La vida de otro (40: ¿Puedes contolar tus...)

Juan pasará junto a David una de aquellas noches dignas para ser recordadas mientras viva. Al volver a casa, Carlos le pedirá explicaciones por su extraño comportamiento.

  1. ¿PUEDES CONTROLAR TUS SENTIMIENTOS?

Le llamé desde el coche y concretamos una cita en el restaurante Casa Calvet de la calle Casp. Volví a casa para ducharme y cambiarme de ropa. Como el restaurante quedaba relativamente cerca de casa, decidí dejar el coche en el parking que había alquilado e ir caminando.

Cuando le vi aparecer por la puerta del restaurante vestido con unos pantalones de algodón de Zegna Sport y una camisa de Gucci, algo se removió en mi interior. Al verme sonrió. Llevaba el pelo algo más largo que el último día que nos vimos, y una incipiente y nada casual barba remarcaba su poderoso mentón.

  • Hola Juan –me dijo mientras tomaba asiento.

  • Hola David, ¿qué tal estás?

  • Bien, acabo de volver de Salvador de Bahía, la empresa de Mónica prevé levantar un hotel allí.

  • Pensaba que huías de las grandes empresas y preferías trabajar en "la noche" –dije yo algo sorprendido.

  • Cierto, pero mis ingresos como Relaciones Públicas del SkyDome y los de Jefe de Nuevos Proyectos en la empresa de la familia de Mónica no son comparables –respondió con una sonrisa.- En definitiva, he vuelto a mi actividad de antes. Digamos que en esta etapa de mi vida prefiero afrontar retos profesionales más ambiciosos.

  • Ya entiendo. ¿Y Mónica?

  • Pues ella se ha quedado en Brasil, así que nada más poner un pie en Barcelona he pensado en ti.

  • ¿Me lo parece o tus ganas de verme son algo cíclicas? –interrogué algo molesto.

  • Mis ganas de estar con alguien siempre son variables, no sólo en tu caso. Creía que eso ya había quedado claro –respondió David sin perder su sonrisa, eso sí, esta vez algo forzada.

  • Muy claro.

  • Bueno, cuéntame qué tal te va a ti...

  • Pues bien, me acabo de licenciar. No hay nada que desease más en esta vida que terminar de una vez la carrera.

  • Vaya, felicidades –dijo David mientras me acariciaba la mano por encima de la mesa-. Eso tendremos que celebrarlo...

La voz del maître nos interrumpió. David no retiró su mano y la mirada indiscreta del maître no se hizo esperar. Realmente a David no le preocupaba nada más allá de su propia existencia. Retiré la mano con suavidad y le miré fijamente mientras él observaba la carta con detenimiento. Hay personas que con sólo verlas sabes que no esconden nada, que son transparentes, en esos casos sabes bien a que atenerte. Pero hay otras que nunca llegas a conocer realmente. David estaba en el segundo grupo. Y quizás ese magnetismo que provoca el misterio, la curiosidad por descubrir lo desconocido, hacía que me sintiese más atraído por él.

  • ¿Y con tu familia las cosas han mejorado? –preguntó David cuando el maître se retiró.

  • Bueno, más o menos. Las tensiones entre mi madre y yo se han reducido, pero ahora eso ya no me preocupa. Hace algunas semanas que me mudé con mi hermano y un amigo suyo a un piso en el Eixample.

  • Veo que ha habido muchos cambios en tu vida últimamente, me alegro. Quizás puedas enseñarme tu nueva casa esta noche...

  • Pues no creo que sea posible, Carlos y Sergio deben estar en casa, mañana trabajan –dije yo resignado.

  • Bien, como quieras –respondió David con una sonrisa-. Ya pensaremos un plan alternativo.

Terminamos de cenar mientras me hablaba del espectacular hotel que pensaban construir en la playa de Itapuá en Salvador de Bahía. Cuando salimos del restaurante David propuso terminar la velada tomando una copa en Sitges. Acepté a pesar de que llevaba años sin vivir de cerca la marcha nocturna de la zona. La primera sorpresa de la noche llegó al ver el coche nuevo de David.

  • ¿Te gusta? –dijo al verme con los ojos abiertos de par en par.

  • Si tenemos en cuenta que los coches son una de mis pasiones, se podría decir que la Clase SL de Mercedes es uno de mis amores platónicos –dije con una sonrisa.

  • Bueno, pues hoy será algo menos platónico ¿te apetece conducir?

No hizo falta respuesta, en pocos segundos estaba sentado al volante de aquel 500SL. David tomó asiento junto a mí y pulsando la tecla mágica, el techo duro se replegó magistralmente escondiéndose en el maletero. Con el cielo por techo, me esperaban 30 Km de sensaciones.

Saliendo de Barcelona en dirección a Sitges, David pulsó el reproductor de Cd’s del Mercedes y la intensidad y la fuerza de O Fortuna de la obra coral Carmina Burana empezaron a inundar el habitáculo, provocando en mí una extraña sed de velocidad. Descapotados, con el viento arremolinándose tras nuestras cabezas, pisé el acelerador. Los limites legales de velocidad pasaron a ser una anécdota en aquel viaje.

Cuando llegamos a Sitges casi me faltaba la respiración.

  • Puedes aparcar aquí –musitó David mientras bajaba el volumen de la música.

