La vida en el campo (1)

Salí de la universidad y me fui a trabajar al campo, en donde conocí a Don Samuel y la vida me cambió.

LA VIDA EN EL CAMPO

Salí de la universidad graduado de Ingeniero Agrónomo cuando tenía 22, casi 23 años, pero del "closet" salí desde muy chiquito. Desde siempre supe que a mí me gustaban los hombres ¡

y sólo los hombres!

, pero como venía de una familia de machos, pos como que yo también me convertí en uno porque nadie se daba cuenta de que yo era gay. Acaso se debió a mi manera de vestir, mi manera de hablar y comportarme; de botas y ropa poco estilizada. Velludo y de bigote. En esa época lo que se usaba eran el vello en pecho y el bigote bien montado, lo que a decir verdad, eran la envidia de mis compañeros héteros lampiños de la universidad. Y generalmente ellos me agarraban para ligar con chavas, pero siempre me las agenciaba para librarme de tan molesta "ocupación"...¡¡¡A MÍ ME GUSTABAN LOS HOMBRES!!!...

Salí del closet desde muy pequeño porque desde chiquito empecé a tener juegos sexuales con los primos, con compañeros de la primaria, de la secundaria, y cuando llegué a la mayoría de edad, ya de plano con hombres que conocí en los bares gay de las ciudades grandes que visitaba, porque en mi ciudad, ni había. El caso fue que para cuando llegué al final de mi carrera, yo ya sabía lo que me gustaba en el sexo, pero también lo que me gustaría conocer, y viviendo en una ciudad tan pequeña, mis oportunidades se reducían a mis viajes de vacaciones a visitar a la familia de la capital.

Para cuando salí de la universidad, yo había dado por hecho que me iría con mi mejor amigo (y compañero sexual, pero no novio) a la Finca de sus papás, en el centro de la república, misma que era todo lo que salía en las películas de vaqueros. Y mis planes eran ir con él a trabajar ahí... PERO... mi padre tenía otros planes para mí.

Al día siguiente de que me recuperé de la enorme cruda por la borrachera de la fiesta de graduación, mi papá me informó... (¡FATÍDICA INFORMACIÓN!) que no me iba a la finca de mi amigo, que si me había pagado esa carrera tan costosa, era para que trabajara en sus tierras (que después serían mías). Mi papá también tenía terrenos rurales, muchos más que los que tenía el papá de mi amigo, pero los de mi papá para nada eran estilizados ni tenían las instalaciones que tenían los otros. Los de mi papá eran rústicos por completo, nada de vida social. Ok, el futuro para mí estaba ahí, pero no me gustaba para nada que no hubiera caballos finos para montar, ni piscina, ni instalaciones hoteleras para recibir visitas, ¡ni vaqueros hermosos! Era un complejo de ranchos bastante amplio pero... ESTRICTAMENTE RÚSTICO... todo enfocado al trabajo y no a la diversión. Lo que no fuera trabajo, no era bien visto ahí.

Discusión tras discusión con mi padre, trajeron como resultado que yo impusiera mis condiciones para irme a vivir a su rancho... ¡a nuestro rancho!... y la sorpresa fue que mi papá accedió a todas mis condiciones: llevarme todo lo que tenía en mi habitación, mi carro, que me comprara un jeep renegado (que estaban muy de moda en esa época) un buen equipo de aire acondicionado... bueno, para no hacer la lista larga, accedió a todo, lo que a mí me puso a sospechar algo. Así que pregunté:

  • Papá... ¿a qué estás jugando?... ¿porqué aceptaste todo?... ¡y tan rápido!...

  • Porque vas a vivir bajo la supervisión de Samuel... ¡Y EN LA MISMA CASA!...

  • WHAAATT??!!

  • Ni me digas nada, que eso no es negociable.

  • ¡PERO PAPÁ!... ¡¿cómo voy a vivir con Don Samuel?!... ¡debes estar loco apá!

  • Pues... NO, sucede que no estoy loco. Vas a vivir con él.

Estuvimos alegando por buen rato y finalmente doblé las manos. Así como sabía que mi papá era increíblemente generoso cuando accedía, también sabía que era imposible debatirle o rebatirle una determinación una vez que la tomó. Mi futuro era vivir con Don Samuel.

Antes de llegar al rancho, quiero describir a Don Samuel.

Don Samuel era como las paredes de una casa, entre las que todo mundo nace, crece, se reproduce y muere, pero las paredes siguen iguales; y él seguía igual. Es decir, desde que tuve uso de razón, Don Samuel era lo mismo, un hombre siempre igual, nunca joven, nunca viejo. Eternamente con sombrero puesto, de bigote castaño (del mismo color que sus ojos) y largo, a veces rubio por la fuerza del sol. Debo reconocer que era muy guapo, con una cara de facciones cuadradas pero estilizadas, de ojos grandes y pestañas muy pronunciadas. De barba muy cerrada pero no tan rubia como su cabello y su bigote. A veces se le veía el cabello porque mi mamá le exigía que se quitara el sombrero cuando se sentaba a su mesa a comer y su cabello era castaño, abundante, ondulado, nada de calva. El cuerpo hecho del trabajo duro, pero siempre cubierto por ropa de gabardina del cuello hasta las botas. No majadero, pero tampoco amable. Hasta antes de irme al rancho, sólo recordaba que tenía unas nalgas divinas (que era lo único que le alcanzaba a ver) pero de ahí en más, sólo recordaba su forma adusta, impersonal de ser. Era mucho más alto que mi papá y que yo. Y un último detalle: difícilmente se bañaba todos los días, ya no digamos que usara desodorante, y esto era lo que más me asustaba de él... la verdad...

Pero volviendo al punto: mi papá tuvo la gentileza de enviar todo lo que le pedí por delante. Me despedí de todo mundo y me fui en el jeep renegado nuevo que me había comprado mi papi (qué ridículo era yo en esa época, pero bueno...). Hasta ahí, todo bien. Sabía perfectamente cómo llegar al rancho, y esto implicaba tomar la gran autopista, después una carretera importante, luego otra no tan importante, después un camino de terrecería para continuar en un camino vecinal y finalmente una larga, accidentada y tortuosa brecha para llegar al puto rancho. Yo adoraba las idas al rancho, pero cuado se trataba de vacaciones.

