La vida de Javi II: un peldaño más arriba.

Ha pasado un año desde que Javi y Ainoa dejaran atrás sus infantiles rencillas de hermanos y empezaran a disfrutar de placeres más adultos. Ahora, la perspectiva de unas vacaciones con la madre de ella promete dar un nuevo giro de tuerca a la relación. Para bien, o para mal.

Ainoa buscó por debajo de mi abdomen, y su mano se topó finalmente con lo que estaba buscando. Soltó una risita cuando tiré las caderas hacia atrás, y mi pene se escurrió de entre sus dedos.

-         ¿Otra vez? No jodas, Ainoa, dame un poco de descanso.

Su risa se tornó en carcajada. Estiró la mano hacia arriba, y encendió la lamparita del techo de mi coche. La luz amarillenta ilumino tenuemente el asiento trasero, lo suficiente como para desprender destellos dorados en su pelo. Me besó, y comenzó a vestirse de nuevo. Aquel se había convertido en nuestro principal refugio. Casi todos los miércoles anunciábamos en casa que nos íbamos al cine aprovechando el día del espectador, a la sesión de la noche, y pese a que yo nunca había sido muy de salir, ahora lo hacía cada viernes y cada sábado con los amigos de la Universidad, aunque en realidad no era más que una excusa para estar con mi hermanastra. Realmente salía con ellos, pero nunca me quedaba hasta más tarde de la una, y Ainoa tampoco con sus, casi todas nuevas, amigas. Era entonces cuando la pasaba a recoger con el coche, conducía hasta los sitios apartados de la ciudad que mis propios amigos me habían recomendado en alguna ocasión, y allí disfrutábamos de lo que rara vez teníamos ocasión de disfrutar en nuestra casa. Era arriesgado, alguna vez nos habíamos topado con un coche patrulla merodeando por la zona en busca de adolescentes que fueran allí a hacer lo que nosotros hacíamos, y aunque nunca nos habían pillado, temblaba con la simple idea de llegar a casa con una multa por mantener relaciones sexuales en la vía pública. En mi caso no había demasiado problema, era mayor de edad, y podría fácilmente ocultársela a mi madre e inventarme cualquier excusa para justificar el agujero enorme que la multa produjera en mi cuenta de ahorros, pero Ainoa aún tenía diecisiete años, y si la pillaban conmigo, no había forma de que Carlos no se enterara.

-         He hablado con mi madre. – Me dijo, al tiempo que me ofrecía la espalda para que le abrochara el sujetador. – Este verano me toca irme un mes con ella.

Sabía que Ainoa había seguido manteniendo una relación muy estrecha con su madre a pesar de la distancia. Venía a verla desde Inglaterra un fin de semana al mes, y siempre había sido habitual que Ainoa hiciera lo propio en veranos alternos, vacaciones de navidad o de semana santa. Antes siempre había recibido aquellas ausencias prolongadas de mi hermanastra como una bendición caída del cielo, pero ahora, la idea de estar un mes entero separado de ella me resultaba, cuanto menos, desalentadora. Aun así, cuando hablé, procuré hacer ver que me alegraba por ella, que por otro lado no era del todo mentira.

-         Ah, guay. Hace un montonazo que no la ves, tendrás ganas.

-         Si. ¿En serio te parece guay? – Se sentó encima de mí, y cerró con fuerza las piernas en torno a mi cintura, pegando su cara mucho a la mía. - ¿No estás celoso? En Londres hay un montón de ingleses rubitos y guapos.

-         ¿En verano? Los cojones. Los que no están haciendo balconing en Ibiza, están muriendo de un coma etílico en Benidorm. – Estalló en carcajadas y me abrazó, hundiendo la cabeza en mi cuello. – Además, es un mes entero con alojamiento y comida gratis en Inglaterra, yo aceptaría con los ojos cerrados.

-         Me alegra que digas eso. – Me dedicó una flagrante sonrisa de complicidad. – Porque tú te vienes conmigo.

-         ¡Venga ya! ¿Pero qué dices, loca? – Ella seguía mirándome con aquella sonrisa confiada, como si la decisión estuviera tomada y yo no tuviera nada que decir al respecto. – Sería raro de narices, Ainoa. No lo veo.

