La vida de paula 34

Día a día 16

Terminaron de quitarme las agujas del pubis, y del coño. En algunos puntos sangraba abundantemente, sobre todo del pubis y de los labios mayores. La aguja del clítoris, no me dolió al quitarla sinceramente, pensé que había perdido la sensibilidad en él.

El hombre, hablo a los asistentes.

“Bien señores, vamos a hacer un pequeño descanso. Ya se que han sido unas horas de muchas emociones. En la nevera, encontraran cervezas, y en la mesa un termo con café y alguna galleta. Mientras ustedes descansan, yo iré preparando ala esclava para el próximo tratamiento”, les dijo el hombre a los asistentes.

Estos lo hicieron al instante.

Mientras el hombre limpio mi cuerpo de sangre. En los puntos donde la sangre se resistía a dejar de salir, me aplicó una barra hemostática para detener hemorragias de pequeños cortes. Su verdadero uso era soltar una pequeña cantidad del contenido de la barra, sobre el agujero donde manaba la sangre y taponarlo. Pero bueno cumplía su objetivo sin más pretensiones.

Accionó la grúa para descolgarme. El gancho fue bajando y con el mi cuerpo se destensó y empezó también a caer. Según lo hacía me empujaba con la mano la cabeza, para que cayera de espaldas.

Cuando ya estaba mi culo apoyado en el suelo, desengancho las manos, y me dejo caer de espaldas. Menos mal que logré controlar la caída, sino me habría dado u n buen cabezazo contra la tarima.

Me cogió del pelo y me arrastró unos centímetros más para el borde de la tarima.

Tiró de un pequeño saliente que había justo detrás de la cruz de San Andrés, y le panel de la pared se abrió hacia un lado, extrajo de su interior, una especie de camilla de ginecólogo, aunque un tanto tuneada. Era súper estrecha, imitando las camillas de quirófano, pero aún más estrecha. Solo cabía el cuerpo. La sacó hasta mitad de la tarima, y la ancló en el suelo para que no se moviera.

La camilla, traía consigo adosado en los laterales, diferentes artilugios, como espéculos, sondas, tens, y lo que seguro no veía.

El tipo me cogió nuevamente del pelo, y me llevó hasta la camilla.

“Sube esclava”, me dijo.

Yo aún tenía el distanciador en mis tobillos. No era fácil hacer nada así. Pero dando un saltito conseguí subirme aquella mini camilla.

Yo aún no lo sabía, pero esa mini camilla, estaba totalmente articulada. Subía bajaba, abría y cerraba los soportes de brazos y pies, todo un logro de la ingeniería.

Ahora sí me quitó el distanciador de tobillos, y me coloco cada pie en uno de los soportes para ellos. Sujetándolos bien con cinchas que incorporaba la camilla. Los brazos los sujetó de igual manera. Mi culo, estaba literalmente al aire, lo que le permitía un total control de todos mis agujeros.

Dela boca me quitó el bozal con bola, y en su lugar, me colocó un dilatador de aro que me hacía igualmente mantener la boca abierta, pero sin bola. Además, era regulable la apertura.

Cogió una jeringa que había en la camilla llena de un líquido verde viscoso, que no supe nunca lo que era, y me la vació en la boca, diciéndome,

“Traga esto, esclava, te vendrá bien.”

También me puso una correa en la frente para sujetar mi cabeza a la camilla.

Me dejó así y se unió, supongo, a los otros para tomar el café o la cerveza.

Al cabo de un buen rato fueron apareciendo. Los hombres, se acercaban a la tarima a ver cómo me había colocado. Alguno se animó a sobarme tetas o coño.

La verdad es que los achuchones en las tetas, no me sentaban nada bien, me dolían aún bastante del efecto de los latigazos y las agujas, y por supuesto de la suspensión.

Todos fueron tomando asiento, y el último en llegar fue el maestro de ceremonias.

“Bien señores, vamos cumpliendo el horario. Ya son casi las once, pararemos a comer a las 14 horas, ya las 16 hora reanudaremos la sesión. Tendrán tiempo de comer, incluso de echarse una pequeña siesta los que así lo deseen.”

