La vida de otro (39: Cuestión de prioridades)

Tras la ceremonia de graduación Juan accederá a comer con Carlos y Rosa para sellar su reconcilización. Más tarde, Juan visitará a Natalia con la idea de pasar un rato con ella, pero un mensaje al móvil provocará un interesante cambio de planes.

  1. CUESTIÓN DE PRIORIDADES

Salía caminando de la facultad, de mi ceremonia de graduación, bajo un sol aplastante. El verano más cálido de los últimos 30 años según decían en los periódicos. Pero ni si quiera el Sol podía restar un ápice de felicidad aquel día.

  • ¡Juan! –Gritó Jordi a mi espalda.

  • ¿Qué?

  • ¿Te apetece venirte con nosotros a celebrar la graduación? Iremos a casa de Ruth.

  • Agradezco tu buena intención, pero no creo que sea lo más indicado. Además, tengo una comida familiar.

  • Bien, no insistiré. Si cuando termines con tu familia te apetece quedar, llámame ¿de acuerdo?

  • Lo tendré en cuenta...

  • Por cierto, ayer fui a ver a Rafa. Está en el hospital de Sant Pau, por si te apetece pasarte.

  • Gracias por avisar. ¿Cómo está?

  • Mejor, en pocos días le darán el alta.

  • Me alegro.

  • Bien, tengo que irme Juan, si vas a ver a Rafa salúdale de mi parte. Y... ¡anímate joder! Que ya eres un Licenciado en Derecho... jejeje.

  • Estoy muy feliz, de verdad Jordi. Hoy nada puede amargarme este momento. –Dije con una sonrisa algo ambigua.

Volví al coche. A pesar de la felicidad y la satisfacción personal que produce terminar una carrera dentro del tiempo establecido en el plan de estudios y con un expediente brillante, mi felicidad no era completa. Cuatro días después de volver a Barcelona tras interrumpir el viaje de forma tan brusca, no había tenido noticias de Natalia. Bueno, para qué mentir, Natalia no era lo que más me preocupaba. Lo sucedido entre Marc, Damián y yo había revuelto dentro de mí un poso de sensaciones y sentimientos que durante meses había intentado enterrar.

La expresión de Marc durante el camino de vuelta a Barcelona era la misma expresión que se podía leer en mis ojos el día del accidente en el garaje de mi casa, el día en que Toni y yo nos enrollamos por primera vez. Y no es que me preocupase mucho por Marc, que cada cual aguante su propia cruz, el problema fue que todo aquello había revuelto algo en mi interior. Llevaba semanas sin pensar demasiado en el valor de mis actos, en su significado. Si me follaba a un tío ya no me planteaba si hacía bien o si hacía mal, ni si quiera me planteaba si follarme a un tío alteraba mi condición sexual. Pero aquellos días en Deltebre habían vuelto a desatar el temporal.

Dejé el coche en un parking y caminé hasta el restaurante en el que habíamos quedado. En otro capítulo del particular Barrio Sésamo que Carlos escribía cada día de su vida, se había propuesto reunirnos a mi madre y a mí.

  • Hola –dije al tomar asiento.

  • ¿Todo bien en la ceremonia de graduación? –Preguntó Carlos.

  • Muy bien... –respondí.

  • Me hubiese encantado estar allí, pero he respetado tu decisión... –dijo mi madre.

  • Mejor así. Era un momento demasiado importante para estropearlo con reproches –respondí yo sin mirarle a los ojos.

Después de pedir algo, comimos en silencio. Se respiraba cierta tensión en el ambiente. Antes del postre Carlos decidió precipitar los acontecimientos.

  • Ahora vuelvo, voy un momento al baño... –dijo mientras se levantaba y desparecía entre las mesas del restaurante sin darnos tiempo a responder.

  • Siento mucho como me comporté... –dije yo sin esperar más.

