La vida de otro (41: La playa)

Juan acude por primera vez al bufete de Ricardo en el que empezará a trabajar, allí conoce a su futuro compañero, Ángel. Por la tarde irá con Carlos a la playa, la casualidad querrá que se produzca un inesperado encuentro.

  1. LA PLAYA

Cuando estuve en la puerta del edificio me sorprendí, sinceramente había imaginado algo menos ambicioso. El bufete ocupaba un bloque de oficinas en la entrada a Barcelona por la Diagonal. El edificio era de construcción reciente y formaba parte de un pequeño complejo de oficinas. "Lafarge i Associats" decoraba la parte superior de la fachada en unas minimalistas letras metálicas iluminadas por la parte posterior por una tenue luz anaranjada. Por fin había llegado el esperado miércoles.

Crucé la puerta del vestíbulo y saludé a la recepcionista. Al parecer mi padre me estaba esperando. Subí por el ascensor hasta la última planta. Una de las secretarias me indicó la sala de juntas. Efectivamente, allí estaban Ricardo, Roberto y un chico que supuse que debía ser Ángel.

  • Buenos días Juan –me saludó Ricardo.

  • Buenos días, siento llegar tarde. Creo que acabaré viniendo en metro –me disculpé yo.

  • Tranquilo, no llegas tarde, nosotros somos los que hemos llegado pronto –aclaró Roberto con una sonrisa.

Roberto era un hombre ciertamente atractivo, de unos 40 años, pelo moreno, mirada abierta y sincera, sonrisa perfecta y un cuerpo que obviamente se había trabajado en un gimnasio. Realmente interesante para su edad.

  • Bien, antes de empezar, me gustaría presentarte a Ángel –continuó mi padre-. Ángel él es Juan, mi hijo.

  • Encantado Juan –dijo Ángel posando discretamente su mirada en mí.

  • Encantado –respondí yo mientras le estrechaba la mano.

  • Empecemos pues. Como sabéis os hemos reunido aquí para hablar de vuestra incorporación a la firma. Los dos tenéis un expediente brillante y habéis logrado un puesto destacado en la promoción de vuestras respectivas Universidades, nuestro bufete está orgulloso de poder contar con vosotros. Puesto que respondemos ante el resto de socios de vuestra contratación, esperamos que todos podamos estar satisfechos de vuestro desempeño en la firma –dijo Ricardo.

  • Antes de que empecéis con la pasantía, nos gustaría que recibieseis un curso de incorporación a la firma. La idea es formaros en aquellos elementos de funcionamiento que son propios de este bufete. Será un plan de acogida corto, en principio sólo hasta la pausa de agosto –añadió Roberto.

  • Como os podéis imaginar, dada la baja actividad que esperamos registrar en el mes de agosto, os daremos vacaciones. Vuestra incorporación efectiva será, pues, en septiembre. ¿Tenéis alguna duda? –Interrogó mi padre.

  • Supongo que por especialidad no nos integraremos en el mismo grupo de trabajo... –dijo Ángel.

  • Pues sí. Los dos estáis especializados en Derecho Penal y vuestra contratación no ha sido casual, es uno de los equipos de trabajo de la firma que deseábamos reforzar. ¿Queréis añadir algo más?

  • Pues por mi parte, únicamente que estoy deseando empezar –dije yo.

  • Perfecto pues, mañana tendremos listos vuestros contratos, el plan de acogida y los horarios –respondió Roberto.

  • Me gustaría deciros que el comienzo nunca es una tarea fácil, especialmente por la dureza de la pasantía. Por ello es aconsejo que os toméis estos días para adaptaros y que carguéis bien las pilas estas vacaciones de agosto –dijo mi padre con una sonrisa.

Tras acordar la cita para mañana, Ángel y yo salimos de la sala de juntas y entramos en el ascensor. En silencio, le miré con disimulo. Debía tener unos 22 años, físicamente destacaba por un cierto equilibrio en sus proporciones, aunque ligeramente eclipsado por su delgadez. Un cabello castaño despeinado, cara de niño bueno y ojos grandes. Ángel no era especialmente atractivo, pero tampoco feo, quizás común.

  • Ufff... estoy muy nervioso.

  • ¿Por qué? –interrogué yo.

  • Siempre me pongo nervioso ante un reto profesional, especialmente si significa tanto para mí como la incorporación a este bufete.

  • Entiendo, a mí me pasa algo parecido, aunque intento controlarme. Sé que estaré en una gran empresa y haré todo lo que esté en mi mano para integrarme.

  • Cierto, no hay nada de lo que preocuparse –dijo Ángel con una sonrisa nerviosa.

  • ¿Te apetece ir a tomar algo y así charlamos un poco más? –Pregunté yo.

