La vida de paula xxviii

Dia a dia

El patrón buscó un tocón. Se ve que había habido talas recientes en la zona y había varios.

Cuando encontró uno que le gustó, me dijo,

“Bien mula, túmbate sobre el boca abajo.”

Yo lo hice. Solo mi estómago descansaba sobre el tocón.

Pidió las cuerdas que habían atado a la mami y a la paradita, y con ellas me ató las muñecas y los tobillos, de forma que mis piernas quedaban en el aire, y muy separadas la una de la otra.

Era evidente lo que iba a ocurrir. Iban a usar mi culo como diana.

El patrón contó los pasos equivalentes a 40 metros. Hizo una raya en el suelo, y les dijo,

“Bien chicos, descargar vuestro cargador contra la mula”

En mi vida pensé que aquello pudiera doler tanto. Recibía impactos en los muslos en las nalgas, en la vulva, en el ano, por todos lados.

Era un impacto seco. Un escozor fuerte al principio, para luego tornarse en un ardor de la zona. No tardaron mucho en descargar los cargadores de las bolas. Era incapaz de calcular los impactos que había recibido, teniendo en cuenta que eran cinco y que por lo menos a cada uno le quedaran 50 bolas, seguro que más de doscientos cincuenta, aunque también podían quedarles muchas más, quería recordar que tenían capacidad para 200 bolas, y aunque hubieran disparado en el monte, y fallado muchas al dispararme a mí, era una locura.

Se acercaron a ver la “diana”. Hicieron fotos.

“Las mezclas de colores, sobre el culo de la puta, le hacen un cuadro picassiano”, reían todos la gracia.

“Bueno hora de irse”, dijo el patrón, que mirándome me dijo

“Tu mula escoge ya a quien quieres que sea la mula a partir de ahora hasta mañana a estas horas.”

Tu tuve que pensarlo mucho, si me hubiera podido cambiar por la sádica, lo habría hecho, solo por putearla como ella me había puteado a mí, pero al no estar ella en juego le dije.

“Me cambio con la patrona”

“Sabia elección”, me dijo el patrón. “Cuando lleguemos a la casa, tu serás la patrona hasta mañana”

Me dio un trapo para que me limpiara las nalgas de la pintura. Debía de estar llenita. Apenas me podía sentar en el coche. Me dolían todos los impactos de las bolas de pintura.

Cuando llegamos a la casa, me metí directamente en el baño. Como patrona, tenía esos privilegios. El agua caliente de la ducha pese a que en un principio hizo que me escocieran los impactos de las bolas, luego me alivio bastante.

Mientras, el patrón, le puso a la patrona las cadenas que llevaba yo, y la metió en la jaula de los podencos, con la paradita.

Ja, ja, era curioso ver a las perras juntas

Cuando salí del baño, me vestí con ropa de la patrona que más o menos me servía, y me fui a buscarla, para que entrara, hiciera la cena y nos sirviera. No tenía yo ganas de trabajar.

También metieron a la paradita, y ambas estuvieron como estaba yo habitualmente al servicio de los comensales, y comiendo lo que las echábamos.

Después lo habitual, pero sin juegos. Todos a follar a discreción, y a comer coños como locas. Eso si la patrona y la paradita, durmieron en la jaula muy abrazaditas y cubiertas con la manta.

Yo, dormí con el patrón, que para eso era la patrona. La verdad es que agradecía enormemente el poder dormir en una cama, aunque no fuera la mía. Además, dormí lo que me dio la gana. Y encima cuando me levante tenía hecho el desayuno.

Hablé con el patrón:

“Buenos día, me gustaría que cuando la mula esté libre, por si tiene ahora encomendado algún trabajo, la prepares para un paseo en carro.”

“Como no, mi querida patrona. Sera un placer para mí”, me contesto irónico. “Además me voy a permitir sugerirte un vestido que seguro que a la mula le joroba mucho que te pongas.”

Para mi sorpresa el vestido, era de época, pero bueno quedaría hasta bien montando en mi carrito con él.

Aunque la mula estaba limpiando el terreno, el patrón la relevo por la paradita y la llevó al establo para acondicionarla como ponygirl.

Cuando estuvo lista, me aviso. Yo salí radiante de la casa con el vestido de época, mi pamela, mi para sol… autentica.

Me subía al carro y tome las riendas. Cogí el látigo, y la di un pequeño latigazo.

“Arre mula”, la dije

La patrona me había mirado de reojo cuando salí de la casa. No aprecié una cara especialmente disgustada al verme con la ropa.

