La vida de otro (26: La invitación)

David se encuentra con Juan en el gimnasio y le invita a cenar a su casa. Juan dudará de la intención de la invitación.

  1. LA INVITACIÓN

Camino del gimnasio no podía dejar de pensar en qué estaba haciendo. Acaba de pasar por una ruptura de lo más traumática, especialmente para Ana, claro. Una ruptura de la que me había repuesto con una facilidad sorprendente. Seguramente el desgaste que nuestra relación había sufrido durante los últimos meses había propiciado que tras la ruptura me olvidase de mi ex novia con tanta facilidad. Me sentía un poco avergonzado por ello. Pero eso no era lo peor. Lo pero es que volvía a complicarme la vida con Natalia, a pesar de que me había prometido a mí mismo que nadie más debía pagar por mis errores. Pero esa chica me atraía. ¿Dónde estaba el problema pues? Evidente, Marc y Damián eran dos de los exponentes de ese problema.

No sabía que hacer. Me apetecía conocer mejor a Natalia. Seguramente que me hubiese puesto las cosas difíciles en el terreno de lo sexual, hacían que me tomase todo aquello como una especie de reto. Si deseas algo y lo ves como un objetivo difícil de alcanzar, parece que pones más empeño en ello. Eso es lo que me sucedía con Natalia, que no me la podría quitar de la cabeza hasta que no me la tirase. Quizás una actitud muy triste, pero a veces no puedes evitar pensar con la polla. Maldita fuente de problemas.

Entré en el gimnasio pensando en que quizás la solución era la amputación del miembro, pero lo descarté de inmediato... le tenía cierto cariño a mi autónoma amiga. Tan distraído iba que al cruzarme con él no le vi.

  • ¡Ey Juan! –Dijo una voz a mi espalda.

  • ¡Ah! Hola David... ¿Cómo tú tan tarde por aquí? –Dije yo sorprendido.

  • Pues nada que me he apuntado a una clase de Cardiokickboxing y tengo que venir a esta hora. –Dijo él con una sonrisa.

  • ¿Ya te vas?

  • Pues la verdad es que me iba ya, sí... hace un rato que ha terminado la clase. ¿Y tú?

  • Yo... yo... pues acabo de llegar... –Respondí apenado.

  • Lástima... yo que pensaba invitarte a cenar...

  • ¿A cenar? ¿Y tu novia? –Interrogué yo con recelo.

  • ¿Mónica? Está en Madrid, ha ido a hacer un cásting para una serie de televisión. –Respondió David.

  • Interesante... –dije yo sin poder evitar sonreír-. Bueno, de hecho es muy tarde ya, el Club no tardará en cerrar... –Vacilé unos instantes. Mi duda fue su ventaja.

  • ¿Entonces, aceptas mi invitación? –Su mirada me derrumbó... cuanta seducción en un sólo gesto.

  • De acuerdo. –Respondí.

  • Pues vamos cada uno en su coche y me sigues, ¿te parece bien?

  • De acuerdo... pero ¿a dónde vamos? –Pregunté para saber si conocía el restaurante.

  • A mi casa, claro... ¿cómo lo ves? –Preguntó David con esa sonrisa que me anulaba con sólo mirarla.

  • Perfecto. –Es lo único que supe decir.

Siguiendo el coche de David por las calles de Barcelona, volví a sentirme abrumado por la situación. No estaba seguro de lo que estaba haciendo. A mi memoria volvían incesantemente la sonrisa de David, las manos de David, las piernas de David, los brazos de David, el culo de David... la polla de David. ¿Qué estaba haciendo? Ni idea, pero ¿qué coño importaba? Lo único que tenía claro en aquel momento es que quería estar con él. Porque si aquella noche me hubiesen pedido que renunciase a lo que más quería en mi vida para no olvidar jamás aquella sonrisa y aquella mirada, lo hubiese hecho sin más.

Llegamos al edificio donde vivía David, en Sarrià. Me indicó que aparcase en la entrada de la propiedad y el condujo su coche hasta el parking. Volvió al portal para abrirme la puerta. Saludamos al portero y entramos en el ascensor. David se acercó lentamente a mí. Cuando parecía que iba a besarme en el cuello se detuvo.

  • Fahrenheit de Christian Dior. –Dijo apartándose de nuevo.

  • Exacto –dije yo sorprendido-. ¿Cómo lo has sabido?

  • Los perfumes son una de mis pasiones. Aunque no la primera, ni la única.

