La vida de casada de Valeriè Dupont (IV)

La elección de Valeriè trae inesperadas consecuencias. (Relato de dominación ambientado en la Francia de los Luises.)

Valeriè fijó la vista en su esposo, temblorosa y avergonzada, mientras él se acercaba cada vez más, con un movimiento felino.

- Desde luego, no me esperaba esto... - Anunció hundiendo sus dedos en sus firmes muslos y atrayéndola hacia él. Acercó su rostro al de la joven hasta que pudo sentir su acelerado aliento sobre sus labios. - ¿Estáis dispuesta a todo, Val? No volveré a ofreceros una salida...

Ella dudó unos instantes y después asintió con la cabeza. Leroy recorrió su torso desde el cuello hasta su pubis con la mano abierta y después acarició su sexo encharcado, introduciendo dos dedos en su estrecha cavidad, haciéndola dar un respingo. Él, divertido, llevó los dedos a los labios de la joven obligándola a lamerlos y bruscamente la agarró del cabello pegándola a el y la besó con lujuria.

- Sois una caja de sorpresas... - Sentenció alejándose para volver a tomar asiento, alzando su copa con sonrisa obscena y bebiendo de ella. Valeriè le miraba sin comprender, inmóvil en su posición. Monsieur Latour se dispuso a cenar, ignorándola. Deseaba follarla sin contemplaciones hasta terminar con toda su mojigatería, hacer que chillara rogándole más, pero la idea de desconcertarla y ver cómo se comportaba aquella beata le pareció mucho más interesante.

- Leroy... - Acertó a decir, casi en un susurro.

- ¿Si, querida? -

- ¿Qué estáis haciendo? - Preguntó, apoyando los pies en el suelo para levantarse.

- Ceno. - Respondió maliciosamente, conteniendo una sonrisa.

- Eso ya lo veo. ¿Qué estáis haciendo conmigo? - Inquirió ella con dureza, tratando de ocultar su enfado y desconcierto.

Leroy no pudo aguantar y se echó a reír para frustración de la joven que parecía reprenderle con la mirada. - Disculpadme, querida, sencillamente no quería interrumpir vuestro espectáculo. -

- ¿Mi espectáculo? - Dijo perdiendo los papeles y acercándose a él furiosa, elevando el tono. - ¡ He venido a ceder ante vuestras abominaciones! ¡A entregarme a vos y no hacéis sino jugar conmigo, reíros de mi! ¡Sois un hombre despreciable de los pies a la cabeza y me arrepiento de todo lo que ha sucedido desde el momento en el que os vi, bastardo!

Una sonora bofetada interrumpió su discurso. Leroy la agarró de un brazo, retorciéndoselo con una mano obligándola a apoyarse contra la mesa mientras con la otra liberaba su miembro de sus ropas, hundiéndolo en su rebelde esposa de un solo golpe, haciéndola gritar.

- No, Valeriè. - Dijo follándosela con fuerza. - Habéis venido aquí, cachonda y celosa como una chiquilla, sin otro motivo que la molestia que supone para vuestro orgullo de consentida ver que cualquier otra mujer es mas capaz que tú de darme lo que deseo. Pues bien, ahora aprenderéis a escoger mejor vuestras palabras... - Sujetó su cabeza presionándola contra la madera mientras la muchacha lloraba y buscó entre sus nalgas su orificio trasero, horadándolo con su polla empapada en fluidos, dificultosamente. Valeriè gritaba rogándole que parara, sintiendo aquel considerable miembro invadiendo su estrecho ano, quemándola por dentro.

- ¡Nooo! Por favor... Por favor... Os lo suplico ¡Basta! - Rogaba entre llantos, tratando de zafarse a la vez que él la embestía con furia fuera de control.

- No, Val. - Respondió con dureza, penetrándola ahora lenta pero firmemente, sacando su miembro casi hasta el límite para volver a clavarlo de golpe en su ano forzosamente dilatado. - Vais a aprender a respetarme, y sobre todo vais a aprender a contener impertinencias que no estáis en posición de reclamar. - La sujetó por los hombros, tirando de ellos hacia atrás para coger impulso, cada vez más duramente. Valeriè ya no gritaba ni lloraba, sino que rezaba para que aquella tortura terminara, mareada por el intenso dolor y destrozada por sus hirientes palabras, al limite de su resistencia.

Leroy, consciente de su resignación, agarró con fuerza sus caderas para follarla con mas fuerza, hasta sentir la proximidad de su clímax, deteniéndose bruscamente. La levantó pegándola contra sí y agarró sus pechos con fuerza, arañándolos a la vez que reiniciaba los duros golpes de su cadera, penetrándola hasta no poder más y alargando así su castigo hasta correrse.

La separó de él con rudeza, dejándola caer sobre la mesa como una muñeca. Las piernas de la joven no resistieron y quedó echa un ovillo en el suelo, regresando su llanto y su vergüenza. Monsieur Latour arregló sus ropas y sin mirarla se dirigió a la puerta, cerrándola tras de sí con indiferencia.

Continuará...

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