-         Ya lo he hablado con mi madre, y le parece bien. De hecho, está encantada. Le hace mucha ilusión conocerte. – Abrí la boca para replicar, pero ella se adelantó. – Y de tu madre, y de mi padre, me encargo yo. Es mi forma de agradecerte lo mucho que me has ayudado a estudiar este curso, y el verano pasado. Si no fuera por ti seguramente habría tenido que repetir primero. Al menos eso es lo que voy a decirles,

Y eso fue lo que les dijo. Si Carlos o mi madre pensaban, como pensaba yo, que aquello era cuanto menos sospechoso, no dijeron nada al respecto. Ainoa no paraba de repetir durante los paseos nocturnos en coche que aquella era la mejor forma de celebrar nuestro primer año de… ¿Qué? Nunca lo habíamos dejado claro. Las pocas veces que nos atrevíamos a hablar directamente de nuestra relación lo hacíamos empleando eufemismos, y nunca hablábamos de nosotros como pareja formal. Todo había empezado el verano anterior gracias a unas vacaciones, y en mi interior sabía, de alguna manera, que estas nuevas vacaciones, ahora con nosotros mismos como protagonistas, podían suponer o una consolidación definitiva, o un final dramático a todo con un broche de oro. Alguna vez había surgido de la boca de Ainoa la posibilidad remota de anunciarlo formalmente. ¿Por qué no? Al fin y al cabo no éramos hermanos, no nos unían lazos de sangre, y nuestro único parentesco era una mera formalidad política. Sin embargo, mi reticencia era absoluta. Yo era el hermano mayor, le sacaba dos años, y aunque Ainoa era prácticamente una mujer, sabía que a ojos de nuestros padres quedaría como poco más que un pervertido que se estaba aprovechando de la niñita de la casa. Ella no lo veía de la misma forma. Yo sabía que empezaba a estar harta de tener que esconderse de todo y de todos, y que si bien seguía disfrutando del sexo tanto como yo, empezaba a sentir la necesidad de una relación de verdad.

Entre tanto, Mayo había dado paso a junio, y junio trajo un distanciamiento mayor entre nosotros. La selectividad se erigía amenazante ante Ainoa como el coloso invencible que a todos los que nos hemos tenido que enfrentar a ella nos parece, pero como siempre, llegó, pasó, y mi princesita descubrió, como también descubrimos todos, que no era para tanto. Pero por el camino había dejado tres semanas de separación casi absoluta. Ainoa había pasado de reducir nuestras tardes de estudio conjunto a apenas un par de horas, a suprimirlas directamente y decidir hacerlo en soledad, por su propia cuenta.

-         No te lo tomes a mal. – Me dijo Carlos, en una ocasión que me había encontrado estudiando, también en soledad, para mis propios exámenes finales en mi habitación. – Está estresada. Tú me hiciste lo mismo a mí cuando tuviste la selectividad.

La mañana en que llegaron finalmente las notas de Ainoa, fue corriendo a mi habitación, se arrojó encima de mí, y me besó, borrando de un plumazo los momentos de tensión que se habían suscitado entre nosotros durante aquellos días. Sin mediar palabra, se quitó la ropa y volvimos a hacer el amor, de una forma tan apasionada y especial como aquella primera vez. No fue hasta que acabamos que me dio la noticia, un 10’7 sobre 12. Comprobé con orgullo que incluso había conseguido superar por algunas décimas mi propia nota de selectividad, y eso además contando con el hándicap de las notas más que mediocres de su primer año de bachillerato. Aquella noche salimos a celebrarlo, lamentablemente para nosotros con toda la familia, pero al día siguiente finalmente conseguimos la escapada romántica que, al menos yo, venía esperando durante tanto tiempo. Aquella noche las amortiguaciones del coche tuvieron que trabajar más que de costumbre, y a tenor de los gritos de placer que ninguno de los dos pudo reprimir, fue un auténtico milagro que ningún vecino de la zona residencial apartada a la que solíamos acudir llamara a la policía. Ainoa tampoco buscó con su mano un tercer asalto, simplemente se dejó caer sobre mi pecho, y me acarició con ternura mientras se disculpaba por su actitud distante.

-         Mañana tendría que reservar los billetes. – Dijo finalmente, después de que tuviera que insistir una y otra vez en que no pasaba nada, y todo estaba bien.

-         Intenta pillarlos en alguna compañía low cost. – Respondí, acompañando sus caricias con un leve roce se mis dedos sobre la piel de sus nalgas. – Ya bastante vergüenza me da que tu madre no me deje pagar al menos mi pasaje.

-         ¿Eso quiere decir que al final vas a venir? – Me preguntó, con una mirada cargada de suspicacia.

-         Claro. – Dije, contundente. – A no ser que hayas cambiado de idea.

Yo no había dejado de mostrar mis dudas al respecto desde que Ainoa me había propuesto aquel viaje, sin embargo, las semanas de distanciamiento las habían borrado por completo. Sabía que si me negaba a ir, podía echarlo todo a perder definitivamente, pero aquellas vacaciones en compañía abrían una ventana de oportunidad, lo que hubiera al otro lado de la ventana, solo el tiempo podía decirlo.

-         No, pero es que como te veía tan indeciso. – Se encogió de hombros con indiferencia. – Pensaba que no querías.

-         Yo siempre quiero. Si es contigo, claro. – Respondí con picardía, sabiendo lo que vendría a continuación.

