La vida de casada de Valeriè Dupont (V)
La historia continúa. Relato de dominación ambientado en la Francia de los Luises.
Aquella noche Leroy no pudo conciliar el sueño. Al principio debido a la ira que le recorría y mas tarde por efecto del tormento; es cierto que era un hombre sumamente impaciente y muy dominante, pero nunca antes había sido tan brutal ni tan cruel. Meditó sobre Valeriè. Él mismo la había escogido, sabedor de su belleza y su afabilidad, y hábilmente había movido los hilos necesarios hasta que su propio padre se la había ofrecido. ¿Por qué aquella mujercita, con dejes de monja de la caridad, le irritaba tanto?
En el mismo momento en que despuntó el alba, abandonó sus aposentos y acudió a la biblioteca, donde se sirvió una copa de ron mientras se entregaba a sus pensamientos. Deseaba a esa chiquilla, quería someterla y poseerla en su más amplio sentido, ser el dueño de su voluntad, sin embargo estaba muy lejos de su objetivo. Su culpabilidad se mezclaba con su excitación al recordar el voluptuoso cuerpo de su esposa retorciéndose, resistiéndose a sus embites, poseyendo sin embargo ese coño estrecho y siempre mojado, la cadencia de los, sin excederse, generosos pechos que moría por morder, apretar y marcar, la inigualable presión que ejercía en su polla el angostisimo culo que había tomado por la fuerza la noche anterior...
El miembro le apretaba en los pantalones, enhiesto como un mástil. Accionó la campanilla que conectaba cada estancia con la zona del servicio y sin tardar, el mayordomo se personó allí.
- ¿En qué puedo atenderos, Monsieur?
- Alain, quiero que asignéis a algún otro miembro del servicio para que se encargue de atender personalmente a la señora. Y enviadme a Madeleine, sin tardar.
El mayordomo asintió. - Como ordenéis.
Leroy tomó papel y pluma y comenzó a redactar una carta, para cuando Madeleine llegó, estaba siendo lacrada. Levantó la vista de su escritorio para mirar a la adolescente lascivamente.
Ella comenzó a desvestirse a la vez que se acercaba, pero el hombre la detuvo, colocando las manos sobre sus hombros. - Hoy no... Solo arrodillaos. - Ordenó. La obediente Madeleine, experimentada en aquellas artes, lo hizo y con rapidez liberó su duro mástil de su prision. Desde su posición le miró, tentándole, para después hacer desaparecer la polla en su boca con maestría. Leroy apenas miró, tomó su cabeza con ambas manos, enredando sus dedos en el cabello negro de la muchacha y fríamente, folló aquella boquita sin descanso ni cuidado hasta llenar la garganta de la criada de su semen caliente. Madeleine tomo aire profundamente en cuanto tuvo oportunidad, tosiendo, con ojos llorosos y atragantada. Leroy colocó sus ropas y extendió la carta a Madeleine, así como una bolsa con dinero.
- Esto son sesenta francos, es una buena suma y os servirá para tener unos ahorros y para permanecer callada.Esta es una carta de recomendación de mi puño y letra, encontrareis trabajo donde deseéis. Marchaos antes de que termine el día, y no os acerquéis a mi esposa. - Enumeró al tiempo que se acercaba a la puerta - Cerrad al salir.
Turbado, subió las escaleras y atravesó el corredor hasta la cámara de su esposa. Golpeó la puerta con los nudillos sin obtener respuesta. Aguardó unos instantes y lo hizo de nuevo.
-¿Valeriè?
Silencio.
- Abrid la puerta. - Ordenó suave pero firmemente, de nuevo sin éxito. Giró el pomo, abierto para su sorpresa. Sobre la cama, Valerié yacía de espaldas a la puerta, acurrucada entre las mantas. Leroy cerró tras de sí y se sentó en el lecho. Ella, sin mirarle, se echó boca abajo, apartó la ropa de cama y separó las piernas, resignada a que la utilizara de nuevo. Ese gesto descolocó por completo a Leroy, quien la cubrió de nuevo.
- No... - Susurró con calma. - ¿Podéis volveros hacia mi?
Ella se giró, sin mirarle a la cara, sus ojos se veían hinchados por el llanto y su gesto evidenciaba su cansancio. Él acarició su rostro con cierta delicadeza, hizo amago de hablar pero no articuló ningún sonido, se echó junto a ella y la rodeó con sus brazos, permaneciendo unos minutos en silencio.
- Val... Yo... Lamento lo que os hice.
Su esposa le miró y asintió, sin atreverse a decir nada.
