La vida de casada de Valérie Dupont (VIII)

La serie continúa. Un relato de dominación ambientado en la Francia de los Luises.

Monsieur Latour se escondía tras una notable pila de papeles, absorto en sus negocios, en el silencioso refugio que era su biblioteca. En la misma habitación, a una distancia prudente, una sonrojada Valérie leía con avidez las páginas de un sórdido manual de amor, sintiendo un intenso cosquilleo entre sus piernas que juntaba con fuerza, tratando de aliviarlo.

La joven mordía sus labios mientras el calor ascendía desde su entrepierna y erizaba sus pezones rosados. Para una recién casada en apenas su primera quincena de matrimonio, aquellas emociones eran desbordantes. Su recién descubierta sexualidad ocupaba la mayor parte de sus pensamientos cada vez más libidinosos. Miró de reojo a su marido, completamente enfocado en su tarea, si no fuera por sus estrictas órdenes de no molestarle, ya se habría abalanzado sobre él.

Súbitamente, unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Leroy, visiblemente molesto, levantó la vista de sus quehaceres.

- Adelante. - Masculló secamente. Madame Dupont no tardó en atravesar el umbral.

- No he parado de buscar la capilla en toda la mañana. Esta casa es un laberinto insoportable . - Declaró la voz chillona de su suegra.

- Madame Dupont, lamentable no dispongo de una capilla en la propiedad. No obstante confío en que encontréis en las habitaciones que he he puesto a vuestra disposición la comodidad y privacidad que necesitáis para atender vuestros deberes espirituales.

La mujer frunció el ceño. - Eso era antes, ahora estáis casado con una mujer decente y cristiana. Tendremos que hablar de la construcción. El padre Bouvier está dispuesto a venir una vez a la semana para ofreceros la Santa Misa.

- Gracias por vuestra preocupación, Madame, pero mi decente esposa y yo estamos bien así. - Leroy se levantó y escoltó a su suegra hasta la puerta. - Os veré en la cena.

Madame Dupont le miró airada. - Esto no va a quedar así. ¿Dónde está mi hija?

Valerie se levantó en un salto, dispuesta a alejar a su molesta madre a toda prisa del lugar. - ¡Estoy aquí madre! - Madame Dupont se giró y la miró de arriba a abajo. - ¿Qué hacéis aquí? Este no es lugar para una dama bien nacida... - La mujer fijo la vista en el libro y se acercó a tomarlo. - "El Jardín Perfumado." - Murmuró, abrió una de sus páginas al azar y se encontró con un detallado texto erótico que hizo estallar su ira. Se volvió contra Valérie y le propinó un sonoro bofetón.

Leroy no pudo resistir más sus modales y agarró a su suegra por la muñeca con fuerza, casi arrastrándola hasta la puerta. - ¡NO VOLVÁIS A ATREVEROS A TOCAR A MI ESPOSA! - Rugió, a punto de perder el control.

- ¡Leroy! ¡Leroy! ¡Ces't bien! ¡Dejadlo por favor! - Le rogó su joven esposa, tratando de contenerle.

Monsieur Latour respiró apretando los dientes. - No os expulso de inmediato porque sois la madre de mi esposa, pero volved a tocarla y veréis de lo que soy capaz. - Sentenció antes de prácticamente arrojarla fuera de la habitación.

- Lo siento . - Se apresuró a decir Valérie. - No debi estar aquí, no deseo interrumpir vuestros deberes. - Se disculpó.

- Val, no es culpa vuestra, disfruto de una vista maravilosa en vuestra presencia... ¿Estáis bien? - Inquirió, sosteniéndola contra su pecho. La joven asintió.

Leroy acarició su rostro y se acercó a su oído. - Escúchad... ¿Por qué no vais a vuestra alcoba? Hay algo que deseo enseñaros . - Llevó las manos a los turgentes pechos de la joven y los amasó por encima del vestido. - Q uiero que me esperéis arrodillada frente al sillón, y encargaos de que esos pechos estén a la vista, pero conservad el resto de vuestra ropa. - Ordenó. Valérie sintió su recién estrenado coño estremecerse.

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Leroy entró en el aposento donde su obediente esposa le esperaba tal y como había ordenado. Se sentó frente a ella, sin tocarla, admirando esos perfectos pechos llenos, blancos, esos pezones rosas y puntiagudos que se le ofrecían, junto a la bonita cara de su esposa que le miraba con anticipación, mostrando su boca involuntariamente entreabierta. Leroy se echó hacia adelante y liberó su miembro.

