La vida de paula 33

Día a día 15

Me desató también los pies de la cruz, y me puso un distanciador de acero entre los tobillos.

Sujetó las dos cadenas al gancho de la grúa, quedan ligeramente destensadas las dos cadenas.

El hombre lo soluciono, dando un toque al mando de la grúa, que se levantó unos centímetros, tensando ahora si las cadenas. No obstante, mis tetas prácticamente no se habían desplazado hacia arriba nada.

Tenía los pezones embutidos en mis tetas, al haber sido engordadas de tal forma al oprimir sus bases.

Pero el hombre tenía la intención de recuperarlos. Con dos dedos los tocó lo suficiente, para que cogieran un mínimo tamaño y una vez que eran lo suficientemente grandes para cogerlos con los dedos, los sacó hacia fuera todo lo que pudo. En cada uno, me colocó una pinza pezonera, de la que colgaba una larga cuerda.

La presión de la pinza sobre los pezones, era horrible. Y eso, además, en cualquiera de sus formatos. Recuerdo un día que ojeando un sex-shop online, me llamó la atención esas pinzas. Metálicas, con forma de 8. Me fijé que las palas que cogen el pezón, las que aprietan, las había lisas y dentadas, venían con una protección de plástico, supongo que para mitigar el dolor de la presión de las pinzas.

Las que me había puesto el hombre, eran por supuesto, las dentadas, y sin ningún tipo de plástico para mitigar nada, y dolían, que literalmente aplastaban el pezón.

“Señores, ya he preparado a la esclava, para someterla a un tratamiento, poco habitual. Es una suspensión de tetas. La esclava quedará suspendida por sus tetas, y no solo eso, será torturada en pezones labios y clítoris de una forma que luego les diré”, dijo el tío quedándose tan ancho.

¿Cómo?, pensé yo. ¿Suspendida de las tetas? Eso no puede ser, me las arrancaría, y más con esas bridas que ya se me estaban clavando en la carne.

No tuve tiempo de elucubrar mucho más.

Accionó de nuevo la grúa y empecé a izarme. Noté como, ahora sí, mis tetas, se iban levantando arrastrando con ellas el resto del cuerpo.

Pronto perdí el contacto con el suelo. Realmente me sorprendió. Dolieron un poco las tetas, al pegar el tirón que me separó del suelo, pero luego era como si hubiera estado así toda la vida, aunque bien es cierto que el mismo dolor que tenía antes de las bridas  metiéndose en las carnes, lo tenía ahora más pronunciado.

El tío cogió las dos cuerdas que colgaban de las pinzas de mis pezones, y se las paso a los asistentes.

“Por favor, hagan bailar a la esclava a su gusto”, les dijo.

Uno de los que cogió la cuerda del pezón izquierdo, empezó a estirarme hacia el.

No quería arrancármela, sino que mi cuerpo se desplazara hacia el

Luego soltaba cuerda y volvía a mi ser, el que cogió la cuerda del pezón derecho hacía lo propio, con lo que yo no paraba de ir de un lado a otro y recuperar la posición, estirándome de los pezones. Aquello si dolía muchísimo y me confirmo lo que agarraban aquellas pinzas porque pegaban buenos tirones y no se desenganchaban.

Cogió otra pinza y me la puso en el clítoris y todas cuatro más cada una en un labio mayor y menor. También con sus correspondientes cuerdas, y se las dio igualmente a los asistentes. Los labios mal que mal se aguantaban. El dolor del clítoris era mayor que el de los pezones, o estos ya estaban adormecidos con la presión y los tirones.

Ahora tenía a siete tíos tirando de las cuerdas cada uno a su capricho. Era un auténtico pelele en sus manos, pero un pelele muy dolorido.

Cuando se cansaron de jugar a que bailara el tío les dijo.

“Bien ahora, tienen que tirar todo lo fuete que pueda para quedarse cada uno con su pinza, arrancándola del cuerpo de la esclava.”

