La vida de casada de Valeriè Dupont (II)

Valeriè empieza a comprender su verdadero papel como esposa devota. (Relato de dominación ambientado en la Francia de los Luises)

Valeriè despertó con una sensación de culpabilidad y confusión. Tras los sucesos de la noche anterior se sentía sucia, pero en cierto modo se sentía satisfecha, y cuando recordaba los estertores de su orgasmo sentía cómo su intimidad se humedecía y se sentía furiosa por ello.

Su jóven doncella entró sigilosamente al aposento y descorrió las espesas cortinas, Valeriè se revolvió entre sus sábanas . - No os molestéis, estoy despierta.

- Buenos días Madame. Espero que hayáis gozado de una buena noche de descanso. ¿Deseáis desayunar ahora?. - Preguntó la muchacha en su habitual tono cantarín.

- No. No tengo hambre. Decidme, ¿Cuál es vuestro nombre?.

- Me llamo Madeleine, madame. - Respondió mientras revoloteaba por la estancia colocando aquí y allá lo que consideraba.

- Madeleine... ¿Llevais mucho trabajando en esta casa?.

- Sí, madame. Creo que cinco años.

Valeriè guardó unos instantes de silencio antes de proseguir. - ¿Y cuál es vuestra labor?

- Me he encargado de muchas cosas, madame, pero desde vuestra llegada mi principal tarea es procurar lo que necesiteis.

- Ahá... Madeleine, ¿estáis casada?

- Me temo que no, madame.

Valeriè volvió a guardar silencio y se levantó de la cama echándose un chal sobre los hombros y abrió las puertas de su inmenso armario, mirando su interior sin demasiada atención.

- ¿Necesitáis algo, madame? - Inquirió, aproximándose a ella. Valeriè pasaba la mano sobre las ricas telas que formaban sus vestidos, deteniéndose sobre uno en un color amarillo brillante.

- Hoy me pondré este.

- Enseguida. - Madeleine lo descolgó y lo colocó sobre la cama, más tarde se dispuso a encorsetar a su señora, que parecía distraída.

- Madeleine... ¿Sería posible salir a visitar a mi familia?

- Claro madame. Pero...

- ¿Pero qué?

- Nada madame, Dios me libre de meterme en vuestros asuntos. - La chiquilla se mordió la lengua unos instantes. - Pero... Os habéis casado hace dos días. ¿No es demasiado pronto?

Valeriè resopló. Tal vez tuviera razón y una visita tan temprana podría ser una razón de alarma para su familia, que la imaginaría disfrutando de las novedades de su vida matrimonial. - ¿Dónde está mi esposo?

Madeleine apretó las cuerdas del corsé y anudó firme pero delicadamente la parte inferiór del vestido. - Lo más probable es que esté en su biblioteca privada, aunque no lo sé con seguridad, madame.

- Daros prisa por favor. Tengo cosas que hacer. - Ordenó en un tono tajante. En cuanto estuvo lista salió como una flecha y deambuló por los pasillos hasta la puerta de la biblioteca. Al llegar allí se detuvo y pensó en volver sobre sus pasos pero tras unos instantes de duda llamó con los nudillos y abrió la puerta. Leroy levantó la vista de un voluminoso tomo, sorprendido de verla. - Bonjour querida. ¿Qué ocurre? - Preguntó amablemente.

La jóven cerró la puerta tras de si y se aproximó al sillón. Permaneció allí de pie unos instantes, sin mediar palabra y visiblemente inquieta. Leroy cerró el libro y lo colocó sobre una mesilla. - ¿Y bien?

- P... ¿Por qué me tratáis así? ¿Por qué me castigáis de esa manera? Ni tan siquiera habéis tenido tiempo de saber si soy una buena esposa. No habéis dedicado ni un minuto a tratar conmigo y... - Comezó a sollozar antes de terminar la frase.

Leroy trató de guardar la compostura pero no pudo evitar dejar escapar una carcajada. La hizo una seña para que se acercara más y la hizo sentarse sobre sus rodillas.

- Valeriè... Esto no tiene que ver con quién sois vos. Tiene que ver con quién soy yo. ¿Castigaros? Cualquiera lo diría después de ver cómo gemíais anoche. - Susurró cerca de su oído a la vez que apartó un rizo blanco de su frente. Aquellas palabras le provocaron un escalofrío, trayendo a su mente las imágenes de la noche previa.

