LA VÍBORA - Capítulo 1

Atrévete a conocer la historia de Laly, una joven sin escrúpulos que usará sus dotes de seducción y atracción hacia los hombres para conseguir todos sus propósitos en la vida. Eso hará que la llamen "La Víbora".

Una mañana como otra cualquiera, en una de las más prestigiosas universidades de Ciencias Empresariales del mundo, en una gran ciudad, una joven de 18 años llamada Laura, pero conocida por Laly, estaba mirando el tablón de calificaciones:

-No, no, no… ¡no puede ser! –decía con rabia.

-¿Qué te ocurre, Laly? –le preguntó su amiga Rosana, de 18 años, con la que compartía departamento.

-Es que la zorra de Macroeconomía me ha reprobado… ¡es una zorra! –dijo Laly llena de ira.

-¡Ay!, no puede ser, amiga… ¿eso significa que?...

-¡¡¡No!!!. No estoy dispuesta a renunciar a mi beca –dijo Laly enérgicamente.

-Pero entonces, ¿qué vas a hacer?... es imposible que con esa asignatura reprobada puedas optar a la ayuda –le dijo Rosana preocupada.

-Ya verás, amiga… de lo que soy capaz por conseguir lo que me pertenece –dijo Laly ajustando el cuello de su blusa y mirando al horizonte de manera lasciva, al tiempo que Rosana se quedaba pasmada.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, no muy alejado, Ezequiel, el decano de la universidad, de 63 años, estaba terminando de desayunar en compañía de su esposa Diana, de 64:

-Mi amor, ¿quieres que te lleve en mi carro hasta el Congreso? –dijo Ezequiel al tiempo que se limpiaba la boca con su servilleta.

-No, mi amor, de hecho hoy tenemos rueda de prensa en el salón de plenos, con lo cual tomaré un taxi… no quisiera hacerte perder tiempo... –dijo Diana.

-Diana, cielo, ya sabes que para mí nunca has sido ni serás una pérdida de tiempo… si no, estos más de treinta y cinco años juntos no hubieran sido lo maravillosos que han sido –dijo Ezequiel mirándola a los ojos con sinceridad.

-Ezequiel, te amo… eres lo mejor que me ha pasado en la vida –dijo Diana, para después besarse apasionadamente,  hasta que ella misma interrumpió la acción- cariño, si no nos apuramos, ni tú llegarás a la facultad, ni yo a mi rueda de prensa.

-Tienes razón… ¡te amo! –dijo Ezequiel tomando su maletín al tiempo que le lanzaba un beso con la mano a su esposa, y ella sonreía.

Muy lejos  de esa ciudad, en otro punto del mapa, otra familia estaba cenando. Se trataba de Roberto Llanera, de 49 años, su esposa Beatriz, de 46, sus dos hijos Fernando, de 20, y Tatiana, de 21,  y su mejor amigo y compañero de trabajo, Valentín, de 51:

-Familia, aprovecho este momento en el que estamos todos aquí reunidos, porque tengo… bueno, en realidad tenemos una noticia que darles –dijo Roberto mirando a Beatriz y Valentín con complicidad, para después ceder su mirada a sus hijos.

-¿Qué ocurre, papá? –preguntó Fernando con interés.

-Ay, sí, dinos, papá, que nos tienes en un sinvivir… -dijo Tatiana con desgana.

-Bien, hijos, esta es una decisión que tanto su madre como Valentín y yo hemos debatido y reflexionado mucho… pero al final la hemos adoptado, porque creo que será beneficiosa para todos –dijo Roberto.

-¡Ay, papá!, ¡habla ya, por favor! –dijo Tatiana cada vez más irritada.

-Bien, la empresa para la que trabajamos, “FerroNova”, pretende construir nuevas infraestructuras, y nos han ofrecido a los tres desempeñar nuestro mismo trabajo en ellas… -decía Roberto.

-¡Enhorabuena, papá!, ¡eso es estupendo! –dijo Fernando con alegría en sus ojos.

-Gracias, hijo… pero el caso es que hay un pequeño dato que han de tener en cuenta ustedes –dijo Beatriz mirando con temor a sus hijos.

-¿Qué es, mamá?... ¡ay, no se hagan! –dijo Tatiana ya aburrida.

-El caso es que el trabajo que les ha comentado su papá… sería en México –dijo Valentín de manera zanjante.

-¿Cómo?... ¿en México?... ¡ay, no!, yo no me voy hasta la otra parte del mundo ahorita, ¿eh? –refunfuñó Tatiana con enojo.

-Lo siento, hija, pero esa decisión ya está tomada… además, míralo por el lado bueno, ya que quizás allí puedas retomar tus estudios abandonados de ciencias empresariales –dijo Roberto.

-Papá, yo estoy totalmente de acuerdo, es más, incluso tengo ganas de vivir en otra ciudad, en otro país –dijo Fernando ilusionado.

-¡Ay, hermanito!... tú siempre fastidiando –dijo Tatiana resignada.

A última hora de la tarde, Rosana fue hasta el taller mecánico donde trabajaba su novio, Saúl, de 19 años:

-¡Hey, mi Rosana!... ¿qué andas haciendo por aquí, mi chula? –dijo Saúl dejando sus herramientas y cogiendo a Rosana entre sus brazos con las manos grasientas y besándola con pasión.

