La vida de otro (31: Noche en calma)

Juan encontrará el consuelo que busca, y algo más, en David. Con las pilas cargadas, se enfrentará al último examen de la carrera.

  1. NOCHE EN CALMA

Cuando llegamos a casa de David, estaba un poco más calmado. Había dejado de llorar aunque era incapaz de dejar de pensar en lo sucedido. Durante el trayecto los dos habíamos estado en silencio, sin cruzar una palabra.

  • Siento haberme comportado de esa forma... –dije avergonzado.

  • No te preocupes, todos podemos vivir una situación especialmente tensa –dijo David mientras se sentaba junto a mí en el sofá-. ¿Tan grave ha sido?

  • Sí... ha sido una bronca histórica. No estaba preparado para otra decepción... de Rosa no esperaba algo así.

  • ¿Algo así?

  • Se ha enrollado con el portero del edificio donde trabaja, un paleto integral, de los que se compran un utilitario y lo destrozan con la mayor expresión del arte que conocen, el tunning. De aquellos que escuchan Camela y Estopa a todo volumen mientras circulan con las ventanas abiertas para hacernos partícipes de tan estridente ruido. De aquellos que se compran "deuvedeses con dolbi sorrón" y no saben que el único zorrón que conocen es su novia, que con la ropa tan ajustada parece el escaparate de una carnicería. De esos, aunque éste es sutilmente diferente, este no tiene una novia que viste con pantalones de sordomuda, tan ajustados que hasta le puedes leer los labios, éste ha escogido mejor... ha escogido a mi madre.

  • Uffff... lo pintas muy mal, sin duda. Pero no te olvides de algo Juan, tu madre es dueña de sus propias decisiones. –Añadió David mientras me acariciaba el brazo con suavidad.

  • ¿Y qué harías tú si ves que alguien al que quieres se está equivocando?

  • En primer lugar no juzgarle... nadie sabe como actuaría en una situación semejante hasta que no se encuentra en ella. En segundo lugar, quizás le advertiría, pero asumiendo que la decisión final es suya. Cada uno es responsable de los errores que comete...

  • Me asombra tu capacidad para entenderlo todo, me parece admirable esa facultad de no jugar a los demás... –dije yo.

  • Quizás porque no me gustaría que nadie me juzgase jamás. Entones, ¿por qué iba a hacerlo yo?

  • Cierto... –No supe decir nada más.

  • Bueno, voy a encargar la cena a un japonés, seguro que hace horas que no has comido nada.

Esa sonrisa, esa forma de preocuparse por mí, esa amabilidad... hubiesen sido perfectas si no fuera porque David se había pasado más de una semana sin dar señales de vida. Me repetí a mí mismo que debía ser cauto, que debía mantener la mente fría. Le miré sin decir nada. David, una sonrisa. David, unas manos acariciándome el brazo. David haciéndome olvidar esa cautela.

Cuando llegó la comida empezamos a cenar. Llevábamos unos minutos en silencio, pero los silencios con David no me resultaban incómodos, al contrario. Me bastaba saber que si levantaba los ojos de la mesa, le vería. Me bastaba saber que si le miraba, mis ojos se cruzarían con los suyos... me bastaba saber que estaba allí, junto a mí. Y no se trataba de un sentimiento tópico, de un vulgar enamoramiento, se trataba de contar en aquel momento con un apoyo vital. Cuando tu familia, tus amigos, tus conocidos... te fallan, basta con sentir que alguien tan especial como David está contigo.

  • ¿Estás más tranquilo?

  • Sí... necesitaba hablar de todo esto con alguien.

  • ¿Qué piensas hacer? ¿Volverás a casa?

  • No, no... eso es imposible, al menos de momento. Mañana llamaré a mi hermano, en teoría íbamos a mudarnos junto a un amigo suyo a un piso en Barcelona. Intentaré acelerar la mudanza. La distancia servirá para reducir tensiones.

  • Cierto, quizás esa distancia os ayude a ver lo sucedido con cierta perspectiva.

Terminamos de cenar mientras veíamos una de esas tópicas teleseries familiares. Sin dejar que me levantase, David recogió la mesa. Al volver de la cocina se acercó a mí y me tendió la mano:

  • Ven, salgamos a la terraza... nos vendrá bien un poco de aire fresco.

Al salir tardé unos segundos en acostumbrarme a la oscuridad. El cielo parecía totalmente negro, cubierto de nubes. Sin el brillo de la luna, la única luz que iluminaba aquella terraza salía del interior de la casa, de la pequeña lámpara que David había dejado encendida. El motor de algún coche en la calle, oculta por los árboles del jardín, era el único sonido que rompía aquel silencio.

  • Quizás no tiene una vista impresionante de la ciudad, pero adoro está tranquilidad. He pasado tantas noches despierto en estar terraza, en silencio, con los ojos clavados en la oscuridad...

  • ¿Tantas noches despierto?

  • Sí, cuando vivía en Madrid mi hermano y yo solíamos pasarnos horas en el tejado de casa hablando, muchas noches aquella era la única forma de no oír los gritos de mis padres. Salir a esta terraza es una de las pocas cosas que me queda de aquellos días.

David volvió a quedarse en silencio. Nunca dejaba de sorprenderme. Cuando imaginaba que nada podía alterar aquella seguridad, aquella estabilidad, David me descubrió, aún si quererlo, una preocupación. En su gesto se dibujó cierta tristeza.