La última semana y media antes del viaje pasó tan rápido que para cuando quise darme cuenta, el avión ya había aterrizado en Londres, en el pequeño aeropuerto de Luton. Ainoa dejó caer la maleta al suelo y corrió a abrazar a su madre en cuanto la vio, y yo tardé algo más de lo esperado en unirme a la fiesta a causa del exceso de equipaje que me acababan de adjudicar. Maite hizo lo propio conmigo de manera tan inesperada que no reaccioné a tiempo de responder al abrazo, aun así, pese al desaire, cuando se separó de mi tenía una sonrisa espléndida en la cara. Ainoa parecía haber heredado de la genética de su madre todo lo referente al aspecto físico. Maite era una mujer alta y esbelta, con un pecho generoso y de aspecto blando y acogedor, como el de una nube, que asomaba furtivamente por el escote de una camiseta blanca. Unos vaqueros negros se ajustaban a sus piernas largas como una carretera, y resaltaban un culo que, si bien la edad había empezado a hacer que creciera más hacia los lados que hacia atrás, se mantenía lo suficientemente firme como para resultar atractivo a los ojos de cualquier hombre. La vaporosa melena rubia y unas zapatillas negras, de esas que por algún motivo cuestan medio sueldo de un mes, remataban un aspecto de lo más casual que no me había esperado encontrar para nada.

La idea que tenía de Maite era la de una mujer seria de negocios, de esas que van todo el día ataviadas con un traje chaqueta, duermen maquilladas y caminan por la vida como si tuvieran un puñal clavado en la espalda, pero la mujer alegre y jovial que me había encontrado en lugar de aquella vieja estirada de mi imaginación era mucho más agradable. La visión preconcebida que sí se acercaba más a la realidad era la de que Maite nadaba en dinero. Incluso me atrevería a decir que literalmente, si ella hubiera querido. Desde su ropa hasta su casa, pasando obviamente por su coche, parecía estar envuelto por un aura de lujo que no había visto en toda mi vida. No pude evitar pensar mezquinamente en mi interior que de haber sido Carlos no me habría divorciado de aquella mujer en la vida. Maite vivía en un ático dúplex a menos de cinco minutos a pie del centro de Londres, y, según nos contó, caminando era como iba a todos lados. El majestuoso e impoluto Mercedes negro en el que nos había ido a recoger al aeropuerto apenas había salido un par de veces del garaje en los últimos cuatro o cinco meses, puesto que así Se mantenía en forma sin necesidad de hacer ejercicio extra. Viendo todo aquello, no me extrañaba que se hubiera ofrecido en más de una ocasión a pagarle por su propia cuenta la carrera a Ainoa en una Universidad privada, algo a lo que mi hermanastra se había negado rotundamente desde el año pasado, alegando con orgullo que no pensaba dejar que su madre le comprara los estudios.

Dejé las maletas a un lado del amplio salón, y me senté con cuidado sobre el sofá tapizado en cuero negro, temiendo romper algo sin querer. Maite y Ainoa compartieron una carcajada al verme, y mi hermanastra se sentó de un salto a mi lado, poniendo los pies descalzos encima de mí. Maite anunció que subiría a cambiarse, y nos dejó solos. El pie de Ainoa buscó mi entrepierna casi de inmediato, y yo noté como una irrefrenable erección crecía debajo de mis bermudas. Lo aparté con delicadeza, e inicié un masaje suave deslizando los pulgares sobre la planta. Ainoa me miró con un gesto de reproche.

-         No voy a negar que me estás volviendo loco con esos pantaloncitos cortos, princesita. – Dije yo, acariciándole la pierna con el dorso de la mano. – Pero va a tocar esperar hasta que estemos solos.

-         Bueno… - Dijo ella, sonrojándose ligeramente. – Quizás va siendo hora de que te cuente un secreto. – Arqueé las cejas, creyendo con temor saber lo que venía. – Mami ya lo sabe.

-         Ainoa… - Empecé a decir yo, con un nudo en la garganta.

-         Tranquilo. – Me cortó ella, incorporándose en el sofá y apresando mi cara entre sus manos. – No pasa nada. Mi madre no es estúpida, no se lo ha contado ni se lo va a contar a nadie. De verdad.

-         Joder… - Resoplé, abrumado. - ¿Desde cuándo?

-         Desde la misma noche en que lo hicimos por primera vez. – Vio que abría la boca para protestar, y se apresuró a añadir. – Lo sé, lo siento, no quería ocultártelo, pero sabía cómo te pondrías si te lo decía. No quería que te cagaras encima y lo cortaras todo de golpe solo por miedo.

-         ¿Y cómo se lo tomó? – Pregunté, sin molestarme en ofenderme por el comentario sobre mi cobardía. Al fin y al cabo, era verdad.

-         Ah, bien. – Se encogió de hombros. – Mami siempre ha sido muy liberal con estos temas.

