punto de llorar, después de dudar un momento me explicó su historia, lo mal que la llegaron a tratar y como ella no supo reaccionar a tiempo, yo la escuchaba con los codos apoyados en la mesa y las manos sobre mi barbilla, se me cayeron unas lágrimas.

María: ¿Estás llorando?

Yo: Lloro de rabia, por haber sido yo el que te ha abierto de nuevo la herida, yo no pretendía hacerte ningún daño, todo lo contrario, estaba deseando de quedar contigo para hablar y conocernos, lo que pasa es que a veces digo lo que pienso sin meditarlo mucho.

María (como no queriendo oír lo último que le dije): ¿Y tú, no tienes ninguna historia triste que contar?

Entonces le expliqué mi intensa aventura con Sara, y lo triste que es vivir algo sabiendo que se acaba.

María: ¿Y cómo lo superaste?

Yo: Porque unos vecinos que quiero como si fueran de mi familia, me hicieron ver que hay gente valiente que encara la vida y sus problemas con fuerza. Y otras que por no pasarlo mal, prefieren esconderse y no vivirla al cien por cien.

María: ¿Y tú puedes hacer eso?

Yo: Yo vivo con los sentimientos a flor de piel, doy todo lo que tengo en cualquier cosa que hago, si no sale bien nunca me podré reprochar nada a mí mismo.

Se quedó pensativa unos instantes.

María: No sé si podría vivir de esa manera.

Yo: ¿Vivir con una coraza es mejor?, claro que puedes, está dentro de ti decidir cómo quieres hacer las cosas, no puedes tener miedo a vivir, tienes que disfrutarla a pecho descubierto y ser consecuente con tus actos.

María: A pecho descubierto.

Yo (mirándole las tetas): Bueno, en tu caso a dos pechos descubiertos.

María (otra vez con mirada fulminante): Ya te gustaría verlas, por cierto ayer me dijiste que no me bajarías las bragas, ¿tanto asco te doy?

La cabrona de María me cambió la conversación y me intentaba acorralar.

Yo: Yo no te las bajaré, el día que quieras ya lo harás tú.

María: O sea, ¿que tú no me las bajarías?

Yo: ¿Sinceramente?

María: Eso siempre por favor.

Yo: Por mí, apartaría ahora mismo esta mesa, te las bajaría y te comería entera, pero voy a esperar a conseguir que tú estés cómoda conmigo, y lo hagas tú porque te da la gana.

María se movió en la silla, supongo que visualizó lo que le acababa de decir.

Tras cuatro horas más, que se pasaron volando, salimos del bar y otra vez la acompañé a su coche.

Yo: Supongo que despedirme con dos besos en la cara ni lo pienso, ¿no?

María: Ni lo pienses si aprecias tú vida.

Yo: Mañana es viernes, ¿quedamos igual que hoy?, después podríamos ir a cenar algún sitio bonito, rematarlo tomando una copa y alargarlo lo que haga falta, ¿Qué te parece?

María (mirándome a los ojos): Me parece bien, ¿conoces algún sitio bonito?

Yo: Déjamelo a mí.

María: No sé porque pregunto, tú siempre tienes respuesta para todo.

Aquella noche pasé por casa de mis vecinos para explicarles lo que me pasaba, llamé a la puerta y me abrió Gonzalo con la boca llena.

Yo: ¿Estáis cenando?, puedo venir más tarde o mañana.

Gonzalo: No hombre no, entra y siéntate con nosotros.

Me senté con ellos, Sonia me preguntó si había cenado, le dije que sí, les expliqué que había comenzado a verme con una chica, que creía que me había enamorado.

Gonzalo: ¿Cómo que crees que te has enamorado?

Yo: Porque siento algo diferente en mí, solo tengo ganas de verla, y cuando la veo me sube algo por el estomago que no sé que es, cuando estoy con ella se me pasa el tiempo muy rápido, no la dejaría marchar nunca, me preocupa mucho lo que piense de mí, pero pasa que las cosas no las he comenzado muy bien.

Gonzalo y Sonia a la vez: Estas “enchochao” tío.

Sonia: ¿Qué quieres decir con que no las has comenzado muy bien?

Yo: Bueno, ella está muy enfadada conmigo.

Gonzalo: O sea, que de follar todavía no habéis follado.

Yo: ¿Follar?, joder si no me puede ni ver.

Sonia: ¿Qué no te puede ni ver?

Les expliqué toda la historia de los últimos días.

Gonzalo: No te preocupes, si has sobrevivido dos días y has vuelto a quedar para mañana seguro que algo siente ella también por ti.

Sonia: ¿Pero es que tú, en tu puta vida vas a hacer alguna cosa normal, nene?