Intente reproducir al milímetro el paseo que me dio ella, Salvo que yo tiraba más de las riendas para sí tirarla más de las tetas. De vez en cuando relinchaba, no sé si porque se cansaba, o porque no le gustaba que la tirara tanto de las tetas.

Cuando llegamos a la loma, la frene en seco en su comienzo. Tirando de las dos tetas para atrás, se quedaba clavada.

Una vez quieto el carro del todo, la dije,

“Arre mula”, haciendo estallar el látigo en su espalda.

Lo intentó, pero era imposible. No era capaz de encarar la loma, sin coger nada de carrerilla. También intentó girar para coger carrerilla, pero yo con las riendas, me había hecho toda una experta, y la controlaba perfectamente. Y si se me desmadraba la mula, el látigo la amansaba. Cuando ya comprobé que estaba físicamente incapacitada para subir la loma, la hice girar, y volvimos sin subir la loma.

Debió de acordarse de toda mi parentela, pero la hice volver al galope.

Cuando llegamos a la casa la deje aparcada delante de la puerta de casa. La acaricié la cabeza, y la dije, muy bien mula, ahora vendrá el patrón, a quitarte los aperos. Luego te aseas, y entras a preparar la comida.

Entre dientes me dijo,

“Ya verás cuando se pase el día”

La cogí de los pelos, y la dije,

“¿Y qué vas a hacer, mula?, además aún no ha pasado el día y como me calientes puede que no lo termines viva.” Me salió del alma, jaja

Al momento, llegó el patrón y la llevo al establo.

Yo me metí en la casa, y me cambié de ropa.

Poco después llegó la mula, Ya aseadita.

“Venga haz la comida, que no tenemos todo el día”, la dije.

La tarde, se pasó rápida. Hay que ver que pronto se pasaba el día siendo la patrona, y lo largo que se hacía normalmente.

Cuando anocheció, el patrón me dijo,

“Fena, tu reinado ha terminado. Espero que hayas disfrutado el premio, desnúdate, y vamos para afuera que te pongo en tu lugar”

Me quité la ropa de la patrona, y le seguí.  Fuera me llevó a la jaula donde estaba la patrona y la paradita.

Las sacó. Le quitó las cadenas y el collar a la patrona, y me los volvió a colocar a mí.

Ellas, quedaron libres y fueron para la casa.  La patrona me miraba desde la escalera, como diciéndome con la mirada… Te vas a cagar.

Me metí en la jaula. El patrón puso el candado. Yo esperé pacientemente a la hora de la cena. Mientras la patrona, ya como tal y la sádica, salieron de la casa, se montaron en el coche, y se fueron.

Volvieron al cabo de un buen rato. Sacaron del coche, una gran caja de cartón y la llevaron al establo. Allí permanecieron un buen rato. Desde afuera, oía ruidos como de estar clavando algo, así como risas de las dos. Pero no conseguía entender lo que decían. Al final, salieron, y sin mediar palabra se metieron las dos en casa.

Cuando llegó la hora de la cena, vino el patrón a por mí, como casi todos los días. Durante la cena se repitió la misma historia de todos los días. Y luego también el fregar y recoger la cocina. Cuando iba a cuatro patas camino del salón pensé, ahora el folleteo de todas las noches. Bueno era una forma que tenían de divertirse.

Pero cuando llegué me sorprendí. No estaban como otros días, ya medio desnudos y empezando ya los juegos. Estaban todos vestidos, y cuando me vieron llegar se levantaron al unísono, y todos se dirigieron hacia la puerta, excepto la patrona, que vino hacia mí.

Me colocó la correa, y salí con ella, detrás de todo el grupo. Nos dirigimos todos al establo.

Vaya debía suponer que aquellas dos habían estado preparando algo para mí.

Antes de entrar en el establo, la patrona sacó de un bolsillo una bolsa de papel, de las de meter la comida, y me la puso en la cabeza.

Sin duda, no quería que viera lo que me habían preparado.

Entramos en el establo. Una vez dentro, noté como varias manos me cogían y me levantaban en vilo.

También como me quitaban las cadenas de tobillos y muñecas. Me empezaron a bajar. Hasta que me apoyaron en el suelo. En ese momento note como ataban mis manos y pies con cuerdas y me quitaban la bolsa de la cabeza.

