La vida de casada de Valeriè Dupont (III)
Valeriè se ve obligada a tomar una importante decisión. Relato ambientado en la Francia de los Luises.
Habían pasado ya dos días desde que la reciente esposa viera a su marido en la biblioteca. El hecho de que hubiera desaparecido la inquietaba pero era reacia a mostrar su preocupación y no hacia sino ocuparse en los quehaceres propios de una dama de su postura.
Valérie paseaba entre los profusos jardines de su nuevo hogar, del que se sentía tan ajena. Hacia menos de una semana de su enlace y todo era tan diferente a cuanto había imaginado para su futuro... Desde siempre su rutina había consitido en despertarse, vestirse y orar hasta el mediodía, momento en el cual se servia la comida para después estudiar la Biblia en compañía de su santa madre, a quien consideraba una autoridad. Sin embargo, desde sus nupcias con Monsieur Latour su recia educación se desmoronaba por momentos.
A pesar de sentirse intensamente humillada, además de confusa, no paraba de desear encontrarse con su marido. La muchacha había fantaseado con paseos campestres y lujosas cenas de alta sociedad en las que podría enorgullecerse de su nueva posición, sin embargo la realidad era que su esposo solo se había dirigido a ella para arrancar su virgo con crueldad y utilizarla como a una ramera, y la joven se preguntaba qué había del resto.
Abrumada por su soledad y sus dudas abandonó los jardines y se dirigió a sus aposentos en busca de unos momentos de descanso. Aquí y allá se encontraba algún jardinero, el jóven de las cuadras o algún sirviente pero ni fuera ni una vez en el palacete encontró rastro alguno de su marido.
Desganada, la joven giró el picaporte, accediendo a sus aposentos, para encontrarse fuera de toda idea que hubiera podido cruzar su mente, como Leroy clavaba su portentoso miembro entre las nalgas de Madeleine, que le recibía apoyada en el mismísimo tocador de su señora, con los grandes pechos botando ante las embestidas y el cabello revuelto. Monsieur Latour sonrió al ver reflejada en el espejo la cara de espanto de su jóven esposa y sin parar de bombear a la avergonzada criada la saludó risueño.
- Querida, ¡habéis llegado ! - Anunció, agarrando a la sirvienta del cabello, obligándola a mirar a su señora mientras recibía por el culo.
Valeriè miraba la escena, incapaz de articular una sola palabra y prácticamente inmóvil, aquello superaba con creces cualquier cosa que pudiera esperarse. Su marido se vació en el trasero de la muchacha en unas ultimas estocadas y antes de recuperar el aliento le ordenó marcharse. Madeleine, sin atreverse a mirar a Madame Latour abandonó la habitación a la par que se colocaba el vestido, con las piernas temblorosas. Leroy se subió los pantalones y se dejó caer sobre el lecho, jadeando. Fue justo entonces cuando Val no pudo contenerse y rompió a llorar, para diversión de su esposo.
- Venid aquí conmigo ... - Ordenó amablemente, haciendo una señal para que se echara a su lado. Ella se acercó, llorosa, sentándose sobre la cama delicadamente.
-¿Por qué estáis llorando? - Preguntó calmado.
- ¡No puedo vivir así! - Estalló la joven. - Vuestra indiscreción, vuestro vicio sin limites, todo esto es demasiado... Es indigno. He querido ser una buena esposa, es mi cometido y desearía complaceros pero esta bacanal, esta humillación...
- Shhh... - Murmuró, cortando su discurso. Se incorporó y miró los ojos llorosos de su esposa, secando toscamente sus lagrimas con los dedos. - Bien, Valerié, hablemos de tus opciones.
- ¿Mis... opciones? -
- Podemos hacer tres cosas. La primera; Conseguiré una matrona que remiende vuestro virgo, buscaremos la anulación matrimonial y volveréis con vuestro padre, a ver si os encuentra un esposo decente. La segunda; Seguiréis siendo mi esposa de cara a la sociedad, me daréis hijos que conserven mi nombre y cada uno hará su vida sin llantos. La tercera: Os entregáis a mi, dejando a un lado vuestras convicciones de convento, siendo mía, mi hembra, sin reservas, y entonces podréis disfrutar plenamente de todos los privilegios de ser Madame Latour.
Pensadlo, Valerié. Yo no quiero una esposa beata con quien tenga que batallar a todas horas. Aunque no lo creáis no es mi intención atormentaros. Meditad con calma, pues se hará lo que decidáis. ¿Lo habéis comprendido ? -
Valeriè asintió con la cabeza, tratando de procesar la información.
- Fantástico . - Añadió acercándose a la puerta. - La cena se servirá a las ocho. Podéis acompañarme si lo deseáis. - Sentenció, antes de abandonar la estancia.
La mujer permaneció inmóvil durante varios minutos, antes de empezar a caminar en círculos por la estancia, contemplando las posibilidades. Podía huir de todo aquello, borrar ese infame matrimonio de su existencia, incluso, si Leroy cumplía su palabra y volvía a su casa, aun contemplando la posibilidad de que su padre la rechazara, podría ingresar a un convento y olvidar aquello para siempre. Si. Esa seria su elección, bajaría a cenar con ese hombre y se lo diría...
El sol se ocultaba en el horizonte y en sus aposentos, ella se preparaba para la cena, empolvando su peluca y eligiendo unas joyas apropiadas. Ciñó una ostentosa gargantilla de perlas de varias vueltas a su fino cuello y se hallaba colocando los falsos bucles blanquecinos cuando Madeleine irrumpió en la habitación.
- Madame... La cena está servida... - Anunció sin atreverse a mirarla.
Al observar a la criada, Val sintió una punzada de ira y las imágenes de aquella tarde volvieron a su mente, provocando un estremecimiento entre sus piernas y un sentimiento de envidia. Estaba celosa, celosa porque una niña cualquiera había podido satisfacer a su esposo y no ella. Aquella revelación súbita la confundió aún más.
- Fuera. Ahora . - Sentenció.
Se despojó de la enorme peluca, así como del vestido, dejándose guiar por sus instintos. El cabello rojizo, ondulado, caía sobre su espalda como una cascada y sus pechos se mecían con su inquieta respiración. El pesado collar oprimía su cuello a la vez que lo realzaba. Abrió el ropero y tomó una delicada bata de seda que envolvía su cuerpo y de esta guisa, abandonó la habitación.
Cuando entró en el comedor, una criada servía a su señor mientras otra avivaba el fuego de la chimenea. Leroy la miró, sorprendido por su presencia y su atuendo.
- Buenas noches, querida .
Con dedos temblorosos, la joven deshizo la lazada de la bata que la cubría en lentos movimientos. Aquello no tenía ningún sentido, y sin embargo su cuerpo lo gritaba, ignorando todas y cada una de las normas aprendidas e incluso a los presentes, y no pudo sorprenderse mas, ni a sí, ni a su esposo ni a las sirvientas que observaban la escena, cuando soltando el cinturón, dejó caer la prenda al suelo, mostrando el esplendor de su voluptuoso cuerpo desnudo ante él.
- Déjennos solos. De inmediato. - Ordenó el señor.
Valeriè se dirigió a la mesa, profusamente decorada y abundante en manjares, se sentó sobre el delicado mantel con las piernas separadas y se echó hacia atrás, apoyándose con las manos, sin apartar la vista de su esposo.
- ¿Qué hacéis? Más bien... ¿Por qué? - Preguntó calmado, acercándose a ella.
- No quiero que otras os den lo que yo puedo daros...
Continuará... Si os ha gustado, agradezco vuestros comentarios.