Maite regresó enfundada en unos pantalones muy cortos de deporte, y una camiseta de tirantes que resaltaba, aún más si cabe, sus enormes pechos. Desde luego, vio a su hija encaramada a mí, y posiblemente también vio mi mano sobre su muslo, muy cerca de esa zona que conocía tan bien, pero haciendo honor a la descripción que Ainoa acababa de hacerme de ella, no solo no hizo comentario alguno sobre la escena, sino que permitió que su hija recobrara una postura más adecuada para presentarse ante una madre sin cambiar un solo ápice su gesto tranquilo y sonriente. Yo, por mi parte, no pude evitar que la cara me pasara del blanco al rojo incandescente.

Por suerte para mí, que como os he dicho nunca he sido muy de salir, más por pereza que otra cosa, Maite era una mujer casera, y disfrutaba mucho más de preparar una buena comida ella misma que de salir a cenar a un restaurante ostentoso. Para mi sorpresa, cocinaba muy bien. También me sorprendió comprobar que ni siquiera se había molestado en fingir que no sabía lo nuestro. Nunca hacía comentarios al respecto, pero nos había preparado una habitación para ambos con una cama de matrimonio, y había dispuesto, a buen recaudo en el cajón de una de las mesitas de noche, dos cajas sin abrir de preservativos. Maite lo había dispuesto todo para que disfrutáramos de nuestras vacaciones de la única forma en que nosotros queríamos hacerlo, y durante los quince días que estuve allí con mi princesita, volví a descubrir lo tremendamente placentero que era hacer el amor con ella todas las noches.

O casi, porque también descubrí que había muchas cosas de la familia de Ainoa que no conocía. Resultó que Maite tenía un hermano, que también vivía en Londres, y este a su vez tenía una hija pequeña por la que mi hermanastra sentía autentica debilidad. Aunque, supongo que por deferencia hacia mí, Ainoa había decidido ocultar su llegada durante las dos semanas que yo iba a estar con ellas, al final no pudo resistirse a ir a visitar de sorpresa a la pequeña, y lo que me había prometido no sería más que una tarde de chicas, acabó transformándose en una noche de chicas y una llamada de teléfono a modo de disculpa. Obviamente no podía enfadarme, pero no pude evitar sentirme terriblemente incómodo ante la perspectiva de tener que pasar un rato a solas con Maite cuando volviera del trabajo. Aun así me dispuse a comportarme como un auténtico caballero. Aunque mis dotes para la cocina eran más que justas, aquella noche recibí a Maite con la mesa dispuesta para dos y una cena humilde pero bien ejecutada. Ella me correspondió con un abrazo, y como siempre subió a su habitación a cambiarse antes de bajar a comer. Di gracias de que el abrazo se hubiera producido a su llegada y no después de bajar nuevamente, porque si lo hubiera hecho enfundada en aquella misma camiseta ajustada de tirantes, y aquellos mismos pantalones cortos que se cernían a sus nalgas como un guante, no podría haber evitado una erección.

-         ¡Vamos a ver como esta esto! – Dijo alegremente. Lo que sí no pude evitar fue fijarme en su prominente escote cuando se agachó a oler el plato humeante. – De momento pinta bien.

-         Solo espero que no sufras una intoxicación. – Bromeé. – Nunca he conducido por la izquierda, y no creo que pudiera llevarte al hospital sin morir los dos en el intento.

La cena fue por los derroteros normales por los que puede ir una cena entre una suegra y la pareja de su hija. No hablamos de nada trascendente, ni de nada comprometido. No hubo insinuaciones incómodas sobre la relación, ni más alusiones a Ainoa de las estrictamente necesarias. La cena, de hecho, había sido tan agradable que incluso me había permitido bajar la guardia y relajarme. Me arrepentí profundamente de ello cuando, al enjuagar los platos para meterlos al lavavajillas, arremetió contra mí con la liberalidad que Ainoa me había advertido.

-         Bueno. – Dijo, agachada, mientras colocaba cuidadosamente los vasos. En aquella postura, el pantalón corto se tensaba en torno a su culo, dejando asomar levemente la redondez de sus nalgas por debajo. – Creo que voy a tener que reponer las provisiones que os dejé en el cajón.

-         ¿Cómo? – Pregunté, aunque la palabra pareció atragantárseme en la boca.

-         Pues que teniendo en cuenta lo que escucho todas las noches voy a tener que compraros más preservativos. – Me sonrió. – No creo que queráis hacerme abuela tan joven.

-         No, no Maite, Ainoa y yo…

La duda perforó mi cabeza como un relámpago. Las dos cajas de preservativos seguían aun sin tocar. Era absolutamente imposible, o cuanto menos muy improbable, que una madre que tenía una relación tan estrecha con su hija, como la que tenían Maite y Ainoa, no supiera que ella tomaba pastillas anticonceptivas. Había supuesto que los preservativos habían sido una simple cortesía, un por si acaso, pero aquello había conseguido desconcertarme por completo. No sabía que decir.

-         ¡Venga ya! – Me cortó ella. – Por Dios, si no fuera porque tienes casi veinte años serías hasta adorable. No me tomes por tonta, ¿Necesitáis mas preservativos, o no?