- Debéis estar dolorida. Dejadme que cuide de vos. - Leroy la tomó en brazos, cubierta con las sabanas, ella emitió un leve quejido como reacción. La sacó de allí y se dirigió a su chambre de bain, una sala poco usual para la época, solo disponible para las familias más acaudaladas donde un grifo alimentaba una gran bañera a través de depósitos de agua previamente instalados a tal fin. El hombre dejó correr el agua y prendió la pequeña chimenea de la estancia, una vez llena la bañera, perfumó el agua con ricos aceites y tomándo de nuevo a la joven la introdujo cuidadosamente en ella, tomando asiento a su lado.
- Gracias... - Murmuró finalmente ella.
Leroy acarició su cabello. La parte inferior del mismo flotaba en el agua y a través de la misma podía deleitarse en la vista de su incitante cuerpo, del que le costaba mantenerse lejos. Sin hacer movimientos bruscos comenzó a desnudarse, la joven, que estaba mas relajada volvió a tensarse, mirándole con terror.
- Shhhhh... No voy a haceros daño. - La calmó, metiendose en la bañera a su espalda y estrechando el cuerpo de la joven contra su torso, cuidando no hacerle daño. Ella dió un respingo al sentir su erección contra su espalda, pero no opuso resistencia.
- ¿Me permitís preguntaros algo? - Osó decir.
- Hablad sin miedo.
- ¿Será siempre así?
Leroy suspiró. - Val... No podéis entenderme. Os deseo, no de una forma común, es complejo, deseo poseeros al completo, quiero que seáis mi esposa, que seáis mi puta, y que no haya diferencia, quiero ser dueño de vuestro cuerpo y de vuestra voluntad, pero... No quiero volver a tomaros sin ella.
- No sé si puedo ser lo que esperáis. No es esto para lo que me han preparado... Desde niña, me enseñaron a ser una buena esposa, útil, educada, piadosa y complaciente, pero no esto... - Respondió conteniendo el llanto. - Ayer... Deseaba marcharme, iba a hacerlo y esa mujer entró y... Tenéis razón, estaba celosa, no sé explicarlo... Pero por celos, o por orgullo, quise mostraros que no la necesitabais...
Leroy la estrechó contra él e hizo a un lado su cabello, acercando sus labios a su cuello. - No volveréis a verla. - Le aseguró antes de besarlo ávidamente y dejar que sus manos se deslizaran impúdicamente por su cuerpo. Valeriè se estremeció al sentir su brazo reteniéndola contra su torso al tiempo que su experimentada mano acariciaba su sexo.
- No hagáis nada... Entregaos... - Susurró antes de morder su hombro, buscando recovecos en su cálido coño y arrancándole tímidos gemidos que aumentaban a medida que aumentaba la fricción hasta llevarla al borde del orgasmo. La echó hacia adelante lo suficiente para arrodillarse y que ella pudiera apoyarse sobre él, colocando su miembro palpitante entre las piernas de su esposa, que torpemente lo buscaba con su movimiento de caderas.
- ¿Lo queréis? - Susurró en su oído, volviendo a sus caricias. - Deseo oírlo de vuestros labios...
- Si... - Dijo casi en un gemido, buscando que la penetrara.
Leroy colocó hábilmente su polla en la ansiosa entrada de la joven, sin llegar a introducirla. Ella trató de clavársela pero él lo impidió, divertido, aun manteniéndola al límite del climax.
- Os dije que la próxima vez que os follara me suplicaríais... Voy a asegurarme de que lo hagáis.
Ella volvió a tratar, infructuosamente, de ensartarse. - Os lo suplico entonces... Folladme...
- ¿Estáis segura de eso? - Dijo introduciendo apenas unos centímetros, haciéndola gemir.
- ¡Aah! Por favor, por favor... Lo deseo... Lo necesito...
Entonces la dejó caer, sosteniéndola por las caderas acompasándola a sus embites al tiempo que el agua salpicaba y salía de la bañera a cada nueva embestida. Valeriè gritaba, desbocada, y trataba de aumentar el ritmo sin éxito.
- ¡Más! ¡Más fuerte! - Rogaba, gimiendo enloquecida. Él sostuvo sus caderas con firmeza, a muy corta distancia y sin permitir que se moviera la taladró con ansia, sin tardar en provocarle un orgasmo que pudo escucharse en toda la planta. Fue su reacción la que encumbró el placer de Leroy, que la llenó en apenas unas embestidas.
Cuando salió de ella, Valeriè se giró, con una recién estrenada mirada de lujuria en sus ojos, buscando agarrar su polla con sus delicadas manos.
- No paréis ahora... Quiero más... - Pidió aún jadeante.
- Querida... No ha hecho más que empezar...
Continuará. Como siempre agradezco vuestras valoraciones y comentarios.