La vida en un soplo (Cap. III - 1ª parte)
Cap. III - El amor de mi vida, 1ª parte de 7
Desde muy pequeño cuando pasaba por la empresa el jefe de almacén, Fernando, un hombre afable y buena persona que trabajaba con mi padre desde hacía muchos años, siempre me decía, “Tengo una sobrina muy guapa con la que harías muy buena pareja”, yo me sonrojaba y mis padres se reían un rato a mi costa. De mayor de vez en cuando Fernando seguía diciéndome la misma frase, solo que yo ahora ya no me sonrojaba y le contestaba con alguna cosa para sacármelo de encima, desde que acabé de estudiar y pasé a estar en la plantilla de la empresa nunca más me dijo nada, y eso que tratábamos bastante porque por motivos de trabajo, yo bajaba mucho al almacén a hablar con él, pero siempre me trataba con educación y profesionalidad.
Un lunes bajaba unas cajas para dárselas a Fernando, al llegar a una especie de recepción que había en el almacén para la entrada y salida de mercancías, me encontré con una chica de espaldas que no conocía, me acerqué…
Yo (en voz alta): ¿Tenemos chica nueva en recepción?
Se giró y se me cayeron las cajas de las manos al suelo, alta, rubia natural con el pelo largo, fino y estirado de habérselo cepillado bien, con unos ojos verdes preciosos que transparentaban de lo brillantes que los tenía, y una carita de piel blanca que parecía una muñequita, era un ángel. Vestida con una camisa, un chaleco de piel abierto por encima, unos vaqueros ajustados que le marcaban un tipo espectacular, y unas botas por debajo del vaquero a juego con el cinturón y el chaleco, me quedé boquiabierto y sin poder decir ni “mú”, era como de crio cuando me quedaba paralizado delante de las chicas sin saber que decirles…
Ella: ¿Y tú eres el mozo de almacén bobo que se le cae todo al ver a una chica?
Yo: Más o menos.
En ese momento apareció Fernando, saliendo de una habitación que teníamos detrás de recepción.
Fernando: Hombre Luis, ¿ya has conocido a mi sobrina María?, estos días me está acompañando porque tengo el coche en el taller toda la semana.
Yo: Si, la acabó de confundir con una empleada, perdóname María por la bromita.
María: Así que tú eres el famoso Luis, mi tío lleva desde pequeña hablándome de ti.
Joder con el casamentero este de Fernando, debía estar haciendo la misma bromita a dos bandas.
Fernando: Podríais quedar para hacer un café o algo.
María y yo a la vez: Cállate, tío (dijo ella) Fernando (dije yo).
Fernando desapareció por donde había venido, nos miramos por primera vez a los ojos con María y nos reímos.
María: Bueno, yo ya me voy que llegaré tarde a mi trabajo.
Yo: Te importa si te acompaño al coche, puede ser peligroso si vas sola.
María: ¿No será más peligroso si me acompañas tú?
Entre risas la acompañé, y al entrar ella al coche…
Yo: María, ¿crees que podríamos tomar algo esta tarde?, a lo mejor la idea de tú tío no es tan mala.
Me miró con desconfianza.
María: Me lo pienso y mañana te digo algo.
Su cara de desconfianza y la excusa que había dado para quitarme de encima me molestó bastante. Al entrar de nuevo Fernando me dijo que era muy buena chica, pero tenía miedo a que le hicieran daño y estaba siempre un poco a la defensiva, pensando en mis conversaciones con Gonzalo y Sonia, creí que una chica con miedo a vivir por muy guapa que fuera, podría ser que no me interesara para mantener una relación con ella.
Al día siguiente martes bajé a la misma hora para ver si me encontraba con María, ella estaba disimulando delante de su coche y me acerqué…
María: Hola Luis, ¿Cómo estás?
Yo: Muy bien, ¿y tú?, por cierto, perdona que ayer te pidiera algo tan complicado como tomar un café así tan de sopetón, creo que tienes razón y será mejor que le demos un par de vueltas al asunto antes de dar el paso, igual nos crea un trauma irreparable.
Me giré y caminé de vuelta.
María: ¡Imbécil!
Me giré y tenía un cara de mala leche que aluciné, si me hubiera podido fulminar con la mirada abría caído redondo allí mismo, arrancó el coche y salió a toda hostia. A los cinco minutos me había arrepentido de haberle hecho la broma, tampoco entendía porque se lo había tomado de esa manera, pensé, espero a esta tarde a que venga a buscar a Fernando y le pido disculpas, cuando llegó, su tío abrió la puerta del coche y yo me acerqué rápidamente, Fernando sujetaba la puerta abierta antes de entrar y yo me agaché para mirar a María…
Yo: Perdóname María lo de esta mañana, yo…
María: Tío Fernando entras en el coche o me largo ahora mismo.