-         No. – Respondí, más incómodo de lo que me había sentido nunca. – No, no. Ainoa toma la píldora.

-         Es una chica inteligente. – Y con un susurro cómplice, añadió. – Así es mucho mejor. Y más cómodo, donde va a parar… A veces me dais un poquito de envidia ¿Sabes?

-         ¿Por qué? – Pregunté, más por compromiso que por sincero interés.

-         Pues porque soy vieja, Javi. – Rio ella. Estiró el brazo y se dio una palmada en las nalgas. – Ya hace mucho que este cuerpo dejó de atraer a los hombres.

-         No, hombre, no. Para tu edad te conservas estupendamente. – Maite soltó una carcajada, y terminó de cerrar la puerta del lavavajillas con un golpe de caderas.

-         Ay, Javi… Creo que eres mucho mejor en la cama que consolando ancianitas. – Me dijo, guiñándome un ojo. – Menos mal que a la que tienes que seducir es a Ainoa, y no a mí.

Desde luego, no sé lo que había podido llegar a oír Maite los días anteriores, pero aquella noche yo la escuché a la perfección. Oí nítidamente el ronroneo del vibrador, y como sus gemidos se tornaban poco a poco en unos nada disimulados gritos de placer. Noté, avergonzado, como me llevaba mi propia mano a mi miembro completamente duro, y sintiéndome culpable me obligué a alejar la imagen de Maite masturbándose de mi cabeza. Al día siguiente, fingí dormir hasta que se fue a trabajar, y aunque Ainoa regresó a casa dispuesta a compensar la noche anterior, me vi incapaz de hacerlo. La tarde transcurrió tranquila, y a la hora de la cena Maite actuó con total naturalidad, comentando la cena del día anterior preparada por mí, y peguntando a su hija por la noche de chicas con su prima pequeña. Como si fuera una especie broma cruel por su parte, Ainoa estuvo especialmente activa durante el sexo aquella noche, y muy a mi pesar, gimiendo no solo más, sino más alto de lo normal. Como solíamos hacer en nuestras sesiones de coche, al acabar se tumbó encima de mi pecho y me preguntó qué tal había ido el día, o en ese caso, el día anterior con su madre.

Siempre he sido una persona a la que le cuesta mucho mentir a las personas que quiere, por mucho que la verdad pueda hacer más mal que bien, como suele ocurrir en muchas ocasiones. Así que lo solté todo. La conversación sobre los preservativos, la palmada en el culo, la masturbación posterior… Todo.

-         Hay que ver con mamá – Rio Ainoa, para mi sorpresa. Tomó mi pene entre sus manos, como le gustaba hacer, y añadió. – Y no te pusiste un poco… - Yo aparté la mirada, avergonzado. Ainoa me pego un golpecito en el hombro, entre más risas. - ¡Eres un guarro! Con mi madre, Javi… ¿No te da vergüenza?

-         ¡Claro que me da vergüenza! – Protesté yo. – Lo siento, de verdad. Pero fue un acto reflejo, en ningún momento pensé en hacer nada, te lo juro.

-         Eso espero. – Dijo Ainoa, sin poder parar de reír. – No estaría bien que te tiraras a mi madre sin mi permiso.

-         Me refería a masturbarme yo también. – Respondí, sin dar crédito a sus palabras. – Joder, Ainoa. ¿Estas tarada? No me está haciendo gracia.

Aina se sentó encima de mi estómago, y me miró, muy seria. Toda aquella situación era una completa locura. Que mi hermanastra fuera a la vez mi novia era una cosa, pero que mi novia de repente fantaseara con la idea de que me acostase con su madre era ir demasiado lejos.

-         No te está haciendo gracia, porque no es una broma. – Me dijo. – Mi madre es una mujer super guapa. Me extrañaría mucho si no te hubieras fijado.

-         Ya, joder, pero de ahí a que me digas que me la tire, hay un puto trecho.

-         No te he dicho que te la tires, Javi. Estas un poquito espeso últimamente. – Dijo, igual de seria que antes. – Digo que si quisieras hacerlo con ella, y me lo dijeras, a lo mejor no lo vería mal.

-         Estas loca. – Sentencié. Hice ademán de empujarla de encima de mí, aquello me estaba haciendo pasar de la incomodidad a la angustia. – Entonces, si tu quisieras hacerlo con otro tío mientras estás conmigo, ¿Yo también tendría que verlo bien?

-         No. – Apuntó ella. – No estas entendiendo nada, tonti. Si tu quisieras que yo lo hiciera con otro chico, y yo también ¿Qué problema habría?

-         Pues que yo no quiero que lo hagas con otro tío. – Protesté.

