La vida de casada de Valeriè Dupont (VII)
Una nueva entrega. Dominación ambientada en la Francia de los Luises.
El aroma de los manjares del desayuno inudaba el comedor del palacete Latour. Leroy, presidiendo la larga mesa, daba cuenta de la selecta pastelería cuando su esposa entró, tomando ceremoniosamente asiento en el otro extremo.
- Buenos días.
- Buenos días querida. ¿Por qué no guardáis vuestros exquisitos modales para el público y os sentáis conmigo? - Preguntó con una sonrisa.
Ella se sonrojó y acercándose tomó el asiento más cercano a él.
- Hmmm... Casi. - Comentó él secamente, fingiendo una mueca de disgusto.
- ¿Casi?
- He dicho conmigo. - Dijo echando su silla hacia atrás, indicándola con la mirada que se sentara sobre él.
- Sois insaciable... - Observó, sonriendo, sentándose sobre sus piernas.
- Dijo ella. - Anotó él, como un narrador, introduciendo una mano bajo las innumerables capas de su ostentoso vestido para acariciar sus piernas a la vez que con la otra le acercó un pastel a los labios. - Hay algo tremendamente excitante en veros comer...
Valeriè rió, mordiéndolo, su marido lamía su cuello al tiempo que hurgaba hábilmente entre sus faldas, buscando su entrepierna, frustrado por el volumen de aquel vestido.
- No quiero que uséis nada que pueda estorbarme bajo vuestra ropa. Quiero tener pleno acceso a vos en cualquier momento... Y si no obedecéis, tendré que desquitarme con vuestro hermoso trasero... ¿Entendido?
Val asintió mordiéndose el labio. - Despojadme entonces de lo que no os guste... No deseo equivocarme.
Leroy la levantó en vilo, depositándola en pie sobre el suelo y se agachó para meterse bajo sus faldas, despojándola de su ropa interior. Aprovechó la separación de sus piernas para colocar su cabeza entre ellas y recorrió su coño con la lengua, saboreando sus deliciosos fluidos. Valerié se aferró al borde de la mesa y dejó ir un leve gemido.
En aquel momento, la puerta se abrió y Alain, acostumbrado a la escandalosa actitud de su señor, guardó la compostura y carraspeó. Valeriè se giró avergonzada, casi pateándole sin quererlo y Leroy emergió de entre las faldas.
- Monsieur, Madame; Madame Dupont, su consejero espiritual y tres mozos con su equipaje están en el recibidor ¿deseáis que la haga pasar?
Valeriè palideció. Monsieur Latour la miró, ojiplático. - ¿ La habéis invitado?
- En absoluto. - Respondió sin comprender.
Leroy negó indrédulo con la cabeza.
- Hacedla pasar... - Masculló con desgana.
Tres minutos más tarde Madame Dupont irrumpió en la estancia, lanzándose a abrazar a su hija y explicándose con voz estridente.
- ¡Querida! Lamento no haber avisado, vuestro bendito padre, un hombre trabajador como ninguno, está fuera por negocios, y estoy tan sola que he decidido sorprenderos, os echo tanto de menos... ¿Ese vestido os parece apropiado para la mañana? Menos mal que he venido. Necesitareis una doncella nueva, no sé quién ha podido dejaros salir así. - Se dirigió ahora a Leroy. - Estaba deseando conoceros un poco mejor, y por supuesto ver vuestra casa, entenderéis que como madre, estoy sumamente preocupada por la situación de mi pequeña. He traído al padre Bouvier, espero que no os importe, es un buen hombre, nunca abandono mi hogar por más de unos días sin él. Los mozos están esperando vuestras ordenes para acomodar el equipaje, espero que dispongáis de varias habitaciones para invitados, estoy segura de que sí...
- ¿Nunca respiráis, Madame? - Preguntó Leroy, interrumpiendo su interminable discurso, provocando una carcajada contenida a su esposa.
- ¿Cómo decís, querido?
- Es igual, no nos entretengamos ahora. Si seguís a Alain os mostrará vuestras habitaciones. Acomodaos sin prisa y nos encontraremos mas tarde. - Dijo con una diligente sonrisa, señalando a Alain con la cabeza y acompañándolos a la puerta, que cerró tras de sí.
Tomó aire y lo soltó lentamente, mirando a su esposa.
- Lo lamento, jamás hubiera imaginado que hiciera algo así, al menos tan pronto... - Se disculpó la joven.
- Tres mozos con equipaje... ¿Tres? ¿En serio? - Se quejó, caminando de un lado a otro de la habitación. Se volvió hacia su esposa y la rodeó en sus brazos. - Tranquila, no es culpa vuestra. No contaba con visitas familiares.
- Podéis pedirle que se vaya...
- No, al menos no hasta que me desespere. No os preocupéis. Venid. - Dijo caminando hacia la puerta. Esquivó la escalera principal, temiendo encontrarse con su suegra curioseando y se dirigió hacia la zona reservada para el servicio, que contaba con una escalera que bajaba hasta el nivel subterráneo, donde se hallaba el almacén así como la bodega. - No creo que tengamos demasiado tiempo... Estaos quieta...