  • ¿Y cuál es la primera? –Pregunté yo sin dejar de mirar en la profundidad de aquellos ojos negros. Tan profundos como misteriosos.

David no contestó. Se acercó de nuevo a mí y me besó suavemente en los labios.

  • Posiblemente esta noche lo descubras... –Respondió sin apartar su mirada.

Sus manos rodearon mi cuello con suavidad y me llevaron hacia él. Nos besamos. Esta vez nuestras lenguas se buscaron, se encontraron y se enredaron en un intenso beso. Sólo el "clinck" que indicaba que habíamos llegado a nuestra planta pudo detener aquel instante.

David introdujo una llave magnética en la cerradura situada en el mismo ascensor y las puertas se abrieron. No había rellano de ningún tipo, del ascensor se accedía directamente al piso. Obviamente sólo había un piso en cada planta de aquel lujoso edificio.

Lo que vi no me defraudó. No esperaba menos de alguien enamorado de Dior, Versace o Armani. No había recibidor como tal, se accedía directamente a un impresionante salón comedor. El parquet y la moqueta dividían los distintos ambientes de la sala. Las paredes pintadas en un intenso color tostado, contrastaban con el beige de las cortinas y del tapizado del inmenso sofá con chaiselonge. Por detrás del sofá, a distinto nivel, una gran mesa de comedor de metal y cristal. En aquel salón no faltaba de nada, televisión de plasma, home cinema y equipo de sonido de Bang&Olufsen, muebles de diseño, impresionantes litografías y óleos decorando las paredes... en definitiva un ambiente realmente lujoso. Una duda se encendió dentro de mi cabeza. ¿Cómo se podía tener todo aquello con un sueldo de relaciones públicas?

  • ¿Te gusta mi casa? –Preguntó David con su imperturbable sonrisa.

  • Es fantástica... –Dije sin más.

  • El mérito de es de Mónica. En realidad yo he puesto poco más que el buen gusto para decorarla. –David había aclarado mi duda.

  • Vaya... si que es... afortunada tu novia. –Dije yo sorprendido.

  • Su familia posee y dirige una cadena de hoteles y varios locales de ocio. Se ganan bien la vida.

  • Locales de ocio... –dije yo dubitativo-. ¿Entre ellos el Skydome?

  • Veo que eres un chico listo Juan... jeje. –Dijo David ente risas.

Se acercó al equipo de música mientras yo contemplaba tras los cristales la inmensa terraza a la que se accedía desde el salón. "Frozen" de Madonna empezó a sonar inundándolo todo con su pausada melodía. Cuando aparté mi vista de la terraza me crucé con la mirada de David, estaba en la puerta de la cocina, observándome en silencio.

  • No había reparado antes en ese detalle. –Dijo acercándose a mí.

  • ¿Qué detalle? -Pregunté instintivamente.

  • Tienes una espalda y un trasero perfecto... – Dijo con una traviesa expresión.

No sabía muy bien por qué, pero aquellas palabras me habían asustado. Bueno, quizás sí lo sabía. No era habitual que otro hombre destacase las virtudes de mi vista posterior. Aquello debía tener necesariamente algún significado. Me acobardé. Dudé de que hubiese hecho bien aceptando la invitación de David. En mi cara debió dibujarse una mueca de preocupación porque David percibió mis dudas.

  • Tranquilo... –dijo mientras me abrazaba por la espalda con una ternura difícil de definir-. Haremos sólo lo que te apetezca.

David me besó en el cuello. Sentí sus cálidos labios sobre mi piel. Una sensación de extraño bienestar mi invadió. Sus palabras no habían logrado tranquilizarme, la frase de "haremos sólo lo que te apetezca" la había usado yo mil veces para tirarme a una tía. Sus palabras no me tranquilizaron, pero su beso... su beso derrumbó cualquier barrera, cualquier atisbo de duda en mi interior. Aquel beso fue al sensación más agradable que había sentido en años. Se escapaba de algo puramente sexual.

  • Ven, vamos a la cocina a prepararnos algo. –Dijo David, con la intención de restar tensión al ambiente y lograr que me relajase y olvidase lo que podía suceder más tarde.

