La vida de otro (22: Hoy ya no te quiero)
Después de lo sucedido en los días anteriores, Juan toma una decisión sobre su relación con su novia Ana.
- HOY YA NO TE QUIERO.
Por primera vez había sido capaz de asimilar con relativa calma y control lo sucedido en casa de Ruth. Aquel trío se había convertido en nuestro secreto y yo estaba dispuesto a no complicarme la vida dándole más vueltas. Todo hubiese acabado bien aquella noche si no hubiese sido por el encontronazo con mi hermano cuando me estaba cambiando en mi habitación. Aquello me dejó realmente descolocado.
El martes transcurrió con rapidez, mis prácticas en un bufete de abogados me ocuparon gran parte del día. Sólo tuve tiempo para pasar por el centro para comprar el último disco de Madonna antes de volver a casa.
Al llegar a casa coincidí con mi madre que volvía del trabajo. Su nueva faceta laboral en una inmobiliaria de Barcelona la tenía realmente entusiasmada. Aún así no hubo tiempo para hablar mucho. El día siguiente sería un día muy complicado y prefería irme a dormir temprano.
El miércoles amaneció nublado. Desayuné rápidamente y me fui a toda prisa hacia Barcelona. Los mismos 30 kilómetros cada mañana que tenían como destino un monumental atasco a la entrada de la ciudad. Pero aquel día me resultaba algo distinto. El cielo cubierto por unas nubes negras que amenazaban lluvia parecía advertirme de que aquel no iba a ser un día fácil. Miércoles, habían pasado siete días. El plazo que me había concedido Ana terminaba hoy.
Cuando aparcaba el coche cerca de la facultad de Derecho llegó un mensaje a mi teléfono móvil: "Se te ha acabado el plazo. Si tienes algo que decirme, estaré en el centro toda la tarde. Ana."
Terminé de leerlo y lo borré. Aquello era absurdo, ¿No pensaba ir a clase hoy? Ana parecía vivir en un capítulo de Sensación de Vivir, o a un peor, en uno de esos culebrones de la sobremesa de Televisión Española. Pues claro que tenía algo que decirle. Para bien o para mal, merecía una respuesta en condiciones
Durante las clases no pude concentrarme. Intentaba preparar la conversación que iba a tener con Ana. Raquel se acercó un instante a media mañana para decirme que Ana no iba a ir a clase hoy porque habían ingresado a su padre en el hospital por una angina de pecho. Estaba perdido. ¿Cómo le iba a decir que por mi parte habíamos terminado si su padre estaba ingresado en un hospital? Sin duda, las desgracias nunca vienen solas. Pero ya no había marcha atrás, no estaba dispuesto a aplazar ni un día más mi decisión.
Durante la comida le envié un SMS para citarla en el Café de la Opera en la Rambla. Ana aceptó. Quedaban menos de tres horas. Empezaba a odiarme a mí mismo por ser tan cabrón.
Una asignatura optativa de una hora de duración y se acabaron las clases. Dejé el coche en la facultad y fui en metro hasta el centro. Treinta y cinco minutos. Salí por la boca de metro equivocada y caminé hacia la cafetería. Veinte minutos. Ana no había llegado aún. Me senté y pedí un capuchino. Doce minutos. Ana entró por la puerta con una expresión en su cara que lo decía todo. Cansada, seria, triste, de mal humor, falta de esperanza e incluso prevenida. Se sentó justo en la silla de enfrente.
Hola. Dije yo.
Y bien, ¿Qué has decidido? Soltó sin más, sin ni si quiera devolverme el saludo.
¿No me dirás antes qué tal está tu padre? Dije yo sin querer afrontar el tema de la ruptura.
Juan no he venido a perder el tiempo...
Está bien. He estado pensado durante estos días en lo que me dijiste y antes de nada me gustaría aclarar que lo que insinuaste acerca de Javier y Toni no es cierto.
Ana me miró sorprendida. Debía estar pensado que tenía unos cojones inmensos por continuar mintiendo. Pero no supe afrontarlo de ninguna otra forma.
¿No estuviste en el jardín con Javier?
Sí, estuve con Javier, estuvimos bebiendo y hablando un rato antes de que Toni saliese al jardín. Entonces les dejé solos y me fui a dormir. Estaba sonando creíble, coherente. Iba por buen camino.
Muy bien, y después de esta aclaración, en que lugar queda nuestra relación.
Ana, al margen de estas y otras aclaraciones que pudiese hacer para tranquilizar tu conciencia, mi decisión ya está tomada. Creo que será mejor que lo dejemos, al menos por un tiempo. No estoy seguro de mis sentimientos hacia ti. Por fin lo había soltado.
Eres un cabrón Juan. ¿¡Me tienes siete días esperando una respuesta para acabar jodiéndome con una ridícula excusa que ni tú puedes creerte y decirme que quieres cortar!? Dijo Ana alzando el tono de voz.