No era fácil llegar hasta ahí, y si teníamos suministro de energía eléctrica, era porque mi papá era hombre importante y por influencias, logró que sus ranchos tuvieran energía y luz. No pregunten.

Llegué un sábado por la tarde, como a las cinco. Yo sabía que era la hora de darle de mamar a los becerros pequeños por lo que no me extrañó encontrar la casa vacía, así que me metí y con enorme felicidad, descubrí que ya mi aire acondicionado (o refrigeración) estaba perfectamente instalado... pero... ¡¡¡estaba instalado en la habitación equivocada!!!... en la grande, en la misma que dormía don Samuel. No podía creerlo. Yo quería una pequeña de al fondo.

Era una gran casa, rústica y gigantesca, que por falta de habitantes, se habían sellado ciertas paredes para que la mitad se convirtiera en almacén y no entraran los insectos típicos del campo.

Entré a la gran habitación y para mi sorpresa, había una cama grande al centro (King Size) y dos matrimoniales a los costados, en las esquinas extremas. Así de grande era la habitación, y así de grande era el aparato de aire acondicionado que me había mandado mi papá... ¡Y YA ESTABA INSTALADO!...

Empecé a deshacer mi equipaje, acomodé cosas aquí, cosas allá (especialmente acomodé cosas en el refri o frigorífico) y por ahí de las 7 de la tarde, que oigo venir un par de botas. No sé si sepa quien me lee, pero en el campo, se puede escuchar venir al conejo que viene acercándose a la casa, ya no digamos un par de botas bien plantadas:

  • ¡EPA!... ¿QUIÉN CHINGADOS ENTRÓ?

  • ¡Yo, Don Samuel!... ¡Antonio!

Por cierto, mi nombre es Antonio. No escuché réplica por parte de Don Samuel. Sólo escuchaba sus botas ir y venir por toda la casa. Yo seguí deshaciendo mi equipaje hasta que escuché unos golpes en la puerta abierta de la que a partir de entonces, sería MI HABITACIÓN. Pregunta el hombre: "¿Se puede?", le contesté que sí y al voltear a verlo, vi lo que esperaba ver: un hombre alto, muy alto, al que de piel, se le veía sólo la cara y las manos, renegridas por el sol.

  • Buenas noches Don Samuel.

  • Buenas noches muchacho... así que ya te estás instalando...

  • Sí. Ya. Dicen que el que temprano se moja, tiempo tiene para secarse.

  • Jah jah jah... Eso dicen... ¿se puede pasar?...

  • Por favor don Samuel, ¿cómo pide permiso para entrar a su propia recámara?...

  • Ah que bueno que mencionas eso. Esa era una cosa que quería aclararte. Ésta era mi recámara, pero a partir de ahora me voy a una de las de atrás... para que estés más a gusto... tú solito...

  • Nada de eso. Ésta va a seguir siendo su habitación. Yo nomás estoy de "agregado cultural". No quiero que cambie nada de su estilo de vida y...

En eso que se acerca hasta donde yo estaba y...¡¡¡OH DIOS!!!... ¡qué tortura olerlo! Y al mismo tiempo que lo olí, pensé en reconsiderar eso de que fuera la habitación de los dos, pero ya lo había dicho y él había aceptado. Lo que le atraía a él, era el aire acondicionado (o refrigeración) ya que en el rancho, las noches de primavera y verano, son verdaderos infiernitos.

Se sentó en mi cama para verme deshacer mi equipaje y para informarme cómo estaban las cosas, tanto de las tierras como de las reses. Por fin terminé de vaciar mi última valija, pero yo ya tenía algo en mente, sobradamente claro, le dije:

  • Bueno Don Samuel. Ya terminé. ¿Qué hacemos?... ¿se le antoja una cervecita?...

  • ¡¿CÓMO CHIGNADOS NO?!... pero... ¿de dónde la sacamos?...

  • Eso es fácil. Vamos para que vea el refrigerador (frigorífico).

Ya lo tenía yo atascado de cervezas y coca colas. Lo que el hombre tenía ahí guardado, de plano lo tiré a la basura. Al ver el refrigerador como lo puse, se sorprendió tanto, que hasta se quitó el sombrero, se rascó la cabeza y lanzó un silbido diciendo: "¡Pos ya de plano los becerros no desayunaron mañana!", y ni tardo ni perezoso aventó el sombrero, sacó dos cervezas (de botella, ya que entonces las cervezas de lata eran muy costosas) las destapó ¡CON LOS DEINTES! Me dio una y la otra se la empinó en un solo movimiento hasta más de la mitad. Después lanzó un eructo que resonó en todo el rancho y dijo: "¡Ora sí Toñito!... puedes hacer conmigo lo que quieras, que con un refri lleno de cervezas, soy el hombre más feliz del mundo...".

Eso de que "puedes hacer conmigo lo que quieras", me sedujo por completo, pero hasta ese momento, no se me había despertado el menor interés sexual por ese hombre, así que dejé pasar su propuesta... pero sólo por el lado sexual, porque por otro lado, la tomé.

Nos sentamos en la sala y terminamos de ponernos al día en cosas de los ranchos, hasta que llegó el momento en que (ya relajado) le estorbaron las botas y se las quiso quitar. Se me encendieron TODOS LOS FOCOS ROJOS DE ALARMA. Lo último que yo quería, era olerle los pies, así que le cambié rápido la atención hacia otro lado:

  • ¡Espéreme Don Samuel!... antes de que se quite las botas, quiero proponerle algo.

  • Tú dirás Toñito (para mi gran beneplácito, se olvidó de quitárselas).

  • Bueno, lo primero es que no me gusta que me diga "Toñito"... mejor dígame o Toño o Antonio.

  • Perfecto, pero con la condición de que tú me dejes de decir "Don Samuel": nomás Samuel.

  • Ok. Es un trato... Samuel.

  • ¡ESO!... así hablan los hombres...

  • Pero hay más.

  • ¿Ora de qué se trata?...

  • Bueno, ya que vamos a dormir en la misma habitación... pero...no sé si esto lo pueda ofender...

  • ¡VENGA!... tú nomás di y ya luego te digo si me ofendí...

  • Bueno... "directo al grano como marrano"...

  • ¡Ya dilo hombre!...

  • Que me gustaría que se bañara todos los días antes de dormirnos...

