La vida de casada de Valeriè Dupont (I)

Continuación de "La noche de bodas de Valeriè Dupont" Un relato de dominación ambientado en la Francia de los Luises.

Aquella noche Valeriè no consiguió conciliar el sueño, la alcoba se le hacía insondable, el lecho incómodo y la soledad devastadora. Dolorida y desilusionada pasó la noche encogida en la inmensa cama, abandonada por el esposo que tan poca calidez le había ofrecido. Los recuerdos de lo acontecido hacía solo unas horas la llenaban de angustia, y finalmente, ya de día, el agotamiento la venció y se quedó dormida.

No fue hasta entrada la mañana cuando una doncella a la que jamás había visto la despertó. La jóven, desorientada, se asustó al no reconocer el lugar en el que se encontraba, pero su memoria no tardó mucho en reaccionar. Para entonces, la sirvienta había comenzado a hablar.

- Despertad madame. Han llegado sus pertenencias, han sido muy diligentemente enviadas por su padre a primera hora. Vos diréis dónde deseáis que se dispongan. También han llegado innumerables paquetes de parte de vuestro esposo que desea que tengáis todo lo necesario, además de decenas de regalos de boda que no paran de anunciarse. ¡Apresuráos! Estoy segura de que os encantará comenzar a disponer de vuestra nueva vivienda.

Valeriè se sintió triste al escuchar las amables palabras de aquella alegre muchacha que no debía ser más que un par de años más jóven que ella. ¡Cuán diferentes serían las cosas si el recuerdo de la noche anterior no ensombreciera su espíritu!

- Al no haber nada dispuesto, madame, me he tomado la libertad de traer uno de los vestidos que vuestro esposo ha tenido a bien escoger para vos. ¡Son todos una maravilla! Os sentiréis dichosa. Monsieur es muy gentil, y estoy segura de que os sentará que ni pintado.

La jóven escuchaba las palabras de la doncella como en un eco lejano, asintiendo mecánicamente. Se incorporó y sacó los pies de la cama, sintiendo un dolor punzante. Se levantó y se dispuso a ser vestida sin prestar demasiada atención a los comentarios de aquella chica, que parecían hablar de un mundo diferente.

El día transcurrió con tranquilidad, mientras la recién casada se familiarizaba con su nuevo hogar. Pasó gran parte del día en la capilla, atendiendo sus deberes espirituales y más tarde dió un paseo por los amplios jardines prolíficamente adornados, siempre temerosa de encontrarse con su esposo. Sin embargo, esto no sucedió durante el día y a medida que la noche volvía Valeriè se sentía más y más nerviosa, anticipando un destino similar al de la anterior velada. A la hora de dormir se dirigió a su aposento casi temblando, y la sala vacía la recibió. Un intenso alivio la inundó y por primera vez se permitió relajarse y no tardó en dormir profundamente hasta que hacía el ecuador de la noche el crujido de su lecho la sobresaltó.

- Mi bella esposa... Deseaba veros. - Susurró Leroy entre las sombras. Los ojos de la jóven tardaron en acostumbrarse a la poca luz y poder distinguir la silueta de su marido sentado en la cama. - Confío en que hayáis tenido un día agradable. - Prosiguió. Ella quiso incorporarse pero él lo impidió poniendo una mano sobre su pecho.

- ¿No vais a dirigir la palabra a vuestro esposo, querida? - Una de sus manos se deslizó por debajo del camisón. - Quizá se la dirijáis a vuestro dueño... - Añadió retorciendo uno de sus pezones. Un gemido escapó de los labios de Valeriè, para satisfacción del hombre.

- Daos la vuelta. - Ordenó. Valeriè le obedeció al punto, pensando que sería mejor no hacerle enfadar, y se dispuso boca abajo. En seguida notó las manos de Leroy remangando su camisón hasta dejarlo a la altura de su cintura e instintivamente separó tímidamente sus piernas.

Leroy se echó sobre ella, inmovilizándola con su peso y sujetándo las pequeñas manos con una de las suyas sobre la cabeza de su esposa. Dirigió su vigorosa polla a la entrada de la jóven y la penetró de un solo golpe, suspirando al hacerlo. - ¡Ahhh!... Os he echado de menos. - declaró, enredando en su mano libre el cabello anaranjado de su esposa obligándola a echar la cabeza hacia atrás. Ella liberó un quejido, sin embargo se dejó hacer, resignada, recordando las palabras de su madre.

- Sois una delicia... Me vuelve loco como aprieta vuestro coño... Sois tan estrecha... - Susurraba cerca de su oído, aumentando la fuerza de sus embites.

Val apretaba los dientes de frustración, emitiendo pequeños quejidos con cada penetración. - ¿Os gusta que os folle?... - Preguntó, y a modo de respuesta añadió - Será mejor que os acostumbréis. Me gusta montar a mi fulana a diario... ¡Dios! Vais a exprimirme con ese coño...

Sus palabras entrecortadas por los jadeos impactaban en la jóven como jarros de agua fría. Leroy liberó sus manos y la tomó por las caderas. Sin dejar de penetrarla se arrodilló en la cama y la empujó contra él, agarrando sus pechos sin cuidado alguno. - Moveos. ¡Moveos! - Ordenó impaciente. Valeriè se dejó caer sobre el portentoso miembro, incrustándoselo hasta notar sus cojones contra su piel. - ¡Aaaah! - Exclamó, sintiendo un escalofrío recorrerla.

Leroy volvió a embestirla, satisfecho, y dirigió una mano a su entrepierna, acariciando el clítoris de su esposa que volvió a gemir.

- Las buenas putas tienen su recompensa... - Su mano presionó su clítoris con más intensidad mientras la otra agarraba su cuello. Valeriè notó una sensación desconocida que la invitaba a perseguir aquella polla con sus caderas, clavándosela más y más a la vez que él la tocaba, empujándola a un punto completamente inimaginado para ella que a esas alturas se movía desbocada sobre aquel miembro.

- ¿Sois una buena puta? - Preguntó, parando unos segundos antes de tocarla con tal intensidad que la jóven sintió que iba a desmayarse. Sin embargo enloqueció y un placer indescriptible la obligó a convulsionar, anunciando entre gemidos. - Vuestra... ¡Aaaaaah! Vuestra... Vuestra puta... ¡Vuestra puta!... ¡¡¡Vuestra puta!!! - Al tiempo que Leroy se vaciaba inundando el empapado coño.

Aún jadeando, la empujó hacia adelante, retornándola a su postura original y sin ceremonias se levantó del lecho de su sudorosa y jadeante hembra y se dirigió a la puerta.

- Sois mi puta. Y mi esposa.

(Continuará...)