-Bueno, pues es que he estado toda la tarde en la biblioteca, y después pasé por la pastelería, y vi esos pastelitos tan ricos que te gustan… y te los traje para que no me pases hambre –dijo Rosana sacando una bolsita de mini-pasteles de sus bolsa.

-¡Ay, chulita!... cómo piensas en mí… pero ya sabes cuál es el pastelito que a mí me encantaría probar… -dijo Saúl acercándosele peligrosamente y mordisqueándola el cuello.

-Saúl… Saúl, párate… ya sabes que ese “pastelito” no lo tendrás hasta la noche de bodas, ¿entendido? –dijo Rosana algo enojada.

-Ay, pues si te pones así, pues ni modo –dijo Saúl quedándose conforme.

Ya casi habiendo anochecido, Ezequiel se encontraba en su despacho, terminando de revisar unos documentos, cuando alguien tocó en la puerta de su despacho:

-¡Adelante, pase! –dijo Ezequiel sin levantar la mirada de sus papeles, cuando apareció Laly, cargada con sus libros y apuntes en el brazo, y algo más escotada que por la mañana.

-Buenas tardes, don Ezequiel… ¿molesto? –dijo Laly con tono suave.

-No… claro que no, adelante, señorita García, pase y tome asiento… ¿en qué puedo ayudarla? –dijo Ezequiel dejando ya los documentos y centrando su atención en la joven.

-Gracias… verá, llevo todo el día dándole vueltas a la situación… la verdad que no sabía si acudir a usted… pero creo que nadie mejor que usted será capaz de comprender mi situación e intentar ayudarme… -decía Laly con los ojos a punto de empañarse de lágrimas.

-Bien, dígame, señorita García… -dijo Ezequiel en tono comprensivo.

-Laura… usted puede llamarme Laura –dijo Laly rotundamente.

-Muy bien… Laura… cuénteme –dijo Ezequiel mirándola a sus profundos ojos azules.

-Don Ezequiel, esta mañana han salido las notas de la asignatura de Macroeconomía… yo creía que el examen me había salido perfecto, pero el caso… el caso es que he sido reprobada –dijo Laly apenada.

-Vaya… qué lastima… Laura… -decía Ezequiel.

-El caso, don Ezequiel, es que con esa materia reprobada, no podré optar a la ayuda de beca para el próximo semestre…  y entonces tendré que abandonar mis estudios… y no quiero que eso suceda… -decía Laly al tiempo que una lágrima rodaba por su mejilla.

-Laura… vaya, la verdad que no sé qué decirle… no llore, por favor –dijo Ezequiel levantándose de su sillón, dirigiéndose hacia ella y entregándole un pañuelo de papel.

-Gracias… don Ezequiel, yo quería pedirle a usted, si pudiera hacer algo, como decano que es, para modificar mi expediente de manera que pueda optar a la beca… si no, creo que mi futuro se verá destruido en mil pedazos –dijo Laly volviéndose sentada en la silla hacia Ezequiel, que estaba pensativo, firmemente de pie frente a ella.

-Laura, lo que usted me está pidiendo es algo totalmente ilegal… y creo que lo sabe… yo jamás he hecho algo así, y lamento decirle que jamás lo har… -decía Ezequiel, lo cual no pudo terminar, pues antes de que eso ocurriera, sintió la mano de Laly acariciando su paquete por encima del pantalón.

-No… no diga eso, don Ezequiel… no, por favor –dijo Laly mirándole fijamente a los ojos, acariciándole con delicadeza con su mano derecha la cada vez más abultada entrepierna.

-Laura… esto no es… -decía Ezequiel dejándose llevar por el placentero masaje que ella le estaba dando en esa zona.

Laly le sonrió con complicidad, para después desabrocharle con delicadeza la bragueta, con el fin de buscar entre su bóxer una abertura que permitiera dejar salir la cada vez más erecta verga del decano.

Una vez la hubo hallado, se la sacó por la bragueta, y pudo comprobar cómo su glande salía al exterior, dispuesto a ser introducido en su boca. Laly miró lascivamente al decano, que dio con su cabeza una instantánea señal para que ella hiciera lo que estaba deseando, y acto seguido, introdujo el glande erecto del decano en su boca, comenzando a chuparlo y saborearlo, de manera que el decano alcanzó el éxtasis en cuestión de segundos.

Laly continuó chupando con movimientos estables, introduciendo el miembro erecto de Ezequiel en su boca y sacándolo, cada vez a mayor velocidad:

-Laura… por favor… esto… esto no está bien… -decía Ezequiel cada vez más excitado.

Laly chupaba lascivamente la verga dura del decano, sentía en su paladar y en su lengua las venas del trabajado miembro de Ezequiel, y con una de sus manos le masajeaba sus testículos, hasta que llegó un momento en que no pudo más, y estalló:

-Laura, me corro… ¡¡¡me corrooooo!!!! –dijo Ezequiel empapado en sudor, y ahí fue cuando descargó toda su leche en varios espasmos en la boca de Laly, la cual se tragó sin pensárselo dos veces. Al instante, se incorporó, y llevándose su dedo índice a la comisura de los labios para hacer que se limpiaba algún resto de semen, le dijo:

-¿Y ahora, don Ezequiel?... ¿aceptará hacer lo que le pido? –dijo Laly mirándole fijamente con lascividad.

CONTINUARÁ