La verdad es que, por cien euros, no estaba mal aquello, desayuno, comida, ver y participar en la tortura de la gilipollas de turno, que en este caso era yo……

El hombre siguió,

Bueno como ven, la esclava, está colocada e inmovilizada en la camilla. En la boca lleva ahora un dilatador de aro, que como saben es regulable, vamos a abrirlo a 6 centímetros, Así la esclava tendrá la boca preparada para todo lo que la queramos echar”.

Creí que aquel subnormal me desencajaba las mandíbulas. Aquello no era comparable con una polla que pudiera tener 6 centímetros de grosor, las pollas son más blandas, aquello totalmente rígido.

“Ahora, vamos a separarla las piernas, para que tus agujeros queden totalmente accesibles”, les dijo mientras accionaba uno de los botones de la camilla que hizo que los dos soportes de los pies, se abrieran en Angulo de 180 º, y con ellos mis piernas también.

Ahora si podía gritar, y grité. Yo creo que mientras se me abrían las piernas, oí ruidos como de cartílagos o tendones, crujiendo Me había dejado en la misma posición que las gimnastas cuando se abren totalmente de piernas. Pero ellas estaban entrenadas. Yo no.

“Como ven, ahora vagina, meato, ano, todo está totalmente accesible. Vamos a hacer una sesión de dilatación de sus agujeros. Como otras veces, la dilatación será extrema.” Aplausos y gritos de aprobación.

Empezó por coger un especulo. No era un especulo normal. Como casi todo allí, estaba tuneado. Pero el hombre lo explico.

“Bueno como ven este espéculo es nuevo. A priori, es un especulo normal, pero sus palas, se han alterado, para que abran el doble de lo que abre uno normal. Uno normal abre entre 8 y nueve centímetros, y este podemos llevarle a los 20 centímetros. Dependiendo lógicamente de la capacidad de dilatación de la esclava. Vamos a metérselo a esta y vamos a ver cuánto dilata sin reventarla el coño.”

Metió las dos palas hasta el fondo, y empezó a accionar la rueda que iba abriendo. Recordaba el empleado por el ginecólogo, incluso el empleado por los moros en la luna de miel, y efectivamente no tenían nada que ver con aquel. Ese a cada giro de rueda, abría el doble que aquellos.

Pronto empecé anotar como mi vagina por arriba, y por el perineo, empezaba a tensionarse mucho. Aquel tio segúia abriendo. Me dolía de verdad. Empecé a lanzar gritos puntuales.

“12 centímetros señores, y de momento la piel aguanta”, les dijo el hombre

Vítores y aplausos de los asistentes.

“15 centímetros, y abriendo”,

Otro grito.

“Guau “contestaban los hombres que se levantaban para ver mi coño por dentro.

“Bien señores, voy a parar porque esto está a punto de rajarse por todos lados, además, tengo el cérvix casi fuera, y el meato también muy ensanchado que es lo que vamos a usar ahora.

Necesito vaciar su vejiga, y para eso hay que sondarla. Algún voluntario”, dijo el hombre.

Todos querían así es que el hombre sabiamente les dijo,

“Bien señores, voy a subastar el ayudarme. No será muy caro, pero el que lo compre, se excluirá para las siguientes pujas.  En este caso el precio de sondar a la esclava será 20 euros. ¿Alguien ofrece mas?

Cuatro levantaron la mano, pujando 25, 30,40 y 50 euros. Ganaron los 50 euros ya que todos decían que preferían reservar el dinero y el turno para otras pujas.

El que había pujado más alto se levantó, y dio el dinero al hombre.

“Bien, póngase unos guantes de látex, y saque de ese compartimento una sonda vesical. Sáquela de su envoltorio, y empiece a introducirla por el meato. No hace falta lubricar, ya lleva lubricación. Cuando empiece a salir orina por ella, ciérrela porque quiero recolectarla.

Notaba la sonda entrar por mi uretra, era un camino muy corto, apenas 5 centímetros y estaría en mi vejiga. Rápido empezó a salir orina y la cerró.

“Bien muchas gracias. Muy buen trabajo, puede sentarse”, le dijo cogiendo él la sonda, y enchufándola a otro tuvo que tenía ya preparado.

“Este otro tubo que he conectado a la sonda, es un aspirador. Primero lanzara un chorro de aire a presión a la vejiga. Luego empezará a succionarlo. Succionara todo, tanto orina, como aire y como pequeños residuos que pueda haber en la vejiga. La quiero totalmente limpia”, les dijo a los hombres accionando la máquina.

