La vida de otro (36: San Juan)

Empieza el viaje de Juan, Natalia y sus amigos al Delta del Ebro. En la noche más corta del año, Juan empezará a divertirse con sus nuevos amigos...

  1. SAN JUAN

Me levanté sobresaltado, juraría no haber oído el despertador. Miré incrédulo las manecillas del reloj, evidentemente llegaría tarde una vez más. Me levanté y me duché en un tiempo récord.

En la cocina, mi hermano preparaba su desayuno antes de irse al trabajo. Me sorprendió verle vestido con un elegante traje de Adolfo Domínguez. Al verme Carlos sonrió.

  • Como mañana no te voy a ver... ¡Felicidades hermano! Ya te queda un poco menos para jubilarte -dijo Carlos mientras me abrazaba.

  • Gracias... –Carlos no me soltaba-. Verás, si me sueltas me harías un gran favor, llego un poco tarde.

  • ¡Ah! Es verdad, que te esperan los niños de la Tribu de los Brady... jejeje.

  • ¿Tú eres tonto o qué? –dije con una sonrisa burlona-. Mis amigos estarán en el instituto, pero por lo menos no son unos psicópatas en potencia.

  • Ufff, no me nombres al Innombrable. Desde la fiesta no he hablado casi con él, me avergonzó tanto su actitud que prefiero no hablarle...

  • Claro, entonces esperaremos a la próxima bronca... –dije yo resignado.

  • No, no habrá próxima bronca. La noche de la fiesta le advertí que si volvía a suceder algo así, tendría que irse de esta casa. No pienso tolerar ese tipo de comportamientos.

  • Apoyo totalmente tu decisión.

  • Ayer llamé a Toni para disculparme por lo sucedido, al fin y al cabo Sergio es mi amigo. Como a Humberto no le conozco personalmente te pido que te disculpes en mi nombre .

  • Lo haré, gracias. Y ahora te dejo, que se me hace tarde, aún tengo que recoger el coche que he alquilado.

  • Bien, no te entretengo más pues. Que vaya bien Juan, y... cuídate.

Carlos se acercó a mí y me miró detenidamente. Se respiraba cierta tensión en el ambiente. Sin decir nada me dio un beso en la mejilla.

  • Tú también... –respondí yo.

No podía entretenerme más. Salí a toda prisa hacia la oficina de la empresa de alquiler de coches. Recogí el monovolumen que había alquilado y conduje hasta al estación de tren donde había quedado con Natalia y sus amigos.

A las 10:30 dejaba la calle Aragó y me detenía junto a la estación de RENFE en Passeig de Gràcia. Afortunadamente me estaban esperando fuera. Hice sonar el claxon y tras mirarme sorprendidos se acercaron al monovolumen.

  • ¿Qué es esto? –Preguntó Natalia con sequedad.

  • Se llama monovolumen, lo inventó Renault en los años 80. Se caracteriza por un interior amplio, una carrocería sobreelevada y la posibilidad de contar con siete plazas en un interior absolutamente modulable...

  • Juan ¿me tomas el pelo?

  • Sólo bromeaba. Pensé que sería más cómodo que el tren y lo he alquilado para toda la semana. Pero... ¿podéis subir ya? Estoy muy mal aparcado –rogué yo.

Natalia se dio la vuelta para consultarlo con sus amigos, pero no pudo. Damián y Marc ya estaban cargando las maletas, mientras Marta y Humberto se acomodaban en la última fila de asientos. A regañadientes Natalia entró en el coche y se sentó en la fila central junto a Alba.

  • ¿No te sientas conmigo? –Pregunté yo perplejo.

  • Prefiero quedarme aquí –dijo con brusquedad.

