La vida de otro (47: De vuelta de todo)

Juan regresa de sus vacaciones en París. Primer encuentro con Carlos después del 31-J. Por la noche, una cena entre amigos que traerá una nueva sorpresa.

  1. DE VUELTA DE TODO

Cuando el avión de Iberia aterrizó en el aeropuerto ayer por la tarde y volví a poner los pies en Barcelona, tuve la familiar sensación de estar reencontrándome de nuevo con mis problemas.

Finalmente los 15 días iniciales se convirtieron en casi un mes. El ático de los abuelos de Ruth en St-Germain-des-Prés fue durante esos días en el lugar perfecto para perderse. Tenía ganas de volver a Barcelona, sí... pero me costará olvidarme de los buenos momentos que he pasado en París.

A decir verdad durante esos días de vacaciones no logré olvidarme de todas mis preocupaciones, algunas de ellas me siguieron hasta allí, entre ellas mi interminable historia con Natalia. Pocos días después de llegar a París, cuando estábamos visitando Disneyland en Marne-la-Vallee, Natalia me llamó al móvil y entonó una especie de mea culpa sobre lo sucedido en nuestra última cena. Esa fue la primera de muchas llamadas que nos hemos hecho durante estos días.

Salí del avión y abandoné la zona de pasajeros con la intención de coger un taxi. Cuando cruzaba la terminal arrastrando la pesada maleta, me llevé una sorpresa.

  • ¿Qué haces aquí?

  • Pues Rosa me dijo que llegabas en el vuelo de las 18:15 y he venido a recogerte.

  • No era necesario, podía coger un taxi –respondí algo confuso.

  • Nada de taxis... ¿para qué están los hermanos sino? –Respondió Carlos con una sonrisa.

Mientras caminábamos por la terminal no me atrevía a mirarle. Las cosas entre mi hermano y yo no se habían aclarado después de la última noche que pasamos juntos y en aquel momento, casi un mes después, seguía sin conocer cuál había sido su reacción. Durante mis vacaciones en París, Carlos me llamó para preguntarme cómo había ido el vuelo y qué tal iba todo, pero nada más... no hubo ninguna mención a nuestro encuentro. De nuevo en Barcelona, de nuevo junto a Carlos, iba siendo hora de aclarar las cosas. Pero casi un mes después de lo sucedido ni si quiera me atrevía a mirarle a los ojos.

  • ¿Qué tal ha ido todo por París?

  • Bien, muy bien... el ático de los abuelos de Ruth era fantástico, muy céntrico, y unos amigos suyos nos han estado haciendo de guía por la ciudad.

  • Vaya... así que debes haberte recorrido París de cabo a rabo...

¡Joder! Que expresión más desafortunada dadas las circunstancias. Agaché aún más la cabeza, hundiéndola entre los hombros...

  • Rosa me dijo que te habías ido sin despedirte... ya te vale...

  • Cierto, fue todo muy precipitado... pero bueno, al menos la llamé nada más aterrizar en Orly.

Llegamos al coche de mi hermano que estaba aparcado en el parking de la terminal. Entre los dos cargamos la maleta y Carlos cerró el portón. Cuando iba girarme para entrar en el coche mi hermano me detuvo.

-Juan...

  • ¿Qué? –Respondí sin levantar la vista del suelo. Me aterraba encontrarme con su mirada.

Carlos estiró su mano y rozándome el mentón hizo que levantase la cabeza y le mirase fijamente a los ojos.

  • Me alegro de que estés de vuelta...

Jamás hubiese imaginado que una frase tan usual como aquella estaría tan cargada de significado. Carlos se alegraba de verme, no parecía enfadado, ni avergonzado... más bien al contrario, mi hermano aparentaba una absoluta normalidad. Pero a pesar de ese gesto, necesitaba aclarar las cosas con él.

Subimos al coche y salimos del aeropuerto en dirección al centro de Barcelona. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Mi hermano pareció captar la tensión en el ambiente y puso en marcha la radio. El viejo hit de MC Hammer "U can’t touch this" empezó a sonar.

