La vida de otro (16: El pacto)

Juan decide quedar con su novia para intentar arreglar las cosas, aunque más que solucionarlas acabarán torciéndose aún más.

  1. EL PACTO.

Con mi padre instalado definitivamente en su nuevo piso, la idea de pasar una temporada con él en Barcelona me rondó durante la semana. Pero aún tenía temas pendientes para resolver antes de decidir si me trasladaba o no. El prácticum del martes en un despacho me dejó muy poco tiempo libre, así que me fue imposible hablar con mi hermano. Pero a mitad de semana decidí darme un respiro e intentar resolver algunos de mis dolores de cabeza.

Después de las clases de la mañana llamé a Ana para rogarle que aceptara comer conmigo. Aunque en su voz aprecié un tono más distante que de costumbre, mi novia aceptó la invitación. Seguramente ella tenía tanto interés como yo en resolver una crisis que ya estaba durando demasiado. Como ella había pasado la mañana en el centro, nos encontramos en un restaurante japonés que hay en la calle Aragó. Sentados en la mesa, tras saludarnos sin ni si quiera besarnos, fui yo el encargado de romper el hielo.

  • Ana, no podemos continuar así.

  • No, claro que no... pero no creo que hayas hecho mucho por intentar un acercamiento.

  • Lo sé, asumo mi responsabilidad en todo esto. -Dije yo resignado.

  • No basta con eso Juan. Ni si quiera te acercaste a mí el fin de semana pasado en Salou. –Ana iniciaba una dura ofensiva con su mejor arma, los reproches

  • Quizás fue porque te pasaste el fin de semana con Iván. –Contraataqué yo.

  • ¿Iván? Sólo me faltaba oír eso. Iván me dio el apoyo que necesitaba de un amigo. Me pasé la tarde llorando después de la forma en que me contestaste durante la comida. –Dijo ella visiblemente apenada.

  • Os encontré durmiendo juntos en el sofá el domingo por la mañana. –Dije yo haciendo alarde de mi orgullo de macho herido.

  • ¿Nos viste? Pensaba que habías dicho que estabas durmiendo en el piso de arriba. –Interrogó expectante mi novia.

Sin duda acababa de meter la pata. Reconociendo que vi a mi novia en el sofá junto a Iván, estaba admitiendo que había estado en el comedor antes de que despertasen. Pero afortunadamente mis nervios no me traicionaron entonces.

  • Sí, es cierto... pero antes de que despertaseis bajé al comedor. Luego volví a subir para ducharme. –Y tras decir eso, respiré aliviado, como si hubiese alejado el peligro nuevamente.

  • Entre Iván y yo no pasó nada, y en todo caso, no soy yo la que debo dar explicaciones. El que está destrozando nuestra relación con ese extraño comportamiento eres tú, Juan.

  • Mi comportamiento no tiene nada de extraño, es lógico que haya estado preocupado estas últimas semanas. Mis padres se han divorciado. –Dije yo intentando justificarme de algún modo.

  • ¿Preocupado por la separación de tus padres? Pues entonces ya me dirás porque eres el único de tu familia que no sabe por qué tu padre ha acelerado su marcha y por qué tu hermano no le dirige la palabra. ¿Dices que estás preocupado por tu familia y vives ajeno a ella?

Ana acababa de apuntarse un tanto. A pesar de que la separación de mis padres me preocupaba, la verdad es que no había hecho demasiado para interesarme por la evolución de los acontecimientos. Ni si quiera había hablado con Carlos acerca de su enemistad con mi padre. Esa conversación empezaba a acorralarme. Volvía a sentirme presionado, juzgado, analizado.. y de mi boca siguieron saliendo mentiras.

  • ¿Qué es esto, una juicio Ana? Te he dado el motivo por el que me he comportado de forma un tanto extraña todo este tiempo. Si no quieres creerme quizás será mejor que dejemos lo nuestro. –Sabía que si la amenazaba con cortar Ana aflojaría.

  • Si rompemos será porque tú lo has querido, no hace falta que me amenaces con eso. Ahora soy yo la que no quiere continuar con todo esto a no ser que aclares todas mis dudas. –Dijo serena y exigente, en una reacción que francamente, nunca me hubiese esperado de ella.

  • ¿Qué más quieres saber? –Dije temiéndome lo peor.

  • Necesito que me digas que no te vi desaparecer con Javier la noche del sábado durante la fiesta. Necesito que me digas que no tienes nada que ver con que Toni no quisiese volver con nosotros a Barcelona. Necesito que me digas que no eres el culpable de su estado anímico. Necesito que me digas que estoy equivocada.

La gente calló. La música oriental cesó. El restaurante se esfumó. El tiempo se detuvo. Perdí toda conciencia de lo que nos rodeaba. Ante mí únicamente los ojos de Ana escrutando en mi expresión un atisbo de mentira. El nombre de Javier, enterrado en el corazón de mis recuerdos, fue arrancado y devuelto a mis pensamientos. Las sienes me latían. Sentí mi lengua como un trozo de trapo. Intenté hablar, intenté mentir, intenté inventar una excusa, pero de mi boca no salió nada. No estaba preparado para esa pregunta.

El mundo echó a andar de nuevo mientras Ana se ponía la chaqueta y cogía su bolso. Y yo seguí allí sentado, helado, inmóvil.

  • Tienes una semana para encontrar una explicación, para conseguir que olvide todo esto. Siete días para evitar que todo el amor que siento por ti, se convierta en odio. –Añadió Ana justo antes de desparecer.

