La vida de otro (6: La reflexión)

Juan medita sobre lo sucedido la noche anterior y termina reconciliándose con su novia.

  1. LA REFLEXIÓN

La mañana siguiente al accidente en el parking los gritos de mi madre me despertaron.

  • ¡¡Juan despierta!! ¡Despierta! ¿¡me oyes!?

  • ¿Qué?... ¿qué pasa? –contesté yo despertándome sobresaltado.

  • ¡¡Eso es lo que quiero saber yo!! Vístete y baja a ayudar a tu padre a apartar el coche para que puedan salir los vecinos del parking.

La cara de mi madre era todo un poema, roja por la furia, en el fondo de sus ojos se podía apreciar un atisbo de histeria. Mi madre iba a estallar en cualquier momento. Me vestí corriendo y bajé las escaleras. Abajo en el garaje estaba mi padre con Juanma, uno de nuestros vecinos. Mi padre me miró con absoluta calma y sin más me dijo:

  • Ayúdanos a empujar, hay que apartarlo.

El espectáculo era aterrador, el coche que había compartido cuatro años conmigo tenía un golpe brutal en el capó, los airbag disparados y la luna delantera hecha pedazos. Y allí me quedé parado, inmóvil ante el resultado de mi propia estupidez.

  • Tranquilo, el seguro lo cubrirá. - Dijo mi padre al verme tan pálido- Ahora ayúdanos a quitarlo de en medio, en seguida llegará la grúa.

Al volver a casa mi madre nos esperaba en el comedor.

  • ¿Cómo has podido hacer algo así? ¿Estabas borracho otra vez? Los padres de Toni me han explicado que te emborrachaste hace unos días y Toni te trajo a casa. –La histeria se había desatado.

  • No, no... no estaba borracho... fue un accidente. –Y no fui capaz de añadir nada más.

  • ¡Pues te vas a quedar sin coche! ¡A ver si te crees que puedes hacer estas tonterías! No sé que te pasa, pero si sigues por este camino vas a acabar muy mal.

Miré a mi padre como esperando que saliese en mi defensa, y así fue.

  • Juan, puedes coger mi coche, me voy unos días a Madrid y no lo necesitaré. A la vuelta veremos que podemos hacer.

Los ojos de mi madre sólo reflejaban odio, desprecio... asco. Clavó la mirada en mi padre y llena de rencor le dijo:

  • Eres un cabrón.

Volví corriendo a mi habitación y mientras pensaba en la lucha por los hijos que empezaban a librar mis padres, la imagen de Toni volvió a mi cabeza. Deslicé mi mano por mi pecho, por mi abdomen... crucé la frontera del elástico del los pantalones de deporte Nike y volví a sentir la dureza de mi polla.

Tras acompañar a mi padre al aeropuerto y pasarme media mañana en el hospital, obedeciendo las ordenes de mi madre, donde me dijeron que afortunadamente no tenía nada, sólo alguna contusión leve, fui un rato a la facultad.

En la clase de Filosofía del Derecho fue imposible concentrarme. El tiempo pasó lentamente, como si alguien hubiese detenido las manecillas de mi Tag Heuer. Mientras, no cesaban de venir a mi memoria imágenes de lo sucedido la noche anterior. Así que, dado que Ana estaba en una conferencia sobre la necesidad de una regulación legal en la Internet, conseguí convencer a Jesús para que me acompañara a tomar algo.

Estuvimos haciendo el perro en el bar de la facultad de Derecho y cuando se hizo tarde decidimos irnos.

  • ¿Me llevas a casa o pillo el bus?

  • No, no, te llevo yo. –Contesté mientras íbamos caminando hacia el parking donde había dejado el coche.

  • ¡Vaya carro nen! Un Mercedes E... veo que hemos subido unos cuantos niveles. -Bromeó Jesús.

  • No, no es mío, es de mi padre. Ayer le di un golpe al Audi.

  • ¿Sí, y eso? –Preguntó sorprendido.

  • Nada grave, tranquilo. –Contesté con la intención de terminar con las explicaciones.

Durante el camino Jesús sacó el tema de la homosexualidad de Toni.

  • Y que me dices ¿te sorprendió el outing de Toni? -Preguntó Jesús.

  • No sé, no me lo había planteado. –Mentí yo.

  • Vaya, pues yo me lo imaginaba. –Como suele decir la gente después de que le cuenten algo que no sabía.- Y me parece genial tío. Ole sus cojones por ser tan sincero y por no esconder algo tan ridículo como la orientación sexual. Que ganas de vivir mintiéndote a ti mismo y a los que te rodean. La verdad es que lo admiro. ¿No te parece?

  • No sé, cada cual que haga lo que quiera con su vida. Pero no entiendo como a un tío le puede gustar otro tío. Que asco. –Saqué a relucir mi vena heterosexual, protegiendo mi virilidad.

  • Nadie te pide que lo entiendas, simplemente que lo respetes. Y sobre el asco, lo mismo podría decir él de nosotros... jeje. –Bromeó Jesús.- Hay que ser más tolerante tío.

  • Ya, pero que hagan lo que quieran de puertas para adentro, que luego siempre están mariconenado en la calle o en la televisión. –Al escuchar mis propias palabras en voz alta sentía como si no las estuviese diciendo yo, me sentía absurdo.

  • ¡Tío! –gritó Jesús- ¡Que franco ha muerto! –Añadió soltando una sonora carcajada.- La vida hay que vivirla, y bien que hacen. Considero que ser gay o bi, o lesbiana, o lo que sea... no es algo de lo que avergonzarse. Es simplemente otra opción.

Después de mi comportamiento de hombre de las cavernas no quise añadir nada sobre ese tema. Al dejar a Jesús en casa, sus palabras resonaban en mi mente, como si una especie de conciencia gritará en mi interior que en los sentimientos que estaba experimentando no había nada de malo.

Mis pensamientos se esfumaron cuando sonó el teléfono móvil. Contesté con el manos libres.

  • ¡Hola Juan! soy Ana...

  • Hola niña, ahora mismo estaba pensado en ti. –Mentí yo.

  • Tengo ganas de verte, ¿te apetece quedar? Estoy en mi casa... sola.

  • Ok, voy para allá.

Al llegar a su casa llamé a la puerta. Ana abrió. Y allí estaba ella con una camiseta larga que le llegaba casi a las rodillas y con aspecto de haber terminado de darse un relajante baño. Al verme abrir los ojos como platos, embobado por tanta belleza, Ana me dijo:

  • No llevo nada debajo.

Cerré la puerta detrás de mí y me acerqué a ella. Nos fundimos en un beso desesperado, uniendo nuestras lenguas, mientras nuestras manos recorrían cada rincón de nuestros cuerpos. Ana me quitó la camiseta y empezó a lamerme los pezones, a acariciarme el pecho, el abdomen. Mientras metía su mano en mi pantalón buscando mi palpitante polla.

Antes de que pudiera seguir, la senté en el sofá y agachándome hundí mi cabeza entre sus piernas lamiendo con desesperación su húmedo coño. Ana gemía de placer, y cuando ya no podía más me suplicó:

  • Métemela... por favor... lo necesito.

  • Antes tienes que terminar de ponérmela dura.

Y dicho esto Ana se agachó y se metió mi polla en la boca. Y el colmo de la perversión llegó al sentirme excitado, no por la mamada, si no por ver como mi novia se comía la misma polla que unas horas antes se había comido uno de mis mejores amigos.

Continuará...