La vida de paula xxvii

Dia a dia 9

Ya no se les oía cerca. Parecía que, de momento, había pasado el peligro.

Pero aquello no había hecho nada más que empezar. Tenía que intentar camuflarme de la mejor manera posible. No era nada fácil. Al no llevar ropa no podía sujetar ramas para ocultar el cuerpo. Fue lo primero que se me ocurrió. Entonces recordé buna película, creo que era de Rambo, en que se ponía barro por todo el cuerpo, y los malos pasaban por delante de él, y no le veían.

Pero claro, aquello era yo una película. Miré por allí, tampoco había un charco de barro donde poder embadurnarme bien.

Tampoco era cuestión de convertirme en una estatua de barro, simplemente se trataba de que no fuera visible a simple vista, ahora mismo, el color de la piel, destacaba muchísimo sobre el verde y marrón del monte.

Volví al corte de la montaña, era una de las zonas más húmedas que había visto.

Mi espalda, de haber estado tumbada estaba más sucia que por delante. Quizás, rebozándome bien, pudiera manchar más cuerpo.

Anda que, si aparecieran ahora los del Seprona por allí, o unos cazadores, o unos buscadores de setas, y vieran a cuatro locas en cueros escondiéndose de cinco mongoles que querían cazarlas con pistolas de paintball, la situación sería rocambolesca.

En el corte de la montaña, había humedad, y por lo tanto la tierra era más blanda, pero me hacía falta líquido, y se agua estaba más bien carente.

Se me encendió la bombilla. Yo podía generarlo. No tenía nada más que hacer pis en una zona blanda, y sin duda eso me daría una buena cantidad de camuflaje.

Me puse manos a la obra. Busqué la zona más cercana con tierra blanda. Mee allí, intentando extender la meada lo más posible.

Una vez hecho comencé a hacer barro con mis manos. La meada había sido abundante, de todas noches, pude pronto empezar extender el barro por lo cuerpo. Lo hice por las zonas más visibles. No iba a tener para todo el cuerpo, pero al menos cubriría pecho, tripa y muslos que son duda sería lo más visible si me veían de frente.

Aquello no olía muy bien, pero era eso o nada.

Unté todo el barro que pude. Me dio para cubrir más o menos las partes dichas, y gran parte de la cara.

Escuché voces y relativamente cerca. Estaba aprendiendo que, en el monte, el sonido llegaba más limpio, sin ningún tipo de contaminación acústica, y por tanto distorsionada las distancias. No obstante, me escondí en el corte y esperé a oírlos pasar.

Al cabo de unos minutos oí claramente los ruidos de las pisadas sobre la hojarasca y algún crujido de ramas al romperse con las pisadas.

Esperé hasta oír que se alejaban y miré bien parapetada. Eran los dos hijos mayores. Llevaban una gran rama sobre sus hombros, y en ella atada de pies y manos, iba colgando la paradita.

Tenía un impacto verde bastante acusado en uno de sus costados.

La imagen imponía, era con los cazadores de una tribu indígena, volviendo a su aldea con las piezas cobradas. Ahora solo faltaba que hicieran una barbacoa y nos asaran allí para comer.

Desaparecieron monte abajo.

Supuse que la dejarían donde fuera y volverían a subir a ver si podían cobrarse más piezas.

No me equivocaba, al rato los volví a oír subir hablando entre ellos.

Quieta, Paula, me dije. No pestañees. Pasaron de largo. Sentí una enorme curiosidad por saber que habían hecho con ella.

No me fue su difícil seguir sus huellas, y ya no tenía que preocuparme por las mías. Entre tanta huella en el suelo. Era imposible que vieran las mías.

Un poco más abajo, en un pequeño claro, pero dentro aún de la montaña, la habían dejado entre dos árboles, colgando la rama donde estaba atada, en la V que hacía el tronco al unirse con la copa.

Me pareció bastante fuerte. Primero la dejaban sola, segundo aquella rama, podía partirse, caer al suelo, y hacerse heridas.  En fin, demasiado fuerte.

Pensé por un instante en liberarla, pero cambié rápido de idea. Es más, me esforcé porque no me viera.

Si hacían esos juegos, es que estaban acostumbrados a ello, y mi intervención solo podía complicar las cosas, al menos para mí, así es que me estaría quietecita, y volví a internarme en el monte.

