La vida de otro (24: El amor en cada detalle)

Justo antes de ir a visitar a su padre a su nueva casa, Juan tendrá un complicado encontronazo con su hermano mientras lavan su coche.

  1. EL AMOR EN CADA DETALLE

La cabeza me estallaba. El reiterativo y odioso sonido del despertador retumbaba en mi interior. A mí modo de ver no había bebido tanto en la fiesta de ayer, pero mi lamentable estado físico decía todo lo contrario. Me levanté a duras penas y me arrastré literalmente hasta el cuarto de baño. Me quité el pijama y me metí debajo del chorro de la ducha. El agua me revivió lentamente.

Bajé a la cocina. Ni mi hermano ni mi madre daban señales de vida. En la puerta de la nevera había un post it de mi madre:

"Estoy en el club de natación en Sitges con Carmen. Volveré a la hora de comer".

Su reinserción en el mundo laboral había transformado totalmente a mi madre. Me alegré por ella. Cogí un zumo con leche y salí fuera para tomar el aire. En la calle estaba mi hermano, lavando su Alfa. Me detuve aún dentro del pequeño jardín de la parte delantera de la casa. Carlos lleva puestos unos pantalones cortos de deporte y una camiseta sin mangas de Nike. El agua de la manguera le había salpicado. Mi polla se puso completamente dura. La camiseta parecía dos tallas más pequeña de la que debía usar mi hermano y se ajustaba a sus pectorales y a su definido abdomen. Los pantalones debían haberse encogido en la lavadora porque dibujaban fielmente sus piernas de nadador bajo la tela. Y por si no fuera suficientemente provocativa esa visión, como la camiseta era corta se le advertía un prometedor paquete.

  • ¿Qué haces ahí parado? -Dijo Carlos devolviéndome a la realidad.

  • Tío, no sé porque lavas el coche en la calle, los vecinos se van a quejar por el agua. –Dije yo por decir algo.

  • Ya, ya... mamá ya me ha echado broca antes de irse. Ya acabo.

¿Acabar? Por mí podía quedarse allí toda la vida, vestido con esa ropa y lavando su coche bajo mi atenta mirada.

  • Bueno, si me ayudas igual termino antes.

  • Vale, ¿qué hago? -Dije yo.

  • Coge la manguera y empieza a aclarar este lado del coche. Seguro que eso, hasta tú puedes hacerlo... jejeje.

  • Que tonto eres chaval... –Bromeé yo.

Accioné la manguera y dada mi poca habilidad y me inexistente experiencia en este tipo de trabajos, el agua salió a presión. Con tanta presión que no sólo aclaró la espuma del coche, si no que dejó empapado a mi hermano.

  • ¡¡Qué haces!! Tío eres tonto. –Dijo Carlos cabreado.

  • Jajajajaja... –Reí yo ante la imagen de mi hermano con el pelo y la ropa calados.

  • ¡Y encima cachondeo! Ahora verás.

Y quitándose la camiseta cogió la manguera y apuntó hacia mí. La visión del cuerpo de mi hermano mojado y sin camiseta me dejó paralizado. Sus pantalones también estaban empapados y todavía se le ajustaban más.

Efectivamente mi hermano disparó. La manguera lanzó un potente chorro sobre mí y me mojó todo, camiseta, tejanos y zapatillas deportivas incluidos.

  • ¡Alaaaaaa! Joder Carlos, que lo he hecho sin querer. Ya ves como me has puesto.

  • Tranquilo que el agua no encoge. Ahora estamos en igualdad de condiciones... –Dijo Carlos guiñándome un ojo.

  • Ufff... voy dentro a cambiarme. –Dije yo.

  • Ni hablar niño, ahora me ayudas a terminar.

  • ¿Así mojado? –Dije yo.

  • Eso tiene solución.

Y tras decir esto, Carlos se acercó a mí, puso sus manos sobre mi cintura y, ante mi perpleja mirada, tiró de mi camiseta y me la quitó. Con ella en la mano me secó el torso.

