La vida de paula x

LUNA DE MIEL X La historia de una mujer casada, dominada por varios hombres en diferentes situaciones

Y aquello no podía terminar de otra forma. Haciendo el amor. A mi marido no le importó que Jaime acabara de correrse dentro de mí. Aparentemente no podía esperar a que me lavara un poco, así es que “follamos sobre follado”.

No tardó mucho en correrse. Realmente le había puesto mucho mi polvo con el pizzero.

Cuando terminamos, se fue a duchar. Yo me quede tumbada en la cama desnuda, espatarrada, pensando.

Era la 6 polla que me metían hoy. ¿Qué carrera llevabas Paula? Desde que me había casado, había conocido 8 pollas. Había tragado no sé cuánto semen, me habían enculado, me habían vejado, humillado meado……

Y lo malo, lo realmente malo y preocupante, es que ahora que acababa de hacer el amor con mi marido…. No había sentido nada.

Es como si hubiera un antes y un después de la noche famosa. Un punto de inflexión en mi vida que me había abierto una faceta mía totalmente desconocida.

Soy licenciada en Nanotecnología. Trabajo en una empresa farmacéutica con la responsabilidad, entre otras, de Desarrollar nuevos tratamientos médicos, medicamentos y herramientas biomédicas.

En mi trabajo tengo fama de ser dura, estricta y constante.

Y ahí estaba yo, recién casada, y tragándome la leche los meados de tíos que no conocía de nada, e incluso limpiándoles la polla manchada con mi propia mierda.

¿Asqueroso?, ¿repugnante?, lo único que sabía era que pensaba en los tres viejos, o en los moros de hoy y mi excitación era muy grande. ¿Habría descubierto que era sumisa? Pero sumiso total o sumisa sexual. ¿Qué papel podría ocupar mi marido en esto? ¿Él me quería sumisa? ¿Si es así porque nunca me dijo nada? Eran demasiadas preguntas. Y no tenía contestación para ninguna.

Por un momento, incluso barajé la idea de preguntarle a mi marido si no iba a tener más cenas de trabajo con los tres caballeros de la otra noche. Pero lo descarté porque al margen de parecerme muy descarado, sabía que en caso de volver a necesitarme ya me lo diría. Además, tenía la amenaza que me puso en la tarjeta que me dejo en la suite, que si alguien me decía Hay que calentarse, pronto llegara el frío

Cosa que hasta ahora no había sucedido.

Salió de la ducha.

“Cariño, ¿nos vamos a cenar? Me dijo

“Vale”, le contesté. “Me visto y nos vamos”

“Ok”, me dijo él. “No te pongas ropa interior”

Por unos instantes me quedé petrificada. ¿Qué pasa que me leía el pensamiento?

¿Vamos a cenar con los del otro día?, le pregunte

“No”, contestó él. “Ya se fueron. Cenaremos los dos solos en un restaurante a las afueras. Me han hablado muy bien de él.”

Bueno lo de sin ropa interior, podía obedecer a una mera cuestión de morbo, o a un deseo de él de volver a ponerme en situación como aquel día.

Me puse un vestido con la espalda al aire, por medio muslo. Me maquillé y me perfumé.

“Lista”, le dije

“Sí, estas preciosa me dijo dándome un beso´

Salimos y bajamos a recepción.

“Me pide un coche?”, le dijo al recepcionista.

“Por supuesto señor. También tengo su encargo.” Le dijo el hombre

“Bien, si es tan amable, que algún botones lo meta todo en el maletero del coche”, dijo mi marido

“Así se hará, señor. ¿Quieren un refresco mientras llega el coche?, preguntó el recepcionista.

“No, no es necesario. Espero que no tarde”, dijo mi marido.

“No señor apenas demorará 5 minutos.”

Nos retiramos de la recepción, permaneciendo en el hall de hotel.

“Cari, ¿cuál ha sido tu encargo? ¿Alguna cosita para mí?, le pregunte zalamera.

“Si, cariño, después de cenar, te lo daré”, contestó

“uhmmm que nervios, jaja”, le dije.