No obstante, de subida me estuve fijando en otras vías para poder llegar donde estaba el coche, sin necesidad de emplear el camino que usaban ellos. Había pequeños senderos que bajaban también del monte, pero no sabía dónde llevarían.

Quedaba aún mucho día. Seguro que paraban para almorzar o comer. Yo no había desayunado y la verdad tenía algo de hambre. Lo primero que había visto eran unas enormes moreras, que seguro me podían aportar cantidad de moras. Aunque no era la época apropiada, las moras aún estaban comestibles, y tenían un alto poder nutritivo. También vi zonas de zarzales, de ellas debía huir, ya que mi indumentaria no era la más apropiada para adentrarse entre zarzales.

El agua sería más complicada, no tenía ni idea de donde podría haber allí algún pequeño manantial, o siquiera una charca con el agua más o menos limpia.

Mientras dejaba pasar el tiempo, observe algunas aves. Se posaban en algunas plantas y comían de ellas. Eso me dio la pista de que aquellas plantas eran comestibles. Vi como en una planta, comían las hojas, no las flores. Decidí cortar una hoja y masticarla. No sabía mal, era como una verdura, quizás un sabor a acelga, pero lo que más me gustó es que tenía mucho líquido.

Bueno entre las moras y esas hojas, tendría suficiente para hidratarme y comer algo. Mejor que el engrudo que me ponían en la jaula, ya era.

No volví a oír ni ver a los cazadores hasta lo que entendí era la hora de la comida. Bajaron los cinco. Yo los observaba desde mi escondrijo. No traían nueva presa, por lo que las otras dos también habían conseguido de momento sobrevivir.

Con la ayuda de una piedra que encontré, con cierto filo, me entretuve en cortar unas ramas largas y frondosas. Me tumbé cerca del corte de montaña donde no era visible desde el camino, y me cubrí con las ramas. No pensaba quedarme dormida, pero al menos descansaría un poco y lejos de las babosas.

Pero sí, me quede dormida. Lo malo es que cuando desperté, el sol ya estaba cayendo. No tenía ni idea del tiempo que había pasado ni si seguían aún en el monte los cazadores y las otras dos mujeres. Por supuesto no había oído el cuerno. Estaba bastante perdida.

Decidí bajar un poco por uno de los senderos alternativos a ver si aún veía ala paradita colgada de los árboles, y si el coche estaba aún allí.

Mis pies volvían a resentirse después de la tarde anterior en el molino. Descendí lo que entendí que era la distancia a la que estaba la paradita. Me acerqué tapándome con las ramas lo que pude. Allí estaba.

Aquello tampoco me decía nada, podían haberla dejado allí como castigo.

No me iba a cercar a preguntarla, y no tenía muy claro si el bajar a buscar el coche, era muy buena idea. No había estado muy atenta en la subida, y podía perderme en aquel monte.

Metida en estas disertaciones, oí de nuevo a dos bajar. En este caso, eran el patrón y el hijo menor. Traían a la patrona, como antes habían bajado a la paradita. Buscaron otros dos árboles cercanos, y la dejaron colgando de igual forma. Pude ver también con nitidez que tenía un disparo en el estómago.

Parece que no les apetecía ya volver a subir. Po radio dijeron a los otros, que ellos ya no subían, y que no tardaran mucho tampoco ellos.

El hijo menor cogió una rama la pelo, y se dedicó a azotar a las dos colgadas, la mami, y la paradita. No las daba con mucha fuerza, pero si buscaba zonas sensibles.

El patrón sacó una cantimplora, y las dio a las dos de beber.

Se sentaron cerca de las dos cazadas.

“Donde coño se habrán metido las otras dos putas?” le decía el patrón al hijo.” Hemos peinado todo el puto monte, por la parte transitable, y nada. Espero que no las haya dado por irse por la zona de los acantilados. Es muy peligrosa, y no llevaban ropa de escalada, precisamente.”

“Tú crees que estos juegos son seguros, papa”, le preguntó el hijo menor con la inocencia típica de la edad.

“Por supuesto que no, pero esas zorras tienen que saber sobrevivir. Han nacido para eso para sobrevivir y follar. Además, si fuera seguro, no sería divertido”

El chico asintió con la cabeza.