Damián se sentó con ellas y Marc tomó asiento en la parte delantera, junto a mí. Aquello fue el inicio de mi perdición. Dos atléticas piernas bajo un pantalón corto que se ajustaba peligrosamente a su piel al sentarse. Camiseta de tirantes al limite de su elasticidad cubriendo un apetecible pecho, y... dejando a la vista unas morbosas axilas. "Juan ¡deja de mirarle y arranca este trasto!" me dije a mí mismo. Intermitente, pisar embrague, insertar la primera y soltar embrague. No, a pesar de esa visión tan turbadora no había olvidado como se conducía.

El silencio reinó en el interior de la Espace hasta que salimos de Barcelona. Una vez en la autopista nos fuimos soltando poco a poco. Alba me tendió un Cd para que pusiese música y, tras aprender a utilizar los extraños controles de aquella especie de nave espacial, las insulsas canciones de los chicos de Operación Triunfo empezaron a inundar de letras noñas y canciones enlatadas y refritas el interior del coche.

  • A pesar de que Natalia se lo haya tomado un poco mal, alquilar este pedazo de monovolumen ha sido una idea genial –me susurró Marc.

  • Me alegro de que te parezca bien la idea. Mejor en coche que en tren, especialmente si tenemos en cuenta como está el transporte ferroviario en este país últimamente...

  • Jajajaja... que cabrón –sonrió Marc.

Mientras conducía empecé a sentirme muy a gusto. Una semanita en la segunda zona húmeda más grande del país, en contacto directo con la naturaleza, rodeados de playas... en un delta de incalculable valor por su carácter de reserva biológica. Volví a mirar a Marc. Tenía los ojos cerrados. Descansaba con la cabeza ladeada, con sus manos reposando sobre su paquete. Envidé aquellas manos. ¿Playas? A quién le importaban las playas con dos apetecibles diecisieteañeros tan cerca de mí. Me pregunté como nos íbamos a organizar para dormir. ¿Marc, Damián y yo? No, no... seguro que no iba a tener tanta suerte.

Tardamos más de dos horas y media en recorrer los 180 km que separan Barcelona de Deltebre. Justo en le entrada de la población, en el corazón del Delta del río Ebro, estaba el albergue de la XAC. Marc y yo descargamos las maletas de la Grand Espace mientras el resto se inscribía en el albergue.

  • Espera, te ayudo –le dije a Marc mientras sujetaba la pesada maleta de Alba y le ayudaba a descargarla-. Ufff... está haciendo un calor horrible estos días.

  • Vaya tío... no veas la ganas que tengo de darme un buen baño en la playa. Cuando era pequeño venía a menudo con mis padres y mis primos al Delta para coger berberechos, almejas y esas cosas. Nos lo pasábamos de puta madre. Como normalmente había poca gente, mi primo y yo nos despelotábamos y nos bañábamos desnudos. Luego nos poníamos a tomar el sol entre las dunas...

Aquel recuerdo pronunciado en voz alta, hizo que automáticamente me imaginase a Marc y a su hipotético primo desnudos, corriendo por una inmensa playa del Delta, con un par de impúberes pollas colgando. Me los imaginé tumbados en la arena, acariciándose, descubriendo tímidamente su sexualidad. Mi polla se puso totalmente dura bajo la tela de mis pantalones cortos de Miro Jeans.

  • Y... esta vez, ¿lo repetirás esta vez? –interrogué yo dejándome llevar por un monumental calentón.

  • Pues no me gusta correr en pelotas solo, pero... si te animas...

  • Chicos –interrumpió Damián-. No quedan habitaciones para grupos, sólo hay dos de cuatro camas. Le he propuesto a Natalia que duerman Humberto, Marta, Alba y ella en una de las habitaciones y nosotros tres en la otra. ¿Cómo lo veis tíos?

Una sonrisa se dibujo en mi cara. Miré a Marc, a él también parecía haberle alegrado la noticia.

  • Pues por mí bien... -respondí yo de inmediato.

  • Perfecto –dijo Marc sin dejar de sonreír.

  • Bien, voy a decírselo a los demás –dijo Damián mientras volvía a entrar en el albergue.

  • Será una semana genial... –añadió Marc con una sonrisa.