Fernando me miró sin entender nada de lo que pasaba y se subió, ella pegó un acelerón y se fueron.
Más tarde desde casa llamé a Fernando, no entendía que estaba pasando, no creía haber hecho algo tan grave.
Fernando: Chico, no sé qué ha pasado o le has hecho, pero está muy enfada contigo, he intentado hablar con ella pero no me ha querido decir nada, estaba que echaba chispas.
Yo: Pues te juro que yo tampoco lo sé, ¿me podrías ayudar a hablar con ella por favor?, por lo menos para saber que he hecho tan mal.
Fernando: Mañana cuando lleguemos, si te ve venir se irá rápidamente, intentaré perder todo el tiempo que pueda para bajar del coche, haber si tú puedas llegar a nuestro lado sin que ella te vea, lo demás ya es cosa tuya.
Quedamos así, al día siguiente miércoles llegué muy pronto para no perder la oportunidad, me medio escondí detrás de unas cajas, que estaban cerca del lugar que normalmente paraba ella el coche, al rato entró al parking y paró, Fernando abrió la puerta despacio y yo me acerque con cautela, cuando Fernando salió del coche, antes de que cerrara la puerta me colé dentro en el asiento del pasajero.
María (de muy mala leche): ¿Qué coño haces aquí?, sal del COCHE YA.
Yo: Espera, espera un momento, yo solo…
María: Y una mierda, no tengo que esperar a nada, QUE TE BAJES DE MI COCHE, GILIPOLLAS.
Yo: Por favor María…
María: Ni por favor ni hostias, que no te quiero ni ver, IDIOTA.
Yo (hablando rápido antes de que me cortara de nuevo): Perdona, lo siento, solo quiero tomar un café contigo y disculp…
María: Te puedes meter tu café por el culo, no quiero nada contigo, lárgate.
Joder con la carita de muñeca que mala hostia gastaba, aquello tenía más pinta de estar domando a una fiera salvaje que hablar con una persona humana.
Yo (juntando las manos como si estuviera rezando): Por favor, te lo suplico, te lo pido de rodillas si quieres, pero quedemos para tomar un solo café, dame la oportunidad de explicarme, por favor.
Ella relajó un poco la cara.
María: Pídemelo de rodillas fuera del coche.
Yo: No puedo, si lo hago me vas a dejar aquí arrodillado en medio del parking.
María: Sal y déjame tranquila, que voy a llegar tarde al trabajo por tu culpa, además, tengo que volver a por mi tío esta tarde.
Yo: María por favor, siento mucho haberte molestado, un café por favor, por favor, lo de Fernando yo lo arreglo, alguien le llevará a casa.
María: La gente como tú siempre tenéis solución para todo, seguro que obligarás a alguna buena persona que trabaja para ti a llevarle a casa. Vale, un puto café y té vas a la mierda.
Quedamos en una cafetería que estaba cerca de donde ella trabajaba, Fernando salió a preguntarme como había ido.
Yo: Hemos quedado a las seis para hacer un café.
Fernando: Menos mal, muy bien ¿no?
Yo: No creo que se presente, me lo ha dicho para que saliera de su coche de una puta vez, no la veo nada convencida.
Fernando: No te preocupes, irá.
Yo: ¿Cómo lo sabes?
Fernando: Tomará el café contigo.
Yo: Coño Fernando, no sé cómo puedes estar tan seguro, yo le he visto la cara, si llega a tener una pistola me pega cuatro tiros y me deja seco ahí mismo.
Fernando: Eres muy joven Luis, no entiendes todavía como funcionan las mujeres, seguramente no tendrá ningunas ganas de presentarse, pero por escuchar lo que tengas que decirle se presentará, la curiosidad podrá con ella, confía en mí.
Yo: Dios te escuche.
Cinco minutos antes de la hora estaba sentado en una mesa de la cafetería, el camarero vino a preguntarme que quería y le expliqué que estaba esperando a alguien a las seis, que pediríamos algo los dos cuando llegara. Las seis, las seis y cinco, las seis y diez, el camarero consultaba el reloj clavándome la mirada, a las seis y cuarto apareció María por la puerta, estaba preciosa con unos vaqueros y una camiseta, lástima la cara de mala leche, me levanté educadamente para separarle la silla para que se sentara, ella pasó de largo sentándose en la silla que yo había dejado vacía, el camarero que se dio cuenta llegó con una sonrisa burlona.