Puse yo una cara de miedo tal, que se dio cuenta y se rió a carcajada tendida; pero aun así se puso nervioso e intentó quitarse el sombrero, pero como ya se lo había quitado, ya no supo qué hacer con la mano, así que la bajó y la puso encima de sus genitales y se los acomodó, que por cierto, hacían un bulto muy bonito abajo de su pantalón de gabardina, quemada y requemada por el sol. Se quedó pensativo viendo al suelo, para finalmente soltar la risa y me dice:

  • Aaaaah que cabrón muchachillo... ¡ora resulta que me estás pidiendo lo mismito que me pedía mi vieja antes de divorciarnos! (Riéndose)

  • ¿Que cosa le pedía?... ¿que se bañara?...

  • ¡ESO MISMO! (Riéndose todavía)...

  • Pero es que Samuel... entienda que...

  • No no no no no... ni me expliques nada, yo entiendo Toñi... digo... ¡Antonio! (riéndose todavía) Yo entiendo... pero...

  • Pero, ¿qué?... ¿está difícil que se bañe todas las noches?...

  • ¡NO!... No está difícil pero... sí está cabrón... ¡a mí los jabones se me hacen viejos!... jah jah jah...

  • Pero bueno... eso puede cambiar... (Cosa que dije con dubitación, inseguro, no sabía por dónde me iba a salir)

  • ¡TÁ BUENO PUES!... pero unas por otras...

  • ¿Unas por otras?... ¿de qué habla Samuel?...

  • Unas por otras es que yo me baño todas las noches, pero con la condición que tú dejes de usar ese chinga’o perfumito de vieja que traes que me está volviendo loco... ¿sale?...

  • ¿Qué?... ¿le moleta?...

  • Pos no es que me moles... ¡ultimadamente!... ¡SÍ ME MOLESTA!... así como a ti te molesta mi peste, a mí me molesta tu chinga’o perfume ese...

  • Está bien. Es un trato, usted se baña y yo ya no uso mi perfume. ¿Ya estamos completos?...

El tipo se quedó pensativo, otra vez viendo al suelo, otra vez quiso quitarse el sombrero que tenía más de una hora que se había quitado y otra vez dejó caer la mano a sus genitales, y en acomodárselos estaba cuando se le iluminó la cara. Sonrió con cara de travesura infantil y se levantó al refri por otras dos cervezas, mismas que

también

destapó con los dientes. Me dio una y se quedó parado frente a mí, con una mano ocupada por la cerveza a medio levantar y la otra apoyada en la cadera, con las piernas muy abiertas. Me dice sonriendo: "¿Y quién chingados va a hacer el desayuno?". Acto seguido se conectó la cerveza en la boca y se la tomó toda... ¡toda! Yo me quedé pensando que eso ya era una negociación por todo lo alto, así que se me prendió el foco y le dije: "Bueno Samuel, como yo estoy recién llegado, usted va a hacer la cena. Mientras, me voy a meter a bañar y cuando salga, usted se mete a bañar también, y ya bañados, nos sentamos a discutir lo que hace cada quien... ¿le parece?". No me contestó nada, sólo lanzó un eructo descomunal, que seguramente despertó a todas las gallinas del área. Asintió con la cabeza y rápido me metí a la habitación a quitarme la ropa. Salí envuelto en una toalla y nomás le avisé que me iba a bañar ya.

Como buena casa de rancho rústico, tenía 20 mil habitaciones, pero SÓLO UN PUTO BAÑO, ubicado al centro de la gran casa, o sea, al centro de la media gran casa que había quedado después de la remodelación.

No cerré la puerta del baño, pero no con intención alguna, simplemente porque hacía un calor de las mil chingadas. Y bañándome, me llegaron los olores deliciosos de la cocina. No sabía qué estaba haciendo el hombre, pero olía delicioso... a diferencia de otros olores que provenían de él... Y ya estaba terminando de enjuagarme el último rastro de jabón, cuando suena su voz de trueno en la puerta y brinqué del susto: "¡NO TE ASUSTES MUCHACHO!... nomás vine a traerte otra cerveza... aquí te la dejo...". La puso en un mueble que había en el baño y con la misma se salió. Terminé de hacer todo lo que tenía que hacer en el baño, me envolví en una toalla por la cintura y salí con mi botella. Llegué a la cocina y el tipo ya estaba desnudo envuelto en otra toalla por la cintura igual, dándome la espalda, finiquitando la cena sobra la estufa.

Mi sorpresa primera fue que el tipo, primero, no tenía el bronceado sólo en las manos y en la cara y cuello. Su espalda también estaba bronceada y por lo que alcanzaba a salir por debajo de la toalla, también las piernas largas y velludas las tenía bronceadas. Lo único que pensé fue: "??????". Un hombre de trabajo... hombre de campo... ¿con bronceado completo?... ya ni yo, que no salía de la playa. Pero bueno. Le dije que el baño estaba libre. Apagó todo lo que tenía encendido en la estufa, tomó su botella y caminó rumbo al baño. Al pasar cerca de mí, me dio una nalgada que ni mis papás me dieron cuado yo era chiquito. Pero me la dio sonriendo, lo que me hizo pensar que era juego... pero... ¿juegos con este hombre?...

Envuelto en la toalla, me senté en la sala a leer algo mientras él salía. La televisión en el rancho valía madres, porque a veces se veía, a veces no, y cuando se veía, era con una señal muy deteriorada. Se me hizo de mal gusto ponerme a cenar sin esperarlo. Finalmente salió también envuelto en la toalla, pero me sorprendió el cambio: el cabello mojado hacia atrás, cara limpia, barba rasurada, con la boca lavada (ese era otro detalle) descalzo, y directo hacia la cocina. Mis ojos no tuvieron otro lugar dónde posarse más que encima de su cuerpo. No podía creer que el tipo no tuviera nada de panza ni nada de lonjas en la cintura, dada... ¿su edad?... no sabía cuántos años tenía. Que tuviera unos vellos en el abdomen y pecho... ¡hermosísimos! Que los brazos los tuviera tan bien torneados y por supuesto fuertes. Mi cuerpo era una caricatura al lado del suyo.

Samuel empezó a servir y me dijo que me sentara. ¿Alguien dijo algo acerca de las toallas?... ¡nadie! Nos sentamos a cenar sólo vestidos por nuestras respectivas toallas y, por supuesto, acompañados por otras cervezas. Cenamos y platicamos de más cosas acerca del rancho.