  • Bien, yo también lamentó mucho lo que sucedió. Debí haberte dicho la verdad desde buen principio.

  • Cierto, hubiese preferido que no me mintieras. Me dolió mucho tu comportamiento y me dolió aún más verte con aquel hombre...

  • Pensaba que te habías disculpado por tu comportamiento...

  • Y lo he hecho Rosa, siento haberte dicho las cosas de esa forma, pero no siento haberte dicho lo que te dije. Sigo pensando que te estabas equivocando.

  • Me entristece que sigas siendo incapaz de entenderme. Para mí Fran era alguien importante, para mí estar con él era importante. Pero ahora ya da igual. No le he vuelto a ver desde el día de la discusión. Cuando llevas una vida llena de sacrificios personales, qué importa uno más.

  • Si pretender tu felicidad implica ser exigente, pues lo soy. Tú vales demasiado para acabar con un ignorante como Fran.

  • No puedes valorar a una persona por criterios tan accesorios como su cultura o su estatus económico Juan, porque quizás algún día alguien use criterios tan injustos como esos para valorarte a ti.

  • Bien, el día que eso ocurra prometo pensar en ti.

  • Viéndote, se podría decir que el cinismo se hereda. Pero esta vez no voy a equivocarme. Cuando conocí a tu padre, su egoísmo, su prepotencia y su complejo de superioridad me produjeron cierta tristeza. Pensé que con los años sería capaz de cambiarle, pero si la vida me ha enseñado algo es que las personas no cambian, al menos no en lo fundamental. No pienso pasarme el resto de mi vida intentándolo de nuevo contigo. Demasiado tarde para que pueda conmoverte algo más allá del saldo de tu Visa.

  • Bien, pensé que estábamos aquí para arreglar las cosas. Pero veo que sólo conoces la cultura del reproche. ¿Quién destrozó vuestro matrimonio Rosa? ¿Quizás tú con esa actitud?

  • No Juan, no pienso discutir de nuevo contigo. Eres mi hijo, te quiero y sólo deseo que la vida no se encargue de demostrarte que has desperdiciado la oportunidad de hacer un esfuerzo por entender a los demás.

  • ¿Todo bien? –Dijo Carlos al volver de lavabo.- Veo que volvéis a hablaros.

  • Todo bien... –respondió mi madre con una fingida sonrisa.

  • Mejor que nunca –respondí.

Cuando terminamos de comer, me despedí de Carlos y Rosa y salí del restaurante. Caminando por el paseo de Gràcia algo en mi interior me decía que, a pesar de que las cosas entre Rosa y yo recuperarían una aparente normalidad, nada volvería a ser como antes. Rosa se empeñaba en decir que no la entendía, bien ¿y qué? No iba a perder el tiempo tratando de entenderla. Cuando ni si quiera entiendes tus propios sentimientos ¿cómo vas a hacer un esfuerzo por entender a los demás?

El sonido del teléfono móvil puso punto y final a mis reflexiones.

  • Hola Ricardo.

  • Hola hijo, ¿la graduación ha ido bien?

  • Sí, muy bien. Aunque aún me queda recoger el título y pasarme por el Colegio de Abogados para colegiarme.

  • Bien, eso es lo de menos, todo a su debido tiempo. Ahora déjame que te felicite hijo, ya eres todo un abogado, como tu padre.

  • Gracias.

  • No sabes lo feliz que me has hecho hoy. Desde que me dijiste que ibas a estudiar Derecho, no había vuelto a experimentar tanta satisfacción.

  • Me alegro Ricardo, me alegro.

  • ¿La comida con tu madre ha ido bien?

  • Bueno, más o menos. Hemos reducido algunas tensiones, pero no han faltado los reproches.

  • Tu madre es la reina de los reproches.

  • Ricardo, no necesito escuchar tu versión, en la vida siempre hay dos versiones de un mismo conflicto, y esta vez prefiero no conocerlas.