  • ¿Por qué no me despertaste? –Solté de golpe, como si hubiese escupido cada una de las palabras de aquella frase.

  • ¿Para qué? –Respondió Carlos mientras bajaba el volumen de la radio desde los mandos en el volante.

  • Porque necesitaba aclarar lo que pasó, mejor dicho... necesito aclarar lo que pasó.

  • Por mi parte no hay nada que aclarar.

  • ¿Nada? –Dije sin dar crédito a lo que oía-. Yo creo que hay mucho que aclarar...

  • ¿Sí? Pues tú dirás...

  • ¿En qué estado queda nuestra relación después de lo que sucedió?

  • Somos hermanos, no hay nada que pueda cambiar eso...

  • Ya, pero... no sé... ¿estás enfadado?

  • ¿Enfadado? ¿Por qué iba a estarlo?

  • ¡Joder Carlos! No me jodas, no puedes hacer como si no hubiese pasado nada... necesito saber que es lo que piensas de lo que pasó.

  • Juan, si lo que quieres saber es si estoy arrepentido, te diré que desde que te fuiste le he estado dando vueltas al tema. Aunque al principio me costó asimilar lo sucedido, ahora, viéndolo en perspectiva, y aunque te suene asquerosamente mal, no me arrepiento de nada. Si dijese que aquel encuentro fue algo casual mentiría. Y a decir verdad aún no sé que nos llevó a hacer algo así, pero quizás no quiero saberlo... creo que va siendo hora de pasar página...

  • Pasar página... –repetí tratando de asimilar todo aquello.

  • Eso es. Somos hermanos Juan, eso no lo puede cambiar nada. Tú eres la persona que más me importa en este mundo y eso no lo puede estropear ni una ni mil noches como aquella.

  • Bien, somos hermanos, y eso es algo que no cambia una noche como aquella, totalmente de acuerdo. Pero lo que sí ha cambiado es lo que piensas de mí... –dije atacando el núcleo de mis preocupaciones.

  • Creo que sé por donde vas Juan, pero yo no pienso nada. Yo sólo sé lo que tú quieras contarme. De lo que sucedió aquella noche los dos podemos sacar conclusiones sobre el otro, pero por mi parte no lo haré... si algún día hay algo que quieras explicarme sabes que puedes contar conmigo.

  • Lo sé, me lo has vuelto a demostrar.

No hizo falta añadir nada más, me sentí reconfortado con las palabras de mi hermano. Por fin conocía su reacción y lo cierto es que ni en mi previsión más optimista hubiese imaginado algo así. Carlos no estaba enfadado, ni si quiera le había dado un ataque de arrepentimiento post coitus, y aunque no había querido aclarar que es lo que le había llevado a meterse en mi cama y tocarme la polla, lo cierto es que aquella conversación había logrado serenarme después de 30 días de incertidumbre.

  • ¿Qué tal con Ana? –Después de conocer la reacción de mi hermano acerca de nuestro encuentro, lo que más me interesaba saber era qué tal iban las cosas entre Ana y él.

  • Pues mal... muy mal...

  • ¿Y eso? -Pregunté sorprendido.

  • Cuando te fuiste de vacaciones Ana vino a pasar unos días a casa, y creo que fue precisamente eso lo que acabó estropeándolo todo.

  • ¿Habéis roto?

  • Bueno, técnicamente no llegamos a salir...

  • Joder, lo siento –mentí yo, una sensación de cierta satisfacción me invadía-. ¿No funcionó lo vuestro?

  • No, no funcionó. Quizás me equivoque pero creo que Ana aún siente algo por ti, y verse conmigo no la ayudará a olvidarse de vuestra relación.

  • ¿Entonces qué vais a hacer?

  • Nos hemos dado tiempo, creo que necesitamos pensar. Por mi parte creo que tras vuestra ruptura, al estar tan cerca de ella, la había idealizado. Después de convivir durante estas vacaciones, he descubierto partes de Ana que no me gustan... la verdad es que juraría que se acercó a mí para...