A diferencia de su con persona, con las cosas de la casa, era muy escrupuloso (por las cucarachas) y antes de que me levantara de la mesa, ya tenía todo lavado, limpio y puesto en su lugar. Terminó de lavar lo que tenía que lavar, y para secarse las manos, lo más fácil que se le hizo fue levantar parte de enfrente de la toalla y al hacer esto, sólo alcancé a ver una larga y velluda bolsa escrotal... ¡muy grande!... ese hombre tenía más huevos que un toro. Y soltando la toalla, me dice: "No te me vayas muchachito... tenemos muchos puntos que poner sobre sus ‘íes’...". Y como no entendí, me hizo la señal de que me volviera a sentar a la mesa. Él hizo lo mismo enfrente de mí y cruzando los dedos me dice:

  • Aquí hay varias cosas qué tratar... porque eso de bañarme todos los días... como que no me gustó mucho...

  • ¡Ay no chingue Samuel!... ¡BAÑARSE ES BUENO!... (Riéndome)

  • Pos sí... sí es bueno pero...¡¿TODOS LOS DÍAS?!...

Cosa que dijo rascándose la cabeza. Volteó a ver mi botella ya vacía y se levantó por otras dos. Y mientras iba al refri y las destapaba otra vez con los dientes, a mí se me ocurrió algo:

  • ¡Samuel!...

  • ¿Qué pasó muchacho?... (Rumbo a la mesa)

  • ¿Le gusta jugar cartas?... me refiero a que si le gusta jugar pocker...

  • ¡¿QUE SI ME GUSTA?!... ¡Esa fue la segunda razón por la que me separé de mi vieja!... jah jah jah... ¡YO MATO POR PODER JUGAR POCKER!

  • OK. Orita regreso.

Entré a mi recámara a buscar los mazos de cartas que había llevado. Salí con ellos y al verme barajándolos... pos como que le brillaron los ojitos. Me dice:

  • ¿Qué?... ¿ora vamos a jugar cartas?... ¿o qué?... (dicho esto con un frenesí extraño en los ojos)

  • ¡Ahá!...

  • ¡Excelente!... ¿voy por mi cartera?...

  • No, no, no, no, no, no... Aquí no vamos a jugar de dinero. Vamos a jugar con lo que queremos y lo que no queremos del otro.

Se rascó la cabeza. Le dio un trago a su cerveza. Eructó como todo buen hombre de campo y dice: "A ver, ¿cómo va a estar la cosa?". Seguí revolviendo las cartas, sabiéndome dueño de la situación. Y le dije: "En vez de poner dinero al centro, vamos a poner una condición, y el que gane la mano, se lleva lo apostado y de ahí ya no hay vuelta atrás". Se volvió a rascar la cabeza, luego bajó la mano para rascarse los huevos, pero desgraciadamente no pude ver eso.

Y es que de ser un señor totalmente inadvertido para mí, poco a poco pasó a ser un objetivo sexual, un foco de "infección sexual". Nomás de verlo sin ropa, se me alebrestaba la toalla, pero esto tampoco lo vio él.

  • A ver... déjame ver si entendí Toñito...

  • ¡Hey!...

  • Perdón... Déjeme ver si entendí, Don Antonio... uno pone una condición al centro y el que gane la mano, ¿se lleva las de ganar?... ¿así nomás?...

  • Exacto. Así nomás.

  • ¿A ver?... ¿por ejemplo?...

  • Ok. Nomás como ejemplo vamos a jugar la primera mano. Como yo tengo el mazo en la mano, yo pongo la condición... pero nomás es de juego, ¿entendido?

  • Entendido.

  • A ver, yo pongo al centro por ejemplo, la condición de sacar la basura todos los días, y si yo gano, usted saca la basura todo el tiempo que yo esté aquí... pero si pierdo, la saco yo... ¿va?...

  • Mm... ¿Nomás como juego para ver qué pasa?...

  • Sí. Nomás como juego.

  • ¡Venga!... reparte cartas...

Como yo repartí las cartas, yo decidí el pocker que íbamos a jugar y le gané, así que le dije:

  • De haber sido en serio, a usted le hubiera tocado sacar la basura durante todo el tiempo que yo esté aquí.

  • ¡EXCELENTE!... síguele muchacho... ya me gustó esto... ¿quieres otra cerveza?...

Cosa que me dijo levantándose al mismo tiempo que mataba la anterior y al hacerlo, quedó expuesta su entrepierna por fracciones de segundo. Y mi respuesta no pudo ser otra que: "SÍ, GRACIAS". Por supuesto que las volvió a destapar con los dientes.

Regresó, me puso la mía a mi costado, puso la suya en su puesto y ahora levantó su toalla para secarse el sudor de la frente... ¡Y AHORA SÍ PUDE VER!... pude ver unos huevos que colgaban muchísimo, muy grandes, y alcancé a ver una verga sin circuncisión y grande, de un color más claro que el resto de su piel.

Ok, seguimos en lo que íbamos y le digo:

  • ¿Quiere que yo de la primera mano, o la da usted?

  • ¿Y el que da la mano, pone la condición?...

  • Ahá...

  • Trae acá esas cartas que empiezo yo.

Las revolvió mientras su mente trabajaba y trabajaba, hasta que dice:

  • Me gustó el ejemplo que pusiste. El que pierda, saca la basura SIEMPRE.

  • De acuerdo.

Jugamos a pocker cerrado y gané yo. Ahora me tocaba poner la condición al centro:

  • Si yo gano, los dos usamos desodorante en las axilas mientras yo esté aquí. Si pierdo, usted no usa.

  • ¡No chingues!...

  • Bueno, esa es mi condición: le entra o no.

  • Ok. Echa cartas.

Y volví a ganar... ¡qué alivio! Le pasé el mazo y las estuvo revolviendo buen rato, hasta que dijo:

  • El que pierda, hace el desayuno todos los días.

  • Órale. Va.

Jugamos y perdí. Y sí, efectivamente, yo hice el desayuno todos los días. Y así nos fuimos, apostando labores propias de la casa y él perdía unas veces y yo otras, hasta que ya casi nos acabábamos las cervezas, quedaban sólo unas pocas en el refri y ni qué decir del estado de embriaguez que traíamos los dos. Nos reíamos más que lo que jugábamos, pero llevábamos todo por escrito. Hasta que me volvió a tocar a mí, y ya punto pedos, le digo:

  • El que pierda, pierde la toalla... ¿va?

