La vida de paula XIII

LUNA DE MIEL XIII La historia de una mujer casada, dominada por varios hombres en diferentes situaciones

Abandonamos con relativa urgencia el bareto aquel. Yo totalmente desnuda.

Ya en la calle, nos dirigimos hacia el zulo donde había guardado Jacobo nuestras cosas.

“Supongo que he de darte las gracias”, le dije.

“No hace falta, yo cumplo órdenes”, me contestó.

“De mi marido supongo”, le dije.

“Así, es”, contestó él.

“Y el follarme también entraba dentro del sueldo tuyo?”, le pregunté.

“Así, es podía usarte lo que quisiera,” me dijo.

Eso debe ser lo conocido como “Pago en especie”.

“Y como les has convencido de que me dejaran ir con tanta facilidad”, le pregunté intrigada.

No me contestó, simplemente se levantó la camiseta que llevaba, y me mostró la culata de una pistola.

“Argumento de peso,” le dije sorprendida.

“Así, es, con esta gente no puedes andarte con tonterías. Además, toma tus 300 euros. He convencido al Barbas de que ese dinero era tuyo, no suyo,” Me dijo dándome el dinero.

La verdad es que se lo agradecí, no por el dinero en sí, sino porque era el que me había dado Ramiro, y bueno me hacía ilusión poder tenerlo y disfrutarlo yo.

Abrió la trampilla y saque el vestido y los zapatos. Me los puse. Después de todo no tenía tan mala pinta. A lo lejos por la entrada del camino vi las luces de un coche avanzar. No tardó mucho en llegar donde estábamos.

Flipas. Era el coche de la noche anterior, y lo conducía mi marido.

Paró. Salió del coche. Estrecho la mano de Jacobo.

“Algún problema?”, le preguntó.

“No, todo bien señor.”, le contestó este.

Se acercó a mi. Me dio un beso en los morros.

“Te has divertido cariño?”, me preguntó.

El cinismo de aquel tío, era impresionante.

Me di la vuelta, me levanté el vestido y le mostré la marca del látigo en mi culo.

“Si no llega a ser porque Jacobo intervino, mi diversión hubiera sido mucho mayor, cariño”, le dije con sorna.

“Sí, eso no estaba en los planes, pero al barbas se le fue la pinza. Por eso cuando Jacobo me llamó, le dije que nada de marcas. Aunque claro esa ya estaba hecha, pero tampoco es malo que lo vayas probando”, me contesto como quien comenta un partido de futbol.

Hice ademán de hablar, pero me puso un dedo en la boca.

“Vamos al hotel, Jacobo”, dijo.

Nos subimos al coche y partimos para el hotel.

No abrimos la boca en todo el camino. Yo no paraba de pensar en sus palabras,” pero tampoco es malo que lo vayas probando”

¿Quería decir con eso que habría más “diversiones” de esas, y que en alguna conocería el látigo en profundidad?

¿Porqué se supone que me debía divertir? Y ¿qué sacaba el de todo esto?

Eran preguntas que no tenían respuesta. O al menos yo no se las veía. Realmente estaba molesta. Que digo molesta, cabreada, muy cabreada. Había pasado miedo y no creo que con eso nadie se pueda divertir. Incluso ellos habían tenido que intervenir para que el tema no se les escara de las manos.

¿Qué pasaría si un día no podían intervenir, o no llegaban a tiempo? Aquello demostraba que no lo tenía todo controlado.

Por un momento pare mis reflexiones y pensé.. estoy dando por sentado, que esto es un estilo de vida. ¿A ver Paula, que vas a hacer? ¿Qué tienes que hacer?

Tampoco tenía respuesta para esas preguntas, pero creo que era imprescindible tener una larga conversación con mi marido.

Al llegar al hotel, subimos directamente a la habitación. Antes me había preguntado si quería cenar algo y le dije que no tenía ganas. Que quería llegar a la habitación.

Me di una larga ducha, agua caliente para relajarme lo más posible. Cuando termine, salí me seque, y me puse el albornoz. Mi marido estaba sentado en un sillón con las piernas cruzadas, leyendo el periódico y tomando una copa.

“Quieres algo de beber?,” me preguntó.

“No, lo que quiero es que dejes de leer y hablemos”, le dije

“Y de que quieres hablar?”, me preguntó como si no hubiera pasado nada.