Reímos, después de tomar una copa con ellos me fui a dormir a casa.

El viernes por la tarde, fue el primer día que cuando nos encontramos en la puerta del bar del día anterior, su sonrisa que intentaba disimular y su mirada, la delataban de estar contenta de verme, nos sentamos en la misma mesa del día anterior, ella no había sido capaz todavía de saludarme con un beso en la cara, seguía rechazando todo contacto conmigo, por lo menos la cara era mucho más sonriente, pero no le duró mucho, hablamos un rato de cómo nos había ido el día y…

María: En el trabajo, en mi departamento tengo una buena amiga que es de tu pueblo.

¡Mierda! pensé, a ver qué coño le han explicado a esta ahora.

María: Y claro le he preguntado si te conocía.

Yo: ¿Y?

María: Pues directamente no te conoce, pero sabe quién eres, y por lo visto eres bastante popular en tu pueblo.

Yo: ¿Popular?

María (con una sonrisa sarcástica): Si, popular, que te conoce mucha gente y que tienes muy buena fama.

Yo: ¿Buena fama?

Pensaba que se estaba acercando la tormenta y la intentaba atrasar lo máximo posible.

María: Si muy buena fama, fama de buen follador y de no haber dejado títere con cabeza en tu puto pueblo, que te has cepillado a casi todas las tías que viven por allí, ¡cerdo!

Yo: María por favor, no te voy a negar que he tenido mis historias por el pueblo, pero hace mucho tiempo que no he estado con ninguna chica.

María (enfadada otra vez): Ya, un tío como tú matándose a pajas pudiendo tener a quien le dé la gana.

Yo (mirándole directamente a los ojos): No te voy a negar que de un tiempo a esta parte me he hecho unas cuantas, el problema lo acabas de explicar muy bien tú misma, porque no puedo tener a la persona que realmente me importa, lo pasado, pasado está y no puedo volver para cambiarlo, tampoco me arrepiento de nada.

Bajó la mirada sonrojándose, volvieron las aguas a su cauce, pasamos la tarde hablando de anécdotas de la universidad, haciéndola reír todo lo que podía para disfrutar de aquella sonrisa que me tenía loco perdido, salimos del bar para ir a cenar.

Yo: ¿Dejas tú coche aquí y después te acompaño a buscarlo?

María: Vale, ¿donde tienes aparcado el tuyo?

Caminamos un poco, mi coche estaba aparcado justo detrás de uno muy grande y lujoso.

Yo: Mira María, es aquel.

María: Caray, ¿le has pedido el coche grande a papá para impresionarme?

Yo: No, el mío es el de atrás, el “abollao”.

María: No me puedo creer que un pijo como tú conduzca ese coche de mierda.

Yo: Por favor, un respeto al “abollao”, que me ha sido muy útil durante muchos años, me lo regaló mi padre para ir y volver de la universidad, le tengo mucho cariño.

María: Ya, si el coche hablara.

Yo: ¿Sinceramente?

María: Eso siempre.

Yo: Ese coche es totalmente virgen de sexo, no me he enrollado con nadie en él jamás.

María me miró a los ojos como intentando descubrir si le mentía o no.

María: No puedo saber si me dices la verdad.

Yo: Sé que te mintieron mucho en el pasado, te juro que yo no te mentiré nunca, por muy dura que sea la verdad.

María me miró a los ojos queriendo creerme. Cenamos en un restaurante muy romántico, expresamente escogido para la ocasión claro…

Yo: ¿Quieres vino para cenar?

María: No acostumbro a tomar, pero si tú quieres adelante.

Pedí uno de la carta, le dije al camarero que dejara una copa para ella al menos para probarlo, le sirvió un poco, otro poco para mí y brindamos.

María: Ostras, este vino es muy bueno.

Yo: Ves, otra ventaja de salir a cenar con un pijo, entendemos de buenos vinos.

Me encantaba hacerla reír, después fuimos a tomar una copa, a un local que estaba cerca de donde tenía el coche aparcado, pasamos las horas hablando de mil cosas, hablar con ella era mejor que ir al psiquiatra, me relajaba, me hacía sentir bien y era feliz solo por estar a su lado, me estaba enamorando de aquella chica con apariencia frágil, con una voz que me daba paz, tenía una bondad y era tan buena persona, que no me extrañaba que quisiera protegerse de los demás, era demasiado transparente cuando cogía un poco de confianza, pero todavía no me había dado nada de bola con el contacto físico.

Yo: Mañana es sábado, podríamos hacer algo especial.

María: Que miedo me das, ¿qué quieres decir con algo especial?

Yo: Podríamos quedar temprano, ir a la playa, comer una paella en algún chiringuito, dormir la siesta en la arena y volver por la tarde, ir a cenar y pasar el día juntos básicamente.

