La vida de otro (58: ¿Me tomas el pelo?)

Después de que Ángel descubriese le descubriese con Marc en los lavabos de Port Aventura, Juan intentará sincerarse y arreglar las cosas entre ellos.

  1. ¿ME TOMAS EL PELO?

Giré con brusquedad el volante del Mercedes y me crucé en mitad del parking cerrándole el paso al Mégane de Ángel. Lunes por la mañana después de un excitante domingo en Port Aventura en que mi compañero de trabajo y buen amigo había presenciado como salía de un lavabo acompañado del amigo de mi novia.

Sin detener el motor del coche miré fijamente a Ángel, su cara lo decía todo. Me quité las gafas de sol de Gucci y bajé del coche.

  • ¿¡Estás gilipollas o qué!? –Gritó Ángel saliendo del Mégane-. ¿Quieres destrozarme el coche?

  • ¡No! Sólo quiero hablar contigo, por favor Ángel... deja que me explique. Te llamé más de veinte veces ayer por la noche, te he vuelto a llamar esta mañana. Quiero darte una explicación... –supliqué.

  • No tienes nada que explicarme... –respondió Ángel con orgullo.

  • Pero quiero hacerlo... –sonreí, Ángel me devolvió la sonrisa.

  • Bien, aparca ese cacharro y vamos a tomar un café.

Entramos en la cafetería que acaban de abrir junto al lobby del edificio. Mi padre estaba tomándose un café acompañado de varios de los socios fundadores, entre ellos Roberto. Pasamos junto a su lado y saludamos. Roberto me dedicó una amplia sonrisa... ¿le habría dicho algo Ángel acerca de lo sucedido en Port Aventura?

  • Está bien, tú dirás...

  • Lo que viste ayer en Port Aventura sólo fue un malentendido... –me había estado preparando aquella conversación desde que Ángel nos sorprendió en los lavabos, y lo único que había conseguido es soltar aquella estúpida frase. No sabía exactamente a donde quería llegar con aquella conversación, pero tenía muy claro que necesitaba tenerla.

  • ¿Para eso querías hablar conmigo, Juan? ¿Me tomas el pelo?

  • No, no... no es eso lo que quería decir... es evidente que Marc y yo no nos habíamos metido en aquel váter para hablar del tiempo... pero...

  • ¿Pero qué? ¿Tú eres hetero pero dejas que te la chupen otros tíos por vicio? –La ironía de Ángel casi me hería.

  • No sé que decir... –dije yo bloqueado.

  • Bien, ahora el abogado más irresistible de "Lafarge i Assoiciats" se queda sin palabras... realmente sorprendente Juan –Ángel hizo una breve pausa y acto seguido prosiguió rebajando la dureza de sus palabras.- No pretendo juzgarte, eres muy libre de montártelo con un tío mientras tienes a tu novia dando vueltas en una montaña rusa... lo que realmente me ha jodido Juan, es que no hayas tenido la suficiente confianza conmigo para hablarme del tema.

  • Tú más que nadie puedes entenderme... no es fácil, Ángel –dije yo con cierta rabia.

  • Todo en esta vida cuesta, pero no por ello estamos justificados a hacer las cosas mal...

  • ¿Y quién dice que hago las cosas mal? ¿Tú? No sabía que tenías la capacidad de discernir entre lo que está bien y lo que está mal en las acciones de los demás.

  • No me parece justo que mientras yo me sinceraba contigo, tú siguieses jugando a hacerte el hetero moderno...

  • Vale, quizás la he cagado no hablándote del tema. Pero todo esto es muy nuevo para mí. No me resulta fácil contarle a alguien que me follo a todos los tíos gays que se me cruzan por el camino mientras sigo manteniendo una relación con una diecisietañera estrecha que si fuese capaz de abrir un poco más los ojos vería con claridad que su novio cada vez pasa más de ella... –mi rabia empezaba a descontrolarse.

  • Vaya... te follas a todo el que se te pone por delante –Ángel parecía molesto-. O sea que esto no tiene nada de nuevo para ti... ¿y a qué jugabas conmigo Juan, a tomarle el pelo a tu amigo gay? O mejor aún ¿a quién le tomas el pelo Juan? ¿A ti mismo?

  • Tenía mejor concepto de ti Ángel... que no haya hablado contigo de mis dudas sobre mi orientación sexual, no significa que me haya reído de ti y que no cuente contigo, significa que no había encontrado el momento aún.

  • No dejas de justificarte, Juan. Es mucho más fácil seguir follándote a todos los tíos que se pongan en tu camino mientras conservas a tu novia para dar una "buena" imagen ante la sociedad. Igual que no has encontrado el momento para hablar conmigo, seguramente nunca encontrarás el momento para ser sincero contigo mismo y afrontar tu sexualidad. Es mucho más fácil vivir justificándose... excusándose... mintiéndose ¿verdad Juan? –Ángel pareció disparar aquellas palabras al centro de mi maltratada conciencia.

