La víctima del ojo por ojo

Cuando un joven te pide que le ayudes, puede que haya algo más en su corazón (sigue a Ojo por ojo).

La víctima del ojo por ojo

Los días entre semana, cuando no había galas y Daniel se iba con sus padres un día o dos, me quedaba a veces solo en casa aburrido. Hacía ejercicios de guitarra, otras veía la tele… pero esos días sin Daniel eran muy largos.

Ayer por la mañana me desperté temprano y no sabía qué hacer. Tomé un buen baño, me vestí y me fui a la calle a dar unos paseos. Tomé café aquí cerca y me monté en el coche para dar una vuelta sin saber a dónde ir; pensé que ya encontraría algún sitio donde distraerme, pero cuando me di cuenta, me había metido en la autovía y sin destino. Pero aquella autovía llevaba al pueblecito de nuestros nuevos amigos, Fernando y Jorge y, sin pensarlo mucho, apreté el acelerador y me propuse pasar allí una tarde con ellos.

Paré en el camino para hacer tiempo y tomar alguna cosa como almuerzo y, cuando llegué al pueblo, las calles y la plaza estaban desiertas; hacía un calor insoportable y quemaba el sol. Había en la plaza un bar con aire acondicionado y decidí tomar allí un refresco; iba sudando. Al entrar, observé que no había nadie y el hombre que servía se acercó a atenderme:

¿Qué desea usted? – preguntó con acento gallego - ¿Un cafetín?.

No, no – le dije -, póngame una Coca-cola bien fría.

Es usted uno de los músicos que ha venido hace dos semanas – me dijo -, en cuanto entró le conocí. Dos años hace que viene su orquesta por aquí y la gente está muy contenta. El cantante que venía este año era muy bueno y la orquesta que venía antes no gustaba mucho.

Gracias – le dije -, esperamos volver el año que viene también.

No crea, amigo – me comentó -, en septiembre hay otras fiestas y ya he oído yo aquí decir que quieren que vengas ustedes otra vez.

Miraba por los ventanales con la esperanza de ver a alguien, pero todo aquello era un desierto, así que decidí pagar el refresco para dar un paseo. Entonces, se fue aquel amable camarero gallego a llenar otro vaso de refresco, me lo puso y me dijo: «A este invita la casa, señor».

Le di las gracias por su amabilidad, pero estaba empezando a beber cuando vi a Fernando pasar por la puerta.

¡Espere un momento – le dije -, vuelvo enseguida!

Salí del bar y vi a mi amigo caminar lentamente por la calle que subía y me fui con sigilo detrás de él y le di unos golpecitos en el hombro. Cuando se volvió, no podía creerlo:

¡Tony! ¿Qué haces tú ahora aquí?

¡Vamos! Vente conmigo – le dije -, estoy en ese bar del gallego tomando un refresco. Te invito.

¡Vaya! – no dejaba de mirarme -, gracias. He ido a almorzar a casa de mis tíos. Esto está desierto.

Entramos en el bar y oí cómo el gallego saludaba a Fernando como si fuese de la familia; le preguntó por su madre, por su padre… En los pueblos todos se conocen, pero por las respuestas de Fernando me enteré de que habían ido a Madrid hasta la noche con Jorge y sus padres. Fernando estaba castigado.

Sírvale usted al joven lo que desee – le dije al camarero -, hace un calor inaguantable ahí afuera. Sólo en la sombra corre aire fresco.

Y tomamos los refrescos hablando cosas, pero no quise preguntar nada delante del camarero, así que cuando acabamos de beber pagué lo que debía y salimos del bar. Sin decir nada, tomó Fernando su camino hacia el mismo lugar a donde iba y fue entonces cuando le pregunté por Jorge y por cómo le iban las cosas. Y echando su brazo por mi cintura sudorosa, me dijo que no había mucho que contar, que le iba bien en los estudios por la mañana y que se aburría por las tardes. De pronto, se paró delante de una casa, sacó unas llaves y abrió la puerta:

¡Venga, pasa! – me dijo -, esta es mi casa y está fresquita.

La verdad es que al abrir la puerta salía más fresco que el que se notaba en el bar. Pasamos directamente al salón y me invitó a sentarme en el sofá y me preguntó si quería más refresco.

No, gracias – le dije – no me gustan mucho los refrescos y ya me he bebido dos.

¿Una cerveza fría? – preguntó -; también tengo.

¡Vale tío! – le dije -, eso sí te lo acepto.

Y se fue por una puerta (a la cocina, supongo) y volvió con dos cervezas poniéndolas sobre la mesita de centro.

¿No decías que no bebías cerveza? – me extrañé - ¿Es sin alcohol?

No, no suelo beberla – respondió sentándose junto a mí -, pero voy a acompañarte.