Estaba encima de una especie de manto verde. Empecé a notar en todos los puntos donde mi cuerpo apoyaba con aquel manto verde, una irritación seguida de quemazón. No había que ser muy espabilada, para saber que me habían preparado un lecho de ortigas.

Conocía de sobra el ácido fórmico y los efectos que causaba en la piel. Solo en muy grandes cantidades, podía llegar a resultar peligroso, pero más que nada por efectos de ampollas y ulceraciones en las zonas directamente expuestas a una alta concentración del ácido.

Pero era, terriblemente molesto, me picaba muchísimo, además de la aparición casi inmediata de pequeños granos en la piel, que no era otra cosa que la reacción química al contacto con el ácido.

La patrona, se puso guantes de goma, y cogió varias ramas. Las ortigas, al estar recién cogidas, multiplicaban el efecto del ácido.

Con las ramas que cogió, empezó a azotarme, la espalda, los brazos, las nalgas, los muslos, las pantorrillas. La sádica también se unió a la fiesta cuando la dejaban porque los tíos ya habían empezado a follarse a la paradita y a ella misma, que con una polla dentro, aún tenía tiempo para azotarme de lo lindo.

A la erosión normal del azote, además dado con ganas, había que unir el efecto del ácido que se adentraba más en la piel por la propia erosión. Si no conociera los efectos de la ortiga, diría que tenía la parte delantera y trasera de mi cuerpo en carne viva por los ardores y escozores que tenía. Desde el cuello hasta los talones.

Cuando se cansaron de azotarme así, me desataron las manos y los pies, y me dieron la vuelta. Ahora estaba boca arriba. Me pude mirar las tetas y los muslos, estaban rojos, rojos, y llenos de pequeñas erupciones.

Los azotes con ortigas, esta vez de ramas nuevas, en tetas, pubis, vulva, muslos, y piernas, se sucedieron. Yo no podía evitar dar grititos a cada azote. Era mucha la superficie de mi cuerpo que estaba siendo castigada.

Alternaban los azotes con frotamientos a mano de ortigas, en los pezones, clítoris, sacándomelo del capuchón, y frotándolo sin piedad, muslos, piernas, etc.

La sádica, cogió un consolador que había añadido por atrás, un largo palo. Empezó a metérmelo por el coño. Lo metía con fuerza y todo lo que podía.

Después de meterlo unas cuantas veces grito sacándolo

“Lubricante”

La patrona, cogió unas cuantas hojas de ortiga, y me las puso en la entrada de la vagina. La sádica, con el consolador, se encargaba de que las hojas llegaran bien profundo en mi vagina. Ahora se añadía también el ardor y escozor interno.

Ahí estaba perdida. No sabía si eso podría tener algún tipo de efecto secundario, ya que eran zonas muy sensibles y muy húmedas.

Repitieron el jueguecito varias veces. Mientras la sádica me follaba con el consolador y las hojas de la ortiga, la matrona me azotaba o me restregaba hojas por las zonas más sensible.

A los tíos, mis gritos y movimientos ante la tortura a la que estaba siendo sometida, les ponía mucho.

Las follaban más fuerte, y las sacudían a ver si ellas también gritaban.

MI clítoris, debía de haber duplicado su tamaño. Era terrible el dolor que tenía en él. Pero no lo era menos la sensación que tenía en la vagina. Era una mezcla de plenitud dentro y de escozor horrible. No me hacía idea de cómo podía estar mi vagina por dentro, incluso hasta el cérvix y si parte el ácido también estaría entrando en mi útero.

Peor fue cuando añadieron otro consolador igual que el anterior y esta vez fue a mi ano. El problema de tener ya el ano tan dilatado, es que abría como si nada al menor contacto con él. Bueno era un problema en esta ocasión en otras, era una gran ayuda.

El ardor de mi ano ahora se unía al resto. Sin duda estaba pagando bien mi osadía de trolear a la patrona en la loma.

Estuvieron un tiempo para mi interminable haciéndome el tratamiento de los dos agujeros y los latigazos. Cambiaban con frecuencia de ramas, para que las ortigas fueran más activas. Mientras, los otros follaban como locos como podían para no interrumpir la tortura de la patrona y la sádica. Lo que sí que estaba claro es que hoy a mí no me follaban.

Cuando al final se cansaron de follar y de torturarme con las putas ortigas, se fueron.

A mí me dejaron como estaba tumbada boca arriba, con los dos consoladores metidos y me cubrieron con las ortigas que las quedaban.

Para que no tuviera frío. Dijo la hija puta de la sádica.

CONTINUARA