La vida de otro (53: Una excepción)

La cena con los primos de Sergio acabará de la peor de las maneras. Gracias a ello, Juan y Eloy vivirán una noche especial en la que los recuerdos de Juan serán protagonistas.

  1. UNA EXCEPCIÓN

  2. ¿Qué has dicho? –Interrogó Sergio con el gesto congelado.

Eloy no respondió, pareció desplomarse en medio del más absoluto arrepentimiento. Sus ojos se humedecieron, agachó su mirada y la clavó en el plato que reposaba frente a él.

  • ¡Eloy! –Exclamó Sergio golpeando la mesa con furia. El silencio era opresor, todos habíamos dejado de comer. La mayoría de nosotros ni si quiera habíamos soltado los cubiertos, permanecíamos absolutamente inmóviles.

Sin decir nada, Eloy se levantó de la mesa. Cuando apartó su silla para salir, Sergio, que estaba sentado a su lado, se levantó y tiró de él volviéndolo a sentar en la mesa. La expresión de Eloy transpiraba angustia.

  • Tú no vas a ningún sitio. ¡Contéstame! –Gritó Sergio.

  • Déjale... –le dijo mi hermano sin vacilar.

  • ¿Que le deje? No, nada de eso... estamos sentados en la mesa, cenando, y es de muy mala educación levantarse de la mesa cuando los demás no han terminado. Además, Eloy nos tiene que aclarar aún su comentario... ¿verdad primo?

Eloy no respondió, se hundió todavía más en su silla y su mirada se perdió en el vacío. Sus mejillas ahora estaban encendidas por la vergüenza. Hubiese querido levantarme en ese momento y sacar a aquel chaval de allí. Jamás imaginé que en el mundo que hoy conocemos siguiera habiendo gente tan retrógrada como Sergio y sus amigos. Debía haberme levantado entonces, pero no lo hice. Aquella acusación de homosexualidad no pesaba sobre mí, pero sentí el mismo temor que si el ataque de Sergio hubiese estado dirigido a mí.

  • Bien, no quieres hablar... seguiremos cenando pues... –añadió Sergio mientras cogía el cuchillo con una mano y el tenedor con otra y los clavaba en el bistec que quedaba en su plato.

La ternera se fue desmenuzando en diminutas hebras bajo la mirada perdida de Sergio. Cortó, troceó, desmenuzó... pero no probó un solo bocado más. El resto seguíamos inmóviles.

  • La homosexualidad debería estar penada... no podemos consentir que arruine nuestra sociedad. Los maricones son una puta plaga, son escoria, son la podredumbre de nuestra sociedad... y ahora toda esa mierda salpica a mi familia. Mi primo es un maricón... ¿eres maricón verdad? ¿Es eso a lo que te referías? ¿Eh? Dime Eloy... ¿eres un puto maricón, verdad?

Eloy volvió a levantarse, esta vez no vaciló. Su movimiento fue tan rápido que su primo no tuvo tiempo de impedir que se apartase de la mesa. Pero Sergio no cesó en su empeño de seguir humillándole. Se levantó tras él y lo aferró por la camiseta.

  • ¡Contesta! ¿Eres maricón? Porque si eres un marica de mierda no te quiero en mi mesa... me avergüenzo de ti, me das asco...

Aquello no podía estar pasando realmente. Parecía una escena salida de un documental sobre skinheads. La acción transcurría ante mis ojos como una película y yo era incapaz de articular una sola palabra. Eloy intentó zafarse de Sergio sin conseguirlo. Ya no podía retener sus lágrimas.

  • ¡Contesta! –Gritó Sergio con desesperación, pero Eloy no contestó.

Sergio volvió a empujarle para acercarle a la mesa, pero Eloy pareció reaccionar. Tiró con fuera de su brazo liberándose de la manaza que le sujetaba. Sergio, que estaba haciendo fuerza para retenerle, cayó de espaldas. Cuando su primo despareció por la puerta del comedor, Sergio se incorporó movido por un odio demencial.