Aquello debía de ser una sesión múltiple

Todos fueron estirando de sus cuerdas incluso los que no había cogido antes una ahora también ayudaba estirando. Las pinzas fueron saltando de mi cuerpo. La de los pezones y el clítoris, las primeras, a la de los labios, sobre todo los mayores les costó bastante más, pero al final también saltaron. Todo era jaleado con risas y aplausos de los asistentes.

El dolor y escozor en las zonas, era irresistible.

Mis tetas ya estaban moradas. El hombre se percató y decidió poner fin al tratamiento.

Me elevó aún más.

Y empezó a dejarme caer de golpe, pero parando con lo cual me pegaba unos tirones en las teas muy considerables. Lo hizo dos o tres veces, y al final, me dejó ya en el suelo. Con el mismo destornillador me aflojó las bridas, pero solo me las aflojo, lo necesario para que fueran recobrando otra vez su color las tetas.

Me desató las manos de la espalda. Pensé un descanso.

Estaba muy equivocada.

Me ató las manos al gancho de la gura, y me izó hasta que mi cuerpo quedó otra vez totalmente en tensión.

Les habló a los visitantes.

“Bien señores, el siguiente tratamiento va a ser de agujas. Todo el que quiera, podrá coger de esta caja, una tira que contiene 5 agujas, y ponérsela a la esclava en el punto del cuerpo que desee.”

Se levantaron los 10 y cogieron cada una una tira de agujas. Eran agujas hipodérmicas, de las habituales de las inyecciones.

NO había que hacer un master en matemáticas para saber que me iban a clavar 50 agujas por todo el cuerpo.

Pero nuevamente me equivocaba.

No había contado al hombre que también participó.

Él se entretuvo en ponerme agujas en cada uno de los agujeros que tenían las bridas, que eran unos cuantos ya que rodeaban las tetas.

Los hombres me clavaron agujas en los pezones haciéndome una especie de flor en cada uno con 10 agujas atravesándolos y tres justo en el centro del pezón clavadas hacia adentro. Al ser tantas agujas, las había con los cabezales de distintos colores, y los buscaban para combinarlos para que la flor de cada pezón quedara más colorida.

También me pusieron agujas en los labios atravesándolos, incluso en el capuchón del clítoris y en el propio clítoris. Uno fue a ponerme en el ano, pero el hombre le paró y le dijo que ahí no. Supongo que al ser zona húmeda y de acumulación de sudor y suciedad, era más complicado ponerlas ahí.

A mi cada aguja me dolía como si fuera la primera, pero al tener el cuerpo tan rígido y la boca tapada, solo podía mover un poco el cuerpo y lanzar algún que otro quejido apenas imperceptible.

Mi pubis también recibió unas cuantas agujas, clavadas hasta los cabezales.

Pero parecía que las tetas, al margen de los pezones, eran exclusivas del hombre, que cuando termino de poner en los agujeros de las bridas, siguió clavándome por toda la teta. Me llamaba la atención que al contrario de los otros hombres que cuando las clavaban, se afanaban en que se clavaran del todo. Este no, las dejaba a medio clavar. Cuando los hombres terminaron con sus 50 agujas, les pidió ayuda para seguir literalmente llenándome las tetas de agujas, pero les dijo que las clavaran como él dejando solo la mitad clavada. Con 10 manos más, las tetas no tardaron de llenarse de agujas por todos lados. Cuando el hombre estuvo satisfecho con su obra, cogió tres fustas, y dio dos a dos de los hombres.

“Como yo”, les dijo

Empezó a golpearme en las agujas con la fusta para clavarlas del todo. Los otros imitaban lo que hacía el hombre, cada uno daba tres fustazos, y se cambiaban la fusta, para que todos pudieran participar.

No tardaron mucho en estar todas las agujas clavadas hasta el cabezal.

De muchos de ellos, salían gotas de sangre, que iban resbalando por mis tetas. Pero lógicamente no le importaba a nadie.

Cuando ya estuvieron satisfechos el hombre les dijo.