-         No, a mí tampoco me hace mucha ilusión, la verdad. – Resoplé aliviado, creyendo que por fin la conversación había retomado el hilo de la cordura, pero entonces Ainoa volvió a la carga, implacable. – Pero con otra chica… Pues oye. Eso sí, yo también participaría, no vas a disfrutar tú solo.

-         Madre mía… ¿Cómo un trío, dices?

-         Pero sin el cómo, tontito. – Rio Ainoa. – Aunque claro, con mi madre no sé si me atrevería. Ahí tendrías que hacerlo tú, y yo como mucho mirar.

-         Eres una pervertida. – Dije yo, aunque en el fondo no podía negar lo excitante que resultaba la idea. Aunque no podía ser más que eso, una fantasía. – Además, no quiero hacerlo con tu madre.

Nunca he sabido si lo que pasó a continuación estaba o no preparado. La complicidad entre Maite y Ainoa daba pie a pensar que sí, pero a veces simplemente los astros se alinean. Eso fue lo que me obligué a pensar en aquel momento. En el silencio casi sepulcral que reinaba en la casa, volví a oír la misma sucesión de sonidos. Primero un ronroneo suave de objeto mecánico, y después, unos gemidos apenas contenidos. Mi pene reaccionó al instante, delatando la mentira que yo mismo me había conseguido creer. Se irguió en todo su esplendor, y chocó contra las nalgas desnudas de Ainoa. Ella se estiró, buscó mi boca con la suya, y mordisqueó mi labio inferior. Después, me susurró al oído.

-         Eres un mentiroso… - Repitió el mordisco en mi lóbulo, haciéndome estremecer. – Ven.

Se incorporó de un salto, y me arrastró fuera de la cama, ambos completamente desnudos. Recorrió de puntillas la habitación, y los apenas tres o cuatro pasos que separaban nuestra habitación de la de Maite. Pegó la oreja a la puerta, y ahogó una risita tapándose la boca con la mano. Era imposible que Maite no la hubiera oído, aun así, los gemidos no cesaron, muy por el contrario, se intensificaron un poco. Ainoa tiró de mí, obligándome a pegarme también a la puerta. La mano que un momento antes había visto acariciando su clítoris se cerró en torno a mi pene, y comenzó un masaje suave pero firme. Acaricié sus nalgas con la yema de los dedos, y deslicé uno hasta su ano e inicié un roce leve, despacio, como habíamos probado alguna vez, y sabía que le gustaba. Su culo se me escurrió de entre las manos cuando inició el descenso, recorriendo mi abdomen con sus labios, y con la experiencia de un año de práctica, envolvió mi pene con su boca. Agaché la cabeza, ahora Ainoa siempre me miraba con aquellos preciosos ojos azules mientras lo hacía. Eso me volvía loco. Había perfeccionado la técnica de aquella primera vez hasta límites insospechados. Jugaba con su lengua alrededor de mi glande, recorría el tronco de mi miembro hasta llegar a los testículos, y también los cubría con la humedad de su boca. Combinaba el juego de la lengua con penetraciones tan profundas que me permitían alcanzar el fondo de su garganta, y de alguna forma, siempre sabía cuándo parar para que el placer no acabara demasiado pronto. Aquella vez también lo hizo. Trazó el camino de vuelta a través de mi vientre y posó su boca en la mía, pero sin permitir que nos fundiéramos en un beso. Volvió a aferrar mi pene con la mano, y alzándose sobre las puntas de sus pies, hizo que la punta de mi miembro rozara con los labios de su vagina. Sentí el toque de su clítoris contra mi glande, y sin poder aguantar más inicié un movimiento de caderas, buscando la penetración. La idea de follar con Ainoa allí, con los gemidos de su madre, que ya se habían tornado en gritos ahogados, había pasado de aterrarme a excitarme más de lo que podía imaginar. Pero mi hermanastra tenía otros planes.

-         No me falles ahora, Javi. – Me dijo, aumentando la fuerza del roce se mi pene contra su vulva.

-         Ainoa, ¿Qué vas a…? – Pregunté, alarmado.

Pero cuando quise reaccionar, ella ya había golpeado con los nudillos en la puerta de la habitación. Yo la miré, con una expresión de terror absoluto. Ainoa permitió que mi glande penetrara en su interior, húmedo y caliente por un breve instante emitiendo un gemido de placer casi tan audible como los de su madre, y después se separó de mí. Se encaramó a mi cuello y acercó su boca a mi oído. El ronroneo del vibrador había cesado al otro lado de la puerta. Fue entonces cuando comprendí la segunda parte del plan de Ainoa.

-         No me seas cagazas, hermanito. – Me dijo, y el calor de su aliento al prorrumpir en una risita apagada me bajó por el cuello como un torrente. De alguna manera, aquello parecía hacerle mucha gracia.