Después de comer, terminamos de instalarnos en las habitaciones. Estaba algo inquieto por la actitud de Natalia, así que mientras Damián y Marc se estiraban para dormir la siesta, yo me acerqué a su habitación. Llamé a la puerta y entré.

  • Hola... ¿y los demás? –interrogué yo al ver a Natalia sola en la habitación.

  • Están en la piscina.

  • Vaya, mejor así. Quería hablar contigo a solas.

  • Tu dirás...

  • Pues que no sé que te pasa, pareces enfadada desde que hemos salido de Barcelona.

  • ¿Y no sabes por qué? Alquilas un monovolumen sin consúltanoslo y modificas los planes previstos sin contar con nuestra opinión...

  • Pesé que os parecería bien la idea. Lo siento. Aunque no creo que sea para tanto, el alquiler lo he pagado yo.

  • A eso me refiero Juan, a eso me refiero. Te comportas como si salieses con unos niños de clase media a los que debes deslumbrar con tus ideas de niño pijo.

  • Creo que estás siendo demasiado dura conmigo. Pretendía ser amable, sorprender a tus amigos. Aunque si te vas a sentir más cómoda, compartiremos el coste del alquiler de la Espace.

  • No es el dinero Juan, es tu actitud. El dinero no te hace ser mejor persona, no te hace ni más listo, ni más amable, ni más bueno, ni más simpático, ni... mejor. Querías sorprendernos... pero lo que vas a conseguir es convertir una excursión, una aventura... en algo previsible, aburrido, organizado...

  • Natalia, si el dinero no es lo importante, deja de pensar en él. Si he hecho lo que he hecho es porque me apetecía, no hago las cosas para impresionar a nadie. Y me parece que estás exagerando, únicamente he cambiado el tren por el coche, hablas como si os hubiese apuntado a un viaje organizado por el Inserso a Benidorm.

  • ¿Exagero? Pues olvídate por estos días de tu Visa, de los coches de lujo, de tu ropa de marca... deja de lado todos tus prejuicios. Seguro que en algún momento de tu vida hubo un tiempo donde divertirse no costaba nada... olvídate de todo y disfruta.

  • ¿De todo?

  • De todo.

Me acerqué a ella y le planté un sorpresivo beso en los labios.

  • Abre la mano...

  • ¿Por?

  • Por favor, abre la mano y cierra los ojos.

Natalia cerró con indecisión sus ojos y tendió su brazo. Con suavidad puse mi mano sobre la suya y le di las llaves del Renault.

  • Iremos en bici toda la semana –le dije con una pícara sonrisa.

Aquel gesto hizo que las cosas con Natalia mejoraran. Durante la cena el buen rollo se apoderó de nosotros. Me disculpé con Humberto por el incidente con Sergio, y Natalia pareció valorar positivamente mi actitud.

Después de cenar nos sentamos en los sillones de la sala de descanso. El albergue estaba casi al límite de su capacidad, pero había poco movimiento a esa hora. Seguramente la gente había salido a celebrar la verbena de San Juan.

  • ¡Ey! Acabo de hablar con unos tíos de por aquí, les he preguntado dónde está la marcha hoy... –dijo Damián mientras entraba en la sala.

  • ¡Marcha! Sisisisisi... ¿dónde? –Interrogó Alba con impaciencia.

  • Pues... por aquí no hay mucho ambiente. Si no nos queremos quedar en el pueblo y celebrar la verbena con los amables vecinos de la zona, pues... podemos ir hasta la playa. La peña enciende hogueras de San Juan y hay música, alcohol, chatis...

  • ¡Pues nos vamos! –gritó Marc.

  • ¡Venga pues! Nos llevarán en su camioneta –añadió Damián.

  • ¿Conoces algo más arriesgado que viajar de noche con unos colgados en la parte posterior de un pick-up? –Me dijo Natalia al oído.

  • Creo que vas a necesitar algo más arriesgado para sorprenderme –bromeé yo.