Y cuando iba a darle las gracias, volvió a poner su brazo sobre mis hombros y estrechó su cabeza contra mi brazo.

¡Jo, tío, qué alegría de verte! – me dijo en voz baja -. Pensaba que tendría que esperar un año.

¿Y tu amigo Jorge? – me extrañó lo que decía - ¿Os va bien?

Y me miró sonriendo pero con cierta tristeza:

No. Bueno, no sé – me dijo -, me parece que seguiremos siendo amigos y ya está.

Me incorporé y lo miré intrigado:

¿Por qué? – le pregunté - ¿No estabas deseando de estar con él? ¿Cómo me dices ahora que seréis amigos y ya está?

Seguía con su brazo sobre mí, pero lo fue bajando hasta mi cintura y me miraba sonriente y feliz:

Mira, Tony – me explicó -, yo lo quiero mucho, pero me parece que él no me quiere a mí tanto.

¿Y cómo sabes eso? – le dije -; el amor no se mide como si fuera un trozo de cuerda; yo te quiero a ti un metro y tú me quieres medio nada mas…".

Sí se mide – contestó seguro -; yo quisiera poder besarle, abrazarle y tocarle, pero él no quiere… nada más que seamos dos amigos que de vez en cuando se dan un beso.

¡Eso no puede ser! – exclamé -, si no funcionan las caricias…".

¿A ti te importa que te toque? – me dijo sin pensarlo - ¿Te molesta?

¡No, tío! – le contesté mirando su belleza -, eres muy guapo. Eso hace que alguien, aunque no esté enamorado de ti, arda en deseos de tocarte y acariciarte.

¿Ves? – dijo sonriendo aún más -, me das la razón. Yo soy muy corto, lo sé, y me parece que he llegado tarde.

¿Tarde? – no sabía lo que quería decir -, te dijimos que dieras el paso para acercarte a Jorge y lo diste. No te veo tan tímido.

He llegado tarde – repitió -, tenía que haberme declarado hace un año, no ahora; pero ahora ya es tarde.

Pues, chico – le acaricié el cabello sudoroso -, a mí me parece que más vale tarde que nunca.

No, no es así – volvió a recostarse sobre mi hombro -. Si me hubiera declarado hace un año, cuando pasaba todo el día contigo, no hubiera tenido que buscarme a un «amigo». Pero ahora tienes pareja.

Me quedé mirando a la pared de enfrente y pegado al sofá. Si no había entendido mal, me estaba diciendo que el año pasado no se separaba de mí porque ya estaba enamorado mí.

¿A ti te hubiese molestado que yo te diese un beso en la cara? – me preguntó muy serio -; ya sé que eres mayor que yo, pero

¡No, Fernando! – le contesté mirando sus preciosos ojos - ¿Cómo me iba a molestar un beso tuyo?

De pronto, su mano derecha se posó sobre mi pecho.

A Jorge – me dijo – le molestaría que le hiciese esto. Tú no has saltado del asiento enfadado y nervioso ni te has ido.

A veces, tío – le dije -, es por la experiencia, pero me encanta lo que me estás diciendo ¿Cómo iba yo a despreciarte por eso?

Porque soy un niño a tu lado – dijo casi enfadado -; ahora tienes pareja ¡Jo!

¡Eh, eh, eh! ¡Espera! – le dije tomándole la mejilla -, ¿me estas diciendo que ya estabas enamorado de mí el año pasado? ¡Podías habérmelo dicho, joder! Nunca se sabe lo que puede pasar, aunque esto no está cerca de mi casa y lo hubiéramos pasado muy mal. Sobre todo tú.

No me importa – movió su mano dentro de mi camisa -, aquí no hay más que tíos que no saben nada de esto. Bueno, también hay un chico con mucha pluma.

Eres precioso, Fernando – le miré fijamente a los ojos -, no sé qué hubiera hecho si me dices esto hace un año. Te lo juro; no lo sé.

Ahora ya no puede ser, ¿verdad? – contestó sin mirarme -; como siempre, llego tarde.

Nadie ha dicho eso – le contesté -; bueno, lo has dicho tú.

Y entendiendo que yo le insinuaba que no era tarde, comenzó a desabotonar mi camisa contándome cosas; botón tras botón. Su mano bajaba y se acercaba al pantalón y no dejaba de decir cosas. Me estaba poniendo y se me notaba bajo el pantalón pero, aunque por un lado me encantaba aquello, por otro me asustaba.

¡Mira, Fernando! – le dije dudoso -, no lo tomes a mal, pero si alguien abre la puerta puede pensar otra cosa.