- Acercaos . - Ordenó. Cuando la muchacha estuvo lo bastante cerca, Leroy comenzó a restregar su polla enhiesta por los desafiantes pechos de la joven. Tomó ambas tetas por los lados, juntándolas. - ¿Veis esto Val? Repetidlo.

La muchacha obedeció con visible excitación. Leroy se relamía ante la visión y sin más dilación colocó su duro falo entre los pechos de la joven. Colocó sus manos sobre las de ella y le enseñó cómo podía satisfacerle. Cuando ella tomo el ritmo, Leroy se recostó, disfrutando la experiencia.

- ¿Os complazco? - Preguntó Valérie, afanándose en su tarea, que ejecutaba con ganas aunque con cierta torpeza.

- Aprenderéis a hacerlo pequeña... - Suspiró. - Cuanto más mojigata es vuestra madre más deseo haceros mía de las formas más obscenas... - Leroy enredó los dedos en el cabello de su mujer y empujó su cabeza hacia adelante. Ella instintivamente sacó la lengua para lamer la punta de su vigoroso miembro que emanaba un jugoso líquido transparente. Leroy empujó su cabeza, incrustando su polla hasta la garganta de la muchacha. Valérie luchaba contra las arcadas, con creciente nerviosismo al no poder respirar mientras Leroy, disfrutando el agobio de su esposa, empujaba aún más su cabeza, hasta que los labios de la muchacha encontraron la gruesa base de su hombría. Val trato en vano de zafarse, con visible falta de aire y ojos llorosos. Finalmente, Leroy la dejo respirar.

Valérie jadeaba, tratando de recuperar el aire mientras un hilo de saliva se desprendía de sus labios. - ¡Casi me ahogais! - Se quejó.

- No podría, apenas he empezado con vos. - Dijo divertido. - Y pensar que hace sólo unos días erais poco menos que la virgen María...

- ¿Y qué soy ahora?

- Hmmm... ¿Qué opináis vos, Val?

Valerie le miró con una expresión cautivadora. - La puta de mi esposo . - Dijo con convicción.

- ¿Estais segura de eso? Me parece una afirmación muy arriesgada para vuestras recién descubiertas habilidades. - Dijo, tentando la vanidad de la joven. - Para ser mi puta, tenéis que estar siempre dispuesta a satisfacerme... - Murmuró a su oído. - En todo momento... Cualquiera de mis deseos... Sin excusas, sin peros... ¿Podéis hacer eso, Valerie?

- Aprenderé a hacer lo que me pidáis. Deseo complaceros, deseo que no exista otra mujer que pueda satisfaceros como yo. Seré lo que dispongais, en cualquier momento. Tomadme, usadme como os venga en gana. - Suplicó. Se levantó y se deshizo del resto de su vestuario, ofreciéndole su bello cuerpo desnudo.

Leroy sonrió ante la entrega de su inexperta esposa. - Al suelo. Ahora. - Ordenó, viendo como su mujer obedecía. - Levantad ese culo, ofrecedmelo. - Le indicó.

Valerie se colocó a cuatro patas, su marido dio una vuelta a su alrededor, deleitándose en su hermoso cuerpo. Se arrodilló a su altura y tomó firmemente la cabeza de la joven, empujándola hacia abajo. - La cabeza en el suelo. - Murmuró, colocando un pie sobre ella, ejerciendo una ligera presión.

Val temblaba, sintiéndose a la vez humillada y entregada a su esposo. Leroy volvió a levantarse para colocarse está vez en la retaguardia de su esposa. La visión de aquel hermoso culo en forma de corazón, mostrándose ante él, aquellas nalgas blancas que mostraban la marca del mínimo roce, los deliciosos agujeros que su mujer le ofrecía. - Os voy a hacer daño, Val... - Advirtió, a la vez que acariciaba y estrujaba sus nalgas con ambas manos.

- Me volvéis loco... Deseo daros placer, deseo a la vez destrozaros... Decidme Val, ¿Estáis dispuesta a estar con un hombre que disfruta de vuestro dolor? ¿Que os lo infligirá sólo porque puede? - Mientras hablaba, dirigió su miembro, que a esas alturas no podía estar más duro al delicioso ano rosado de su esposa. Dio una sola brutal embestida, rápida, un golpe seco que hizo desaparecer su polla en el culo de la muchacha. Ella aulló, gritó y trató de zafarse, él la sujetó firmemente por las caderas y la trajo contra él, la pegó contra su pecho, obligándola a clavarse aún más en su miembro.

- Por favor... Salid de mi... Os lo ruego... - Suplicó la joven en un sururro, con lágrimas descendiendo de sus ojos. Leroy la abrazo, levantando su cuerpo para que su delicada espalda se alineara con el pecho sudoroso. Besó sus hombros, su cuello, su cabello, reconfortadola.

