La vida de paula xii
LUNA DE MIEL XII La historia de una mujer casada, dominada por varios hombres en diferentes situaciones
Estuvimos quizás más de dos horas charlando. Todo el afán de Ramiro era indagar más acerca de mi peculiar "Luna de Miel".
"Pero a ver chiquilla, lo normal es que, en una luna de miel, la pareja esté todo el rato unida y no..... Como estas.... Tú, ya me entiendes", me decía.
"Si, Ramiro," le contesté, "pero como esto no cambie me parece que lo normal en vida va a ser esto. Sí te diré que todo esto es inducido por mi marido. Pero nosotros no estamos aquí para hablar de mi marido, y veo que esta, empieza a resucitar." le dije mientras le acariciaba la polla que efectivamente volvía a dar señales de vida.
" cómo te llamas?, Aún no se tu nombre", me dijo.
"Paula, Ramiro, encantada", Le dije mientras me agachaba a comerle de nuevo la polla.
Lo combine con un buen masaje de huevos.
"A ver cuanta lechita tiene aquí Ramiro para su niña....."
No estaba ejerciendo de puta, ni siquiera de casada salida guarra, estaba ejerciendo de amante ilusionada.
Pero fuera como fuere, aquello volvía a funcionar.
"Ramiro," le dije "ya te has corrido dos veces así es que tardarás para una tercera vez, y yo también quiero correrme, así es que me voy poner encima tuyo, y vamos a follar despacio, a ver si podemos corrernos a la vez"
"Por dios tres veces, me vas a volver loco, pero vamos allá", dijo sonriendo.
Empecé a moverme sobre él. Notaba su polla dentro, e intenté masajeársela con mi vagina, pero sin mucho énfasis porque si lo conseguía, se correría otra vez sin hacerlo yo.
Su abultado pubis, favorecía la presión sobre mi clítoris. Ni excitación Iba en aumento. Aquel hombre me producía un sentimiento distinto al de los otros, que fueron para mí meros folladores.
No tardó mucho en ir subiendo la intensidad de la mutua excitación. Los mutuos jadeos, anunciaban que las corridas estaban cerca.
“Vamos Ramiro, hazme correrme entera”, le dije
“Sí, nena, quiero que seas mía”, decía él intentando en vano mover algo sus caderas.
Aumente el volumen de mis jadeos. Sabía que eso le haría a el de inmediato.
Al final conseguimos más o menos sincronizar los orgasmos.
Caímos los dos exhaustos en la cama.
Pasados unos segundos le dije
“Ramiro”
“Qué, “contestó el
“Tienes que bajar mucho esa tripita”, dije acariciándosela.
“Buff, muñeca, si tu vivieras aquí, y siguiéramos viéndonos, te aseguro que me quedaba como un maniquí”
“Ja, ja Ramiro, eres encantador. Tu mujer tienes que estar encantada contigo.”
“¡Paula… ¡A la bicha ni nombrarla!, que, por cierto, como no vuelva ya a casa, hoy duermo en la calle, jaja. Pero quiero que sepas que me has hecho pasar una de las mejores tardes de mi vida, por no decir la mejor, y que nunca daré por empleado mejor el dinero que te he dado, y que estoy dispuesto si tuviéramos ocasión a darte eso y mucho más, solo por poder volver a estar una tarde contigo, Paula.”
“Sí, Ramiro, para mí también ha sido increíble tu comportamiento conmigo durante todo el día, Y más aún cuando hemos estado solos aquí. Te prometo que haré todo lo posible por pasar a verte de nuevo antes de irme. Aunque solo sea para decirte adiós.”
Nos dimos un último beso. Él se vistió rápido y se fue, diciéndome que tardara un poco para que no nos vieran salir juntos y que ya estaba todo pagado, que no me preocupara por nada
Yo me vestí, tampoco tenía mucho que ponerme, cogí mi ramo de flores, y salí de la habitación, y del hotel, emprendiendo el camino de regreso al bareto de los mendigos. Ví un restaurante de comida rápida. No tenía prisa. Me dijeron que no volviera hasta que consiguiera el dinero. Ya lo tenía y me sobraba, así es que me podía dar el lujo de comer algo, que casi hacía ya 24 horas que no probaba bocado.
Pedí una hamburguesa y una coca cola, me supieron a gloria. También tuve la ocasión de comprobar que mi lejano acompañante, seguía al pie del cañón. Que paciencia la de ese hombre. Había estado horas esperando que saliera del Hotel.