  • Cierto, en la vida como en el Derecho siempre hay más de una forma de verlo.

  • Bueno Ricardo, tengo que colgar, voy a entrar en un parking.

  • Bien, sólo una cosa más.

  • Dime.

  • El miércoles que viene deberías pasarte por el despacho, me gustaría hablar contigo y con Ángel antes de que os incorporéis a la firma.

  • Bien, pero ¿quién es Ángel?

  • Pues nuestro otro gran fichaje, también acaba de licenciarse, los dos empezaréis por la pasantía este verano.

  • Pensaba que ya teníais la plantilla completa.

  • Y la tenemos, pero la contratación de Ángel es una recomendación de Roberto, ¿le recuerdas?

  • Claro, como olvidarle –dije yo recordando el piropo que me soltó Roberto la primera vez que nos vimos.

  • Bien, pues nos vemos el miércoles, cuídate hijo.

Con la tarde por delante, decidí pasarme por el Hospital de Sant Pau para visitar al hermano de Natalia. Con mucha suerte me encontraría con ella también.

Pregunté en la recepción cuál era la habitación de Rafa y subí por las escaleras. El particular olor a hospital invadió mis fosas nasales. El inmaculado blanco de las paredes y la escasa altura de los pasillos empezaban a provocarme cierta sensación de angustia.

Cuando llegué a la puerta de la habitación vi a Natalia sentada en un banco en el pasillo.

  • Hola –me dijo mientras se levantaba.

  • Hola –dije dándole un cálido abrazo.

  • Gracias por venir. Siento no haberte llamado, pero ya puedes imaginarte como han sido estos días.

  • No te preocupes, Jordi me ha informado, pero ¿qué tal está tu hermano?

  • Bien, ahora ya está mejor. Sufrió un traumatismo raquídeo dorsal con lesión en dos vértebras, una lesión en la córnea y algunas contusiones y pequeñas heridas. Tendrá que hacer recuperación, pero lo importante es que ahora ya está fuera de peligro.

  • Me alegro mucho de que Rafa esté bien. ¿Puedo entrar a verle?

  • Ahora está dormido, pero le diré que has venido.

  • Gracias –respondí-. ¿Y tus padres?

  • Se han ido a casa a descansar un rato. Llevan varios días junto a Rafa.

  • Entiendo.

  • ¿Y tú cómo estás, Juan?

  • Bien, hoy he ido a la ceremonia de graduación.

  • Vaya, me alegro... me alegro mucho por ti –dijo Natalia con una sonrisa-. Si te apetece esperarte un rato más, cuando venga mi padre podemos salir a cenar y celebramos tu graduación.

  • Me encantaría –dije yo ciertamente animado.

Mi teléfono móvil vibró dentro del bolsillo trasero de mi pantalón. Había recibido un mensaje.

  • Disculpa un segundo –le dije a Natalia mientras me retiraba para leer el mensaje:

"Pensaba que te encontraría en el gym, pero parece que no has ido hoy. Si te apetece podemos cenar juntos."

Una sonrisa se dibujó en mi cara. David volvía a dar señales de vida. Desde la última vez que nos vimos me había propuesto a mí mismo mantener la mente fría en mi relación con David. Lo había conseguido, hasta aquel momento lo había conseguido.

  • Lo siento Natalia, olvidé que tenía una cena con mi padre para celebrar la graduación –mentí yo-. Si te parece quedamos otro día.

  • Bien, ya quedaremos Juan.

Nos dimos un breve abrazo de despedida y caminé de nuevo hacia el ascensor.

Natalia había encajado bien el plantón, o por lo menos eso fue lo que quise creer. No es que no me apeteciese estar con ella, pero si te dan a elegir entre una cena romántica con una chica encantadora y una noche de sexo con un tío insultantemente guapo y con un cuerpo de impresión ¿qué elegirías? Cuestión de prioridades.

Continuará...