La vida de otro (29: La buhardilla)

Juan, desesperado por no tener noticias de David, decidie buscar compañía para pasar una aburrida tarde de estudio...

  1. LA BUHARDILLA

David, ¡maldito David! El sábado, cuando había pasado más de una semana desde nuestro encuentro, seguía sin tener noticias suyas. Un extraño sentimiento entre el odio y las ganas de verle se había instalado en mi interior. Estaba en casa solo, estudiando en la buhardilla, con el móvil junto a los libros, perfectamente a la vista. Me repetía mí mismo que me olvidase de ese tío, que lo de aquella noche sólo había sido un polvo, que mi actitud era ridícula. Me repetía mil argumentos para olvidarme de él, pero bastaba volver a reparar en su sonrisa, en sus caricias, en sus besos, en el roce de su cuerpo, para que David lo ocupase todo.

Me levanté, encendí la radio, sonaba el último single de la Oreja de Van Gogh. ¡Dios! que capacidad tienen las letras de este grupo de hacerme sentir un desgraciado. Con esa visión de la amistad y del amor tan endulzada, tan perfecta, tan mística. ¡Joder! ¡La vida es mucho más dura que eso! La vida es romper con tu novia porque tienes la cabeza llena de tíos, la vida es que tus amigos te den la espalda, la vida es cruzarte con una estrecha con un grupo de amigos paletos, la vida es que te tires a un tío que está buenísimo y es encantador y no le vuelvas a ver. La vida es injusta, cruel, dura, pesada, exigente, rencorosa, estúpida ¡absurda!

¡El teléfono! Desconecté el equipo de música y me lancé sobre el móvil, no conocía el número.

  • ¿Sí?

  • Hola Juan, soy Natalia.

La voz de Natalia me resultó especialmente desagradable en aquel instante. ¿Pero a qué estaba jugando?

  • ¿Qué quieres? –Dije con brusquedad.

  • Pues saber cómo te va... no nos hemos vuelto a ver desde el día en que conociste a mis amigos.

  • ¿Vernos? ¿Vernos para qué Natalia?

  • Pues no sé... para hablar de nosotros. –Dijo ella con temor.

  • Natalia, no hay ningún nosotros. Hay un tú y hay un yo, pero por separado, nada más. No tenemos nada de lo que hablar. Bastante me has mareado ya.

  • ¿Marear? Pensaba que habías estado a gusto con mis amigos.

  • Natalia, no te engañes, esperaba otra cosa de aquella cita. –Dije yo hastiado por esa conversación.

  • ¿Qué esperabas Juan? ¿Follar conmigo? Sinceramente me he equivocado contigo, te imaginaba capaz de ver más allá de un simple polvo. Tranquilo, no volveré a molestarte.

  • Natalia, lo sient...

No pude terminar la frase, Natalia había colgado. Sus palabras me quemaron por dentro. No sólo porque estaban cargadas de verdad, si no porque en otros tiempos yo jamás había simplificado de esa manera mi relación con una mujer. Para mí conocer poco a poco a una chica siempre había sido algo estimulante. Pero ahora parecía que únicamente pensaba en ellas para follármelas, para intentar demostrarme a mí mismo que aún podía cumplir con ellas. Cumplir, que palabra más repugnante. El sexo es mucho más que "cumplir".

Me estiré en el sofá, me avergoncé por haber tratado así a Natalia. Una vez más, me había demostrado ser mucho más madura que yo. Me prometí arreglar las cosas con ella, pero no en aquel momento. Tendido mirando al techo, que se elevaba a pocos centímetros sobre mi cabeza, una sensación de angustia me ahogaba.

¡Basta! Cogí el teléfono. Busqué en la agenda el número de David y pulse el botón de llamada. Perfecto, un tono, dos tonos, tres tonos, y de repente nada. David había apagado su teléfono. La rabia me encendió las mejillas. Intenté calmarme y no empezar a gritar insultos. Necesitaba algo, no, más bien necesitaba a alguien. Algo se iluminó en mi cabeza. Recorrí la agenda del móvil, le encontré y le llamé.

  • ¿Si?

  • Hola, ¿cómo va eso?

  • Pues en casa estudiando Juan, ¿y tú?

  • Pues también, y me preguntaba si te apetecería venirte a mi casa a estudiar, así nos echamos un cable. –Dije yo sin demasiado convencimiento.

  • Juan, estudias Derecho y yo Psicología ¿en qué nos vamos a ayudar?

  • Estoy solo en casa Toni, pensaba que igual te apetecía hacerme compañía.

  • Jejeje... ya veo. Bueno, está bien, iré, pero sólo a estudiar ¿vale? –Dijo Toni entre risas.

  • Por supuesto, ¿a qué si no?

  • Nos vemos en 20 minutos Juan –dijo Toni sin querer responder a mi pregunta.