Pisé instintivamente el pedal de freno y el desmesurado equipo de frenos detuvo el coche casi de inmediato, la deceleración fue sencillamente brutal. David y yo nos miramos unos segundos, intentando recuperar el sentido.

  • Creo que a la vuelta conduciré yo... jejeje –dijo con una sonrisa cómplice.

Sin demasiado conocimiento de la marcha nocturna de Sitges, entramos a un bar musical de ambiente ibicenco. Tras cruzar la puerta, David me arrastró literalmente al centro de la pista de baile. Sonaba "Fiesta" de DJ Méndez.

Si su sonrisa, sus ojos, su cara, su cuerpo... me habían conquistado, su forma de bailar era diabólicamente seductora. Yo apenas trataba de moverme. Una sonrisa se dibujó en mi cara y mis ojos se clavaron en aquel cuerpo moviéndose al son de la música. Ante él viví una sensación extraña, aquella sensación que se experimenta al tener tan cerca algo que deseas de forma incontenible, y sabes que no puede ser tuyo, no en ese momento. Mis dedos hubiesen querido rozar su piel, mis manos hubiesen querido atrapar su cuerpo, mis labios hubiesen querido rozar los suyos. Mi polla se había puesto en guardia ante tan seductora estampa.

  • Vámonos –le susurré al oído.

David sólo sonrió e interrumpiendo su magnética danza, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta del local. Le seguí sin dejar de contemplar aquella robusta espalda. Aquella noche entendí que David iba a ser mi perdición, pero aún así quise perderme con él.

Volvimos al coche, aparcado cerca de la playa. Nos sentamos reclinando los asientos y clavamos la mirada en el cielo totalmente despejado de aquella noche.

  • Creo que necesitaré algo más relajante que mirar las estrellas a orillas del Mediterráneo para vencer el jet-lag... –susurró David.

  • Una noche como ésta, no hace mucho, un amigo me enseñó una buenísima técnica de relajación. Quizás ya va siendo hora de que le devuelva el favor –respondí mientras posaba mi mano sobre su pierna.

  • Seguro que fuiste un gran alumno.

Mis manos ascendieron hasta tomar contacto con el paquete de David. Así confirmé la evidencia, estaba totalmente empalmado. Le desabroché lentamente el cierre del pantalón y liberé su preciosa polla. De mis manos a mi boca en sólo un segundo. De nuevo aquel peculiar sabor inundándolo todo. De nuevo sus gemidos delatando el placer que estaba sintiendo.

Aceleré el ritmo de la mamada mientras acariciaba sus huevos. Su polla se tensó inevitablemente y David empezó a correrse. Mi boca no cesó en su empeño hasta dejar completamente limpia aquella maravilla de la naturaleza.

  • Hay cosas que realmente sabes hacer muy bien, Juan –dijo David con una sonrisa de satisfacción-. Ahora me toca corresponderte.

Había disfrutado tanto comiéndome su polla, dándole tanto placer, que realmente no me hacía falta correrme, aún así David me hizo una espectacular mamada para recompensarme.

Después de correrme, permanecimos unos minutos más en silencio. Sentados en el Mercedes, en medio de un aparcamiento de la playa, vacío a esas horas.

  • Me siento muy bien cuando estoy contigo Juan...

  • Creo que es mutuo.

  • Pues no es demasiado bueno...

  • ¿Por qué? –interrogué temiéndome la respuesta.

  • Más allá de mi relación con Mónica, no hay nada, no debe haber nada...

  • ¿No puede haber sentimientos?

  • No.

  • ¿Y puedes controlar tus sentimientos?

No hubo respuesta, David giró la llave electrónica y el embriagador sonido del V8 lo ocupó todo. De vuelta a Barcelona, ninguno de los dos rompió el silencio.

Cuando crucé la puerta de mi casa eran casi las 5 de la madrugada. Pensaba encontrarme a Carlos y a Sergio durmiendo, pero me equivoqué.

  • ¿Qué haces despierto aún? ¿No trabajas mañana?

  • Estaba preocupado por ti... –respondió Carlos con brusquedad.

  • Lo siento, debería haber avisado. Pero si estabas preocupado ¿por qué no me has llamado?

Carlos levantó su mano mostrándome mi teléfono móvil.

  • Joder, me lo debo haber dejado cuando he venido a cambiarme de ropa –me justifiqué yo.

  • ¿Las cenas con Ricardo duran tanto?

  • ¿Cómo? –pregunté perplejo.

  • Natalia te ha llamado al móvil, como ha insistido tanto he optado por responder. Quería quedar contigo mañana y me ha dicho que hoy ibas a cenar con tu padre...

  • Cierto... –mentí yo-. ¿Y qué tiene de raro?

  • Pues nada... si no fuese porque esta noche he cenado con él.

  • ¿Has cenado con Ricardo? Pensé que no os hablabais... –dije sintiéndome acorralado.

  • Te lo debía por haber aceptado comer hoy con Rosa.

  • Me alegro...

  • Espero que algún día te decidas a contarme la verdad.

  • Quizás algún día –respondí yo saliendo del comedor y dando por zanjada aquella conversación.

Me desvestí con rapidez y me estiré en la cama. Con la luz apagada fijé mi vista en la oscuridad. Nadie, ni si quiera Carlos con sus sospechas, podía estropear una noche como aquella. Las dudas de David, la mirada insegura de David fueron mis últimos recuerdos aquella noche.

Continuará...