“Señores, toca quitarle las agujas a la esclava. Pero podemos hacer varias cosas antes. Primero dale un buen masaje de tetas, con el objetivo de las agujas se vayan moviendo de sitio y clavándoselas en diferentes lugares. También podemos rodearla las tetas con papel film apretándolo todo lo que podamos, para que las agujas, penetren más en sus tetas, y como medio para sacarla la mayor parte de las agujas, yo sugeriría una buena capa de cera, que, al secarse y tirar de ella, arrastre todas las agujas que pueda. ¿Qué les parece?”

Ni que decir tiene que a todos les pareció genial las tres ideas.

“Pues venga, manos a la obra, empecemos por el masaje”, les dijo.

Un sinfín de manos estrujaban y apretujaban mis tetas queriendo mover cada aguja en círculos.

Aquello dolía muchísimo, es como si me estuvieran rasgando por dentro. Además, no estaba muy segura de que aquello no estuviera produciendo daños, quizás irreparables en mis glándulas mamarias. Estuvieron así un buen rato. Cada vez manaba más sangre de los cabezales de las agujas, pero eso no solo n parecía importarles, sino que los encendía más y lo hacían con más ganas.

Mientras estos jugaban con mis tetas, yo vi al hombre echar en una cacerola, tres trozos de cera blanca, de dimensiones similares las velas de las Iglesias gordas y bajas, no los cirios de toda la vida, la mitad, más o menos, y ponerlos al fuego. Estaba derritiendo la cera.

Cuando ya se cansaron de masajear las tetas cambiaron al segundo juego. Cogieron papel film, y entre cuatro, me lo fueron poniendo lo más fuerte posible. Apretaban mucho las agujas dieron varias vueltas al film, apretando todo lo que podían. El film por la parte de delante se iba tiñendo de rojo de la sangre que iba saliendo de mis tetas. Cuando la cera estuvo lista, el hombre les dijo,

“Señores, quítenle el film a la esclava, vamos a aplicarle la cera.”

Lo hombres me quitaron el film, y el hombre trajo un plástico más duro que el film, y les pidió.

“Sujeten el plástico justo debajo de sus tetas”

Dos lo hicieron. Cuando el hombre lo vio a su gusto, con unas agujas lo clavo a la parte inferior de mis tetas y a los laterales.

Una vez hecho esto, les dijo,

Bien, la idea es la siguiente, ahora verteré el contenido de la cazuela sobre sus tetas. El objetivo del plástico es que la cera también se quede por debajo para poder también quitar al tirar de ellas las agujas que tiene por debajo. Nunca lo he hecho, no sé si saldrá bien, pero podemos probarlo.

Cogió la cazuela con la cera, y se dirigió hacia mí. Vi la cera casi incolora, totalmente liquida.

Empezó a echarla sobre mis tetas. Aquello abrasaba. Fue vaciando toda la cera, intentando repartirla por mis tetas a partes iguales. Sorprendentemente pese a que al echarla abrasaba, al momento ya no se notaba, se enfriaba y secaba muy pronto.

El hombre esperó a que la cera se volviera blanca, como era su color original. De vez en cuando, la iba tocando a ver si estaba suficientemente dura. Cuando vio que ya lo estaba, les dijo a los hombres que retiraran el plástico de abajo. Lo hicieron y ya salió parte de la cera con alguna aguja de las que tenía clavadas.

“Señores, ¿algún voluntario para tirar de la cera? Les dijo a los hombres.

Ni que decir tiene que todos lo eran. Cada uno fue tirando de los trozos que podía, y efectivamente iban saliendo las agujas. Ya casi no sabía que dolía mas, si ponerlas quitarlas o que.

Siguieron con el diabólico juego hasta que no quedaba más cera en mis tetas. Pero aún quedaban agujas. Entre ellas las de las abrazaderas. Las soltaron del todo, y al quitarlas también arrastraron con ellas las agujas que había puesto el hombre.

Casi ya solo quedaban las agujas de los pezones

Que fueron retirando una a una. Directamente, me habían dejado las tetas como unos coladores.

CONTINUARA