No es una excusa, intento ser sincero. Y si me he tomado los siete días del plazo ha sido porque necesitaba aclarar mis sentimientos. Ana, te quiero demasiado para continuar haciéndote daño. Te quiero pero ya no estoy enamorado de ti. La cara de Ana se encendió con mis palabras.
¡¡Maldito hijo de puta!! La gente que teníamos sentada en las mesas más cercanas escucharon el insulto, la situación era realmente embarazosa-. ¿Qué pasa, que Javier te la metió por el culo y te has vuelto maricón? ¿Ya no te gustan las mujeres?
Exploté. Ana me había disparado un dardo envenenado en el centro de mi orgullo.
- Baja la voz. Dije con una rabia casi imposible de contener- Me sudan la polla tus estúpidas acusaciones, que por otro lado no tienen nada de cierto. Ese no es el motivo por el que creo que debemos terminar con todo esto. Dije yo realmente cabreado.
Mi furia y mi desprecio hirieron a Ana que pasó de la rabia al llanto en un par de segundos. Prácticamente toda la cafetería se había percatado ya de nuestra discusión.
- ¡Por favor no me hagas esto! Te sigo queriendo Juan, no sabría vivir sin ti... Dijo Ana entre lágrimas.- Podemos arreglarlo Juan, creeré en lo que me dices... podemos arreglarlo.
Empezaba a sentir náuseas por aquella situación. Me sentía realmente sucio por mi comportamiento, por mis mentiras, por lo injusto que estaba siendo con Ana. Pero no cedí. Continué avanzando hacia mi objetivo.
Ana, no hay solución... mis sentimientos hacia ti han cambiado. Lo siento, pero uno no decide de quién se enamora o de quién no. Alargar todo esto nos va a hacer más daño. Quiero que seas feliz... y junto a mí no lo serás nunca.
Juan, no puedo entender este cambio de actitud... si es cierto que no sucedió nada en Salou ¿por qué han cambiado tus sentimientos hacia mí? ¿Es por mi culpa? ¿Es por algo que he hecho?
Aquello ya era demasiado. Ana empezaba a echarse la culpa. Jamás podré entender como alguien puede rebajarse de esa manera. ¿Eso es amor? Si lo es, prefiero no estar nunca así de enamorado.
- Hay otra mujer.
Mis palabras brotaron casi sin darme cuenta. Mi instinto de autoprotección lanzó aquella nueva mentira. O mucho me equivocaba o Ana no aguantaría que hubiese otra mujer en mi vida y dejaría de insistir. O eso, o me levantaba de la silla y me iba.
¿Otra mujer? ¿Te has liado con otra?- Dijo ella dejando de llorar súbitamente.
No me he liado, estoy enamorado de ella... -Mentí yo.
Nunca, nuca te perdonaré todo el sufrimiento que me has hecho pasar... de ahora en adelante, cada día de mi vida, desde que me levante por la mañana y hasta que me acueste por la noche, rezaré, rogaré y suplicaré para que todo el amor que te he tenido se convierta en odio.
Lo vas a tener fácil... creo que ya has empezado a odiarme.
Ana se levantó, cogió su bolso y salió de la cafetería. Seguramente caminando por la Rambla, las lágrimas volvieron a empañar sus ojos. Prefería no verla llorar más. Sin duda, Juan Lafarge Aribau había tocado fondo aquella tarde.
Pocos minutos después, salí de la cafetería y empecé a caminar hacia el coche. Estaba realmente avergonzado. Quizás debía haber intentado nuevamente arreglar las cosas con Ana. Quizás me había vencido el egoísmo o la cobardía durante aquella conversación. Quizás debiera sentirme como un cabrón, como un maldito hijo de puta, pero caminando por la Rambla de Barcelona, impregnado por aquel mágico ambiente, respiré profundamente. La presión en el pecho, el nudo en la garganta, la punzada en el corazón... desaparecieron. Sonreí. Lo había hecho, había tenido valor para tomar una decisión fundamental en mi vida. Ana empezaba a salir de mi vida.
Caminé durante más de una hora. Al llegar al coche apenas sentía los pies y las piernas. Me senté ante el volante. Accioné el techo solar. El sol brillaba a mi espalada tímidamente justo antes de ponerse. Casi no quedaban nubes en el cielo. Barcelona me resultó especialmente bonita. Encendí el motor que susurró con la dulzura propia de un Mercedes. Arranqué y salí del aparcamiento. Seleccioné un compact disc del cargador. La sensual voz de Ana Torroja cantando "Ya no te quiero" inundó el interior del coche...
"Hoy, después de tanto tiempo
de habernos hecho tanto daño
no, hoy ya no te quiero
y no tiene remedio..."
Continuará...