  • ¡¡Basta!! –Grité levantándome de la mesa, mi gritó inmovilizó a Sergio.

  • Tú no te metas... es un asunto familiar.

  • Basta Sergio... –repitió mi hermano-. Esta vez has ido demasiado lejos...

La puerta del piso se cerró de golpe, Eloy se había marchado. A nuestras espaldas los gimoteos de Eva empezaron a hacerse cada vez más audibles...

  • Eloy es gay... Eloy es gay... –se repetía mientras las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas. Lloraba sí, pero no movió un solo dedo para ir en busca de su hermano.

Los talones de Sergio parecieron quebrarse y fue deslizándose lentamente hasta quedar de rodillas en el suelo del comedor, cerca de la puerta. Hundió la cabeza entre los hombros y se cubrió los ojos con las manos.

Sin dudar un instante más, fui a por las llaves del coche a mi habitación y salí en busca de Eloy. Solo en Barcelona, después de lo que acababa de vivir... la situación no podía ser más angustiante para él.

Subí hasta la azotea y volví a bajar los 5 pisos rastreando la escalera, le busqué en el ascensor y en la portería del edificio... pero no estaba allí. Salí a la calle. Después de las lluvias que nos regaló la llegada de septiembre, una relativa calma meteorológica se había instalado sobre la ciudad. Aún así, la noche era incómodamente fresca.

Caminé dando la vuelta a la manzana pero seguía sin encontrarle. Estaba perdiendo demasiado tiempo. Fui a buscar el coche al parking, era la única forma de recuperar la ventaja que me llevaba caminando.

Una vez en el coche me dejé llevar por la intuición y conduje en dirección a Passeig de Gràcia, si Eloy había salido caminando, seguramente lo habría hecho en dirección al centro por ser una zona más concurrida.

Empezaba a inquietarme, después de haber recorrido las calles paralelas a la calle Girona, seguía sin encontrarle. Llegué al Passeig de Gràcia y lo enfilé camino de la Diagonal. Cuando estaba a la altura de la calle Provença le vi. Estaba sentado en uno de los bancos modernistas que decoran el paseo, contemplando la Casa Milà, la Pedrera.

Aparqué el coche como pude y salí en su búsqueda. Me acerqué por detrás y cuando le alcancé posé mi mano suavemente sobre su hombro. Eloy no se inmutó, parecía estar esperando aquel gesto.

  • Te he estado buscando...

  • No sabía a dónde ir y he caminado sin rumbo fijo hasta llegar a aquí...

  • ¿Puedo? –Interrogué señalando el banco. Eloy asintió y me senté junto a él-. ¿Es bonita verdad?

  • Muy bonita... –dijo Eloy extasiado.

  • ¿Sabes? Cuando las obras acabaron en 1910 muchos de los que la vieron entonces se horrorizaron por su estética, la odiaron por ser tan distinta, porque nada tenía que ver con lo que encajaba en sus cuadriculadas mentes. Pero con el tiempo muchos terminaron entendiéndola, aceptándola, e incluso muchos otros han acabado amándola. Es sólo cuestión de tiempo...

  • Aún hay gente que no la entiende hoy día... –susurró Eloy sin apartar su mirada de la ondulante fachada de piedra.

  • Nadie puede pretender la aceptación absoluta de los demás, seguro que Gaudí no lo pretendió, porque sino no la hubiese construido.

  • La aceptación absoluta quizás no, pero la aceptación de la gente que te quiere sí la necesitas.

  • Eloy, la gente que te quiere te querrá seas como seas, querer a alguien implica aceptarle tal como es, no intentar cambiarle.

  • ¿Y dónde encaja la actitud de Sergio en todo esto?

  • Ante todo debe quedarte claro que el problema no lo tienes tú por ser homosexual, el problema lo tiene Sergio por no aceptar la homosexualidad. Partiendo de esa base, es él quien debe hacer un esfuerzo por entenderte...