Ya bien entrada la noche, llegue al bareto. Me dirigí al barbas.
“Aquí tienes tu dinero, le dije dándole los 300 euros.
“Muy bien puta, veo que haces bien tu trabajo y sabes conseguir pasta. Serás de gran ayuda. Ahora quítate el vestido y ponte a disposición de los que quieran follarte.
“Estoy cansada”, le dije “he estado todo el día trabajando”
No me contestó.
Se dirigió a una roída caja de cartón y saco unos cuantos trozos de cuerda. Había de varios grosores. Cogió una como de 5 mm de grosor. Y me ató las dos manos juntas.
Miré a Jacobo, un tanto inquieta. Pensé que aquel “juego”, terminaría por la noche, pero parecía que no iba a ser así.
El barbas, me quitó el vestido, y las alpargatas, y me ató las dos manos juntas. Pasó la cuerda por una viga del techo, y me izó como medio metro por encima del suelo.
Estaba colgando de mis muñecas, y la cuerda de me clavaba bastante.
Miré nuevamente a Jacobo, que una vez rehuyó mi mirada.
“Bien zorra, así podrás descansar, hasta que llegue nuestro invitado”, me dijo el barbas.
Por un momento pensé en serio que el invitado sería mi marido. Tuve ocasión de ver que excepto el barbas, Jacobo, y el que me había estado siguiendo, los otros mendigos habían cambiado. Se veía que eran gente muy itinerante. Cuando pasaban cerca de mí me daban un azote en el culo, o un sobo en el coño incluso con metida de dedos.
Bueno no me quedaba otra, que esperar al dichoso invitado.
Pasó un largo periodo de tiempo, hasta que llamaron a la puerta. Entró un tío siniestro. Todo vestido de negro. Con una gran maleta también negra.
Sea cercó a mí y me hizo un rápido repaso de frente y de espaldas.
“Bien, la esclava está bien conforme a lo que me habías dicho, espero que aguante, y no sea tan debilucha como algunas otras que me has traído que a la primera de cambio estaban fuera de combate.”
Echo una mirada al entorno.
“Te dije la última vez, que necesito un radio mínimo de 2 metros libres alrededor a la perra y no lo hay. Despejar toda la zona, En cuanto a los espectadores, calladitos todos.
Bajarla 20 centímetros y atarla las piernas totalmente abiertas.”
¿Esclava?, ¿perra?, pero de que iba aquel gilipollas?, pensé. Lo que era evidente, es que una vez me equivocaba y que el invitado esperado no era mi marido. Estaba totalmente descolocada.
El hombre sacó de un bolsillo un sobre y se lo dio al barbas.
“1500, como acordamos. Cuéntalo”
“Ok, señor, no hace falta contarlo”, dijo el barbas.
¿Aquel tipo estaba pagando 1500 euros por mí? Pero ¿porque? ¿Para qué? No creo que pagaran tanto por follarme.
La sangre se me empezó a helar. Arrimó una mesa y abrió la maleta que traía.
Empezó a sacar cosas de la maleta. Las identifique casi todas eran las que habitualmente se usan en sesiones sado.
Había látigos, varas, fustas, pinzas pezoneras, mordazas, dilatadores, abrazaderas, una caja metálica que no supe lo que contenía, y más cosas que no identifiqué.
Lo primero que hizo fue ponerme en la boca una mordaza con bola, una gran bola de cuero negro. Me hacía tener la boca abierta, por encima de mi apertura normal de boca.
Luego estuvo palpando mi cuerpo. Mis nalgas, mis muslos, mis pechos, mi estómago….
Es como si estuviera comprobando la dureza del material con el que tenía que trabajar. Por un momento conseguí ver a Jacobo, y por su cara, comprendí que algo no iba bien. Es más, se levantó, y dijo que iba a mear, y salió.
Entonces sí que me asusté. Pensé que me quedaba sola con esos tíos, y que ahora si que estaba totalmente a mi suerte.
El tío cogió un látigo, lo blandió en el aire, haciendo un silbido muy agudo, y se colocó detrás de mí.
Dios, aquel hijo de puta, iba a azotarme. No me equivocaba lo más mínimo. Oí el silbido en el aire y una fuerte sensación de escozor inmenso recorrió parte de mis nalgas, y mi bajo vientre. Apenas pude emitir un grito, ya que la bola de mi boca lo impedía.