Ainoa me empujó hacia atrás con suavidad, lo suficiente como para pillarme desprevenido y desequilibrarme. Se escabulló con agilidad dentro de nuestra habitación, y cerró la puerta. Corrí detrás de ella y me aferré al pomo con ambas manos, pero no giró. El que sí giró fue el de la puerta de enfrente. Maite salió de su interior, apenas iluminado por la lámpara de la mesilla, y me observó en toda mi desnudez, con el pene duro como una roca y húmedo de la saliva y los fluidos de su propia hija. Los pezones se marcaban a través de la fina tela de la bata de seda, un poco más caídos que cuando los sujetaba el sostén, pero todavía firmes, donde tenían que estar. En apenas dos pasos recorrió la distancia que nos separaba y se plantó delante de mí. Contuve la respiración, con el corazón queriendo escapar de mi pecho. Maite posó cuidadosamente la yema de los dedos sobre mis hombros, y se alzó para alcanzar mi oído. Al hacerlo, noté como mi pene chocaba contra su vientre, dejando un rastro húmedo en la fina tela.

-         Javi… - Susurró, aspirando el aroma tenue del perfume de su hija sobre mi cuello. - ¿Esto es cosa de Ainoa?

-         Si. – Dije en mi cabeza, aunque lo que salió por mi boca fue poco más que un suspiro.

Maite asintió, con una sonrisa. Dejó que la seda de la bata se escurriera por su cuerpo, y tomándome de la mano me condujo hasta su habitación. Con la luz de la lámpara, pude admirar su cuerpo en todo su esplendor. Los pechos enormes, con pezones grandes y oscuros, totalmente erectos. El vello de su pubis, igual que el de Ainoa, rubio y perfectamente recortado, pero más abundante. Su vientre, ligeramente arrugado, pero deliciosamente firme. Tiró el vibrador al suelo de un manotazo, y me empujó encima de la cama. Después se giró, y entornó la puerta, dejando la una abertura perfecta para lo que ambos sabíamos. Se subió a la cama, y gateó hasta donde me encontraba yo. En aquella postura felina, dio un giro completo hasta situar su sexo a la altura de mi cara. Fue ella la primera en actuar. Descendió hasta envolver la totalidad de mi pene con la humedad de su boca, y comenzó a subir y bajar por ella, suavemente, con la habilidad adquirida con el paso de los años, pero sin la pasión y la destreza que tenía su hija. Ainoa. La imagen de mi hermanastra, de mi novia, me vino a la cabeza. Estiré el cuello para buscar su cara asomada a través de la puerta. Buscaba desesperadamente una mirada cómplice que me animara a seguir con aquella locura, pero Maite empujó las caderas hacia atrás, insistente, cortándome toda línea de visión. No me falles ahora, Javi. Había dicho. Auné fuerzas, y no le fallé. Si eso era lo que quería, sería eso lo que le daría. Hundí mi cara entre los muslos de Maite, y me deleité con el sabor de su vagina, húmeda, caliente, más apretada de lo que cabría imaginar. Noté el roce de sus vellos contra mis labios, y no pude evitar estremecerme de placer. El ritmo de su boca sobre mi pene aumentó, y yo correspondí. Rebusqué entre los labios carnosos y prominentes de su vagina con la punta de la lengua, y encontré lo que buscaba. Lamí su clítoris con insistencia, trazando círculos, repasando con la parte más áspera, volviendo atrás cada pocos segundos para hundirla en su interior. Noté un nuevo estremecimiento, y un manantial de semen brotando de mi pene. Maite se sobresaltó, pero no permitió que una sola gota se derramara sobre la cama. No me falles. No iba a hacerlo. Aumenté la intensidad sobre el sexo de la madre de Ainoa. La tomé de las caderas, y Maite comenzó un ligero vaivén ayudándome a cumplir mi trabajo, y finalmente lo conseguí. Un manantial de efluvios femeninos, en parte nuevos, en parte conocidos, se precipitaron dentro de mi boca. Maite se dejó caer sobre mí, extasiada, y por fin tuve vía libre para ver que se escondía detrás de la puerta, si es que se escondía algo.