  • ¡Va!... ni modo que me vaya yo a rajar a estas alturas del partido...

  • Órale...

Ambos riéndonos de todo y por nada.

Repartí cartas y perdí. A lo que el tipo reaccionó: "¡¡¡JAH!!!... ¡ÓRALE!... ¡ENCUERADITO DE ARRIBA A ABAJO!". Pero fue un comentario de amigos borrachos, o por lo menos así lo sentí, y en la borrachez, me levanté haciendo gala de un teatro fingido, y al quitarme la toalla, hice una reverencia para agradecer aplausos que no existían. En la borrachera se hacen cosas insondables. Pero el tipo sí me aplaudió. Me di la vuelta para mostrarme por adelante y por atrás. Hice la mímica de agradecer sus aplausos y me volví a sentar.

Tomó el mazo de cartas y las revolvió. Me pregunta:

  • A ver Toño... si ya perdiste la toalla... ¿qué más te queda cabrón?...

  • Pos, ¿qué va a ser baboso? (en la borrachera, ya me di licencia de decirle "baboso")... ¡TU TOALLA!... órale... da cartas...

  • Ahá... si yo pierdo la toalla, está bien, ya quedamos parejos, pero si gano... ¿qué gano yo?...

  • Pos gana que le de su besito de las buenas noches...

Cosa que dije por juego sin esperar a nada, pero el tipo nomás sonrió para sí, pensando algo que no adiviné, como si de pronto hubiera sentido vergüenza. Dio las cartas y gané, así que hice mi escándalo y hasta aplaudí, pero no, Samuel no se paró, nomás se aflojó la toalla y la dejó caer a ambos lados de la silla, levantó los brazos y dice riéndose con pena: "¡Deuda pagada!". Yo me quedé como perrito sin hueso, decepcionado, yo quería ver todo completo. Pero bueno, la vida me retribuyó porque se tomó su cerveza. Puso la botella vacía en la mesa y se quedó pensativo viéndola: "¿Quieres otra?", me pregunta. Sólo asentí con la cabeza sonriendo diabólicamente y... ¡ahora sí!... ahora sí pude ver lo que quería en pantalla completa.

Hasta antes de ahí, se levantaba y se sentaba con gran agilidad, pero ahora ya no pudo, como que le pesó mucho la silla. La recorrió hacia atrás y finalmente se levantó. Que tipo tan hermoso estaba escondido abajo de esa toalla. Pero no solamente por la prominencia de su paquete, sino porque era estéticamente bello. Espalda ancha y cadera estrecha, nalga abultada y dura, con vellos que terminan justo en la cintura para dar paso a una espalda lampiña y tersa. Y aquí mi segunda sorpresa: tampoco tenía marca de bronceado en las nalgas. ¡¿Cómo le hacía?!

De regreso, venía diciendo que ya eran las dos últimas, más una tercera, misma que íbamos a jugar a las cartas. A la hora de sentarse, en vez de sentarse como todo mundo en una silla, lo hizo como si fuera a montar a caballo: levantó mucho una pierna, la pasó por arriba del respaldo de la silla para apoyarla luego en el piso y dejarse caer sobre el asiento. Esto me dio oportunidad de ver en todo su esplendor el gran péndulo que traía entre las piernas, pero lo cabrón fue que me sorprendió viéndolo y me dice con la liviandad propia del alcohol y riéndose:

  • ¿Qué?... ¿nunca habías visto unos huevos o qué chingados?...

  • ¿Como esos?... la verdad no... (Negando con la cabeza y riéndome)

  • ¡Ah!... ¿qué tienen de raros mis huevos?...

  • Pos, ¿qué va a ser?... ¡que están muy grandotes y le cuelgan mucho!...

  • ¿Ah poco a ti no te cuelgan?...

  • Mm... no... la verdad no tanto.

  • Pos ya crecerás y te colgarán, no te preocupes por eso. Ten.

Me dio la cerveza y le tomamos, ya más lentamente. Ya con la calma que da el haber reído mucho. Y me fui sobre mis dudas:

  • Oiga Samuel...

  • ¿Qué pasó muchacho? (Eructando)

  • ¿Cómo le hace para estar bronceado todo parejo?

  • ¿Para estar, qué?

  • Bronceado... quemado por el sol... ¡y es que ni en las nalgas tiene marcas!...

  • ¡Ah eso!... pos muy fácil tarugo: nadando encuerado.

  • ¿Nadando encuerado?... ¿en dónde?...

  • ¡Pos en el río!... ¿dónde había de ser?...

  • Aaaah... ¿y no hay problema con las demás personas porque ande en pelotas?

  • ¿Cuáles demás personas?... ¡si tengo el río para mí solito!...

  • Pos... ¿de qué río me habla?...

  • Del que está en la tierra baja. Para allá no va nadie porque tienen el río de aquí cerca.

  • Y va muy seguido, por lo que veo.

  • A cada rato. Otros se van a pasear al pueblo o a hacer sus compras. Yo me largo a mi río privado.

  • ¡¿Y ME VA A LLEVAR CON USTED?!

Se me quedó viendo como extrañado de que le pidiera eso. Y me dice: "Tá bueno, pero con la condición de que no le digas a nadie como llegar hasta allá". Levanté la mano para jurar solemnemente pero jugando. Chocamos botellas y dimos otros tragos pequeños. A mí ya se me había subido el calor, así que seguí por donde iba, aprovechando los maravillosos efectos del alcohol.

  • Oiga Samuel... y ya que estamos entrados en confidencias...

  • ¡Ah chinga’o!... no sabía que estábamos en confidencias...

  • Sí hombre... ya estamos... usted no pregunta nada porque no quiere, pero yo sí, ¿puedo?

  • Ándale pues... a ver... ¿de qué se trata? (Dicho esto con una sonrisa agachada)

  • Pos que cómo le hace acá en estas lejanías, cuando anda todo caliente y sin nadie cerca con quien sacar eso...