“Mira, teníamos que haber hablado después de la primera noche con tus tres clientes, pero te negastes”, le dije.

“Sí, y mi se sigo negando”, me contestó.

“No me vale. O hablamos ahora mismo, o mañana por la mañana cojo el primer avión y me voy para casa. Y evidentemente pido el divorcio nada más llegar”, le dije muy segura de lo que hacía.

“Está bien”, dijo cerrando el periódico y dejándolo a un lado. “Realmente no ha pasado nada, te estoy probando”

“¿Cómo, que me estas probando?, le pregunté indignada. “¿Para que me estas probando?

“Quiero ver si puedes ser una buena esclava sexual”, me dijo sin temblarle el habla.

“¿Perdona?, ¿una buena esclava sexual? Pero tú no estás bien de la cabeza. Te das cuenta que en los días que llevamos casados, me han follado 17 tíos distintos, me han humillado, meado, vejado me han sodomizado, he tragado semen de no se cuentos, me han azotado, he estado con gente inmunda y sin tener ni puta idea de ¿porque?, le dije muy cabreada.

“Mira Paula, así ha sido y así será. He querido que pruebes lo que será tu vida de casada conmigo. Harás exactamente lo que me plazca. Lo que yo te ordene, y sin rechistar. Lógicamente esto no será todos los días, ni a todas horas. Quizás estos días está siendo más concentrado, más intenso, porque al estar lejos de casa es más fácil, no te conoce nadie, y tienes menos posibilidades de pedir ayuda. Por cierto, a mí no me salen las cuentas de 17. Seguro que hay algo que se me escapa. Pero una vez que sabes lo que quiero y lo que espero de ti, comprenderé cualquier decisión que puedas tomar al respecto incluso la de volver y casa y divorciarte. Pero piensa bien tu decisión. Si sigues conmigo será la última decisión que tomes”, me dijo sin titubear.

La seguridad y la frialdad con la que dijo aquello, me dejó paralizada. No podía pensar.

“Mira, tu duerme hoy en la cama. Yo dormiré en el sofá. Necesito pensar”, Le dije.

“Así será”, dijo él.

Se retiró a la habitación, y yo me quedé pensado.

Ese no era mi marido. No era el chico amable, cariñoso del que yo estaba enamorada, y que durante el noviazgo no había manifestado nada más que adulación por mí.

Aquel no era él. O al menos no era lo que yo creía.

Titubee un momento, ¿y si él ha visto algo en mí que yo desconozco? Algo que le haya indicado por error, que yo puedo ser lo que él dice que quiere que sea. Pero no me ha dado alternativa, ha dicho que o blando o negro.

Tengo que pensar, pensar, pensar.

Pero estoy tonta o ¿qué?, ¿qué necesito pensar? Este que utilice de esclava sexual a su puta madre, oía en el cerebro por un lado.

Por otro lado, oía… Paula, no te precipites. Llevas unos días que has hecho cosas que la mayoría de las mujeres no saben ni que existen. Y te gustan. Te gusta sentirte humillada, dominada. Sentir que los hombres pueden hacer contigo lo que se les antoje.

Paula, se realista, ¿dónde quedara tu familia?, ¿tu trabajo? ¿Tu ego, tu autoestima?, me decía la otra voz.

¿Y para que vale todo eso? ¿Quieres verte con 20 años más cargada de niños siendo una perfecta maruja?

La cabeza me iba a explotar.

Me pregunté por un momento, como sería mi día a día. No tenía ni idea, así es que la mejor forma de averiguarlo, era preguntarlo.

Me levanté del sofá y me fui al dormitorio.

“Oye, en un supuesto caso que aceptara tu proposición, ¿cómo sería mi día a día?

El apartó el libro que leía y me dijo…

“Pues estarías en un sótano lúgubre y húmedo desnuda y encadenada, rodeada de ratas, cucarachas y defecaciones”

Se rió mucho al ver la cara de terror que había puesto.

“A ver Paula”, continuó “tu día a día, será normal, igual que el mío. Trabajo, casa, familias, amigas, etc. No quiero una esclava 24/7. Quiero una mujer que cuando yo lo requieras, sea la más sumisa del mundo. Eso, puede pasar una vez al mes, dos o ninguna. No hay una regla fija.”

“Pero… ¿y a ti no te importa que me follen otros hombres? Que les mame la polla, ¿todo eso?”, le dije.