  • Que coño sabrás tú de aceptar cambios en tu sexualidad si desde que saliste de la cuna te mueres por comerte una polla... que coño sabes tú de lo que quiero yo, si quiero follarme a un tío o quiero tirarme a una tía... a ti lo que te pasa es que te jode que estés fuera de la lista... que no hayas logrado acostarte conmigo...

Juro que no sentí como ciertas ninguna de las palabras que dije, juro que no las volvería a repetir hoy, pero aquella mañana las vomité ante la mirada perpleja de Ángel. Mi compañero había sido demasiado duro conmigo... me había dicho demasiadas verdades. Yo me limité a defenderme como un gato acorralado.

  • Me he equivocado contigo, Juan –Ángel se levantó de la mesa y dejando un billete de 10 euros sobre la mesa, desapareció.

La había cagado con Ángel por no ser sincero con él, pero la respuesta de mi amigo fue desmedida, exagerada... se había tomado todo aquello como un asunto demasiado personal. Pero las cosas no iban a quedar así.

Subí hasta el cuarto piso y crucé como un rayo el amplio hall de la planta camino del despacho que me habían asignado el viernes. Pasé por delante de la mesa de Valeria y tras soltar un escueto "hola" me encerré en mi despacho.

  • Buenos días Señor Lafarge, disculpe que le moleste –dijo Valeria tras llamar a la puerta y entrar en el despacho-. Le traigo la lista de llamadas y la correspondencia...

  • Gracias Valeria, pero no me llames Señor Lafarge que me pone malo. Parece que no recuerdes que nos vimos ayer en Port Aventura...

  • Lo siento, es que estamos en el trabajo, y usted es mi jefe...

  • Yo soy un pringado Valeria, nada de jefe. Un jefe es el que se lo ha currado, el que puede permitirse el lujo de tener personas a su cargo... yo soy un pringado al que su padre la ha puesto un despacho y una secretaria cuando no lleva ni un mes con la pasantía...

  • Estoy convencida que el Señor Lafarge lo ha hecho porque confía en usted y cree que lo merece...

  • Bien, es evidente que confía en mí... pero me queda mucho por demostrarle. Pero bueno, no hablemos de eso ahora, mejor cuéntame que tal te lo pasaste ayer.

  • Muy bien, fue un día estupendo, su hermano es un chico encantador...

  • Valeria... ¡de tú! –insistí.

  • Perdón... –dijo ella algo ruborizada-. Tu hermano es fantástico...

  • Lo sé... nos viene de familia –bromeé.

  • No lo dudo –respondió guiñándome un ojo.

  • ¿Habéis hablado de volver a veros?

  • Pues tenemos una cita para cenar juntos esta misma noche... –respondió con una sonrisa.

  • Que bien... –mi sonrisa no pudo ser más forzada. ¿Una cena esta noche? ¿Tan rápido?-. Gracias por la correspondencia Valeria, te llamo si necesito algo.

  • De acuerdo... Juan.

Cuando Valeria salió del despacho, mi teléfono móvil empezó a sonar, era mi madre.

  • Hola Rosa...

  • Hola hijo, ya veo que si no te llamo yo, no sé nada de ti.

  • He estado muy ocupado, lo siento –dije yo avergonzado.

  • No te preocupes... sólo soy tu madre, que más dará que no nos veamos...

  • Rosa... Rosa... que no eres nada buena para hacer sentirse culpables a los demás... jejeje –bromeé.

  • ¡Ay! Que hijo más insensible tengo...

  • ¿Qué tal va todo?

  • Bien, muy bien... en el trabajo las cosas siguen como siempre, y con Eduard estoy francamente a gusto... me siento una mujer nueva.

  • Vaya, me alegro...

  • Pero no te negaré que me duele que mis dos hijos se hayan alejado tanto de mí desde que viven por su cuenta. Podríais venir a cenar al menos alguna noche de estas...

  • No es mala idea... –dije meditando-. ¿Qué tal esta noche?

  • Bueno, esta noche... pues podría estar bien. Eduard no trabaja hasta muy tarde hoy, o sea que podríamos cenar juntos. ¿Crees que Carlos podrá?

  • Estoy seguro que Carlos no tiene nada mejor que hacer que ir a ver a su madre... ya verás, llámale e invítale a cenar, no podrá negarse... –dije convencido de que Carlos no le sabría decir que no a Rosa.

  • Perfecto pues, ahora mismo le llamo. Si te parece quedamos a las nueve en casa...

  • Allí estaremos Rosa.