Se me ocurrió un plan, para demostrarle al patrón, que sí, que sabíamos sobrevivir.

Seguramente ahora mismo ya estarían mucho más destensados que antes, ahora sería fácil, rodearles, y sobre todo al chico, hacerse con su pistola.

Podía esperar a que estuvieran los cinco, y liarme a tiros con ellos.

La adrenalina me subió de golpe. Iba a hacerlo si, o si. Pero esperaría a que tocaran el cuerno, así daría tiempo a que bajaran los otros tres, a que apareciera la sádica, y además una vez que tocaran el cuerno, ya habría acabado el juego y no me podrían cazar.

Fui bajando lentamente bordeando el claro del monte, donde se encontraban ellos.

Decidí apostarme en unos matorrales, hasta que hicieran sonar el cuerno. Supuse que ese ya sería el momento de relajación total. El chico estaba sentado en una piedra, casi pegado a la zona donde yo estaba. Incluso cuando me aposte oyó algo porque se giró, pero las ramas me cubrían bastante bien al margen del camuflaje que aún llevaba en el cuerpo.

Tuve que esperar un buen rato, hasta que aparecieron, los otros tres.

En ese momento, el patrón y el hijo pequeño, se levantaron de sus piedras, y se dirigieron hacia ellos. El patrón llevaba el cuerno en la mano, y los cinco juntos se pusieron a mirar hacia el monte, haciendo sonar el cuerno.

Era el momento de apoderarse de la pistola. Me dirigí lo más silenciosamente que pude hacia la pistola del chico. Vi que tenía bolas en el cargador, la cogí y me volví a meter en mi escondite.

Esperaron a ver si bajaba la sádica. Tardó un buen rato, pero al final apareció por el sendero del monte.

Pero aún faltaba yo.

“Donde coño se ha metido la mula?”, preguntaba el patrón. “No la has visto tú al bajar?”, le preguntó a la sádica

“No, le contestó ella no la veo desde esta mañana”, contestó la sádica.

“Vaya tela, bueno mientras que aparece vamos a ponerles el castigo a estas dos zorras”, dijo refiriéndose a las dos cazadas.

Tenía que aprovechar ese momento, si esperaba más, todo el mundo empezaría a ponerse nervioso por mi ausencia. Lo mismo hasta subían a buscarme, y ya no los tendría a tiro.

Una vez, había ido a un paintball con la empresa, por aquello de hacer actividades, y hacer equipo. Recordaba lo mínimo sobre el uso de las pistolas. Disparaban tiro a tiro y a ráfaga.

Lo puse en ráfaga. Quería cargarme a los cinco de una pasada. Me acerqué en cuclillas hasta que estuve a menos de 40 metros de ellos. No quise acercarme más para que no me arruinaran mi sorpresa. Estaban todos despistados y era el momento.

Abrí fuego, en ráfaga, intentando darles a los cinco. Y vaya si los di. Era difícil fallar a esa distancia.

Gritaron de todo,

Ostias, pero será hija puta, zorra e vamos a reventar, ahora te vas a enterar, ……

El patrón se interpuso, cuando debían de estar a punto de coserme a balazos.

“Quietos, quietos, chicos. La muy hija de puta, no para de sorprendernos. Lo mismo se folla al semental, que nos cose a todos a tiros. Mirar su estrategia. Se ha camuflado el cuerpo, y seguro que nos ha estado vigilando ella a nosotros, en vez de nosotros a ella, para al final terminar cazándonos. Muy bien, fena, te felicito públicamente. Has estado brillante.”

“Así es que vas a tener un premio, que vas a elegir ahora, pero también un castigo. Podemos decir que esto no ha estado bien dada tu condición de sumisa.”, prosiguió.

“Elige tu premio”, me dijo

“Que suelten a las dos”. Dije yo

“Sea,” dijo el patrón. “soltarlas”

Los hijos desataron y soltaron a la paradita y a la mami.

“Y ahora tu castigo. Bueno tenemos que gastar las bolas de pintura y como no te hemos podido cazar, te vamos a utilizar ahora para practicar el tiro al blanco, así estaremos empatados. Tu nos has cazado a nosotros, y nosotros te cazaremos a ti.”

Si, pensé, pero gustazo que me he dado disparándoos, no me lo quita nadie.

CONTINUARA