Camarero: ¿Que ponemos?
María: Esto es una estupidez, me voy a casa.
Yo: Por favor María, un solo café, si no te gusta lo que tengo que decirte te vas cuando quieras, por favor.
Pedimos dos cafés y el cabrón del camarero se fue riéndose por lo bajini, nosotros nos quedamos en silencio esperando a que nos trajeran las consumiciones, era un silencio intrigante, como cuando están a punto de batirse en duelo el bueno y el malo en una película del oeste, llegaron los cafés y el camarero se fue, no sin antes dejar un, “que lo pasen bien”, con cierto recochineo.
Yo: Mira María, yo…
María: Conozco perfectamente a la gente como tú, sois unos pijos de mierda que vuestros papás os han puesto toda la vida a huevo, no tenéis educación, ni decencia, ni respeto por nada, sois una panda de borrachos y drogatas que solo estáis esperando que las chicas se bajen las bragas, yo me he tenido que ganar todo lo que he hecho, mis padres me pagaron una carrera universitaria con muchísimo esfuerzo, y yo conseguí por mis meritos un buen trabajo del que estoy muy orgullosa, no me interesan ni tus gilipolleces ni tú, no tengo porque aguantarlo, os podéis ir todos a la mierda por mi parte.
Joder con la niña, me acababa de dar un rapapolvo tremendo, pero lo peor no fueron sus palabras, era la cara de odio con la que me estaba mirando en esos momentos, me acojoné tanto que al querer contestar me salió una voz flojita y temblorosa.
Yo: Yo no soy así, yo soy buena persona.
María: Tú eres como todos los demás.
Yo (recuperando la voz normal): No María, yo no soy así, si es cierto que soy un pijo como tú dices, pero yo no tengo culpa de haber nacido donde nací, he tenido todo lo que he querido en mi vida y mis padres me han ayudado en todo, pero siempre me han dado unos valores morales, una educación y a ser respetuoso con todo el mundo, me inculcaron hacer deporte cuando era muy joven, ni fumo ni tomo drogas, y no estoy esperando para bajarte las bragas, beber un poco de alcohol si lo hago, jamás le haría daño a nadie conscientemente, y yo también me he tenido que espabilar para estudiar dos carreras en tres años…
María: Y una mierda.
Yo: Una mierda, ¿Qué?
María: Te has sacado dos carreras en tres años.
Yo: Me matriculé a un montón de asignaturas cada año, las saqué saliendo de marcha muy poco y estudiando como un energúmeno, una persona que aprecio mucho me dijo que la vida estaba ahí para aprovecharla, para comérsela a bocados, a mí tampoco me lo regalaron, quedamos mañana y te traigo las licenciaturas.
María: Ja, ya te gustaría volver a quedar conmigo, pero va ha ser que no.
Por lo menos en aquellos momentos se había relajado un poco, no tenía la sensación de que me iba a atravesar con la mirada en cualquier momento. Cuatro cafés, dos bocadillos, dos refrescos y tres horas más tarde seguíamos sentados en la misma mesa hablando.
María: Se te ha acabado el tiempo, se me hace tarde y me tengo que ir.
Yo: ¿Podemos quedar mañana?
Largo silencio.
Yo: Si quieres te lo pido de rodillas.
María: No hace falta, quedamos mañana.
Yo: ¿Puede ser una hora más temprano?
Me miró a los ojos, con la misma cara de enfadada que no había abandonado en toda la puta tarde.
María: Vale.
Alargué una mano por encima de la mesa y la apoyé encima de la suya.
Yo: ¿Me permites que te invite?
María (sacando rápidamente la mano de debajo de la mía): No te atrevas a tocarme, ya te he dicho que no necesito a gente como tú para nada, yo me pago lo mío.
Cuando fuimos a pagar…
Camarero: Al principio pensé que no aguantaríais más de cinco minutos.
Salimos a la calle y caminé a su lado.
María: ¿Dónde vas?
Yo: Acompañarte al coche.
María: Eso es muy antiguo, ¿no?
Yo: No lo sé, pero a mí me gusta hacerlo, ya te he dicho que tengo mucha educación.
Me volvió a lanzar una mirada fulminante, ya no dije nada más hasta despedirme de ella por si acaso, por supuesto que no me atreví a darle dos besos, lo importante era salir ileso la primera cita. Quedamos en otro bar que conocía más cómodo y sin el camarero cotilla de los cojones.