  • Perfecto, así no me coges frío. –Dijo él volviendo a su tarea de lavar el coche.

Terminamos de lavarlo sin camiseta y con la radio puesta. Sólo de vez en cuando nos mirábamos sin decir nada. Al acabar, entramos en casa.

  • Juan quítate los pantalones que voy al cuarto de la lavadora y los pondré a lavar.

  • No, no... luego los bajo yo. –Dije yo sin ganas de volverme a quedar en calzoncillos delante de mi hermano.

  • O te los quitas o te los quito, que así vas a pillar un constipado. –Dijo el casi bromeando.

  • Pues me los vas a tener que quitar tú... –Dije yo siguiendo con la broma pero sin medir el alcance de mis palabras.

  • Tú lo has querido.

Me cogió desprevenido. Carlos me lanzó sobre el sofá. Me desbrochó uno por uno los botones del pantalón rozando, sin poder evitarlo, mi paquete. Mi polla volvió a ponerse dura. Con los botones desabrochados Carlos tiró de mis pantalones dejándome únicamente con unos slips blancos de Calvin Klein. Mi erección era imposible de disimular. Carlos posó su vista en mi polla. Nos quedamos en silencio. Mi vista se clavó en su entrepierna, bajo sus ajustados pantalones Nike su erección tampoco se podía ocultar.

  • ¿Te quito también los calzoncillos? –Dijo Carlos muy bajito. Sus palabras fueron casi inaudibles... un susurro.

¿Aquello era parte de un inocente juego o era una invitación a algo más? Me acobardé. La situación se estaba escapando de nuestro control.

  • Me los quitaré solito... gracias. –Contesté con una ironía fingida.

Con mis palabras mi hermano pareció recuperar el sentido. Cogió la ropa mojada y desapreció por la puerta del comedor. Yo me quedé unos segundos sentado en el sofá. El peligro había pasado. Me acaricié la polla por encima del slip. Tenía ganas de hacerme una paja. Volví a mi cuarto y me pajeé la polla pensando en otro final para la situación que había vivido unos minutos antes en el comedor con mi hermano.

A las dos del mediodía mi madre aún no había vuelto. Estaba en el comedor viendo la televisión, e intentando olvidar lo sucedido con Carlos, cuando sonó el teléfono.

  • Hola Juan, cariño. Soy Carmen.

  • Hola Carmen.

  • ¿Está tu madre?

Sus palabras me sorprendieron, incluso me asustaron.

  • ¿Mi madre? Creía que estaba contigo, o eso decía en la nota que ha dejado.

  • Vaya, creo que he metido la pata. –Dijo ella muy bajito.

  • ¿Sabes dónde está? –Dije yo muy serio.

  • Pues me lo supongo

  • ¿Dónde? –Exigí yo.

  • Juan… pregúntaselo a ella mejor. Luego la llamo. Adiós.

Y colgó. Joder, joder, joder. Había que joderse. Primero mi padre jugaba a los secretitos y me metía en un follón con mi hermano. Y ahora mi madre. Por el bien de mi salud mental decidí olvidar aquella conversación telefónica y esperar a que el tiempo lo aclarase todo.

Llegó mi madre. Parecía contenta aunque un tanto distraída. A mis 22 años creo soy lo suficientemente capaz de adivinar en la cara de una mujer cuando está enamorada. Mi madre tenía un brillo especial en la mirada. No le dije nada acerca de la llamada de Carmen.

Por la tarde sentí que tenía que salir de casa o me volvería loco. Intentaba con todas mis fuerzas no cruzarme con Carlos porque, sinceramente, no sabía con que cara mirarle. Así que me decidí a hacerle una visita a mi padre.

Sobre las seis de la tarde aparqué el Sportcoupé en Diagonal Mar. Entré en el edificio. Saludo de rigor al portero y ascensor hasta el décimo. Llamé al timbre. Sara me abrió la puerta.

  • ¡Hola Juan! Mi cuñado favorito... bueno... jejeje, ahora más bien hijastro favorito. –Dijo Sara con esa ingenuidad tan insultante propia de ella.