Entonces se levantó del sofá, me tendió la mano y yo se la di, me levanté y entramos por un pasillo y subimos unas escaleras. Al llegar arriba, abrió la primera puerta de la derecha y me hizo un gesto para que pasara: «Es mi habitación, ¿sabes? ¿Te gusta?».

No podía responder. Tiró de mí hacia adentro y se sentó en la cama. No podía defraudarlo; me senté a su lado. Las persianas estaban echadas y entraba una luz tenue y muy agradable. Me miró sonriendo, ladeó la cabeza y me besó la mejilla. Recordé entonces lo que había contado sobre lo que le pasó cuando besó a Jorge por primera vez y me acerqué a él muy despacio llevando mis labios hasta los suyos. Cuando me retiré, sonreía con mucha felicidad y, sin pasar un segundo, puso su mano sobre mi bulto.

¡Espera, espera! – le dije asustado -, estas cosas no se hacen así, tan de golpe, sino poco a poco.

¿No puedo tocarte a ti tampoco? – me miró confuso -; si no quieres, me lo dices.

Sí quiero, sí quiero – le dije - ¡Claro que quiero!, pero esto se hace poco a poco, no así de golpe. Verás. Aún no has terminado de desabrochar mi camisa y yo, se supone, que tenía que haberte ido quitando la camiseta. Siempre despacio y disfrutando de cada momento ¿comprendes?

¡Y ya creo que lo comprendió! Quitó el botón que aún tenía yo abrochado y tiró luego de mi camisa hacia afuera, así que ya no pude resistir aquella situación y tiré de su camiseta despacio y levantó los brazos para sacarla y vi ante mí un cuerpo más bien delgado, pero fuerte y tomé su cara entre mis manos. Su piel era como la de un melocotón y sus ojos estaban clavados en los míos. Se echó sobre mí abrazándome y, casi asustado, tomé su cuerpo entre mis manos y comencé a acariciarle la espalada. Él comenzó a hacer lo mismo, se separó un poco y puso sus labios sobre los míos. Me dio la sensación de que no sabía besar, pero no quise dar más pasos. Esperé a que bajase sus manos hasta mi cintura y yo hice lo mismo. Luego se paró allí. Era evidente que no quería hacer algo que me molestase, por eso, puse mi mano sobre su pierna y la acaricié. Me di cuenta de que seguía mis pasos. Yo no podía más y me hubiese lanzado sobre él comiéndomelo a besos y quitándole el pantalón de un tirón, pero preferí acariciarle primero el vientre y volver a besarlo abriendo yo esta vez la boca un poco y mordiendo sus labios. Cuando fui a dejar de besarlo, tiró de mí y abrió su boca; nuestros dientes chocaron y nuestras cabezas se inclinaron. Dejé entrar mi lengua un poco en su boca hasta rozar el filo de sus preciosos dientes y noté cómo sacaba él también la suya, pero mucho más, hasta que nos encontramos besándonos el uno y el otro. Fue entonces cuando ya no hizo caso de lo que yo le había dicho y comenzó a buscar mi polla bajo la tela de mis pantalones. Para que no pensase que me molestaba, yo mismo los abrí y bajé la cremallera sin dejar de besarlo y cuando fue a abrirse los suyos, le aparté la mano y los abrí yo. Me acariciaba ya sobre los calzoncillos cuando se dejó caer hacia atrás en la cama y tiré de sus pantalones y de sus calzoncillos hasta las rodillas llevando mi mano a su polla, que ya estaba mojada mientras él tiraba de los míos y dejó de besarme un momento para vérmela.

¡Jo, tío! ¡Me encantas! Pensaba que nunca

¡No hables, bonito! – le dije -, me tienes para ti. Vendré siempre que pueda aunque sea para ver tus ojos.

Y comenzó un juego de su mano con mi polla mientras que me incorporé un poco y tiré de sus zapatillas y saqué sus pantalones. Tenía aquel delicioso cuerpo ante mí ofreciéndose a hacerme feliz. Tenía su cuerpo un olor inconfundible y precioso. Se levantó y se arrodilló a mis pies para tirar de mis zapatillas y, tomando mis pies en sus manos, comenzó a besármelos desde la punta hasta el tobillo. Interrumpí sus besos y me quité la ropa. Siguió entonces besando mis pies de rodillas ante mí y siguió besándome hacia arriba; una pierna, la otra. Volvió a echarse junto a mí y ya no pensé en otra cosa, sino en él. Tomé su polla con fuerzas y, curvándome, la metí en mi boca sin tirar mucho de su prepucio hasta que lamí todo aquel líquido exquisito. Respiraba profundamente de placer y decidí seguir despacio. Volví a besarlo y noté que ya se había dado cuenta de lo que era unirse en un beso, pero abandonó mis labios, tomó mi polla, la miró cerca (¡Jo, qué pepino!) y empezó a chuparla.