Puso cara de dolor fingido, como si le hubiera pisado un pie y me dice:

  • ¡Cállate muchacho!... ni me menciones eso que ahorita ando más caliente que la chingada... (dicho con risa contenida)

  • ¡¿EN SERIO?!... (aclaré la garganta y bajé la voz)... ¿en serio?... ¿y a poco se la lleva a pura jalada de verga?

Ahora ya levantó la cabeza para soltar la carcajada, se enderezó, se puso las manos en la panza y empezó a tallársela de arriba abajo, mientras me dice (no se alcanzaba a ver nada de su entrepierna): "Pos mira, cuando corro con suerte que voy al pueblo, y pos hallo con quién desahogarme... ¡pero cuando no!... ¡AQUÍ ESTÁ ESTA MANO AMIGA QUE NO SE RAJA!". Y riéndose me mostró una manota toda rasposa y crecida por las callosidades. Volvió a recargar los codos sobre la mesa, con la sonrisa todavía dibujada en la cara y me pregunta viéndome directo a los ojos:

  • ¿Y se puede saber porqué preguntas?...

  • Pues... bueno... para saber cómo hay que hacerle ora que voy a estar aquí... y...

  • ¡Y ANDAS TODO CALIENTE!... JAH JAH JAH...

  • ¡Exacto!... jeh jeh...

Se hizo un silencio medio raro. Le tomamos a la cerveza. Se limpió el bigote y me dice ahora ya sereno pero directo a los ojos otra vez:

  • Así que andas como cautín...

  • ¡Pos igual que usted!... jah jah jah... con este pinche calorcito y las cervezas... ¡¡pffuta!!... ando que me quemo...

  • Aaah... pos mira... ya somos dos...

Me quitó la mirada de encima y la clavó en la mesa. Mi garganta se secó. Se me subió el calor a las orejas, el corazón me palpitaba con mucha fuerza pero le seguí:

  • Oiga Samuel... (no contestó, como que temía lo que seguía)... ¿y si nos "echamos la mano"...? (Sin voltearme a ver, se rascó la cabeza y)

  • ¿Cómo que si nos echamos la mano?...

  • Pos eso: que si nos ayudamos el uno al otro a salir de la calentura...

  • Noooo Toñito... ¿cómo crees?... eso no está bien... (sin alterarse)

  • Pero, ¿qué tiene de malo?...

  • ¿POS CÓMO?... si los dos somos hombres y esas cosas...

  • Bueno. Está bien. Se la pongo más fácil: Nada más yo lo ayudo a usted y yo salgo de mi apuro solito, sin que me regrese el favor.

Por fin levantó la mirada, inhaló profundamente, me vio a los ojos y empezó a acariciarse el bigote. Me pregunta:

  • ¿Ya de plano?... ¿así nomás?...

  • Así de plano...

Se volvió a enderezar para volver a jalar más aire. Se volvió a acariciar la panza con ambas manos. Volteó hacia un lado, como pensativo:

  • Pero si tu padre se entera...

  • Mi papá no tiene porqué enterarse de mi vida privada. Ya soy mayor de edad Samuel.

  • Sí, ¿verdad?...

  • Claro...

Así, con la espalda erguida, volteó hacia abajo, hacia su entrepierna y al ver lo que yo no alcanzaba a ver, soltó todo el aire que traía adentro en forma de risa y me dice otra vez alegórico: "¡Pos mirada nada más!... si yo te hubiera dicho que No, esta madre ya te dijo que SÍ... ¡mírala como me la pusiste ya!". Y sin esperar más instrucciones, me levanté sobre mi silla para asomarme y alcancé a ver un glande que subía pos su panza, todavía medio tapado por el prepucio. Volteó a verme riéndose de nervios: "¿Ya viste lo que hiciste?". Sin decir nada, sólo sonreí y asentí con la cabeza volviéndome a sentar. Me le quedé viendo en espera de su siguiente movimiento. Y lo que hizo fue recargar los codos de nuevo en la mesa, se empieza a acariciar el bigote, y como con miedo de verme a los ojos, me pregunta:

  • Bueno, ¿y qué?... ¿cómo le hacemos o qué chingados?... tu dirás... (Esas palabras me sonaron como el permiso de entrar a la Gloria)

  • Bueno... este... lo primero es que voy a encender el clima para quitarnos de encima este pinche calorcito y...

  • Ándale pues, mientras yo voy cerrando todo y apagando. Adelántate.

Me quedó claro que no quería que lo viera de pie con la verga parada. Así que accedí y al levantarme, pos obvio que quedó expuesta una total erección de mi parte y esto sirvió para liberar presión porque soltó de nuevo la carcajada: "¡POS SÍ QUE ANDAS CALIENTITO CABRÓN!... jah jah jah... ándale... ve a hacer lo que te dije".

A paso veloz me metí a la habitación, cerré ventanas y cortinas. Encendí el aparato de aire. Apagué la luz del techo y encendí una lámpara de buró que había llevado yo. Y ya iba hacia la puerta pero me topé de nuevo con esa figura grande y fornida que hacía unas horas había visto en el mismo lugar, sólo que esta vez completamente desnudo, seguido por una total penumbra que dejó tras de sí. Estaba todo rojo, con media erección nada más, pero alcancé a ver el brillo de un hilo de lubricante que caía de su glande hermoso, todavía cubierto por el prepucio. Con una mano se estaba acariciando ansioso el bigote y con la otra la panza. Me dice:

  • Pos tú dirás Toñito... cómo le hacemos...

  • ¡Pero no se ponga tan serio Samuel!... que esto es diversión, no velorio...

  • Sí, verdad... (Y de su cara salió una mueca muy parecida a una sonrisa)... bueno, ¿y dónde me pongo?... ¿o qué tengo que hacer?...

  • Pues... por mí está bien si se acuesta en la cama...

Le señalé la cama grande. Y con pasos largos pero lentos, pasó por donde yo estaba evitando ver mi OBVIA erección, y llegó hasta la cama. Primero clavó una rodilla, luego las manos y con movimiento felino se dio la vuelta para dejarse caer boca arriba. Así se arrastró hasta atrás, hasta quedar recargado en la cabecera, quedando con las piernas muy abiertas; una estirada y la otra doblada como para tapar algo. Los huevos le llegaban hasta el colchón. Todavía estábamos sudando, así que para hacer tiempo de secarnos con el clima le digo:

  • Me acabo de acordar de algo. Orita vengo Samuel, no se me mueva de ahí...