“Paula, ¿tú sabes lo que esos otros hombres querrían? Que cuando se terminara todo aquello, tú te fueras a casa con ellos. Que fueras su mujer, tenerte cerca a todas horas. Y yo eso lo tengo. Lo demás son tabúes sociales, que nos han inculcado para que no seamos malos. Pero la verdadera maldad, sería que yo te maltratara, que te quitara el dinero para dárselo a putas, o a amantes. Es decir que no te quisiera. Y el hecho de que yo te ordene que hagas ciertas cosas, no es porque no te quiera. Muy al contrario”, Me dijo.

Me di media vuelta y salí de la habitación. ¿Que debía hacer? Realmente así, como me había dicho, tampoco era un mundo. Lo veía como desmadrarse unos días al mes, y punto. Había muchas mujeres que estando casadas lo hacían con otros hombres, dogging, intercambios, parejas liberales…

Sí, en mi caso se unían la humillación, las vejaciones, y en algunos casos los malos tratos. Pero joder, me ponían. Y de vez en cuando hasta podría encontrarme con algún osito mimoso como Ramiro. No pude evitar esbozar una sonrisa recordándolo.

¿Y si le daba un plazo?, le decía que podíamos actuar así un período de tiempo por ejemplo 1 años, y después hablábamos.

Volví a la habitación.

“Oye, ¿y podemos tener como en los trabajos un “periodo de prueba”? Actuamos así un año, y si luego no me adapto, o no cumplo tus expectativas, volvemos a replantearnos nuestra situación”., le dije.

“Por mí, perfecto. Además, será tal y como salga, es decir no te requeriré menos veces. Las que surjan y como surjan, aunque desde ahora te digo, que te adaptaras, y a mi cumplirás con creces mis expectativas, como has hecho estos días”, me dijo sonriendo.

“Que cabronazo eres. ¿Pero puedo saber, que hay detrás?”, le dije también esbozando una sonrisa.

“Bueno digamos que hay una especie de club. Un club de dominación, internacional. Hacemos encuentros, cada uno lleva una sumisa o no, no es necesario. Pero realmente hay veces que también por motivos de trabajo, es necesario una intervención directa, como hiciste tú con los tres la otra noche, que, por cierto, salió el contrato, y en parte, gracias a lo contentos que se quedaron contigo.” Me dijo.

“Ah, genial. ¿Y cuál es mi comisión?, le dije en guasa.

“¿Te parece poco estar follando como una loca?”, me dijo.

“Que cerdo eres”, le dije. “Pero ahora que lo pienso, te sientan bien los cuernos”, le dije riéndome.

“Serás puta!, ven aquí.”, me dijo también riéndose.

Me cogió de un brazo, me echo sobre la cama, me levantó el camisón y empezó a darme azotes en el culo, suaves, pero azotes.

“Esto es lo que te gusta, ¿verdad cerda? Mira estas totalmente mojada, no húmeda, empapada. Y no has parado de follar en las últimas 24 horas. Eres todo un putón.

Sí, realmente estaba excitada. Y más por los azotes, y por las metidas de dedos de mi marido en mi coño.

No hay que ser muy listos para adivinar que terminamos follando, y la verdad fue un polvo muy pero que muy bueno.

Dormimos como niños. Al menos yo. Porque cuando desperté mi marido ya no estaba en la habitación.

Mire en la mesilla y en la mesa de afuera a ver si había alguna nota, pero no. Me senté en el sillón, pensando en la decisión que había tomado la noche anterior.

Realmente no sabía que me pasaba, pero si todo funcionaba como hasta ahora, la idea me ponía y además, me ponía mucho. Lo único que pedía es que mi marido lo tuviera siempre controlado. Y pensaba que en la medida que él estuviera contento conmigo, más cuidaría de que todo fuera bien en los encuentros que me organizaba.

Me di una ducha. Cuando terminé con la ayuda del espejo, miré la marca del latigazo en mis nalgas. Estaba roja, pero nada más.

También aproveche para mirarme el coño. Aún no había callos, jaja

Al final el dicho ese de que la vagina se adapta a cualquier tamaño, esta incompleto. Debería ser a cualquier tamaño y a cualquier cantidad de pollas. Mire mis pezones, las pinzas los habían aplastado, pero estaban como si nada.

CONTINUARA