Había algo, pero desde luego no se escondía. La puerta estaba abierta de par en par, y allí, de pie con la tez blanca de sus muslos completamente humedecida, Ainoa se masturbaba con los ojos fijos en nosotros, y una mirada de placer absoluto. Maite se giró, y se sentó sobre mis piernas, y comenzó un masaje suave sobre mi pene. Tardó unos minutos en volver a erguirse, tantos, que por un momento temí que sería incapaz de rematar la faena. Sabía que me dolería el glande cuando todo acabara, pero me daba igual, en aquel momento solo quería alcanzar el fondo de Maite con él. Su fondo húmedo y caliente. Y ella lo hizo de golpe. Se sentó encima de mí, y dejó que penetrara en ella deslizándose sobre mi miembro cuan largo era. Ainoa rodeó la cama, y se dejó caer a mi lado, buscó mi cara, y me besó. Maite comenzó a subir y bajar por mi miembro nuevamente. Sentí como la presencia de Ainoa a nuestro lado hacía que creciera en el interior de su madre los pocos centímetros que le quedaban. Maite también lo sintió, y dejó escapar un gemido. Estiré la mano para alcanzar el sexo de Ainoa, pero su madre me lo impidió con la suya propia. Tomó mi otra mano, y la dirigió hacia sus pechos, grandes y blandos. Con la que había cogido en primer lugar, hizo lo propio hacia los pechos de Ainoa, pequeños, más duros y firmes, pero igual de deliciosos. Ella misma se adjudicó el trabajo de darle placer a su hija. Mientras sus dedos de uñas largas frotaban con insistencia el clítoris de mi princesita, aumentó el ritmo de sus sacudidas, deslizándose hacia adelante y hacia atrás primero, y subiendo y bajando sobre mi pene después. Los tres orgasmos llegaron casi a la vez. Primero, el de Ainoa, que impregnó las sábanas con sus dulces fluidos adolescentes que tantas veces había degustado. La siguió Maite, y noté como su placer se escurría entre mis piernas. Mi semen llegó mucho menos abundante y espeso que la primera vez, pero llegó, y fue suficiente para llenar el interior de Maite y hacerla estremecer.

Más adelante sería incapaz de recordar como regresé a mi habitación con Ainoa, y me dormí con ella entre mis brazos, pero sí sé que al acabar, cuando recuperamos el aliento, ninguno dijo nada, de la misma forma que ninguno había dicho nada durante el sexo. Todos, incluso yo, actuamos con una normalidad apabullante a la mañana siguiente. Maite besó a Ainoa en la mejilla cuando entramos en la cocina, donde el café recién hecho humeaba en su taza, y a mí me saludó con la sonrisa y el Buenos días, Javi de siempre. Durante los días siguientes, en los que el sexo con Ainoa fue el mejor que recuerdo hasta ahora, incluso llegué a pensar que todo había sido un sueño producto de mi mente enferma y perturbada, pero desde luego un sueño que me habría gustado repetir. Al menos así fue hasta que en mi última noche antes de regresar a España, Ainoa me habló, tumbada encima de mi pecho después de hacer el amor, como a ella le gustaba. Aun así, su voz sonaba temblorosa, dubitativa. Casi con un deje de miedo.

-         Javi. – Le acaricié la espalda con la yema de los dedos, a modo de asentimiento. - ¿Crees que lo que hice el otro día estuvo mal?

-         Lo que hicimos . – Dije, ofreciéndome a compartir la culpa, que extrañamente no sentía.

-         No, lo que hice. – Insistió. – Es mi madre, no la tuya.

-         Bueno. – La besé en la frente, y mi caricia se tornó en abrazo. – Digamos que fue poco usual. Pero no tiene por qué ser algo malo. No hicimos daño a nadie, todo el mundo estaba de acuerdo… No veo que haya nada que esté mal.

-         Eso pienso yo. – Suspiró Ainoa. – Creo… que es como lo que tenemos nosotros, solo que subiendo un escalón más. Al menos yo. – Apenas alcancé a responder un aja somnoliento. – Puede que cuando vuelva a España tú también quieras hacerlo. - Comprendí lo que Ainoa me estaba diciendo mientras me quedaba dormido.

Cuando llegué a Madrid, me sorprendió comprobar que era mi madre y no Carlos quien había ido a recogerme al aeropuerto. Solo habían sido quince días, pero aun así me abrazó como si hubieran pasado quince años. Lo pensé por un instante, nunca había estado tanto tiempo fuera de casa, y exceptuando las vacaciones por la Bretaña francesa que ella y Carlos habían hecho el año pasado, nunca habíamos estado tanto tiempo separados. También me dio tiempo a pensar en lo que había pasado en Inglaterra mientras mi madre se separaba finalmente de mí. Puede que Maite se hubiera unido a la partida de manera ocasional, pero aquel seguía siendo nuestro juego. Siempre lo había sido, y siempre lo sería, por muchos invitados que pudiera llegar a haber. Mi princesita había hecho algo por mí, había subido un peldaño más, y había sido maravilloso. La pregunta que acudió a mi cabeza, al tiempo que los labios húmedos de mi madre se posaban por última vez sobre mi mejilla, era si yo también estaría dispuesto a hacer lo mismo.


Sin querer resultar pesado, aprovecho una vez más para agradeceros a todos los que leísteis la primera entrega de esta humilde serie de relatos, y sobre todo a aquellos que gastasteis un poco de vuestro tiempo en dejar un comentario agradable de apoyo. Realmente me habéis animado a rascar unas horitas de donde no las hay (no pretendo resultar un llorón, organizar trabajo, estudio y tiempo libre es cosa mía) para continuar con esta vertiente de mi gran hobby, que es la escritura. Solo espero no haberos decepcionado, y que hayáis podido disfrutar de este tanto como del anterior, o con un poco de suerte, incluso más. Un gran saludo, y de nuevo, muchas gracias. Cuidaos.