  • ¡¿Pos ora dónde madre vas muchacho?!...

  • ¡Por la cerveza que sobró!

  • Ah hombre... qué buena idea...

La verga se me alcanzó a bajar hasta la mitad en el trayecto al refri. Al regresar cerré la puerta tras de mí, y el tipo seguía exactamente igual, acariciándose el bigote. Al verme con el preciado líquido se le iluminó la cara y me dice: "A ver... trae acá... deja destaparla...". Me acerqué a la cama y al mismo tiempo que se la entregaba, me senté con una pierna doblada y la otra en el piso. ¡Muy cerca de él!... Rápido le quitó la tapa y me dice: "Pos como tú vas a ser el que haga el trabajito... se me hace que te toca empezarla". Sólo sonreí, y le tomé un trago pequeño. Se la devolví y el la bajó hasta la mitad. Volvió a eructar y la puso en el buró. Y le digo: "Bueno, mientras usted se chinga su cerveza... ¿puedo ir empezando yo?". Me vio a los ojos, me sonrió con cierto dejo de ternura revuelta con lascivia y sólo dio un jalón de cabeza hacia abajo a manera de autorización, pero sin quitar sus ojos de los míos. Así que procedí:

Como quien va a meter la mano en algo desconocido, lentamente acerqué mi mano hasta su tobillo y al atraparlo, el tipo como que quiso brincar y me dice: "¿Estás seguro de lo que vas a hacer muchacho?". Sólo volteé a verlo a los ojos, sonreí y con la cabeza el dije un "sí" muy marcado. Le levanté el pie lo suficiente para poderle desdoblar la pierna. El aire acondicionado estaba trabajando rápido porque ya nos estábamos secando.

Del tobillo fui subiendo poco a poco la mano tocándolo sólo con los dedos, por toooooda la larga pierna. Él me observaba como gato que ve un movimiento en la oscuridad. Cuando toqué su escroto con las yemas de los dedos, su acto reflejo fue estirar la mano para volver a agarrar la cerveza y se tomó lo que quedaba de un solo trago. Quito la mano y le digo:

  • Tranquilo Samuel... que no le va a doler...

  • Noooo... si ya vi que con esos deditos de ángel no hay manera de que me duela nada.

  • ¿Entonces le sigo?...

  • ¡Te estás tardando Toñito!... jah jah jah...

Dejó la botella en su lugar y apoyó ambas manos en la cama, como quien se prepara para salir corriendo o para recibir una inyección. Así que lo próximo que toqué fue su escroto, pero esta vez con toda la mano, en forma de concha fui atrapándolo poco a poco hasta que logré tener ambos huevos en mi palma y moviendo sólo los dedos, se lo empecé a acariciar, con muchísimo cuidado de no hacer algo que lo asustara. Y así, acariciándole los huevos, fue soltando la tensión de brazos, nalgas y finalmente de las piernas, porque las empezó a separar más, poco a poco. Me olvidé de su cara, me concentré en ver lo que estaba tocando. No podía creer tanta suerte para mí. Una vez que sentí que su pierna, es decir, los vellos de su pierna se entrelazaron con los de la mía, me sentí más en confianza y solté los huevos. Con la punta de tres dedos atrapé su media erección por el tronco y la levanté hasta separarla del cuerpo y así cerré la mano, para envolverla con mucha sutileza. Yo no tenía prisa alguna, así que se la acaricié de arriba abajo y estuve así hasta que logré mi objetivo: una erección total... según yo...

  • Aaaaay muchacho... ¡tienes manitas de ángel!...

  • ¡Y todavía no vamos ni a la mitad Don Samuel!...

Ya que logré una "erección total", me decidí a retraer completamente su prepucio para ver lo que tenía debajo y salió un hermoso hongo cabezón. Miles de comentarios vinieron a mi boca, pero como aquello era entre HOMBRES pos no se valía echarle piropos. Nomás le dije:

  • Pues sí que la naturaleza lo proveyó muy bien Don Samuel...

  • Muchacho...

  • Qué...

  • Todavía no termina de crecer...

Cosa que dijo con una sonrisa preciosa que me cautivó: por la sonrisa y por lo que dijo, claro. Y por esto que dijo, decidí alargar "la agonía", así que lo solté y dirigí mi mano hasta sus pezones robustos y velludos. Se los empecé a acariciar y como que no estaba muy familiarizado con eso porque me observaba como queriendo adivinar qué le hacía, pero después de unos segundos y que se le empezaron a poner duros, dejó salir un hilo de voz para decir: "aaaaah... que rico...". Tomé eso como reconocimiento a mi labor y seguí en ello, sin prisa, acercándome poco a poco, arrastrando las nalgas por el colchón hacia él.

Su piel ya se había secado por completo, mis dedos ya podían recorrerla como terciopelo, así que entre pezón y pezón, bajaba la mano para acariciarle los vellos y la panza, pero como parecía decepcionarlo, volvía a las tetillas y tanto estuve que cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, cosa que aproveché para acercarme y pasar la lengua encima de uno. Su reacción no se hizo esperar:

  • ¿Qué haces muchacho?...

  • ¿No le gustó?...

  • Pues sí... pero...

  • Tranquilo Don Samuel. Usted nomás déjese querer.

Y así, bajo su supervisión me volví a agachar sobre su pecho y esta vez ya metí todo su pezón en mi boca y empecé a juguetearlo suavemente con la lengua. Nada de dientes. No quería espantarlo. Y estuve así hasta que oí un gemido de placer con la caidita de cabeza para atrás. Y me quedé conectado a su pezón más cercano a mí un buen rato, todo cuidándome de no caer en alguna brusquedad que lo hiciera volver a la realidad. Y en esas estaba, cuando se me ocurrió acercarme aún más para alcanzar a llegar al otro, para lo que ya de plano pegué mi pierna contra su cuerpo y pasé mi brazo por encima de él para apoyarlo en la cama y agacharme a lamerle el otro, con el mismo tratamiento de lengua primero y labios después. De pronto sentí la mano de Don Samuel apoyándose sobre mi rodilla, lo que me puso más caliente todavía. Que yo acariciara a ese hombrazo, era fácil de entender, pero que él me pusiera una mano encima en esas condiciones, se me hizo mucho más excitante.

