La vida de Mario (1)
La amistad entre dos chicos de barrio se transforma en deseo.
La vida de Mario (1)
Mario nació en un barrio obrero, al este de una gran ciudad, donde las viejas suspiraban recordando a los difuntos, los rufianes vivían del hábito al juego de los obreros pobres y las peleas callejeras eran algo habitual.
Su hermano mayor, Miguel, había abandonado los estudios a los 15 años, para "trabajar" vendiendo droga y armas para un tipo al que llamaban Perone. Pertenecía a una de las bandas más peligrosas del barrio y a los 12 años le había jurado a Mario, el mismo día que éste cumplía 7, que lo protegería siempre. Estaban en la sala de urgencias de un hospital a donde lo había llevado con un brazo roto, un corte sobre el ojo izquierdo y varias contusiones, todo ello cortesía de su padre.
Al día siguiente le regaló una bonita navaja, con una cruz de azabache en el mango, que consiguió cambiándola por su preciada cazadora de cuero. Pasó mucho tiempo enseñándole a manejarla, trabajando no sólo la puntería, sino también la precisión, la rapidez y el alcance. Mario la llevaba siempre consigo, en el bolsillo trasero de sus vaqueros, era su talismán.
Cuando Mario tenía 14 años fue a ver a Perone para pedirle "trabajo". Fue la primera y única vez en toda su vida, que su hermano le pegó.
Miguel: Si alguna vez vuelvo a verte cerca de una banda o vendiendo algo que sea ilegal, no te daré sólo un golpe, ¿lo has entendido? - estaba realmente furioso.
Mario: Solo quería ganar algo de dinero, a ti te va muy bien. - murmuró, con la mano en la mejilla donde le había alcanzado el golpe.
Miguel: Yo lo hago porque no tengo otro remedio, pero tu vas a estudiar y cuando tengas 18 años te vas a marchar de este gueto, tan lejos y tan deprisa como te permitan tus piernas. Ya me encargo yo de ahorrar dinero suficiente para cuando llegue ese momento.
Mario: ¿Y tú no vendrás conmigo?
Miguel: Yo ya no tengo remedio. Pero cuando te establezcas en otro lugar iré a visitarte tan a menudo como pueda - si no le pegaban un tiro antes - ahora prométeme que te mantendrás alejado de las bandas.
Mario: Está bien, te lo prometo.
Con apenas 16 años ya se había convertido en un muchacho alto, corpulento y musculoso, de pelo tupido y negro y con un rostro atractivo y sin marcas, salvo por la fina cicatriz sobre el ojo izquierdo.
Hablaba en voz fuerte pero baja y nunca gritaba, ni aún en el ardor de una pelea.
Estaba llegando a su casa de madruga, después de pasar un buen rato con sus amigos del barrio, cuando escuchó los gritos que venían del callejón de al lado. Por regla general no se metía en lo que no era de su incumbencia, pero sin saber porqué, se asomó al oscuro callejón, iluminado apenas por la bombilla de una farola que parpadeaba.
Cuatro chicos de unos 17 años rodeaban a un muchacho mas joven y se divertían empujándolo y haciéndole ir de uno a otro, tropezaba torpemente, mientras le insultaban. El muchacho trataba de escapar pero eran demasiados.
Nada nuevo en ese barrio, iba a seguir su camino sin llamar la atención, pero entonces se fijó en la cara del muchacho y lo reconoció de la escuela, sabía muy poco de él, seguramente nunca habían intercambiado una sola palabra a pesar de ir a la misma clase. Era un chico guapo de cara, algo flacucho, que rehuía la mirada de los demás y que seguramente se le daba mejor correr que pelear.
Nunca supo porque lo hizo, pero tocó la navaja que llevaba en el bolsillo trasero (era una costumbre que le daba seguridad) y luego se adentró en el callejón.
No parece una pelea justa, ¿intentamos equilibrarla un poco? - hablaba perezosamente.
¿Y tú porque te metes?. - el que habló era bajito, pero se le veía fuerte y exhibía un tatuaje en el brazo, símbolo de la banda a la que pertenecía.
Mario se estaba preguntando lo mismo, pero entonces miró al muchacho, que aun sostenían agarrado por el cuello y se fijó en sus ojos, que lo miraban llenos de súplica y miedo.
Quizá tenga ganas de una buena pelea - dijo, encogiéndose de hombros - ¿que tal si peleamos uno de vosotros y yo y el que gane se queda con el muchacho?.
¿Porque íbamos ha hacer eso?, - volvió ha hablar el mismo tipo que debía ser el jefito del grupo - nosotros ya lo tenemos.
Por la diversión, ¿o crees que tu solito no puedes ganarme?. -por su tono de voz, casi podría pensarse que le aburría la conversación.
El jefe sonrió, siempre agradecía una buena pelea.
- Vale, tu eliges, ¿con los puños o con navajas? - ya empezaba a disfrutar.
Los demás asentían, contentos de estar en primera fila para ver el espectáculo.
- Con los puños, si no tienes inconveniente. - contestó Mario.
El muchacho lo miraba con expectación y sorpresa, pero no se movía.