Lo entendí en un segundo. Aquel hijo de puta, había pagado por torturarme. Y no era la primera vez que lo hacía. Eso justificaría el que el barbas, tu viera ropa de mujer allí. Sin duda de alguna que no la había necesitado más después de que aquel sádico la torturara. Mi pubis y mi culo ardían por el latigazo, y esperaba escuchar de nuevo al silbido, cuando lo que escuché, fue la puerta abrirse.
“Alto”, era Jacobo
“¿Y este?”, preguntó el sádico
“A este ni caso,” dijo el barbas.
“He dicho que quietos, y tu ven fuera conmigo,” le dijo al sádico.
No sabía porque, pero le obedeció y salió fuera.
A rato entraron los dos.
El sádico guardo los látigos en su maleta, al igual que la varas.
Joder, pensé, al final el Jacobo, se ha portado.
El sádico cogió unas pinzas pezoneras y me las puso en los pezones. Aquello apretaba como si me los hubieran cogido con unos alicates. Les colgó unos pesos gordos a cada pinza. Mis tetas, se estiraron hacia abajo por los pezones. Cogió la fusta y empezó a golpearme con ella las tetas, en l aparte superior la que estaba tensa por el peso de las pesas. El dolor era soportable, aunque doble, por un lado, el del azote de la fusta y por otro lado el del estiramiento de los pezones que se movían a cada fustazo.
Yo bufaba, que era lo único que podía hacer con aquella inmensa bola metida en la boca.
Me dejó con los pesos puestos, y se dedicó a fustigar mi estómago, mi pubis, mi vulva, mi ano, mis nalgas, mis muslos, la parte interna de los muslos a la altura casi de las ingles… Dolía mucho, cada vez más, y sobre todo en las zonas erógenas, pero nada comparable con lo que me había dolido el latigazo. Pidió la colaboración del barbas para que abriera los labios y así poder darme fustazos en la vagina y el clítoris sin el freno que los labios suponen. La lluvia de fustazos, era intensa y continua. Aquel tipo era un verdadero experto en causar dolor. No tenía ni idea de lo que hubiera pasado, si Jacobo no lo para.
Cuando vio que mi clítoris y los labios menores estaban bien hinchados, cogió unas pinzas de cocodrilo y me las puso. Una en cada labio y otra en el clítoris. Estas pinzas tenían una ruedecita que apretaba a su gusto, y hacía que los afilados dientes de las pinzas se clavaran en la carne. Y las apretó al máximo. Sobre todo, en la del clítoris, pensé que perdía el conocimiento. Colgó de ellas también pesas, multiplicaban el efecto de los dientes de las pinzas. Y siguió con sus fustazos. El dolor tanto en pezones como en labios y clítoris, era intensísimo.
Yo no era ninguna ñoña, pero tampoco era Rambita, y aquello de verdad dolía muchísimo.
NO sé el tiempo que estaría dándome fustazos. Cuando se cansó, me quitó las pinzas del clítoris y de los labios, y pidió que me dieran la vuelta. Esta vez me colgaron de los pies con las piernas totalmente abiertas, y los brazos atados por las muñecas y los codos a la espalda.
Mi coño le quedaba a la altura de las manos. Cogió el dilatador, y le dijo al barbas que pusiera la cera a calentar.
Me metió el dilatador en la vagina, abriéndolo al máximo. Simultáneamente otro más fino en el ano, abriéndolo también a tope. Cuando el barbas le trajo la cera, cogió con una cuchara honda cera liquida y me la fue echando indistintamente en los dos agujeros abiertos.
La sensación de la cera derretida entrando por el ano, y la vagina, es algo sencillamente indescriptible. Sientes que te vas a abrasar por dentro, aunque realmente es una sensación que dura pocos instantes. Y lo que es aun mejor cuando te echan más es como si lloviera como mojado, prácticamente no te duele a no ser que caiga sobre zonas libres de la cera anterior. Aunque eso , si, el sádico se encargaba de que la cera corriera por todo mi cuerpo, el clitoris, ya dañado de las pinzas, lo acuso enormemente.
En ese momento, Jacobo hablo:
“Señores, es la hora. Desátenla que nos vamos.”
Escuchar aquello me pareció música celestial, Pero que ninguno dijera ni mu, aun me sorprendió más.
Me bajaron, me quitaron las pinzas de los pezones y entre todos, sacudiéndome que quitaron la cera que tenía en el cuerpo. Yo me saqué toda la que pude del coño y del culo. Al estar aún caliente, salía con relativa facilidad.
CONTINUARA