Empecé a trocear las setas y la verdura y David puso a hervir la pasta fresca. Mientras, hablábamos sobre mis estudios de Derecho, sobre su trabajo. David se había licenciado en Administración y Dirección de Empresas por deseo de sus padres, pero cuando llevaba poco tiempo trabajando en una empresa familiar decidió que definitivamente aquello no era lo suyo. A pesar de las amenazas de sus padres, David dejó Madrid, vino a Catalunya y se puso a trabajar en el negocio del ocio nocturno. Fue en ese momento cuando Mónica se cruzó en su vida. Tras cinco años mantenían una relación perfecta a los ojos de sus amigos. Pasaban poco tiempo juntos, defendían un modelo de relación muy abierta, no se pedían explicaciones, y quizás, en palabras de David, ni si quiera se querían, pero se necesitaban de alguna forma. David no supo o quiso explicarme en que consistía aquella necesidad.

Terminamos de aderezar la pasta y nos sentamos a la mesa. Nuestra conversación había conseguido relajarme. David se expresaba con una naturalidad envidiable, lograba captar toda mi atención, especialmente cuando me dedicaba una de sus sonrisas. Vestido con unos pantalones oscuros de Zegna y una camisa de cuello mao de Caramelo, con el delantal puesto, David irradiaba encanto. La forma en que se ondulaba su pelo mientras su flequillo caía sobre su rostro, la forma en que andaba, movía sus manos, hablaba, sonreía, miraba... me desarmaban. O quizás no era eso... quizás era la forma en que me hablaba, me sonreía... me miraba.

Durante la cena no podía dejar de observarle. Hablamos de música, de perfumes, de ropa, de viajes, de coches... coincidíamos en todo. David parecía adivinar mis pensamientos. Incluso parecía percibir mis preocupaciones. La pregunta no sé hizo esperar.

  • ¿Y qué tal con tu novia? ¿Habéis solucionado vuestros problemas?

  • Bueno, sí, los hemos solucionado...

  • Vaya me alegro. -Dijo David con una extraña expresión.

  • Bueno, yo lo he arreglado... he roto con ella. –Aclaré yo.

  • ¿Habéis roto? – Preguntó sorprendido.

  • Sí...

  • Vaya, no me gustaría pecar de curioso, pero...

No le dejé terminar su pregunta.

  • Sé lo que estás pensando, y me gustaría aclarar que las tías me siguen gustando. Mis ruptura con Ana responde a otros motivos.

  • Me alegra oír eso Juan. Sabes, yo siempre me he considerado muy afortunado, no creo que sea razonable cerrarse a una sexualidad. Ni en un sentido, ni en otro. Hay demasiadas cosas desagradables en esta vida como para poner trabas a los pocos placeres de los que podemos disfrutar.

  • Quizás, pero no es fácil aceptar ese planteamiento. Parece que en esta sociedad nos educan para escoger siempre. Para escoger lo mejor, lo adecuado, lo razonable, lo aceptable... lo que la mayoría considera bueno. –Respondí yo con cierta dureza.

  • Juan, tu vida la vives por y para ti. Hay que pensar más en uno mismo. ¿Quién se preocupará más por ti que tú mismo?

  • No es tan fácil, no creo que nadie sea ajeno a la opinión que los demás tienen de él. No somos tan autosuficientes. –Respondí yo.

  • A veces no es la opinión de los demás la que tememos, si no nuestra propia opinión. Tememos aceptarnos tal y como somos, exteriorizar lo que sentimos, vivir como queremos vivir. El miedo a que los demás no nos acepten tal como somos es muchas veces infundado y desmedido. La inseguridad nace en uno mismo. Hay que aprender a pensar en singular y defender tu propio interés. No es egoísmo, es supervivencia. Podemos vivir sin la aprobación de los demás, pero no podemos vivir sin nuestra propia aprobación.

Sus palabras me sacudieron por dentro y se repitieron como si de un eco se tratase en mi interior. Aceptarse a uno mismo. Creía haber superado ese punto, pero aquella noche volví a dudar de ello.

David captó el efecto que sus palabras habían producido en mí. Se levantó y se quitó el delantal.

  • Ven –me dijo mientras tiraba de mí con suavidad.

Nos sentamos en el sofá, muy cerca el uno del otro. Cerré los ojos. Podía sentir su respiración en el silencio de la habitación. Sus dedos rozaron mi antebrazo. Abrí los ojos. Su mirada se clavó en la mía, escrutándola. Tendí mi mano y acaricié la suya. David sonrió. Mi gesto pareció ser la respuesta que estaba esperando. Se acercó lentamente y nos besamos. Cuando no hacen falta palabras para entender que es lo que desea el otro, se amplifica la magia del momento. Hay silencios que hablan.

Continuará...