Cuando aparcó su Mini delante de casa, lo miré desde la ventana con detenimiento. Llevaba unos pantalones cortos de color beige, una camiseta roja ajustada con algo que parecía ser el logo de Levi’s, y una sandalias. Cuando bajé para abrirle la puerta pude completar la descripción. Llevaba el pelo perfectamente despeinado, unas gafas de sol Ray Ban, y en su cuello un discreto collar de cuentas blancas. Su piel llamaba la atención por un saludable bronceado y cuando pasó cerca de mí para entrar en casa, dejó un agradable aroma a recién duchado.

  • Vaya, estás muy moreno. –Dije yo ratificando mi observación.

  • Pues sí, parece que me ha cogido el sol. Estaba estudiando en el jardín, así aprovecho el tiempo.

  • Pues es una buena idea, si eres capaz de concentrarte claro, porque yo soy incapaz de estudiar mientras tomo el sol.

  • Bueno, pues tu dirás. –Dijo él como instándome a dejar el recibidor de mi casa y buscar un sitio para ponernos a estudiar.

Subimos a la buhardilla. Toni estaba en silencio, observando la habitación con detenimiento. Abrí ligeramente la puerta de la terraza.

  • Vaya, ya casi no me acordaba de está buhardilla, hacía mucho tiempo que no venía estudiar a tu casa.

  • Pues desde que terminamos el instituto supongo –dije yo con cierta añoranza.

  • Que tiempos aquellos, entonces tenía que conformarme con lanzarte alguna mirada furtiva. –Bromeó Toni.

  • Pues nunca reparé en ellas... jejeje. –Dije entre risas.- Bueno, pronto esos recuerdos aún quedaran más lejos.

  • ¿Y eso?

  • Pues porqué en pocas semanas me mudaré a Barcelona con mi hermano y un colega. Vamos a alquilar un piso.

  • Vaya, es fantástico. Pero ¿no echarás de menos el ambiente de Sitges? Con la tranquilidad que se respira en esta urbanización.

  • Pues la verdad no creo que eche mucho de menos todo esto, hace casi cuatro años que paso más tiempo en Barcelona que en Sitges. Me gusta el ambiente de la gran ciudad. –Respondí yo intentando no dejarme invadir por la nostalgia.

Nos pusimos a estudiar. Yo me senté en el escritorio y Toni se tendió en el sofá. No podía evitar mirarle. Sin duda era atractivo. Entonces recordé nuestros encuentros. Recordé aquel viernes en su casa, cuando su polla quedó tan cerca de mis labios y sentí la tentación de probarla. Entonces no lo hice, pero ¿y ahora? ¿Podría hacerlo ahora? Sólo había una forma de comprobarlo.

  • ¿Te importa que me quite la camiseta, es que me estoy asando?

Toni recuperó el sentido de la realidad y me miró con cara de "vaya pregunta de película porno me acabas de hacer", o al menos eso pensé yo.

  • Claro –dijo él con una sonrisa-. No hay nada que no te haya visto ya.

Me quité la camiseta y volví a clavar la vista en mis apuntes, me sentí un poco cortado por aquel vulgar intento de calentar a Toni.

  • Tienes un torso perfecto -dijo él sin dejar de mirarme.- Y pensar que a los dieciocho eras tan poquita cosa.

  • Ya ves... pues lo mismo puedo decir de ti. –Dije yo con una sonrisa.

  • ¿Tú crees que soy atractivo? –Añadió Toni incorporándose de repente.

  • Bueno... así con la camiseta... quizás me faltan elementos de juicio para poder opinar.

  • Ya entiendo –Toni hizo una pausa y se quitó la camiseta-. ¿Mejor así?

  • Sí, mejor... –respondí con una sonrisa. Mi polla empezaba a moverse ahí abajo-. Pues sí que eres atractivo... como diría Emma: "vaya desperdicio, lo que se pierden las tías porque seas gay".

  • Ya, eso lo puede decir Emma... pero tú no hace falta que lo digas. –Añadió Toni con una pícara sonrisa.

Nos quedamos en silencio y volvimos a lo nuestro. Toni parecía centrado en su libro. Yo lo intentaba, pero no podía. Si vestido me desconcentraba, con sus pectorales y su perfecto abdomen a la vista no había nada que hacer. Deslicé con disimulo una mano hasta mi entrepierna y me coloqué la polla. La erección me producía incluso dolor.

  • Ufffff... –suspiró Toni.

  • ¿Qué? –Interrogué yo con rapidez.

  • Nada, que me duele todo de llevar tantas horas estudiando.

Aquello era una señal. Me levanté y fui hasta el sofá. Toni estaba recostado sobre el respaldo. Me senté junto a él. Me lanzó una mirada furtiva pero siguió estudiando. Me acerqué lentamente y le besé en el cuello mientras mis dedos rozaban su abdomen.