  • Ya... pero no lo ha hecho y no creo que lo haga... –las lágrimas volvieron a inundar los ojos de Eloy-. Ésta ha sido la primera vez que me he sincerado con alguien de mi familia y ha sido algo horrible. No creo que pueda volver a mirar a Sergio a la cara, y lo que aún es peor, no sé cómo lo afrontaré con mi hermana y mis padres.

  • No pienses en todo eso ahora... lo que tenga que venir llegará a su debido tiempo. Que la reacción de Sergio haya sido tan absurda y dolorosa no quiere decir que vaya a repetirse, es más, estoy seguro que no se repetirá. Quiero pensar que tu primo ya sólo es una excepción a la gente tolerante que acepta la diversidad sexual y la respeta.

  • ¿Gente como tú? –Interrogó Eloy.

Me quedé en silencio... ¿gente como yo? Quizás no exactamente. El papel que me había tocado vivir en la homosexualidad era quizás demasiado cercano como para poder definirme a esas alturas como un "heterosexual tolerante". Mi historia era otra. Una historia que vive la homosexualidad en primera persona pero que está muy lejos de la aceptación y ahora, paradójicamente, me encontraba dando consejos sobre cómo afrontar ese paso a un adolescente que había tenido mucho más valor que yo para afrontar esa realidad. Sin lugar a dudas no estaba siendo muy coherente con mis consejos y mi apoyo, porque ni si quiera podía predicar con el ejemplo. Me sentí fracasado, por primera vez sentí que tal y como estaba llevando las cosas no le hacia un favor a nadie, ni siquiera a mí mismo.

  • Mi actitud respecto a la homosexualidad ha cambiado mucho durante estos últimos meses... –respondí con cierto temor. Hablar con alguien de todo lo que me había pasado era algo para lo que nunca me había sentido preparado.

  • ¿Y eso? –Preguntó Eloy con un gesto de duda.

  • Ven, quiero enseñarte algo -Eloy asintió y me siguió hasta el coche.

Salimos de Barcelona en dirección a Sitges. Eran cerca de las doce de la noche. Eloy me observaba de vez en cuando y nuestras miradas se encontraban. Parecía más calmado, más sereno.

  • ¿Adónde vamos? –Interrogó él arrastrado por la curiosidad.

  • Quiero enseñarte algo... –respondí.

  • Bien, no pregunto más, esperaré...

  • Buen chico –le dije con una sonrisa y acto seguido acaricié su pierna-. Pero mientras, cuéntame algo más de ti... ¿tienes novio?

"¡Protesto señoría! La pregunta no es procedente." Dijo el abogado que siempre llevo dentro. ¿Cómo se me podía ocurrir preguntarle si tenía novio después de lo que había pasado esa noche? ¿En el fondo de mis pensamientos contemplaba la posibilidad de que hubiese un encuentro sexual con Eloy aquella noche? ¿Pensaba aprovecharme de la situación? Juan... sí te reconozco, me dije.

  • No, no tengo novio... –Eloy había pronunciado las palabras mágicas.

  • Estamos llegando... –dije yo mientras accionaba el intermitente y abandonaba la autovía.

La hierba se había secado durante el verano y era más fácil transitar por aquel camino. Hacia más de seis meses que había estado en aquel descampado y se podía decir que allí había empezado todo.

  • ¿Un descampado junto a una autovía? Pensé que habíamos quedado en que me enseñarías la ciudad... –bromeó Eloy.

  • Necesitaba volver a este sitio, necesitaba volver aquí para hablarte de lo que quiero hablarte. Antes me has preguntado por qué ha cambiado mi opinión sobre la homosexualidad en estos últimos meses, pues bien... este lugar tiene mucho que ver en ese cambio.

  • Tu dirás... –dijo Eloy expectante.

  • Aquí empezó a cambiar todo...

Continuará...