Noté como un empujón fuerte dentro, causado sin duda por el chorro del aire. Luego no sentí nada más.

“Esto ya está”, dijo el hombre.

Había recogido toda la orina en un pequeño recipiente de vidrio.

“Ahora vamos a empezar a dilatar el meato.

Sacó un estuche de tela con varios dilatadores, por llamarlos de alguna forma. Eran unos tubos cilíndricos de diferentes grosores. Empezó con el más fino, aunque el más fino era casi como un dedo meñique. Costó un poco que entrara la cabeza, una vez la cabeza dentro entró solo, hasta la vejiga. Una vez que estaba dentro, lo movía para adentro y para fuera, como si estuviera follando el meato.

Fue cambiando de dilatador hasta conseguir meter el más gordo, era como de 3 centímetros de grosor. Realmente solo dolía cuando abría el meato, luego el conducto de la uretra dilataba a la medida de lo que le había entrado. Eso, si, estaba segura que la infección de orina, estaba más que asegurada. Me dejó el dilatador gordo metido, y fue a por el agujero de la cérvix.

Para este agujero, cogió un mini especulo, introdujo las aspas por el agujero, y empezó a abrirlo. Los hombres se levantaban para verlo.

” Bien señores, voy a abrirla el orificio de la cérvix, que como saben comunica la vagina con el útero y luego le aplicare dos consoladores a ambos agujeros. Necesito dos voluntarios a 20 euros para meter los consoladores.”

Rápido salieron dos que se ofrecieron a poner los consoladores y a manejar su velocidad, ya que eran pequeñas máquinas de follar. Estaban incorporadas en la camilla, y se podían mover a diferentes velocidades. En la del meato, se enroscaba directamente en el cabezal del consolador. El otro había que meterlo. Los dos hombres hicieron su trabajo. La dilatación de la cérvix, fue dolorosa, pero no en exceso. Eran tejidos muy blandos que pese a no estar acostumbrados a esas dilataciones no producían mucha perturbación.

Accionaron los dos consoladores, primero a muy baja velocidad, luego la fueron incrementando. Aquello empezaba a molestar en serio, más que nada por el calor que producían el roce de los dos consoladores.

Mientras los hombres se entretenían variando la velocidad de los dos consoladores, el tío se entretuvo en ponerme unas pinzas en los pezones, esta vez de cocodrilo, y estirarme tirando de ellas las tetas. Sujeto las pinzas a una de las barras superiores de la camilla, cuando vio que mis tetas no podían estirarse más. Las putas pinzas clavaban todos sus dientes en los pezones. Mucho me temía que los pezones no iban a terminar esa sesión sanos y salvos. Me dolían más que todo el juego de dilatación del meato y la cérvix.

El hombre sacó entonces un tem, un aparatito de esos empleados en rehabilitación para dar corriente a los músculos. Colocó dos terminales, uno en el dilatador del meato, y el otro me lo colocó por fuera de la vagina pegado. Cogió otros dos cables y los puso en las pinzas de los pezones.

“Bien vamos a combinar estos tratamientos con una serie de descargas eléctricas. En esto es importante conocer el aparato con las que se aplican las descargas, y sobre todo no hacer pasar la corriente por el corazón. Podría provocar una parada a la esclava. Por eso le he puesto una fase en el coño y la otra fase en las tetas, así la corriente va de pezón a pezón, y de meato a vagina. Necesito por 50 euros un voluntario que maneje el aparato”, les dijo los hombres.

Rápido salió uno con los 50 euros en la mano, dispuesto a manejar la maquinita. Efectivamente empezó a girar una de las ruedas. Efectivamente estaba accionando la rueda de abajo. Noté las descargas en mi meato y mi vagina en general. Eran como golpes dados secos. Accionó la otra rueda. Ahora los golpes secos eran en los pezones también.

El tipo fue aumentando la frecuencia y la intensidad de las descargas. Aquello junto con las dilataciones y los consoladores entrando y saliendo de mis pequeños agujeros, y los dientes mordiendo y machacando mis pezones, producían una sensación de dolor generalizada por todo el cuerpo.

CONTINUARA