  • Juan... habíamos quedado en que estudiaríamos...

Mis manos seguían acariciando su definido torso. Continué besando su cuello. Toni lanzó un suspiro.

  • Sólo intento que te relajes – le susurré al oído.

Los labios dejaron paso a una lengua ávida del sabor de su piel. Recorrí su cuello, bajé hasta sus pezones y jugué con ellos mientras mis manos ya jugaban con el cierre de sus bermudas. Terminé de desbrochar sus pantalones y volví a ver aquella polla, Toni no llevaba ropa interior. Mis dedos atraparon sus miembro ya erecto mientras Toni se dejaba llevar en esa especie de recompensa por todo el placer que él me había dado. Mi lengua cruzó su abdomen rozando su ombligo.

Llegué a su entrepierna, hundí mi nariz en su vello púbico y sentí su polla a escasos centímetros de mis labios. Cuando mi boca atrapó el glande de su polla, Toni se estremeció. La piel de su verga erecta, la suavidad del glande, ese aroma a hombre recién duchado, el tacto de mis dedos sobre sus huevos... a veces sentir que estás dando placer es mucho más gratificante que recibirlo. Miré a Toni mientras me comía su polla, con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior, con aquel gesto de placer... entonces entendí que en el sexo no cabe el egoísmo.

  • Mmmm... me encanta como lo haces. No sabía que la comieses tan bien...

"No sabía que la comieses tan bien" ni si quiera yo lo sabía. Pero sus palabras me calentaron. Era la primera vez que un tío me decía que se me daba bien comerme una polla. Unos meses antes aquello hubiese sido motivo para que le partiese la cara, pero en aquel momento, aquellas palabras me produjeron una extraña satisfacción. Aceleré el ritmo de la mamada.

  • Me voy a correr tío...

Dejé de chupársela, para aquello no estaba preparado aún. Empecé a masturbarle. Sabía lo importante que era no cortarle el rollo, y parece ser que lo logré, porque pocos segundos después Toni empezó a correrse. Su polla lanzó una potente descarga que fue a parar a su pecho, mi mano se cubrió de su leche mientras terminaba de masturbarle. Ojalá hubiese podido capturar para siempre su cara de placer en aquel orgasmo.

  • ¿Hola?

La voz de Carlos que venía del hueco de la escalera nos alertó. Me levanté electrizado y fui hacia la escalera mientras Toni se subía las pantalones precipitadamente.

  • Estoy en la buhardilla estudiando. –Grité yo esperando que Carlos cambiase de idea y no subiese, pero no pude estar más equivocado. Mi hermano apareció por la puerta que separaba la escalera de la buhardilla del distribuidor de la planta inferior.

  • ¿Puedo? –Interrogó al verme con cara de asustado.

  • Claro, estaba estudiando con Toni. –Dije yo fingiendo normalidad.

Carlos subió las escaleras. Yo intentaba calmarme, pero ¡como iba a calmarme! ¡Si tenía la mano cubierta de semen!

  • Hola Toni. –Dijo mi hermano.

  • Buenas Carlos. –Respondió mi amigo con una sonrisa.

Carlos se quedó en silencio observando la escena. Toni seguía recostado en el sofá, yo me había quedado paralizado junto a la barandilla, los dos sin camiseta y con cara de haber sido pillados en una situación comprometida. La tensión se respiraba en el ambiente. Fui incapaz de articular una sola palabra.

  • Sólo venía a decirte que al final Sergio ha aceptado alquilar el piso que vimos el miércoles. ¿Te parece bien?

  • Perfecto, ya sabes que puedes contar conmigo. -Respondí yo.

  • Muy bien, hablamos más tarde, me voy a comer algo. Os dejo... estudiar.

Si Carlos sospechó algo, que es obvio que fue así, no hizo ningún comentario. Pero aquel encontronazo me había resultado tan violento que cuando mi hermano salió de la habitación solo pude pronunciar una frase:

  • Toni, será mejor que te vayas.

Mi amigo, supongo que acostumbrado a mis desplantes, se puso la camiseta, recogió sus cosas en silencio y se dirigió a la escalera.

  • Límpiate esa mano, que no quiero pensar que voy dejando huella. –Dijo mi amigo irónicamente justo antes de desaparecer por la escalera.

Me senté en el sofá, estaba literalmente abatido. La había vuelto a cagar, me había arriesgado innecesariamente. Me rondó la idea de ir a hablar con mi hermano sobre lo sucedido, pero me dije a mí mismo que así sólo empeoraría las cosas. Un recuerdo golpeó en mi cabeza, la mamada que Sara le hizo a mi hermano en el comedor de casa y que yo presencié accidentalmente. Carlos me debía una. Cierto que esto era distinto, pero rogué que mi hermano no sacase conclusiones precipitadas.

Continuará...