- N... No. Estuvo mal. Esto está mal, no es decente. - Se quejó. Leroy deslizó agilmente su mano por debajo de su vestido y acarició su entrepierna, volviendo a reír.

- Así que habéis venido aquí con el coño encharcado a hablarme de decencia . - Decretó, provocando que su jóven esposa se sonrojara avergonzada. - ¿No será más bien que no habéis tenido suficiente y venís a por más? - Sus dedos empezaron a masturbarla hábilmente, obligándola a suspirar. - Vaya... Ya no estáis tan ansiosa de regañarme...

Valeriè separó sus piernas, facilitándole el acceso. Cuando Leroy observó su disposición se detuvo en seco. - Arrodilláos. Voy a daros una lección de lo que es decente. - Anunció con tono autoritario, aunque muy divertido en sus adentros. La jóven apoyó sus rodillas en el frío suelo y él se levantó tomándola de la barbilla con una mano y liberando su polla con la otra para después acercarla a su rostro y restregarla con sus labios. Valeriè estaba escandalizada pero instintivamente separó los labios y él aprovechó para empujar su cabeza y llenarle la boca de golpe. - Ahhh... Sin duda esto es lo más provechoso que han hecho esos labios esta mañana. ¿No os parece? - Comentó al tiempo que arrancando su peluca sin cuidado agarró su pelo cobrizo y enredándolo entre sus dedos lo tomó como manilla para controlar la mamada, obligándola a tragarse su polla hasta el fondo una y otra vez, provocando sus arcadas. Aunque su esposa era evidentemente inexperta el morbo de follarse aquella boquita de mojigata le excitaba sobremanera y no pudo contenerse durante mucho tiempo. Separó a la muchacha con violencia y disfrutó de su rostro enrojecido de ojos llorosos mientras se corría sobre los pechos estrujados por la estructra del corsé. Deslizó un dedo sobre el escote de la jóven y se lo introdujo en la boca.

- Disfrutad de mi sabor... Lo probaréis a menudo... - La tomó de la mano y la ayudó a incorporarse. La muchacha jadeaba y evitaba su mirada hasta que él le tomó el rostro y la forzó a mirarle.

- Esto es... ¡Humillante! - Dijo enfurecida, con las lágrimas a punto de saltar.

- Os ha gustado... Y si tan mal os pareciera no vendríais a provocarme con vuestras lecciones. - Respondió tranquilo, acariciando su mejilla con un dedo.

- No es así. - Replicó. - Soy vuestra esposa, no podéis tratarme como a una ramera. ¡Me debéis un respeto!

Leroy sonrió, aquella imágen era realmente cómica. Su esposa, con el cabello desgreñado, los ojos llorosos y las tetas corridas le aleccionaba, y no podía tomarla menos en serio. - Para estar tan molesta no os habéis limpiado mi repugnante... ¿Simiente os parece adecuado? - Valeriè le miró cargada de ira. Él sonrió lascivo y sacó sus apretados pechos del corsé. La tomó con vigor por los hombros y la empujó contra la cristalera que daba al jardín, haciendo que su cabeza y sus pechos quedaran pegados al vidrio. Con una mano comprobó la humedad de su coño y sorprendió sus ya elevadas expectativas. Sin mucho cuidado clavó su polla en su interior y ella gimió. Sus estocadas carentes de toda piedad la obligaron a jadear, empañando el cristal que tenía frente a sus labios, sus pechos, aún manchados de esperma rebotaban una y otra vez y el vestido remangado amortiguaba los golpes de sus caderas. Leroy tiraba de su pelo con fuerza y la follaba sin descanso mientras la jóven gemía sin ningún recato.

- ¿Os dais cuenta...? Estáis sometida... Recibiendo la polla que lleváis pidiendo a gritos toda la mañana... Cualquiera que pase por el lugar adecuado podría verlo...

Valeriè ignoró su comentario pero no pudo disimular su placer. Aquellas brutales embestidas hacían que sus nervios le dieran casi calambres, sus caderas seguían solas a los movimientos de su compañero y no tardó mucho en notar la explosión de un nuevo orgasmo que la hizo gritar a la vez que su marido llenaba su coño de leche una vez más.

Al terminar y mientras aún jadeaban su marido la acompañó hasta la puerta sin darle siquiera un segundo para adecentarse.

- Ahora marcháos. Y tened presente lo siguiente: Podéis luchar contra ello todo lo que gustéis, pero la próxima vez que os folle, y será pronto, me lo habréis suplicado antes.

(Continuará...)