¡Tranquilo, tío, tranquilo! – le dije -, que si me rozas con los dientes duele. Hay que usar los labios y la lengua.

Y lo vi perfectamente chupar mi líquido y tirar de mi prepucio hacia atrás. Luego, levantó la vista y reía de felicidad.

¡Ven! – le dije -, sube aquí conmigo.

Y fui moviendo su cuerpo sobre el mío hasta que se entrelazaron nuestras pollas y nuestras piernas y nos acariciamos los cabellos y nos besábamos.

De pronto, se dejó caer sobre la cama quedando boca abajo y tiró de mí. Comencé a imaginarme lo que quería y me puse con mucho cuidado sobre él, que doblaba su cuello para mirarme feliz y besarme. No hubo palabras, sino caricias. Mi polla se fue deslizando con cuidado por toda la raja de su culo. Le oía hacer ruidos de placer, así que pensé en darle más de lo que quería. Fui bajando mi cuerpo y besando su suave espalda mientras le acariciaba los costados. Permanecía allí quieto, pero levantaba un poco su cabeza para mirarme. Lo que no esperaba es que cuando llegué a su culo y le besé las nalgas como se besa una reliquia, las abrí despacio y vi su agujero precioso y sin vello. Hasta allí se fue mi lengua y comencé a darle con la punta metiéndola un poco en él. Saltó de placer: «¡Sigue, sigue!».

Es el beso de amor más bonito que se le puede dar a alguien – le dije - ¿Te gusta?

¡Por favor, sigue un poco!

No podía dejar su cuerpo quieto del placer que sentía. Luego, me empujó hacia el lado y tiró de mí para que yo me pusiese boca abajo. Lo hice y, sin esperar ni un segundo, bajó su cabeza, abrió mi culo, y me hizo lo mismo. No podía creerlo; lo hacía con tanta pasión que me daba un gustazo impresionante. Volvió a ponerse boca abajo a mi lado y a tirar de mi mano. Me puse otra vez sobre él y fui restregando ya la punta de mi polla sobre su agujero: «¡Fóllame, fóllame!».

Despacio – le dije al oído -, despacito.

Pensé en darle primero unos masajes con los dedos, pero echó la mano hacia atrás, me la agarró y se la puso en su culo empujando hacia arriba. Me daba miedo, así que le dije que si le dolía que me avisase. Me dijo que sí con la cabeza y humedecí su culo con saliva y comencé a apretar poco a poco. Respiraba profundamente.

¿Te duele?

¡No, no, sigue!

Con asombro, observé que mi polla entraba suavemente y el hacía gestos y ruidos de placer. Seguí apretando y agarró su mano a mi muñeca mirándome sonriente. Cuando me di cuenta, ¡tenía media polla dentro de él!

¿No te duele?

¡No, me encanta, sigue! – dijo con la voz temblorosa - ¡No pares ahora!

¡No, no, bonito! No paro – le dije – si tú no me lo dices.

Seguía apretando uniformemente hasta que noté que traspasaba ese punto donde acaba el dolor y empieza el placer.

Comenzó a moverse un poco hacia arriba y hacia abajo y ya supe lo que deseaba. Echó sus dos manos hacia atrás hasta agarrarse a mis nalgas y comenzó a tirar y a empujar. Comencé a follarlo y me di cuenta de que gozaba, doblaba su cuerpo y su cuello para besarme y levantaba y bajaba su culo cada vez más rápido.

¡Oye, tío! – le susurré -, que teniéndote a ti debajo no aguanto mucho.

¡Córrete dentro de mí! ¡Venga! ¡Vamos!

No pude aguantar casi nada. Estar dentro de aquella criatura maravillosa me parecía imposible pero irresistible. Por fin, me llegó el orgasmo; como nunca antes. Se sintió feliz de tenerme dentro, pero la saqué con cuidado, me puse boca arriba con la respiración alterada y se sentó sobre mí agarrando mi polla otra vez y buscando su agujero. Fue entonces cuando le hice una mamada y saltaba sobre mí de gozo: «Es la primera vez que me corro sin hacerme una paja».

Le miré a los ojos fijamente y nos besamos durante otro rato. Luego, me tiró de las manos y me llevó al baño donde tomamos una ducha refrescante.

Ya sentados en el salón y bebiéndonos otra cerveza, le besé, le acaricié la polla y le dije:

Esto no va a quedar así. Es verdad que tengo a Daniel y me hace muy feliz, pero contigo consigo dos cosas, porque me haces feliz y siento que eres muy feliz.

No me dejes, por favor – me rogó -; no te pido que dejes a Daniel ni nada de eso, pero no me dejes, por lo que más quieras en este mundo.

¿Y si te digo que ahora lo que más quiero en este mundo eres tú?