  • ¿Putearme? –Añadí yo.

  • Quizás... pero bueno, dejemos este tema. Mejor cuéntame algo tú. ¿Sabes algo de Natalia?

  • Pues mientras he estado de vacaciones hemos estado en contacto. Parece ser que los dos tenemos ganas de intentarlo de nuevo, y espero que esta vez las cosas salgan bien. Le prometí que nos veríamos cuando llegase a Barcelona, mañana la llamaré.

  • Bueno, me alegro de que al menos a uno de los dos las cosas le vayan bien...

  • No desesperes, seguro que pronto encuentras a la mujer de tu vida... –dije yo con una sonrisa.

  • La mujer de mi vida era Sara...

  • Sara es historia, Carlos. No pierdas más tiempo dándole vueltas a algo que ya no tiene solución. Hay mucha gente interesante ahí fuera...

  • Necesito salir más...

  • Eso es, y qué mejor forma para empezar a salir que venir a la cena que ha organizado Ruth esta noche ¿te apetece?

  • Bien, me lo pensaré.

Cuando llegamos a casa me puse a deshacer la maleta. No sabía con seguridad como había logrado meter toda aquella ropa, lo que sí tenía claro es que iba a tardar un siglo en verla de nuevo limpia y planchada en mi armario. Cuando hube apilado en el centro de mi habitación toda la ropa sucia, la recogí y la llevé al cuarto de la lavadora.

Miré fijamente aquel aparato de forma cuadriculada, con aquella abertura circular frontal, como si fuese la entrada a un infinito túnel. Contemplé perplejo aquellos botones y aquellas letras ininteligibles. Intenté descifrar unos extraños mensajes en clave escritos junto a los botones: prelavado, blanquear, aclarados, aditivos... ¿Pero que era eso, una lavadora o el ordenador central de la NASA? La miré desafiante una vez más antes de darme la vuelta y salir de allí. Cogí el teléfono y llamé a Concha, la asistenta de mi madre. Cuando colgué, volví a sonreír. Mañana se pasaría a hacerme la colada.

Cuando terminé de vestirme para ir a la cena con Carlos, Sergio llegó de su viajecito a Madrid. Iba vestido con uno de sus habituales y repetidos polos Lacoste, y unos pantalones de algodón beige.

  • ¿Qué tal por Madrid? –Preguntó Carlos al volver de la cocina con tres vasos de agua.

  • Muy bien, la ciudad está fantástica, como siempre. Además, tenía ganas de ver a mis abuelos.

  • ¿Y el calor qué tal? -Pregunté yo.

  • Pues tanto o más que aquí, pero al menos no hay esta puta humedad que hace que nunca dejes de sudar.

  • ¿Y había alguien por Madrid? Yo pensaba que en verano todos sus habitantes huían de la ciudad –contraataqué.

  • Madrid está preciosa en cualquier época del año. Hay muchas cosas interesantes por ver: el Palacio Real, el Prado, la Puerta de Alcalá, la Plaza Mayor, el Retiro, el parque de la Warner...

  • Vale, vale... aceptamos Madrid como ciudad interesante en el mes de agosto –dije con ironía.- ¿Y que hiciste por allí? ¿Algún congreso de verano del Partido Popular?

  • Haya paz por favor –interrumpió Carlos al ver que Sergio estaba apunto de dispararse-. ¿Y tu familia que tal está?

  • Pues bien, estos días he estado en casa de mis tíos, porque en casa de mis abuelos no hay suficiente espacio. Con mis primos tenemos muy buen rollo, así que les he convencido para que se vengan unos días a Barcelona antes de que empiecen las clases.

  • Es una idea fantástica –respondió Carlos.

  • ¿Se quedarán aquí? -Interrogué yo de inmediato. Si se parecían un poco a Sergio por lo intransigente e intolerante, su visita podía convertir nuestra casa en un nuevo Tercer Reich.

  • Sí, ésta también es mi casa ¿Algún problema?

  • Ninguno –respondió tajantemente mi hermano.

