La vida de otro (50: Natalia Reloaded)

La conversación entre Juan y Natala no acabará tan bien como a él le hubiese gustado por culpa de unas misteriosas llamadas al móvil. De vuelta a casa, Juan estrechará lazos con su vecino...

  1. NATALIA RELOADED

Al llegar al Park Güell el sol estaba empezando a ponerse. Hay lugares y construcciones en Barcelona que destacan por su interés cultural, por su historia o por su monumentalidad, pero el encanto y la magia que desprende el Park Güell lo convierte en un lugar irrepetible. Tras cruzar la majestuosa puerta principal de forja, hemos subido por las escaleras donde reposa el dragón de trencadís ideado por Gaudí, y hemos caminado hasta llegar a la imponente explanada rodeada por el serpenteante banco de baldosas.

Después de más de un mes sin ver a Natalia, este encuentro tenía un significado especial para los dos, y por ello, ningún lugar mejor que esa especie de retal de un cuento, de esa especie de mundo paralelo en sutil contacto con el real.

  • Adoro este sitio –he dicho abrazando a Natalia-. Tenía ganas de volver aquí...

  • Bueno, es un parque curioso... –ha dicho ella sin más.

  • ¿No sientes cómo te envuelve la fantasía, el genio de Gaudí? Fíjate –he dicho señalado con mi mano abierta hacia la imagen de Barcelona que se extendía a nuestros pies-. La vista es perfecta, es como si Gaudí hubiese imaginado que este lugar se convertiría en un perfecto mirador para contemplar el esplendor de Barcelona.

  • Te veo muy... poético ¿no? –Ha dicho Natalia con una sonrisa traviesa.

  • Bueno, sólo quería buscar un lugar que intentase, aún sin conseguirlo, competir con tu belleza... –he dicho yo con una sonrisa.

Natalia no ha respondido, sólo ha acercado sus labios a los míos y nos hemos besado. No hay nada como un elaborado cumplido para tumbar la voluntad de una mujer, ese es el verdadero "efecto Axe".

  • ¿Sabes? Creo que esta vez intentaré hacer las cosas mejor... –Natalia me ha mirado con incredulidad- me refiero a que intentaré ser más paciente. Soy consciente, por nuestras conversaciones, que hay pasos que te apetece dar con más seguridad. Debí haber respetado tu postura desde el principio... –he dicho sin vacilar.

  • Bien, quizás yo también he sido algo desconfiada, quizás ya va siendo hora de relajarme un poco cuando estoy contigo...

Siguiente golpe de efecto, le das la razón a una mujer, reconoces haberte equivocado y las posibilidades de que ella recapitule y se replantee sus ideas son realmente elevadas. Transmitir confianza, de eso se trata.

  • Bien, estoy seguro que podemos intentarlo y esta vez seguro que con más éxito. He pensado mucho en ti durante estas vacaciones, te he echado mucho de menos –he dicho con suavidad, acariciándole suavemente el brazo.

Otro beso. Transmitir confianza y hacerla sentirse querida. Parece que finalmente voy conociendo mejor a Natalia. Y esta vez no pienso equivocarme de nuevo... el sexo no lo es todo, aunque a veces sea lo único que nos interesa. Conocer a Natalia y compartir tiempo y experiencias con ella se ha convertido en un reto. El sexo debe pasar a un segundo plano.

  • Bien, estoy segura que nos merecemos otra oportunidad –ha respondido Natalia mientras posaba su mano sobre mi pierna, muy cerca de mi entrepierna. El contacto de sus dedos tan cerca de mi polla me ha nublado la vista... son ya muchos días de necesidad y de amor propio en soledad, cualquier mano ajena es siempre bienvenida.

  • ¿Y qué tal están tus amigos? –He dicho para recuperar en cierta manera mi autocontrol y no abalanzarme sobre Natalia y follármela ante la incrédula mirada de unos nipones dotados de la última tecnología en fotografía y video digital.

  • Pues no muy bien, el grupo se ha distanciado bastante. Lo cierto es que yo sólo quedo con Alba y Humberto...

  • ¿Y eso? –He preguntado intuyendo la respuesta.

  • Desde el viaje a Deltebre Marc y Damián se han ido distanciando del grupo, y los que quedamos cada vez nos vemos menos. Supongo que la semana que viene cuando empiecen otra vez las clases volveremos a vernos más a menudo, pero será difícil recuperar el buen rollo. Ojalá pudiese hacer algo para acercar de nuevo al grupo...

  • ¿No has hablado con Marc o Damián del motivo del distanciamiento?

  • Pues a Damián no le he visto, con Marc quedé hace un par de días. Me llamó y me dijo que necesitaba verme para hablar, pero el día que quedamos no estuvo precisamente muy hablador, parecía preocupado. Sobre sus problemas con Damián, me dijo simplemente que le había fallado y que pasaba de él...

  • ¿Nada más? –Pregunté yo sin poder contenerme.

  • Nada más ¿por qué lo preguntas? ¿Sabes tú algo?