  • ¿Problemas familiares? –Dije yo sin demasiado acierto.

  • Bueno, es una historia muy larga –dijo David recuperando la serenidad-. Mejor pensamos en algo positivo... necesitas relajarte. ¿Estás en época de exámenes no?

  • ¡Exámenes! Joder... lo había olvidado, mañana tengo el primer examen final de este cuatrimestre...

  • Tranquilo, vas desde aquí al examen y listo. ¿Llevas bien el temario?

  • Bueno... más o menos. Es a la que más tiempo he dedicado, pero no sé si seré capaz de concentrarme con todo esto.

  • Mira, yo mañana tengo que irme a Palma de Mallorca a reunirme con Mónica, porque estamos supervisando la reforma de uno de sus hoteles, así que nos levantaremos temprano. Si quieres puedes quedarte aquí mientras estoy en Mallorca o te dejo dinero para que busques un hotel mientras no se arregla lo de la mudanza.

  • Te lo agradezco, pero no será necesario. Mañana llamaré a Carlos y veré como están las cosas. Ahora no quiero pensar más en ello... necesito relajarme.

  • Conozco una forma perfecta para aliviar tensiones...

David se incorporó de su hamaca y se acercó a la mía. Sus dedos acariciaron mi pecho y se deslizaron hacia mi entrepierna.

  • David, no es el momento... hoy ha sido un día muy duro.

  • ¿No confías en mis técnicas de relajación? –Respondió David con una sonrisa.

Siempre lograba lo que se proponía. No pude evitar sonreír y dejarme llevar mientras sentía los labios de David besándome el cuello. Deslizó una mano bajo mi camiseta y empezó a acariciarme.

Me incorporé y nos besamos. Primero con suavidad, un leve roce de nuestros labios, un contacto desesperadamente suave y pausado. Después con intensidad, con nuestras lenguas enredándose, con su boca apretando mis labios con una fuerza difícil de contener.

  • ¿Mejor? –Dijo David interrumpiendo aquel beso.

  • Mmmmm... creo que tus técnicas de relajación hace milagros.

  • Bueno, yo no estaría tan seguro –dijo David mientras me cogía la polla por encima de los pantalones-. Aún hay zonas demasiado rígidas...

  • ¿Y qué propones? –Pregunté yo con ironía.

  • Un tratamiento especial...

Sus hábiles y armónicos dedos desabrocharon mi pantalón. Levanté ligeramente las caderas y David tiró con energía de ellos. Hundió su nariz en mi entrepierna, cubierta aún por mi ropa interior. Mi erección era más que evidente. Sin quitarme los slips, David deslizó su mano por el lateral de mi ropa interior y sacó mi polla. Parecía hambriento, en pocos segundos mi verga desapareció en el interior de su boca.

La tensión se esfumaba. La suave brisa nocturna se arremolinó en aquel rincón de la terraza, haciendo que me estremeciera. Una profunda sensación de bienestar me recorrió. La lengua de David se había detenido en mi glande y en un desesperante juego de succión, me provocaba un placer brutal. Sus dedos acariciaban mis huevos. Aceleró el ritmo. La imagen de mi polla entrando y saliendo de la boca de David unida al placer que me estaba produciendo aquella mamada hicieron que me corriera.

Cuando mi leche empezó a brotar de mi dura polla, David dejó de comérmela y terminó su excelente trabajo con una diabólica paja. Cuando había cesado el orgasmo, David pasó un dedo por mi glande y me lo acercó a los labios. Llevado por una extraña mezcla de morbo y agradecimiento, atrapé con mis labios su dedo húmedo por mi esperma. La cara de David lo decía todo.

  • Me haré una paja brutal con esta imagen –dijo con una traviesa sonrisa-. Y hora vamos a dormir, mañana será un día muy largo.

Agradecí infinitamente que David no hubiese intentado nada más aquella noche. Su mamada había logrado relajarme, y mucho, pero no hubiese podido hacer nada más. Ya en la habitación David se desnudó mientras le observaba, me hubiese gustado grabar con fuego aquella imagen en mi memoria. Se estiró en la cama y se arropó con la sábana. Sus ojos siguieron atentamente mis movimientos mientras me desvestía.

  • Adoro ese culito... algún día será mío. –Dijo con una amplia sonrisa.

Entré en la cama y me tumbé de espaldas a él. Los brazos de David me rodearon y sentí el contacto cálido de su polla erecta rozando mis nalgas. La gloria debía ser algo muy parecido a aquello.

La mañana siguiente dejó poco tiempo para despedidas. Un furtivo beso en el ascensor y un esperanzador "Nos veremos en unos días" fueron nuestro último contacto.

Como alma que lleva el diablo me dirigí a la facultad. Llegué a tiempo para el examen. Cuando entré en el aula, Raquel y Ana estaban sentadas en la misma mesa. Ana parecía serena, sin nervios... muy en su línea. No nos saludamos. Jordi entró justo después del profesor. Hizo ademán de saludarme y se sentó unas filas más atrás. El profesor empezaba a repartir los exámenes. Un sudor frío me recorría la espalda. En aquel momento mi única preocupación era aprobar aquel examen. Como decían los romanos "alea jacta est".

Continuará...