Aquella fue la primera vez que vi como se iluminaba la mirada de Ángel. Me repetí a mí mismo que no podía sospechar de todos los hombres que me rodeaban.

  • Me encantaría.

Fuimos caminando hasta el centro comercial de L’Illa Diagonal y entramos en una cafetería.

  • Mmmm... estás muy bueno –dijo Ángel mientras daba un sorbo a su capuccino.

  • ¿Cómo? –interrogué yo perplejo.

  • Queee, que... quiero decir, que está muy bueno, el capuccino. Sí, muy bueno...

  • Jejejeje... –no pude evitar sonreír, me divirtió verle ruborizado.

  • Joder, en qué estaría pensando...

  • Pues no sé... jejeje. Tú sabrás –respondí con una sonrisa-. ¿De dónde eres Ángel?

  • De Reus...

  • Ahhh, mi abuela vive cerca, en Tarragona. ¿Es cierto que os lleváis tan mal las dos ciudades? –bromeé.

  • Jejeje... bueno, digamos que hay una cierta rivalidad histórica, pero en el fondo nos necesitamos.

  • ¿Y qué te trae por aquí?

  • Pues a veces un tren o a veces un coche, depende... –bromeó Ángel.

  • Jajajaja... muy agudo.

  • Va, ahora en serio... –dijo mientras recuperaba la seriedad-, si estoy en "Lafarge i Associats" es por Roberto.

  • Sí, ya me dijo Ricardo que tu contratación era una recomendación suya. ¿Sois familia?

  • No, somos... pareja -respondió Ángel con un gesto de duda en su cara. Esperaba mi reacción.

  • ¡Ah! Que bien ¿no? –no supe decir otra cosa. Una expresión de asombro debió dibujarse en mi rostro.

  • Sí, muy bien, nos llevamos francamente bien.

  • Tengo un amigo que también es gay, ya te lo presentaré. Seguro que os llevaríais muy bien –dije pensado en Toni.

  • Jejejeje... –Ángel sonrió.

  • ¿Qué? –pregunté sorprendido.

  • Perdona, pero es que imaginaba que ibas a decir algo parecido. Los hetero tenéis la costumbre de decir cosas por el estilo cuando alguien os dice que es gay.

  • Perdona, pensé que igual te apetecía hacer amigos en Barcelona –dije yo algo avergonzado.

  • No, no me malinterpretes por favor, únicamente reflexionaba sobre tu propuesta. Lo agradezco, pero quizás tu amigo y yo sólo tengamos en común la orientación sexual, y para hacer amigos hay cosas mucho más importantes en las que puedes coincidir.

  • Cierto –dije yo reparando en su argumentación-. Quizás he sido algo frívolo.

  • No te preocupes, nos queda mucho que aprender sobre la diversidad sexual –dijo Ángel con una sonrisa.

Cuando terminamos el café, salimos del local. Me despedí de Ángel cerca de su coche, un Mégane nuevo de color negro.

La verdad es que aquel chico me había sorprendido, no sólo por sincerarse conmigo, era obvio que si íbamos a trabajar juntos era mejor hacerlo cuanto antes, si no porque me hizo sentir cómodo. Me hizo sentir como si por primera vez en mucho tiempo no tuviera nada que esconder.

Cuando volví a casa, Carlos y Sergio me estaban esperando para comer. No hablamos demasiado durante la comida, desde el incidente en la fiesta, mi relación con Sergio no había mejorado demasiado. Aunque mi hermano sí había hecho un esfuerzo por el entendimiento.

Después de comer, Carlos me propuso aprovechar su tarde libre e irnos a la playa. El plan me pareció perfecto. Una tarde con mi hermano no me vendría mal para estrechar lazos.

Puesto que las playas de Barcelona en verano siempre están atestadas de turistas pardillos y otra fauna de similar origen, decidimos ir a Sitges, al fin y al cabo sus playas ya nos resultaban familiares.

Cuando me bajé del Alfa Romeo de Carlos miré detenidamente a mi alrededor, aquel parking me resultaba familiar. David y yo habíamos estado allí pocos días antes.

Ya en la playa, tendí mi toalla y me apresuré a quitarme la camiseta y las chanclas. Mi hermano empezó a desvestirse. No pude evitar observarle mientras me ataba el cordón de mi bañador tipo bermuda de O’Neill. Carlos se quitó la camiseta y los pantalones cortos y me sorprendió con un ajustado bañador de lycra corto de D&G.

  • ¿Qué? –Interrogó mi hermano al ver que no dejaba de mirarle.

  • No te había visto ese bañador –me justifiqué yo.

  • ¿No? Pues ya es raro... porque es tuyo –respondió Carlos con una pícara sonrisa.

  • Jejeje... que cabrón, no me gusta que me cojas ropa del armario sin pedirme permiso.