Mario no tenía ninguna oportunidad de ganar y él lo sabía, así que, cuando empezó la pelea jugó un poco con su oponente y se colocó justo delante del asustado muchacho y el tipo que lo sujetaba, y cuando el jefe le asestó un fuerte puñetazo en la mandíbula se dejó caer hacia atrás, haciendo que el tipo soltara al muchacho y cayéndose los dos al suelo se acercó a su oído, y le susurró al mismo tiempo que se levantaba:
- En cuanto le golpee, echa a correr y no te detengas pase lo que pase.
No esperó a ver si le había oído porque los demás los estaban mirando. Se levantó y se lanzó de cabeza contra el estomago de su oponente que cayó al suelo, momento que aprovechó para girar sobre sí mismo y echar a correr detrás del muchacho, que obviamente, sí le había oído.
Los otros cuatro tardaron un segundo en recuperarse de la sorpresa y soltando un taco emprendieron la carrera detrás.
Pasadas cuatro calles y con los gritos de sus perseguidores detrás, Mario agarró al muchacho por el cuello de su camiseta y lo metió con él en un oscuro portal que tenía la puerta abierta. Le puso una mano en la boca cuando éste intentó hablar y esperó un segundo a que pasaran los cuatro chicos corriendo por delante, perdiéndose en la oscuridad de las calles, antes de soltarle.
¿estas bien? - tenía la respiración agitada por la carrera.
Sí, muchísimas gracias, me pillaron desprevenido.
Si llegas a verlos venir, nunca te hubieran dado alcance, !Joder, que manera de correr!.
No quiero parecer desagradecido, pero, ¿porqué me ayudaste?
Con una sonrisa en la boca, Mario le contestó la pura verdad, "no tengo ni idea".
Desde ese mismo día, se forjó entre ellos una amistad que creció con el tiempo. Era habitual verlos juntos. Una extraña pareja que se complementaba perfectamente.
Ángel, que así se llamaba el muchacho, vivía en el 125 de la calle Marañón, con su madre. Su padre había muerto en una pelea callejera cuando el tenía 2 años y no conservaba ningún recuerdo de él. Su madre, por otra parte, trabajaba en un restaurante los siete días de la semana y 12 horas al día, por un mísero sueldo. Y consideraba a su hijo una molestia.
Había pasado casi un año desde aquel día, cuando Mario se dio cuenta que sentía por su amigo algo muy distinto a la amistad, no podía precisar el momento en que había empezarlo a sentirlo así, pero estuvo totalmente seguro de ello, la noche en que a Ángel le partieron el labio con una botella que le dio por azar y él deseó limpiar la sangre, que le caía por la barbilla, con la lengua.
Empezó a fijarse en detalles que antes le habían pasado desapercibidos. Ángel siempre conseguía que asomara una sonrisa a su rostro y hacerle olvidar el vacío que le roía las entrañas. No estaba seguro, pero empezaba a pensar, que su amigo tampoco era indiferente a la fuerte atracción que había entre ellos, a juzgar por cómo le miraba cuando creía que nadie se daba cuenta.
Un martes por la noche fueron a jugar al billar a un conocido local a las afueras, frente a una fábrica abandonada. Estaban apostando, no mucho, porque jugaban mas por diversión que por dinero.
Bromeaban con sus compañeros de juego y se contaban chistes maslos de los que se reían sin sentido, hasta que estallaron en carcajadas. Cuando terminaron de reír, ambos se habían quedado sin aliento, respirando a fondo y limpiándose los ojos. Ninguno de los dos podía decir qué les había resultado tan tremendamente divertido; su risa se había alimentado sola.
Cuando comenzaron a andar hacia la salida del local. Mario le pasó un brazo por los hombros; era un reflejo afectuoso de la risa compartida. Notó que Ángel se ponía rígido y apartó inmediatamente el brazo. Sin embargo, Ángel no pudo evitar que su cuerpo reaccionara al roce con una tremenda erección. Se puso colorado e intentó disimularlo diciendo que tenía que ir a mear, mientras se dirigía a paso veloz hacia la fábrica abandonada. En cuanto atravesó la verja que la rodeaba, Mario echó a andar detrás de él. Estaba seguro que no eran las ganas de mear lo que le había entrado de repente.
Lo encontró en la parte mas alejada. Estaba inclinado hacia adelante y tenía una mano y la frente apoyadas en una columna, los pantalones y los calzoncillos en mitad de los muslos, mostrando así un pequeño y durito trasero que asomaban por debajo de la camiseta, respiraba profundamente y con la otra mano bombeaba la polla con urgencia. Esa era una imagen que no olvidaría nunca.
Se dio la vuelta para irse y dejarle intimidad, pero cuando estaba a mitad de camino, cambió de idea y volviendo sobre sus pasos se colocó detrás de Ángel pegando su cuerpo al de él. Éste dio un respingo por la sorpresa. Había estado tan abstraído que no lo había oído acercarse. Mario tiró de su cabeza hacia atrás, le metió una mano bajo la camiseta para acariciar su pecho y enterró sus labios en su cuello.
Ángel, con un gemido entrecortado, le susurró: ¿estas loco?