  • Hola Sara. –Dije yo con una falsa sonrisa pintada en mi cara.

  • Pasa hombre. Tu padre está en la terraza. Estábamos viendo la serie esta del perro de Antena 3.

Desde que Carlos nos presentó a Sara como su novia hacía más de cuatro años, esa chica siempre me había puesto nervioso. Quizás era por ingenuidad, o quizás por tontería, o quizás porque tenía un pavo que no se lo quitaba nadie. ¿Qué debía ver mi padre en ella? Además del 90-60-90.

  • Hola Juan, que sorpresa. –Dijo mi padre mientras se levantaba para saludar.- Me alegro de verte. ¿Qué tal por casa?

  • Pues bien –mentí yo-. Carlos ha encontrado trabajo. Ahora está buscando piso y quizás me iré con él cuando se mude. Así le dejamos espacio a Rosa.

  • ¿Espacio? ¿Necesita más espacio tu madre? –Preguntó mi padre sorprendido.

  • Era una forma de hablar Ricardo. Pero lo cierto es que me atrae la idea de independizarme.

  • Es una idea fantástica. Y ya sabes, cuando te licencies tienes un sitio en "Lafarge i Associats. Advocats". –Dijo mi padre orgulloso.

  • Vaya, así que ya funciona tu nuevo bufete. –Dije yo contagiado por su entusiasmo.

  • Sí, funciona viento en popa a toda vela. A ver cuando te pasas a ver el despacho. Está en la Diagonal. Nada que ver con el estilo cargado y rancio del bufete en el que estaba hasta ahora. Glòria también se encargó de la decoración.

  • Me alegra verte tan contento papá –dije yo-. Pero el trabajo no lo es todo, ¿qué tal con Sara?

  • Fantástico... entre mi nuevo trabajo, mi nueva casa y Sara creo haber rejuvenecido 20 años. Cuando el despacho empiece a marchar con la ayuda de los nuevos socios me tomaré unas vacaciones. Sara y yo pensamos irnos a las Seychelles.

  • ¿Se lo has contado? –Dijo Sara saliendo a la terraza-. ¡A las "Seicheles"! Me han dicho que hay tortugas gigantes... con lo que me gustan los animales.

  • ¿No es fantástica? –Dijo mi padre mirando a Sara con ojos de adolescente enamorado.

No supe que contestar, fantástica no sé si era, pero extraordinaria sí. Afortunadamente había pocas como ella. Al oírla hablar alguien podía pensar que ara tonta, pues nada más lejos de la realidad. Sara había estudiado Informática con mi hermano aunque por problemas familiares no pudo acabar la carrera. Pero hasta el momento en que estuvo estudiando su expediente fue realmente bueno. Pero inexplicablemente, quitando la materia que hubiese estudiado, Sara no era capaz de retener ningún otro tipo de información. Quizás por su absoluta falta de interés. Si hasta que el PSOE perdió las elecciones generales en el 1996 Sara no descubrió que Felipe González no era un personaje de los Looney Tunes.

Cenamos juntos mientras veíamos Hotel Glam en Telecinco. Sara parecía tener el control del manado a distancia. Después de cenar me despedí de ellos y volví camino de casa.

Durante la cena los había observado detenidamente. Viéndolos, me di cuenta que el amor existe realmente. El amor en las pequeñas cosas, en aceptar al otro tal como es y en no pelearse por tonterías. El amor en la forma de hablar y de tratar al otro. El amor como respeto y admiración por la persona con la que compartes tu vida. El amor en la complicidad y en compartir el mundo de las pequeñas cosas que dos personas tienen en común. Aquello era amor. Un amor fuera de los tópicos. Viendo a Sara y Ricardo entendí que amar no implica emular a los protagonistas de un culebrón. Amar es despertar cada día al lado de la misma persona y, aun con el pelo despeinado, los ojos pegados por las legañas y el incómodo aliento de las mañanas, sentir la necesidad de darle un beso y decirle "te quiero". El amor en cada detalle.

Continuará...