Jamás pensé que llegaría ese momento. Me había rodeado de tantas mentiras que me había acostumbrado a vivir con ellas. Y ahora mi novia, con los ojos vidriosos, me pedía una explicación.

Ana había atado algunos cabos y aunque debía haber intentado quitarse esa idea de la cabeza, no lo había conseguido. Quizás no necesitaba una explicación para seguir conmigo, Ana me amaba tanto que bastaría con una mentira. Bastaría con negar todo lo sucedido y prometer que nunca sucedería algo así. Ana me había propuesto un pacto de silencio y honor. Tan desperada estaba por mi amor que sería capaz de olvidar que me había tirado a dos de nuestros amigos.

A veces amar sin medida nos lleva a humillarnos de una forma extremadamente dolorosa. Dos preguntas rondaron mi cabeza, ¿merecía la pena seguir siendo amado de esa forma? ¿Podría renunciar a una sexualidad recién descubierta? Dos preguntas que siguieron sin querer ser respondidas aquella tarde.

Imposible volver a clase. El Derecho era una de las cosas que menos me preocupaba en ese momento. Después de salir del japonés bajé caminando hasta la Fnac del Traingle para comprar algo de música y despejarme un rato.

Me coloqué en un punto de escucha para ver que tal sonaba el nuevo disco de Moloko. Si había un camino para alejar tantas preocupaciones de mi cabeza, ese pasaba necesariamente por la música. Intenté relajarme, incluso cerré los ojos durante unos instantes. Pero de repente me sentí observado. Abrí los ojos. Justo al pie de la escalera había un chico que se disponía a bajar. Le miré fijamente y él me devolvió la mirada. Se dio la vuelta abandonado la idea de bajar por la escalera y se puso a escuchar un Cd a pocos metros de donde estaba yo. Volví a mirarle y volví a cruzarme con sus ojos clavados en los míos. No era un chico extremadamente guapo, de unos 19 años, más bien delgado, pero con cierto atractivo.

Nos quedamos unos minutos intercambiando miradas. No sabía a dónde me llevaría todo aquello, o mejor dicho, sí lo sabía, pero no me importaba. Puestos a empeorar el día, seguro que lo podría complicar todo un poco más.

Colgué mis auriculares y me dirigí hacia donde estaba él. Al pasar por su lado le rocé ligeramente. El chico colgó los suyos y empezó a seguirme. Aceleró el paso hasta situarse junto a mí.

  • Perdona. –Me dijo rozándome el hombro.

  • ¿Qué?

  • Me ha parecido que me estabas mirando. –Dijo él con timidez.

  • ¿Te ha parecido? No te he quitado la vista de encima. –Contesté yo con arrogancia.

  • Vaya... veo que vas al grano. ¿Y qué buscas?

  • Buscar... más que buscar, quiero que me comas la polla. He tenido un día muy difícil y seguro que una mamada me resulta más útil que escuchar a Moloko. –Dije yo sin más. Como si estuviese proponiéndole la cosa más normal del mundo.

  • ¿Vamos a los servicios? –Preguntó él.

No hizo falta que le respondiese, aceleré el pasó hacia los servicios. Entramos uno detrás de otro. Afortunadamente a esa hora de la tarde no había mucha gente comprando y los lavabos estaban desiertos. Abrí la puerta de un compartimiento y entré en él. El chico entró detrás de mí y cerró la puerta.

Me bajé los tejanos y los boxers de un tirón, ambos de Hugo Boss, y me senté en la taza del váter con la polla totalmente erecta apuntando hacia aquel desconocido. El chico me miró sorprendido por mi comportamiento.

  • Cométela. –Exigí yo. Y dicho esto, se agachó y empezó a comerme la polla.

Lamía con suavidad el tronco de mi dura verga, rozaba con su lengua mi capullo, para pasar a lamerlo como si fuera un helado. Pero yo necesitaba algo más. Empecé a mover mis caderas intentando acelerar el ritmo, pero él seguía chupando mi polla como si fuese la primera. Su lengua me resultó un tanto inexperta, y yo necesitaba algo más salvaje. Le sujeté la cabeza con fuerza hundiendo mi polla en su boca y aceleré el movimiento de mis caderas. Le estaba perforando la garganta con mis 17 centímetros de polla. No me importó una mierda que se estuviese atragantando o que al hundir su nariz en mi vello púbico casi no pudiese respirar.

Seguí follándole la boca, apretando con firmeza su cabeza contra mi entrepierna. Cuando sentía que iba a correrme aceleré mis movimientos. Sin avisarle mi polla empezó a descargar chorros de lefa que inundaron su garganta. Cuando le saqué mi polla, él empezó a toser mientras mi leche caía de su boca. Estiré del rollo de papel y le tendí un trozo para que se secase, con el otro, me sequé la polla aún cubierta de semen. Me subí los pantalones de un tirón y abriendo la puerta salí de allí.

No me importó dejarle allí tirado con la cara llena de semen, tenía demasiados problemas en mi vida como para preocuparme de un puto que se la chupa a cualquiera en los baños de un centro comercial. Yo nunca haría algo así.

Durante el camino hacia mi casa, volví a pensar en el pacto que Ana me había propuesto unas horas antes. Pero tampoco entonces, escuchando "I still haven't found what I'm looking for" de los U2, en medio de un ruidoso atasco a la salida de Barcelona, puede tomar una decisión. Ana me había dado una semana, siete días para reorganizar mi vida o quizás para enredarla aún más.

Continuará...