El coche no tardó ni los cinco minutos en llegar, Vi salir al botones con un paquete del cuarto de consigna, y meterlo en el maletero del coche.

“Vamos nena, ese es nuestro coche”, me dijo mi marido.

No sentamos y nos dirigimos efectivamente a las afueras de la ciudad.

El restaurante era muy bonito. Estaba rodeado por un bosque frondoso, y por la cantidad de coches aparcados fuera, entendí que efectivamente debía de tener muy buena reputación.

Cenamos copiosamente, y bebimos hasta el agua de los tiestos.

Cuando terminamos me dijo:

“Ahora cariño, un poquito de marcha, ¿no?”

Yo le dije,

“Si claro, ¿y mi regalo?”

“No seas impaciente ya queda poco.” Me contestó.

Salimos y nos montamos en el coche. No cruzamos ni a la ida ni ahora una sola palabra con el chofer. Pero él sabía dónde tenía que ir ya que emprendió la marcha sin nadie decirle nada.

Por el camino inverso a la ida supuse que íbamos de nuevo al hotel, o por lo menos a la ciudad.

En las afueras de la ciudad, tomó un desvío y circulo unos pocos kilómetros, hasta que se detuvo delante de un bar o lo que en su día fue un bar, tenuemente iluminado. Ahora parecía en ruinas, o al menos totalmente deshabitado. El chofer bajo del coche y nos abrió la puerta.

Bajamos.

¿Qué es este sitio, cielo?, le pregunte.

No me contestó. Abrió el maletero saco el paquete y se lo dio al chofer.

Se montó en el asiento del conductor, arrancó y se fue por donde habíamos venido.

Miré al chofer y le dije,

“Que pasa aquí?”

El solo me dijo:

Hay que calentarse, pronto llegara el frío”

Joder, me la había vuelto a hacer. Pensé. Me había dejado sola con aquel tipo suponía que para servirle en sus deseos más viles.

No tenía la correa y el collar, o eso creía.

Así es que me quité el vestido, mientras que él abría el paquete.

Sacó de él un brick de vino, y lo vacío encima mío desde la cara hasta los pies. Dejando solo un poco que me dijo bébelo haz gárgaras en la boca con él y luego lo tragas.

Lo hice. No sabía cuál era el juego, pero estaba nuevamente obedeciendo.

Olía a vino por los cuatro costados. El chofer extendió el vino por mi piel, incluso untándomelo por mi vulva. También por el pelo, echándome parte del pelo sobre la cara.

Saco de la bolsa una camiseta color beige claro, mugrienta, rota por varios sitios.

“Póntela,” me ordenó

Olía fatal. No sé de donde la habría sacado, pero aquello apestaba. Me la puse.

Con sorpresa, vi que el hacía lo mismo consigo mismo, poniéndose unos pantalones andrajosos y una camiseta roída, vertiéndose igualmente vino por encima.

De una bolsa pequeña sacó algo parecido a unos polvos grises, que me extendió por brazos y piernas y también la cara. Él también se lo hizo. Parecíamos mugrientos a tope, que llevábamos mucho tiempo sin probar el agua, al menos para lavarnos.

Sacó un par de bolsas de plástico grandes llenas de cosas que ni vi, me dio a mí una y el cogió la otra y llevaba también la que sacó del coche.

No había reparado en una especie de trampilla que había en el suelo. Usó una llave para abrirla era como un arcón pequeño, donde metió su ropa y la mía.

“Dame tus zapatos”, me dijo sacando dos chanclas y diciendo que más pusiera.

Recorrimos a pie los escasos 100 metros que no separaban de la edificación aquella. Mi camiseta me tapaba poco más que el culo.

Llegamos a la puerta, y el chofer, llamo a la puerta con los nudillos.

¿Quién coño pensaba que le iba a abrir?, pensé

Pues, si, un tío quizás menos andrajoso que nosotros abrió la puerta. Barba blanca muy larga y descuidada, pelos igual que nos miró como quien ve a sus mayores enemigos.