"Es muy probable" murmuró Mario en su mejilla.
Le dio la vuelta y con suavidad arrastró su boca a la de Ángel, le besó con delicadeza y ternura, pasando su lengua por sus labios, explorando el interior de su boca.
Mario: Tu también quieres esto ¿verdad? - su voz baja, sin aliento.
Ángel: Sí, si.. lo quiero.. sí... sigue por favor - con respiración agitada por el beso.
Mario cogió su cara entre sus manos y besó sus labios, siguió por la línea de la mandíbula, sopló su aliento en la oreja, le mordisqueó el lóbulo y cubrió su garganta de besos y caricias con la lengua, para volver después a su boca y besarlo como había deseado tantas veces. Cogió la mano de Ángel que se había quedado congelada sosteniendo su dura polla, la apartó y agarró con firmeza ese pedazo de carne que se veía grueso y apetitoso. Se arrodilló ante su amigo, le pasó la lengua por el glande, probando su sabor, olía increíble, se la metió en la boca, cerró sus labios alrededor de su polla y empezó a succionar suavemente, disfrutándolo.
Ángel jadeó, echo la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Le acariciaba el pelo, mientras sus gemidos cortaban el silencio y movió la cadera hacia la boca que le estaba dando la primera mamada de su vida y el placer más exquisito que nunca imaginó.
Mario miró hacia arriba y contempló su cara de éxtasis. Mientras seguía metiendo y sacando la polla de su boca, se desabrochó sus pantalones con una mano que metió dentro de sus calzoncillos, necesitaba tocarse mientras saboreando ese manjar y escuchaba de fondo los gemidos estrangulados de su amigo.
Ángel hubiera querido quedarse así para siempre, pero no aguantó mucho. "aaaagggh... me voy a correr..." y movió sus caderas hacia atrás para sacarle la polla de la boca a Mario, pero éste no se lo permitió, puso ambas manos en su culo y empujó hacia adelante, metiendo todo lo que pudo en su boca, quería comerse su semen. Le apretó las nalgas y paseó dos dedos por entre ellas, presionando un poco.
Una buena cantidad de blanca, espesa y agridulce leche empezó a salir, mientras el pene se estremecía y Ángel gemía: " Ah Dios... Siii... toma... cómetelo... aaaaaggg". A Mario le encantó su sabor, casi se ahoga, pero no dejó que se le escapara ni una gota de ese riquísimo néctar.
Después se puso de pie y besó a Ángel, que todavía trataba de encontrar su respiración.
Mario: ¿te gustó?
Ángel: Mucho. - aún luchaba por respirar - Pero tú (señaló su polla que estaba dura como un garrote) parece que aún no terminaste.
Mario: No te preocupes por eso - y empezó a sobarse la polla.
Ángel: No, por favor, deja que lo haga yo.
Mario la soltó. - "Toda tuya" le dijo con una sonrisa.
Ángel se arrodillo, como lo había hecho antes su amigo y acabó de bajar sus pantalones y sus calzoncillos. Acarició un poco su polla, que ya estaba húmeda en la punta y se lamió los labios antes de pasar la lengua por todo el tronco arriba y abajo (era mas larga y gruesa que la suya) y empezó a mamar. Mario no apartaba la mirada, le parecía que nunca había visto a Ángel mas guapo que ahora, con los ojos cerrados y su polla entrando y saliendo de su boca. Aceleró el ritmo de la mamada y aumentaron lo gemidos de Mario que, entrecortadamente, le dijo: "si no quieres tragártelo, sácala ya, porque no aguando más". Ángel no contestó pero empezó a succionar con mas fuerza, acariciando y masajeando sus huevos al mismo tiempo.
Mario sintió los primeros espasmos de placer, su cuerpo se tensó y empujó mas profundo. Un áspero gemido salio de su garganta, mientras se corría en la boca de Ángel, que recibió los abundantes chorros de semen tragándolos con hambre, degustando su sabor.
La realidad dejó de existir para ambos, durante unos minutos, mientras recuperaban el aliento.
Compartieron un último beso, devorándose, antes de acomodar sus ropas y emprender el camino de regreso a casa, dejando atrás la vieja fábrica. Ninguno pronunciaba palabra, trataban de ordenar sus pensamientos. Pasado el ardor del momento se sentían extraños.
Llegaban ya al lugar donde se separaban sus caminos, cuando Ángel se atrevió a preguntar:
¿Porqué lo hiciste?
No se - se encogió de hombros - quería hacerlo.
Ángel asintió - Tal vez otro día... quizá...tu...
Si quieres podemos vernos allí el jueves por la noche, no suele haber nadie. - dijo Mario, comprendiendo lo que Ángel no se atrevía a decir.
El jueves entonces, te espero allí a las 11 de la noche.
Ok.
Ya habían empezado a andar cuando Mario se dio la vuelta y le advirtió:
Si algo de esto se sabe, lo vamos a pasar muy mal.
Lo sé, pero por mi parte, vale la pena correr el riesgo.
Mario le miró fijamente durante un instante y asintió con la cabeza - Sí, vale la pena. - y sonrió.
CONTINUARA...
Les agradezco cualquier comentario.