Apiñados en la caja de carga de un Toyota Hilux llegamos a una de las playas del Delta. A pesar de que la marea había subido por la noche, la extensión de arena seguía siendo inmensa. Saltamos de la camioneta. La luz de varias hogueras algo clandestinas a lo largo de la playa iluminaba el cielo. El fuego se reflejaba en la superficie del mar en una estampa cargada de belleza.

Nos acercamos a la fogata y saludamos al resto de la gente. Nos ofrecieron algo de beber. Me serví un whisky en un vaso de plástico. Del potente equipo de sonido de un Golf aparcado cerca de la hoguera salía una estridente música electrónica que no supe identificar.

  • ¿A que no tienes huevos a bañarte ahora? -me dijo Marc mientras me pasaba el brazo por encima del hombro y me apretaba contra él.

  • Joder, no me he puesto bañador... –dije al ver que él se había quitado la camiseta y llevaba puesto un bañador tipo bermuda.

  • No pasa nada... te bañas con los calzoncillos, total, seguro que son de marca... jejeje.

  • No sé... –dije yo dubitativo.

  • ¡Damián ven! Tenemos un insurrecto.

Cuando quise darme cuenta, Damián y Marc me habían cogido entre los dos y me llevaban hacia la orilla. A mis espaldas oía como el resto del grupo jaleaba su ocurrencia. Justo en la orilla me dejaron en el suelo. Damián me quitó la camiseta y Marc empezó a desabrocharme los pantalones. Me dejaron únicamente con unos boxers blancos de CK.

  • ¡Al agua! –Gritó Marc.

Preferí no pensármelo más. El roce de las manos de Damián y Marc habían despertado mi polla, el agua se encargaría de controlar mi rebelde erección.

Nos lanzamos de golpe al agua. La verdad es que la temperatura no era desagradable. El agua se había ido calentando durante el día. Mar y Damián empezaron a nadar alejándose lentamente de la orilla. Les seguí.

  • Joder tíos... me apetecía mucho este baño –dijo Damián.

  • Se puede mejorar –dijo Marc con una sonrisa pícara-. Sus manos de deslizaron bajo el agua. De repente me lanzó algo. Su bañador.

  • ¡Mola! –Dijo Damián mientras se quitaba el suyo.

  • ¿Y tú a qué esperas? –Me preguntó Marc.

  • No, no... yo ya estoy bien así.

  • ¡Damián! ¿Vamos a dejar que se nos rebote?

  • ¡Calzoncillos fuera! –Gritaron los dos mientras se sumergían de golpe y buceaban hacia mí.

Sus manos se posaron sobre mis caderas y deslizaron el elástico de los boxers bajo el agua. El roce de sus dedos en mi culo y en mis piernas, y una furtiva caricia en mi polla , me provocaron una erección de Record Guinness.

  • Ahora estamos en igualdad de condiciones... –dijo Marc con una sonrisa al sacar la cabeza del agua.

  • ¿Sabéis cómo se podría mejorar aún más este baño? –nos preguntó Damián.

  • ¿Con un minibar flotante? –respondí yo.

  • No, con tres tías bien abiertas de piernas esperándonos en la orilla. Y saldríamos los tres con la polla dura, apuntando al cielo, y se la clavaríamos sin dejarlas ni moverse.

  • Vaya... estás calentito –dijo Marc con una sonrisa-. Pues tías no te puedo proporcionar, pero hay algo en lo que puedo ayudarte...

Marc se acercó un poco más a Damián y su mano se perdió bajo el agua.

  • Mmmm... me gusta...

No pude evitar llevarme una mano a la polla y acariciármela con discreción bajo el agua. Marc le estaba haciendo una paja acuática a su mejor amigo ante mi perpleja mirada. La cara de Damián no podía reflejar un gesto de placer mayor.

  • ¿Para qué están los amigos sino? –Dijo Marc mientras clavaba su mirada en mí-. Tengo una mano libre... ¿te has corrido alguna vez bajo el agua?

Continuará...