  • Nada, nada... yo no sé nada –dije con toda la naturalidad que puede tener una Ministra de Exteriores mintiendo sobre la Guerra de Irak.

Seguíamos abrazados, en silencio, cuando han empezado a caer unas finísimas gotas de lluvia de un cielo ligeramente cubierto por las brumas. Tras un verano de calor desesperante, parece que nos espera un otoño de cielos cubiertos y lluvias frecuentes. Ya lo dicen, todo lo que sube tiene que bajar, y el agua no es una excepción en este caso.

Hemos vuelto al coche cuando la lluvia ha empezado a descargar con fuerza sobre la ciudad. Natalia ha cerrado la puerta con fuerza, huyendo de la densa cortina de agua, y me ha mirado en silencio.

  • Ufff... estoy helada...

  • ¿Eso es una invitación a que te dé calor? -He preguntado con una sonrisa burlona.

  • No, es una invitación a que enciendas la calefacción.

  • ¡A la orden mi capitán! Encendemos las calderas... –he dicho mientras ponía en marcha el motor y regulaba la temperatura en el climatizador.

Después silencio. Natalia se ha acurrucado en el asiento, buscando esa sensación de calor y confort que uno necesita sentir cuando la lluvia le ha calado hasta los huesos. He posado mi mano sobre la suya y he empezado a acariciársela.

  • Creo que necesitaré tu ayuda para recuperar la temperatura... –me ha susurrado ella rozando con sus labios el lóbulo de mi oreja.

Un abrazo... un abrazo distinto a los últimos abrazos que he dado. Aunque resulte absurdo, abrazar a una chica no me produce el mismo efecto que abrazar a un hombre. Estrechar entre tus brazos un cuerpo como el de Natalia, con una piel suave y tersa, rodearla por completo con tus brazos, mientras sientes esa pequeña sensación de poder o superioridad, mientras sientes que serías capaz de protegerla, de salvarla con ese abrazo. Encajar su cuerpo y el mío armónicamente. Mientras que con otro hombre el abrazo quizás constituya una unión entre iguales donde tú no sólo proteges, si no que también transpiras debilidad. Distintas sensaciones, imposible olvidarlas cuando las has vivido con tanta intensidad.

Sus labios besándome el cuello mientras sus manos me acariciaban el pecho han puesto en marcha esas sutiles conexiones que activan la mitad inferior de tu cuerpo. Una erección histórica no se ha hecho esperar y Natalia ha deslizado su vista sobre la zona como aquel que acaba de avistar algo que teme pero que llama poderosamente su atención.

Ya en mitad de una batalla entre Natalia, el cambio de marchas y yo, mis manos han escalado por sus piernas hasta colarse bajo la frontera artificial de su falda tejana. Un mes de ausencia, tener conciencia de que podía perderme y escuchar mis buenas intenciones ¿hay una receta mejor para llegar hasta una mujer?

Mis dedos han rozado su ropa interior y mis labios y me lengua han recorrido su cuello y su boca. En un súbito arranque de pasión la mano de Natalia ha apresado mi polla por encima de la ropa. Mi lengua se ha hundido en la profundidad de su boca convirtiendo ese beso en algo electrizante. Rítmicamente sus dedos han empezado a recorrer la extensión de mi polla por encima de los pantalones en una especie de paja casta y pura.

Y de pronto la estridente versión polifónica de la canción "Bon dia" del grupo catalán Els Pets ha empezado a sonar en mi teléfono móvil. Natalia y yo nos hemos quedado quietos, recuperándonos de aquella intromisión tan inoportuna.

  • Contesta, puede ser importante... –me ha dicho recuperando la conciencia.

  • ¿Sí? –He respondido desde el manos libres. Silencio al otro lado-. ¿Sí? –He insistido.

  • Parece que no hay nadie... –ha murmurado Natalia justo antes de oír como nuestro interlocutor colgaba.

  • Se habrán equivocado... –he dicho sin más.

Casi sin tregua he vuelto a posar mis manos sobre Natalia y nos hemos vuelto a besar. Mis manos han acariciado por encima de su ropa sus pechos proporcionados sin dejar de besar su cuello. Los dedos de Natalia han empezado a desbrochar los botones de mi camisa empezando a descubrir mi definido, y depilado, pecho.

Y de nuevo el móvil. He contestado con rapidez, para intentar evitar más interrupciones... y al otro lado únicamente silencio. Esta vez he colgado yo.

  • Joder, quién coño debe ser... –he bramado.

  • ¿No tienes el número en la agenda?

  • Llamada con número oculto... –he suspirado.

Seis llamadas después he decidido apagar de una vez el teléfono móvil, pero ya ha sido demasiado tarde para volver a encender a Natalia, que entre la ropa mojada y el corte de rollo que ha supuesto el gracioso de las llamadas, me ha acabado pidiendo que la llevase a casa. El sexo no lo es todo, el sexo no lo es todo, el sexo no lo es todo... me he repetido mientras insertaba la primera y salía del aparcamiento dejándome parte de la goma de los neumáticos en el asfalto.