  • Bueno, te consultaré la próxima vez. Pero no me digas que no me sienta mejor a mí que a ti... –dijo Carlos mientras se acariciaba el abdomen y deslizaba su mano hasta rozar el elástico del bañador.

  • Jajaja... no te flipes tío –dije yo entre risas-. Te falta material para llenarlo...

  • Jejejeje... pero que tonto eres chaval. Cuando quieras nos la medimos... –dijo mi hermano respondiendo a mi provocación.

  • Bien, anoto en mi agenda: comprar cinta métrica –dije con una sonrisa.

Nos estiramos en las toallas. Carlos había caído en mi provocación, pero obvio que aquel bañador le quedaba incluso mejor que a mí, especialmente en la zona central. En aquel momento deseé que la gente de nuestro alrededor despareciera y pudiera lanzarme sobre Carlos para arrancarle a mordiscos aquel diabólico bañador. Con esa imagen en la cabeza, no me quedó más remedio que darme la vuelta y tumbarme bocabajo, la razón era evidente.

El calor era aplastante en aquella playa. El cielo estaba completamente despejado y la intensidad de aquel sol de julio me quemaba la piel. Me incorporé y saqué el protector solar de la bolsa.

  • Cuando acabes me lo pasas –dijo mi hermano sin abrir los ojos.

  • Vale, enseguida termino.

Me apliqué la crema solar en los brazos, el pecho, las piernas, el cuello y cuando estaba intentando cubrir mi espalda con aquel aceitoso mejunje, mi hermano murmuró:

  • ¿Quieres que te ponga crema en la espalda?

  • No, gracias pued... –Carlos no me dejó terminar la frase, incorporándose, tomó el bote de crema de mi mano y la pulverizó sobre mi espalda.

Después de la sensación de frío que me produjo el contacto de la crema en mi piel, una increíble sensación de calor me invadió. Las manos de Carlos recorrían mi espalda extendiendo el protector solar. Cuando sus dedos rozaron la parte baja de mi espalda hubiese querido gritarle: ¡mi polla también necesita protección! Afortunadamente me contuve. Me recriminé estar pensando otra vez con la polla. Como le había dicho Alba a Damián en una ocasión: "las hormonas de los hombres siempre están de fiesta en la polla y sólo suben a la cabeza a por hielo".

Cuando Carlos dejó de extenderme la crema solar, abrí los ojos. Me pareció estar viendo visiones. Los cerré nuevamente. Volví a abrirlos. No era una visión ¡estaba allí! David estaba allí, unos metros más allá, tumbado en su toalla, junto a una imponente chica morena. Me levanté como electrizado.

  • Ahora vengo Carlos, voy a saludar a un... amigo.

  • Vale...

No sé que me llevo a hacer algo así, pero no pude controlar el impulso. Necesitaba verle, verle de cerca, hablarle...

  • Hola.

David abrió los ojos ligeramente. Cuando me reconoció, se incorporó de inmediato.

  • Hola ¿qué haces tú aquí? –preguntó con frialdad.

  • A ver, esto es una playa, estamos en julio y voy en bañador... ¿tú que crees?

De repente David se levantó me cogió del brazo y me arrastró lejos de su toalla.

  • ¿Sabes quién es la chica que está dormida a mi lado? –dijo con brusquedad.

  • ¿Mónica?

  • ¡Muy bien! Lo has acertado, es Mónica, y entonces dime una cosa ¿a qué coño estás jugando?

  • Sólo me he acercado a saludarte –dije yo un tanto confuso por su sorprendente reacción.

  • No hacía falta que te molestases. Si Mónica me ve hablando contigo, no dejará de hacer preguntas.

  • Si tu novia te hace preguntas será porque le das motivos para que sospeche. ¿No teníais una relación abierta? ¿O es que el abierto sólo lo eres tú? Además, has sido tú el que me ha arrastrado del brazo hasta aquí, ahora las preguntas también me las harán a mí –dije mientras fijaba mi vista en Carlos, que tumbado en su toalla observaba discretamente la escena.

  • Pues vuelve con tu nuevo Action Man y déjame tranquilo, Juan. Ahora ya tienes una polla de repuesto...

Si no fuese porque David había dejado claro que fuera de su relación con Mónica no podían existir los sentimientos, hubiese pensado que aquella frase era casi un reproche.

  • Que te jodan David.

Sin darle tiempo a un contraataque me di la vuelta y volví junto a mi hermano.

  • ¿Sucede algo? –interrogó Carlos.

  • No, nada...

  • ¿Siempre que vas a saludar a un amigo discutes con él?

  • Voy a darme un baño –respondí con un hilo de voz mientras me levantaba y empezaba a caminar hacia la orilla. Aunque hubiese querido, no hubiese podido decir nada más.

Continuará...