“Qué queréis”, preguntó secamente

“Un hueco”, dijo el chofer.

“Está lleno, iros”, nos dijo haciendo ademan de cerrar la puerta.

“Espera, espera,” dijo el chofer, “Traemos vino y comida”

“De dónde venís?, dijo el barbudo cogiendo la bolsa del vino y la comida.

“Del albergue del Roque, pero nos echaron de allí”, dijo el chofer.

“Y porque os echaron? “Peguntó el barbas.

“Por esta puta”, dijo el chofer dándome un pescozón, “Se enrolla con todos y se pelearon por ella.”

“Hombre, eso está mejor. Una buena puta, siempre es bienvenida. Andamos escasos de ellas, pasar, pasar”, el semblante del barbas, había cambiado totalmente.

Según entramos me dio un buen azote en el culo.

Dentro había otros 6 mendigos. Tenían una especie de sacos de dormir, a modo de camas. Todos se arremolinaron en torno nuestro.

El barbas nos presentó.

“Este es, como dijiste que te llamabas”, le preguntó al chofer

“Jacobo”, contestó este

“Pues eso Jacobo, y la puta” dijo cogiéndome la camiseta y arrancándomela de un tirón.

“Podéis fallárosla todo lo que queráis, pero es mía, no lo olvidéis

Y allí estaba yo, en pelota viva, delante de ocho tíos que seguro siete no habían visto una tía en pelotas desde hacía mucho tiempo, y menos de mi edad, y bueno tan aparente como yo, aunque esté mal decirlo.

Un sinfín de manos, empezaron a tocarme por todos lados. Mis etas, mi boca mi coño y mi culo, eran sus objetivos preferidos.

Pronto empezaron a salir pollas a la luz

Me invitaron amablemente a que mamara. Me dieron un empujón, me tiraron al suelo me cogieron del pelo me pusieron de rodillas y me dijeron, empieza a mamar, cerda, tienes trabajo. No me había equivocado en nada. Las pollas no solo olían mal, sino que tenían restos de semen reseco, orina y vete a saber el que. Totalmente nauseabundo.

Tuve que hacer verdaderos esfuerzos por no vomitar. Pero todos tenían la obsesión de follarme la boca. Entraban y salían de mi boca sin descanso, siempre acompañados de tirones de pelos de bofetones, de estirones de pezones….

Pronto empezaron a follarme, por el coño, por el culo, de uno en uno, dos a la vez…. Pensé en cuantos gérmenes me estaban trasmitiendo aquellos guarros. Los chorros de semen iban llenando indistintamente mi boca mi coño y mi culo. Al poco rato estaban todos tirados por los sacos de dormir exhaustos.

El de las barbas vino a por mí. Cogió del pelo y me arrastro, detrás de lo que en su tiempo fue el mostrador. A ver puta, prepara algo de comida. Y que esté rica, sino vas a llevar más palos que un saco.

Joder aquello no tenía mucho que ver con lo de los tres hombres. Además, mi marido no había dicho nada de cuando volvería a buscarme, y el tal Jacobo, al margen del pescozón, de momento es como si no existiera para él.

Preparé lo que pude, no era más que comida precocinada, que calentada un poco en un viejo microondas que había quedaría algo comible. Comieron y bebieron. Cuando lo hicieron, volvieron a follarme todos, esta vez el barbas y el chofer incluidos.

Se descargaron otra vez en mis agujeros y se fueron tumbando en los sacos. Vi que el chofer, también se hacía un camastro con cartones y trapos cogidos por allí. Me parece que nos tocaba dormir allí.

El de las barbas, vino de nuevo, se acercó a mí, me puso una cadena en el cuello, cerrándola con un candado. El otro extremo lo sujeto en una viga en el centro de la estancia. Se guardó las llaves.

Desde ese punto y con la longitud de la cadena, podía ir a cualquiera de los camastros si me requerían para ello. Y así me lo hicieron saber. Bueno esperaba que, entre el alcohol, y las dos corridas no tuvieran muchas más ganas durante la noche.

CONTINUARA