Si alguien leyese la secuencia de los hechos podría pensar que yo había hecho que Rosa nos invitase a cenar para que Carlos y Valeria no pudiesen verse esa noche... pero nada más lejos de la realidad. Digamos que en la vida las casualidades existen. Además, ¿qué mejor que una buena cena en familiar? Valeria podía esperar, al menos hasta que yo la conociese un poco mejor... uno siempre debe procurar lo mejor para los suyos.

Durante toda la mañana Ángel me estuvo evitando de una forma tan evidente que hasta Roberto captó el mal rollo. Fue a la hora del almuerzo, cuando yo estaba comiendo en el bar del bufete, cuando Roberto se acercó a mí.

  • ¿Puedo sentarme contigo?

  • Adelante... –dije yo.

  • Es que Ángel se ha ido a Sabadell a visitar a un cliente.

  • Ya...

  • ¿Te importa que fume? –Preguntó Roberto mientras sacaba una de esas diabólicas porciones de cáncer envasadas en cajetillas de cartón.

  • No, son tus pulmones...

  • ¿Tú no fumas verdad?

  • No, no fumo.

  • ¿Nunca?

  • Sólo cuando iba al instituto. Muchos nos dejamos llevar en esa edad por la sofisticación o la madurez que aporta encenderse un cigarrillo ante nuestros amigos... fumar para parecer mayor, fumar para parecer interesante... que gracia.

  • ¿Gracia? –Interrogó Roberto.

  • Sí, gracia... aceptar socialmente el tabaco como un elemento de sofisticación a estas alturas es algo que sólo puede suceder en este país. Fumar es un acto de irresponsabilidad y de falta de respeto por tu salud y por la de los que están a tu lado...

  • Jejejeje... eres todo un activista anti-tabaco... –dijo Roberto sin apagar su cigarrillo despreciando en cierto modo mis afirmaciones que debió tachar de muy idealistas.

  • Veremos quien ríe el último... –respondí guiñándole un ojo.

  • Bueno, mejor cambiamos de tema. ¿Sabes por qué estaba Ángel tan extraño esta mañana?

  • ¿No te ha contado él nada?

  • ¿Debería?

  • No, supongo que no... sólo hemos tenido una pequeña discusión –respondí.

  • Ángel es un buen chico, pero se toma algunas cosas de forma personal, se deja llevar por sentimientos muy viscerales. Supongo que el tiempo atemperará su carácter, aunque quizás eso es lo que más me gusta de él... que el mundo le siga removiendo el estómago y le haga sentirse vivo...

  • Ángel es un chico muy especial –añadí-. Estoy seguro que terminaremos por entendernos, es sólo cuestión de tiempo y de... sinceridad.

  • Estoy seguro de ello –dijo Roberto dedicándome una perfecta sonrisa.

Tras terminar de comer preparé la defensa de un caso que estaba llevando como abogado de oficio. Cuando estuvo listo decidí tomarme el resto de la tarde libre y pasármela en el gimnasio. Cuando conducía hacia el Club Deportivo, Carlos me llamó al móvil para confirmarme que iríamos a cenar a casa de Rosa, mi hermano no parecía muy entusiasmado con aquel plan. Me hubiese encantado ver la cara de Valeria.

Llegué a mi casa sobre las nueve. Vacié la ropa sudada y la toalla en el cuarto de la lavadora y dejé la bolsa en mi habitación. Carlos debía estar en casa, aunque no le había visto al entrar.

  • ¿Carlos? –Grité ante la puerta de su habitación.

  • Estoy en el baño... –respondió.

  • Date prisa tío que nos deben estar esperando para cenar...

  • Ya va... –dijo Carlos casi en un susurro.

Me acerqué a la puerta del baño y escuché. No se oía nada... bueno, sí se oía algo, se oía la respiración agitada de Carlos.

  • ¿Carlos?

Oí que se levantaba de golpe, y escuché como abría el grifo del lavabo. Acto seguido se abrió la puerta bruscamente y el rostro enfadado de Carlos apareció frente a mí.

  • Joder, que prisas... –dijo él con una mueca de enfado.

  • ¿Todo bien ahí dentro? -Dije en tono de burla.

  • Me estaba afeitando... contestó Carlos fingiendo normalidad.

Le miré detenidamente la cara... Carlitos lucía una irresistible barba de tres días al estilo de los mejores anuncios de Hugo Boss. Obviamente no se estaba afeitando. La siguiente parada en mi recorrido visual fue su bragueta.

  • ¿Me tomas el pelo? –Dije con una sonrisa.

  • No... –respondió Carlos devolviéndome la sonrisa.

  • Ah... pues no sabía que te rasuraras el bello púbico... –Carlos miró hacia su entrepierna, el bulto prominente que provocaba una erección fruto de una paja interrumpida le delataba.

  • Será mejor que nos vayamos... –respondió mientras cogía su chaqueta del perchero de la entrada.

Continuará...