El tipo no se quejaba, sólo movía la cabeza de un lado para el otro con los ojos cerrados, dejando salir de cuando en cuando gemidos apenas audibles. Me retiré de su pezón izquierdo y ya iba de regreso al derecho, cuando Don Samuel abrió los ojos y me dice:

  • ¿Pos qué tanto me haces muchachillo?... (Con una sonrisa hermosa, abajo del bigote claro)

  • ¿No le está gustando?

  • ¡A huevo que me está gustando!... pero... pos es que nadie me había hecho eso nunca...

  • ¿De verdad?

  • En serio.

  • ¿Entonces le puedo seguir?

  • Tú síguele que yo ya estoy en otro mundo.

Volvió a echar la cabeza para atrás y me volví a conectar con su pezón derecho, pero esta vez busqué sus huevos con la mano, sin voltear a ver, y ya no le colgaban tanto como hacía rato. Mientras lamía su pezón, jugaba con su escroto aunque también le acariciaba la pierna y entre las piernas, lo que hizo que se reacomodara para dejar toda su ingle expuesta para mí. Todo con suavidad.

Ahora ya le chupé con un poco más de fuerza la tetilla y esto lo hizo jalar aire entre los dientes. Me detuve pero no me retiré. Oí que dice: "Tú síguele Toñito... no me hagas caso que esto se siente muy chingón...". Pos como fue, le seguí succionando, cada vez con mayor intensidad hasta que me decidí a subir mi mano por su entrepierna en busca de su verga, pero no la hallaba. Subí y subí la mano y hasta que encontré la base, pero ahora mucho más gruesa que antes. Dejé lo que estaba haciendo y volteé a ver que carambas era lo que tenía yo en la mano. Eran como 22 centímetros de carne aterciopelada, dura, más gruesa que la mía y con una ligera curva hacia arriba. La tenía pegada a la panza por la erección. Tanto me impresionó que oí la voz del hombre: "Te dije que todavía le faltaba crecer Toñito...". Volteé a verlo y tenía una sonrisa tan hermosa que me dieron ganas de besarlo, pero no, eso sí lo iba a asustar. Y me dice:

  • ¿Tonces qué Toñito?... ¿me ayudas o no me ayudas?

  • ¿Ah ya de una vez?...

  • Pos es que ando que si me la testereas un poco y te voy a bañar todito.

  • Pos órale, de una vez para que ya se duerma tranquilo.

Al oír esto, Don Samuel se escurrió en la cama hasta quedar casi acostado, sólo la cabeza un poco inclinada sobre la almohada, supongo que para poder ver. Retrocedí para quedar a la altura de su pene, lo tomé con la mano derecha y le digo:

  • Ahí le va don Samuel, agárrese que no me detienen hasta que termine de ordeñarlo.

  • ¡Tú dale sin miedo muchacho!... que yo te aviso...

  • ¿Que usted me avisa?... ¿qué cosa me avisa?...

  • Pos cuando ya vaya a salir la mercancía... digo, pa’que no te caiga todo encima... ¡porque yo escupo muy duro! (Riéndose).

  • No importa Don Samuel. No me avise nada. Usted dedíquese a disfrutar, que si me embarra, me vuelvo a bañar y listo.

  • ¿Seguro Toñito?

  • Seguro Don Samuel

  • ¡Que te digo que me salen muchos!

  • Venga. Quiero ver si es cierto.

Y sin más empecé a masturbarlo despacio lo que hizo que cayera otra vez su cabeza, pero siguió observándome. Sus piernas empezaron a acomodarse, se abrían, se estiraban, se acercaba más y más a mí. Subía las manos, luego las bajaba. Como que nunca lo habían masturbado con tal dedicación a este buen hombre.

Seguí jalándosela hasta que estuve seguro de que ya estaba en éxtasis y entonces me aventé a hacer lo que me estaba muriendo por hacer. Me agaché hasta la punta de su verga, hasta el glande que salía y entraba en su prepucio, y puse la lengua para que chocara con ella cada que saliera. Y oigo: "No toñito... eso sí que no...", pero era una voz jadeante, así que no le hice caso y proseguí hasta que de plano jalé todo el prepucio y cubrí el glande con mi boca. Lo rodeé por completo y lo llené de saliva. Oí un feliz pero lánguido: "aaaaaah...". Una vez que lo tuve bien ensalivado, volví a los movimientos masturbatorios. Había suficiente verga para masturbarlo y hacerle sexo oral al mismo tiempo.

Seguí en esa tarea hasta que me detuvo con ambas manos la cabeza y me levantó, con cara llena de placer:

  • Eso no Toñito...

  • Déjeme hacerlo Don Samuel. A usted le está gustando y a mí me gusta hacérselo...

  • Pero...

  • Déjeme que se lo haga Don Samuel...

  • Bueno, como gustes muchacho...

  • Y no me avise, yo sabré a qué horas se va a venir...

Ya no dijo nada. Dejó caer la cabeza y esta vez ya no me anduve con medias tintas, una vez obtenido el permiso, me puse de rodillas sobre la cama y comencé a hacerle un frenético sexo oral. Su verga era muy grande, pero no tanto que no me cupiera. Me llegaba a la garganta. Ya estaba subiendo y bajando mi cabeza, cuando noté que empezó a abrir y abrir las piernas, así que brinqué una y me ubiqué en el centro de ambas pero seguí con mi deliciosa succión. Las levantó un poco, lo que me avisó que ya no tardaba, así que además de chupársela, se la empecé a jalar, más y más fuerte. Empezó a pujar el hombre. Jalaba las manos hacia mi cabeza y me la empujaba hacia abajo; ya estaba yo sudando otra vez y seguí así hasta que ya de plano disparó una y otra vez contra mi garganta, en medio de rugidos y contorsiones, y por dios que sí era mucho, tanto que no pude retenerlo ni tragarlo, sólo me retiré para rápido seguir ahora con la mía antes de que volviera en sí.

Me senté encima de una de sus rodillas, pero sin presionarlo, sólo para sentir sus vellos en mi culo, y una vez ubicado así, con un frenesí mucho mayor todavía me la empecé a jalar hasta que terminé encima de él. El señor quería cuidarme de que no me cayera encima su semen y el que terminó bañado fue él, pero no era momento de atenciones. Sólo me dejé caer a un lado de él en la cama y solté por completo el cuerpo. A los dos nos venció el sueño, el cansancio y el alcohol.