Valerie continuaba su sollozo, sentía que el culo le ardía, que se desgarraba. El dolor le resultaba insoportable, pero a la vez sintió cómo su marido la besaba, cómo él la deseaba. Un mar de pensamientos contradictorios la inundó. El dolor era intenso, sentía que la rompía, pero a la vez sentía que le estaba dando lo que deseaba, que estaba complaciendo a su esposo, a su dueño. - Perdonadme . - Susurró finalmente. - Haced conmigo lo que os satisfaga. - Dijo con voz quebrada por el llanto.

Leroy se retiró ligeramente, para volver a penetrarla. Ahora sus embestidas eran lentas, suaves pero igualmente profundas, aliviando su dolor. - Shhhhh... Ya está, Val... Estoy orgulloso de vos. - Con una de sus manos buscó el clítoris de su entregada esposa, masajeandolo con maestría mientras continuaba follandole el culo profundamente. Valerie temblaba a medida que el placer se apoderaba de ella y gemía, hasta que Leroy retiró su mano, impidiendo que se corriera.

- Venid conmigo a la cama. - Le pidió Leroy. El hombre se acostó boca arriba, con su palo enhiesto y brillante esperando a ser cabalgado. - Vamos Val, quiero ver vuestra carita... Montadme. - La joven subió a la cama y se colocó sobre su esposo, aún dolorida abierta de piernas. - ¿Qué agujero queréis, mi señor? - Le preguntó, a la vez que agarró el miembro y lo llevó a la entrada de su coño, encharcado, y después a la palpitante entrada de su culo aún abierto.

Leroy se incorporó lo suficiente para lamerle los pezones a la vez que agarraba uno de sus pechos con fuerza, dejando sus dedos marcados. La mano se deslizó por su vientre hasta la entrada de su húmedo coño, donde empezó a meter y sacar sus dedos.

- Este... - Susurró. - Tendré que preñaros o se preguntarán qué es lo que hago con vos . - Bromeó.

Valérie le dedicó una sonrisa lasciva y se dejó caer sobre su grueso miembro, sintiendo cómo la llenaba. Sus movimientos eran torpes, pues era la primera vez que cabalgaba a un hombre, la cadencia era irregular y brusca. Leroy parecía disfrutar con la inexperiencia de su jóven esposa, que a pesar de su poca habilidad se mostraba ansiosa por llenarse de su polla. Él la tomo por las caderas – Shhhh... Despacio... - Murmuró, guiando sus movimientos con sus fuertes manos, enseñándola a rozar su clítoris contra la parte baja de su torso cada vez que se movía. Val empezó a gemir a medida que el roce y la penetración se hacían más y más placenteros. Leroy la agarraba con fuerza, clavando sus dedos en su tersa carne, acompasándo sus movimientos para follarla más y más profundo. La joven se arqueo hacia adelante, apoyó las manos en su pecho utilizándolo para ayudarse a tomar impulso mientras lo cabalgaba cada vez más desesperada, más desbocada. Sus gemidos traspasaban las paredes de la robusta habitación. Leroy se deleitaba en la imágen de aquella monja convertida en una lasciva amazona. La visión de sus pechos botando, bamboleándose, le excitaba aún más. La totalidad de la estructura de la cama se movía con ellos, Valérie le arañaba el pecho mientras aullaba de placer, completamente fuera de si. Monsieur Latour agarró sus nalgas con fuerza para después buscar con sus dedos su entrada trasera.

La jóven esposa, sintiéndose llena por ambos flancos no tardó en dar rienda suelta a un escandaloso orgasmo. Leroy se contuvo, observando cómo su mujer se retorcía de placer mientras botaba sobre su polla enhiesta, con la espalda arqueada hacia atrás y gimiendo como loca. Apenas había terminado la escena cuando no pudo evitar vaciarse dentro de ella, que cayó rendida sobre su pecho acto seguido.

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Al otro lado de la pared, Madame Dupont se santiguaba escandalizada. Jamás habría podido imaginar que su dulce hija aullaría como una ramera mientras ejercía su deber conyugal. Sobre el resto de la conversación que había escuchado... No quería ni pensar. La sola idea de pensar en su obediente hija siendo sodomizada sin poner objección le causaba nauseas. Habría querido derrumbar la puerta y parar aquella herejía, pero estaba paralizada por la impresión.

¿A qué clase de hombre había entregado a su hija? Si esto llegaba a saberse, la reputación de la muchacha estaría arruinada y con ella la de su familia. ¿Y el padre Bouvier? ¿Estaría dispuesto a ayudarla o la repudiaría después de aquello?