María: Demasiado completo me parece, que tal si lo recortas un poco.

Yo: Vale, quedamos a media mañana, vamos a la ciudad, paseamos, comemos, tomamos algo, volvemos a cenar al mismo sitio que hoy, acabamos con otra copa aquí, y pasamos el día juntos.

María: Vamos que quieres pasar el día conmigo como sea.

Yo: Justamente.

María: Vale, el plan de la ciudad me gusta.

Cuando nos despedimos intenté por primera vez darle un beso en la cara, ella me puso la mano en el pecho parándome, no dije nada y nos despedimos.

El sábado, antes de llegar donde habíamos quedado, compré una rosa roja y se la llevé, ella me miró a los ojos contrariada, me dio las gracias y volvió a bajar la cabeza sonrojándose. Paseamos por el centro de la ciudad viendo monumentos históricos, entramos en algún centro comercial a chafardear un rato y fuimos a comer muy cerca de un club náutico, después fuimos a tomar algo a un sitio que habíamos visto antes que servían cocteles, habían unos sillones muy cómodos al que nos acompañó el camarero, le pedimos unos cocteles y pasé la mano por encima del respaldo donde estaba sentada ella sin llegar a tocarla, reaccionó avanzando el cuerpo para evitar el contacto de mi mano, supongo que la decepción que no pude disimular le hizo reaccionar, de golpe me cogió una mano en medio de las dos suyas entrelazando los dedos con los míos, era la primera vez que teníamos contactos físico.

María (preocupada): Lo siento, lo siento, perdóname, soy una idiota.

Yo (sorprendido): ¿Pero qué te pasa?

María: Que soy tan idiota que te estoy haciendo pagar a ti mis gilipolleces por culpa de otra persona, tú eres quien mejor me ha tratado en mi vida, eres cariñoso, atento, detallista, y yo solo pienso en hacerte pagar por algo que no es culpa tuya.

Cada vez estaba más cerca de mí, hasta que se incorporó un poco para llegar a mis labios, juntó los suyos con los míos, nos besamos muy dulcemente, sus labios eran carnosos, tenerlos jugando con los míos era de lo mejor que había probado, nos acomodamos bien en el sillón pasándole yo los brazos por la espalda, ella alrededor de mi cuello dejándonos ir con un beso largo, como queriendo recuperar todo el tiempo perdido durante aquellos días, llegó el camarero, dejó las bebidas encima de la mesa sin hacernos ni caso, mientras nosotros seguíamos a lo nuestro, cuando separamos los labios después de mucho tiempo, ella se abrazó a mí todavía más pidiéndome disculpas.

María: Que tonta he sido, que tonta, no sabes cómo me arrepiento, perdóname por favor.

Yo: No tengo que perdonarte nada María, necesitabas romper con toda la mierda que habías vivido antes y ya está, te has dado cuenta a tiempo y yo estoy feliz por ello.

María: ¿Cómo puedes ser tan bueno conmigo?

Yo (mirándole a los ojos): Porque estoy perdidamente enamorado de ti, desde el momento en que te conocí me tienes loco, soy feliz cuando estoy contigo, te echo de menos a los dos segundos se separarnos.

María: Yo también sentí algo importante, pero me daba tanto miedo reconocerlo, por eso me he comportado como una gilipollas.

Nos volvimos a besar durante mucho tiempo, acabamos el día sin separarnos ni un momento, cogidos de la mano o abrazados todo lo que podíamos. Le pedí para vernos el domingo, ella no podía porque tenía una comida familiar lejos y no llegaba a tiempo.

Así que el domingo quedé para comer con mis amigos y socios, Irene y José María, les expliqué que me había enamorado como un idiota, Irene levantó los brazos como aclamando a los dioses…

Irene: No me jodas, tú “enamorao” por una chica y reconociéndolo, José saca alguna bebida que esto hay que celebrarlo, ¿y quién ha conseguido semejante proeza?

Yo: La sobrina de Fernando, el jefe de almacén.

Se miraron los dos incrédulos.

José María: ¿Y eso, donde la conociste?

Yo: Pues mira, en la empresa, vino a dejar a su tío un día y fue un flechazo.

Irene: ¿Un flechazo?, me estas preocupando.

Me encogí de hombros.

Irene (bajando la voz): ¿Y el sexo que tal?

Qué manía de todos en interesarse por el “folleteo”.

Yo: No, no lo hemos hecho.

Irene: ¿Que llevas saliendo con ella cuatro días y no habéis follado?, José María llama a una ambulancia que tu amigo está fatal.

Les expliqué como había ido todo y brindamos por el futuro.