Leroy se acercó a ella por detrás y comenzó a soltar las cuerdas del vestido, siguió con el armazón que le daba forma y el corsé, deleitándose en cada pieza que descartaba y provocando en ella escalofríos cada vez que rozaba su piel. - No os mováis de ahí. - Le ordenó, y se separó de ella para rebuscar entre los estantes hasta que encontró lo que deseaba. - Dadme las manos.
Val tendió sus manos hacia el, excitada, y en la penumbra notó la tosca textura de una cuerda atando fuertemente sus muñecas. Él la llevó hasta pegar su espalda contra la pared y le hizo levantar los brazos, enganchando la atadura a un gancho para mercancías.
- No penséis que siempre os lo daré tan rápido... Tengo grandes ideas para vos y este gancho... - Susurró en su oído a la vez que desátaba sus pantalones. Agarró a Valerié con fuerza, levantando sus piernas hasta colocarlas sobre sus hombros.
- Qué complicada decisión... - Murmuró, haciéndola esperar.
La imposibilidad de moverse excitaba sobremanera a la joven, que respiraba agitada, esperando lo siguiente. - ¿Qué decisión?
Leroy mordió su cuello, marcando sus dientes. - Es difícil teneros tan inmóvil y expuesta y tener que elegir qué agujero voy a follaros... - Contestó provocando que su ya mojado coño se deshiciera en fluidos.
- ¿Por qué elegir? - Dijo ella.
Leroy agarró su cuello con una mano, apretando firmemente a la vez que la sujetaba del trasero con la otra. El empapado coño engulló su miembro de un golpe como si fuera mantequilla. - Ahh... Repetid eso... - Pidió comenzando a follarla.
Ella gimió, disfrutando cada una de las embestidas que la llenaban.
- ¿Por... qué... elegir...? - Repitió, respirando con dificultad por la postura. - Os pertenezco...
- Por Dios, Valeriè... Sois la mejor puta que se pueda pedir... - Soltó su cuello para, sosteniéndola por el trasero, embestirla con más fuerza, hasta no dejar un solo milímetro de su polla fuera de ella. El sonido acuoso de los golpes le volvía loco y le obligaba a follarla con toda la potencia que su cuerpo permitía. El eco de sus gemidos de placer envolvía la habitación, confiriéndole un ambiente de lujuria desatada.
- Os quiero en mi culo... Ahora... Folladmelo... - Le rogó entre gemidos.
Aquella frase terminó, si acaso era necesario, con todo el recato que pudiera quedarle.
- Esto os va a doler... - La previno, colocando le resbaladiza polla en su entrada trasera para clavársela de un golpe, provocándole un aullido.
- ¡Aaaaaah! - El grito resonó en toda la habitación, la estocada la hizo retorcerse y tirar de sus ataduras.
- ¿Queréis que pare? - Preguntó deteniéndose, sin salir completamente de ella.
- No... No paréis, disfrutadme...
Sin hacérselo repetir dos veces, volvió a enterrar toda su extensión en ella, volvía a salir casi del todo para de nuevo penetrarla de un embite, hasta que inevitablemente aquella cadencia condujo a una follada desenfrenada. Valeriè gritaba y gemía, cada vez más alto e incluso de atrevía a pedirle más. El dolor no era nada comparado con el placer de satisfacerle, de ser usada, de tener el culo lleno por tan contundente instrumento.
Cuando sintió la descarga de su esposo en sus entrañas, un obsceno escalofrío recorrió su espalda. Al ponerla de nuevo de pie se deleitó al sentir su simiente saliendo de su recién follado agujero y resbalando por sus piernas. Leroy la liberó de sus ataduras cuidadosamente y la besó con ansia antes de ayudarla a vestirse.
- Leroy... He entendido lo que dijisteis en nuestra noche de bodas... - Le confesó, antes de salir.
- ¿El qué? ¿Que sois una maravillosa yegua que montar a todas horas? - Prejuntó divertido.
- ¡Siempre os estáis riendo de mi! No... Hablo en serio. Algo que dijisteis justo antes de tomarme por primera vez...
- ¿Y qué dije?
- Que me dolería, y que era importante que así fuera. Que llegaría un momento en el que lo desearía, que desearía que fuera como aquella vez... Lo he entendido... Y no es que desee el dolor... Deseo complaceros a cualquier precio...
Leroy volvió a besarla, estrechándola entre sus brazos.
- Sois mía. No dejareis de serlo. - Sentenció sin soltarla.
- Soy vuestra... Completamente. Y no deseo servir a otra voluntad que la vuestra.
Leroy esbozó una sonrisa. - Que no se os suba a la cabeza... Pero sois la mejor elección que he hecho...
Continuará. Se agradecen vuestras valoraciones y comentarios.