  • Bien Sergio, sentimos no poder quedarnos a escuchar las insuperables ventajas de visitar la capital del Reino de España, también llamada Villa de Madrid, en esta época del año, pero nos vamos a cenar con mis amigos –dije mientras me levantaba del sofá.

  • Que disfrutéis de la segura y tranquila noche barcelonesa pues.

  • ¿Quieres venir con nosotros? –Preguntó Carlos.

Aquellas palabras me produjeron el mismo efecto que un puñetazo en el estómago. Clavé mi vista en Carlos y él agachó la cabeza. Si las miradas matasen...

  • No, gracias. Prefiero poner todo esto en orden y descansar un poco –respondió Sergio.

Nada más salir de casa, sujeté a mi hermano del brazo y le detuve en el rellano.

  • ¿Has visto "El Silencio de los Corderos"?

  • Sí, ¿por qué?

  • Si Sergio llega a aceptar tu invitación, Hannibal Lecter te hubiese parecido una niña malcriada comparado conmigo.

  • Sabía que no iba a aceptar –respondió Carlos con una sonrisa.

Cuando llegamos al Thaï Lounge, el restaurante tailandés donde habíamos quedado, Ruth, Jesús y Jordi ya habían llegado. Saludos de rigor y nos sentamos a la mesa.

  • Estoy muerto de hambre, ¿podemos pedir ya? –Interrogó Jesús.

  • Falta Ángel –dije yo.

  • Y Toni –añadió Jesús.

  • ¿Toni también viene?

  • Sí, Toni y su... "amigo" también están invitados –respondió Ruth.

Después de tantos días alejado de mis preocupaciones, me había olvidado casi por completo de las vacaciones de Toni en Ibiza. Y por si no fuera lo suficientemente duro saber que Toni tenía un nuevo amiguito, ahora también iba a tener que conocerle.

El siguiente en llegar fue Ángel. Ruth, Jordi y Jesús ya lo conocían porque coincidimos en Disneyland, así que hice las presentaciones entre Ángel y Carlos. Mi compañero de trabajo miró detenidamente a mi hermano y esbozó una pícara sonrisa.

Pocos minutos después Toni cruzaba la puerta del restaurante. No pude evitar sonreír al verle. Por desgracia, mi felicidad duró muy poco. Detrás de Toni entró un tío de unos 1,80m, intensamente bronceado, de cuerpo fibrado y pelo teñido del mismo amarillo que usa el Ayuntamiento para pintar la señalización por obras. Unas botas, unos pantalones blancos, una camiseta ajustada de Just Cavalli, unas inmensas gafas de sol para folclóricas fugitivas y un sombrero a lo cowboy completaban la estampa de esta especie de go-go ibicenco fuera de servicio.

  • Buenas noches a todos –saludó Toni con una amplia sonrisa.

Tras saludar a los recién llegados, nos sentamos y pedimos la cena. Tenía a Toni justo delante de mí, a su derecha estaba sentado aquel híbrido entre un Vigilante de la Playa y uno de los Ángeles de Charlie. La mirada de Toni se cruzó con la mía.

  • Si me disculpáis, enseguida vuelvo –dije mientras me levantaba de la mesa.

Caminé en dirección a los servicios del restaurante. Entré en el baño y me apoyé en el mármol que sostenía las pilas de los lavamanos. Cogí el teléfono móvil y escribí un mensaje de texto.

Cuando la puerta se abrió de nuevo, Toni apareció tras ella.

  • No sé porque pero tus miradas furtivas en la mesa y tu inesperada huída hacia el baño me han hecho pensar que necesitabas hablar a solas conmigo... bueno, aunque lo que me ha terminado de convencer ha sido esto –dijo Toni con una sonrisa mientras me enseñaba el mensaje que le acababa de enviar:

"Necesito hablar contigo. Te espero en el baño".

  • Veo que tus vacaciones en Ibiza no te han hecho perder la capacidad deductiva –dije con ironía.

  • Y bien, ¿de qué se trata?

Continuará...