Después de dejar a Natalia, he vuelto a casa. La lluvia no ha cesado ni un momento y me ha calado hasta los huesos durante la caminata que separa el parking de mi casa. No ha sido hasta llegar al portal del edificio cuando me he dado cuenta de un imperdonable error... me había dejado las llaves en casa. Tras el susto inicial, me he tranquilizado, Sergio o mi hermano ya debían estar en casa. He pulsado el botón de nuestro piso en el portero automático pero no ha habido respuesta. Tras 10 intentos he acabado desistiendo y me he sentado en el suelo del portal apoyado en la puerta, mirando hacia la calle, cabreado conmigo mismo por mi propia estupidez.

En eso estaba cuando mi vecino ha llegado al portal huyendo de la lluvia.

  • Hola... mmmm...

  • Juan –he dicho yo.

  • Eso, hola Juan... ¿qué haces en sentado en la calle con la que está cayendo?

  • Me he dejado las llaves y mi hermano no ha llegado aún –he dicho con voz de idiota.

  • Pues pasa, pasa... que aquí fuera vas a pillar un catarro –ha dicho Víctor mientras abría la puerta del portal.

  • Gracias.

Hemos subido juntos en el ascensor y al llegar a nuestro rellano Víctor se ha encaminado hacia la puerta de su casa. Justo cuando la ha abierto se ha girado hacia donde estaba yo.

  • Pero hombre, no te quedes en el rellano, puedes entrar y esperas aquí a tus compañeros de piso, ¿sí? –Ha dicho Víctor con una pícara sonrisa.

  • Bueno... no sé... –he dicho yo dudando.

  • Bueno, como quieras, yo ahora voy a ponerme mi bata de cola, las plumas y la mascarilla de pepino para suavizar la epidermis...

  • ¿Cómo? –he dicho yo perplejo.

  • Era broma... –ha dicho guiñándome el ojo.

  • Jejeje... bien, los esperaré en tu casa pues.

He entrado detrás de Víctor. Tras cruzar el recibidor, decorado con un minimalista mueble de diseño con espejo y un perchero de madera, hemos entrado en el comedor, decorado con unos muebles que me resultaban muy familiares por su claro origen Ikea.

  • Voy a quitarme esta ropa mojada y a darme una ducha. Si te apetece sírvete tu mismo algo de beber o comer...

  • Muy bien, gracias.

Víctor ha desparecido por la puerta del comedor y yo he ido hasta la cocina, estaba muerto de sed, así que ni corto ni perezoso me he servido un par de vasos de agua. Después he vuelto al comedor y he echado un vistazo a las estanterías. Novelas, algunos libros de arte, guías de viaje, películas porno gay... vamos, nada que me haya sorprendido.

  • ¿Qué echando un vistazo a mi filmoteca? -La voz de Víctor desde le entrada del comedor me ha sobresaltado.

  • Perdón... –he respondido sintiéndome sorprendido.

  • No te preocupes, no hay nada que no puedas ver...

Y entonces le he mirado. No había reparado en que Víctor acababa de salir de la ducha y sólo llevaba un albornoz rojo y negro con las iniciales de Carolina Herrera reproducidas hasta la saciedad. Con 40 años, de pelo moreno, Víctor tiene cierto encanto, aunque en su gesto y en su cuerpo se aprecia que ha exprimido intensamente la vida, quizás con demasiada intensidad.

  • ¿Te gusta alguna? –Ha interrogado Víctor señalando las pelis.

  • No, no... no son mi estilo –he dicho yo con fingida decisión.

  • Lástima... –ha murmurado-. Por cierto, puedes quitarte la ropa mojada y la ponemos en la secadora... si quieres, claro. Aunque algo me dice que no lo harás...

  • ¿Por qué no iba a hacerlo? –He preguntado con rebeldía.

  • Porque tienes miedo a que me lance encima de ti, si te pareces a tu compañero de piso seguro que lo estás temiendo...

  • Sergio y yo no tenemos nada en común y mucho menos nuestra visión sobre la homosexualidad.

  • Cierto, Sergio no hubiese accedido a entrar en mi casa...

  • Sergio es un gilipollas... –he dicho mientras empezaba a quitarme la ropa.

Mentiría si dijese que en aquel momento no estaba pensando en la posibilidad de que Víctor intentase algo conmigo. A pesar de que no me resultaba demasiado atractivo físicamente, la posibilidad de que se abalanzase sobre mi polla necesitada de atenciones y me hiciese una mamada de película se me ha antojado realmente apetecible.

Me he quitado la camiseta, los pantalones y los calcetines quedándome únicamente con unos boxers ajustados de una marca que empieza por Calvin y acaba por Klein.

  • Te preguntaría si vas al gimnasio, pero es obvio que sí... y te preguntaría si eso que marca tu boxer es una erección, pero creo que también conozco la respuesta...

  • Son las llaves... –he dicho yo con una sonrisa maliciosa.

  • Bueno, podría colar si no fuese porque te las has dejado en tu casa... jejeje.

  • Vale, entonces es la polla, no hay duda...

  • ¿Y los boxers no te los vas a quitar? Seguro que también están mojados.

Continuará...