La vez que me follé a una hija delante de su padre
Quedé con una tía para que me hiciese una mamada. Lo que no sabía es que a su padre le ponía ver a su hija como una puta
Durante algún tiempo, cuando terminaba la universidad, estuve experimentando nuevas prácticas sexuales. Una de las que más me llamó la atención y que estaba decidido a probar fue el cruising.
Si alguno no sabéis lo qué es, trataré de explicarlo brevemente. A través de alguna aplicación, quedas con desconocidos en un sitio público, normalmente un parque alejado del centro de la ciudad y follas con él. Es una práctica que normalmente suelen hacer los gais, aunque también hay aplicaciones y foros para heterosexuales, como era mi caso, e incluso para ver a parejas, intercambiar, etc.
Una tarde de sábado quedé a través de uno de aquellos sitios web con una chica. Acordamos que solo sería una mamada, nada de follar. Me pareció una buena manera de probar. Llegué al punto de reunión y me senté en un banco algo resinoso a esperar. Era la primera vez que hacía algo así y no sabía muy bien qué iba a encontrarme.
Mi gran miedo era que me hubiesen tomado el pelo y no fuese a venir nadie. Otro temor que me atenazaba es que la persona que viniese fuese un hombre. No es que tenga nada en contra de los gais, claro, pero soy heterosexual y, de igual manera que creo que ellos no deben esconder su sexualidad, tampoco me hubiese gustado que hubiesen tratado de engañarme. Por supuesto el miedo a que me robasen o me agrediesen estaba presente. ¿Y si alguien se dedicaba a grabar a las parejas que hacían cruising y luego las chantajeaba?
En estos debates internos me encontraba yo, mientras dejaba vagar la vista por las agujas de los pinos que me protegían del sol de la tarde cuando vi aparecer a mi cita.
Era toda una belleza, una jovencita latinoamericana de unos 18 o 19 años, algo bajita. Tenía una larga melena azabache lisa, ojos algo rasgados, enormes, contorneados con algo de rímel, una nariz ancha y unos labios carnosos pintados de un rojo pálido. Su piel era oscura. Llevaba una camiseta roja que marcaba mucho unos exuberantes pechos, una minifalda vaquera clara y apretada y unas botas que le llegaban por debajo de la rodilla con un poco de tacón.
Cuando se acercó a mí, me miró de arriba abajo. Luego posó sus pupilas sobre las mías y se mordió juguetona su labio inferior.
—Quiero mamar—. Solo dijo eso, ¿hacía falta más?
Yo, sentado en el banco, deje libre mi pene. Ella se arrodilló frente a mi y, sin mediar palabra, comenzó su labor.
Primero pasó su lengua por toda la longitud de mi polla. Dejó escapar regueros de saliva que descendían suavemente y me inundaban con una sensación de calidez húmeda. Me rendí ante ella. Pasó su lengua por mi glande, jugueteando conmigo y luego lo metió poco a poco en su boca. Su saliva me cubría por completo, sus labios carnosos me apretaban delicadamente mientras su mano se movía, muy lentamente, arriba y abajo.
Arriba y abajo.
Me recosté sobre el banco. Aunque tenía la mano sobre su cabellera, la dejé hacer. Cerré los ojos para disfrutar mejor de su boca cálida. La oía gemir con la boca llena y, de vez en cuando, sorbía un poco.
Cuando volví a mirar, vi que a través del pelo que le caía por la cara, clavaba en mi sus enormes ojos marrones. Cuando le aparte el pelo con la mano y lo recogí en una especie de coleta improvisada, sus ojos se ensancharon en una sonrisa picara y, con lentitud sensual, apartó sus manos de mi cuerpo y las llevó a su espalda. Su cabeza subía y bajaba. Sentía su saliva en mí, la sensación agradable y cálida en mi polla. Solté un largo gemido que ella respondió con otro igual de excitado.
No hubiera tardado mucho más en terminar, pero el ruido de una rama seca que se partía me sacó de mi estado de nirvana. Mi espalda se estiró por completo, ella sacó mi pene de su boca, asustada. Busqué con la mirada el origen del ruido que había roto aquel momento mágico. Una sombra se movía tras el tronco de un árbol.
—¡Eh, tu! —grité.
Un hombre se alejaba a paso rápido, volvía la cabeza hacia mí. Yo escondí mi polla en el pantalón y salí en su persecución. Un millón de ideas, a cual más absurda, me estallaron en la cabeza: ‹‹¿y si me habían grabado e iban a chantajearme?, ¿sería solo un pervertido?››. Tan fuera de mi estaba, que ni me acordé de la preciosidad a la que había dejado de rodillas frente al banco y con una expresión de sorpresa dibujada en su adorable cara.
Llegué hasta el hombre en una carrera tan rápida que, cuando aparecí detrás de él, solo pudo soltar un gritito de sorpresa. Agarré el cuello de su camiseta y llevé mi puño hacia atrás para coger impulso. Él apenas acertó a defenderse la cara con las manos. No me salieron palabras coherentes por la rabia y la adrenalina que me poseían, solo un galimatías estúpido con algún que otro insulto. Por suerte, alguien si acertó a decir algo antes de que empezase a golpearle.
—¡No, no! Es mi padre —gritó la chica, que aún corría detrás nuestra.
—¿Qué?
—Es mi padre —repitió ella
—¿Qué es tu padre? —Si en ese momento me hubiesen tratado de explicar que en realidad llueve de abajo hacia arriba, creo que lo hubiese comprendido mejor.
—Sí —dijo ella con la respiración agitada por la carrera y la angustia—. Le gusta verme.
—Es tu padre —dije para mí, sin terminar de creerlo.
Miré hacia el hombre, que asentía con vehemencia. Lo cierto es que, si se parecían. Tenían el mismo tono de piel, la misma nariz. Él era más viejo y, por supuesto, no tan atractivo como su hija, pero indudablemente tenían un parecido innegable.
Me decidí a soltar la camiseta del hombre que se alejó un par de pasos por precaución. La chica se acercó a mi lentamente.
—Le gusta verme con otros hombres —trató de explicarme—. Se esconde y nos mira, pero no hace nada, solo quiere mirar. No graba.
El padre asintió. Yo, sin terminar de creer lo que estaba pasando, asentí también.
Nos quedamos unos momentos en silencio, sin saber bien que decir. Miré de nuevo a la chica, que ya había recobrado la calma. La libido tomó el control y me invadió un fuerte deseo por ella. Al fin y al cabo, ¿por qué no disfrutar de la situación?
—Así que Te gusta mirar, ¿eh? —dije mientras agarraba a su hija por la cintura. Ella sonrió y se pegó a mí.
El padre asintió.
Incliné mi cabeza y la besé. Ella me respondió. Abrió su boca, jugueteó con mi lengua mientras acariciaba mi torso. Yo pasé mis manos por sus pechos. Los apreté. Eran blandos, suaves.
Nos besamos durante un tiempo más, recorriendo nuestros cuerpos con las manos. Cuando volví a mirar, su padre se masturbaba viéndonos.
—¿Alguna vez lo has visto tan de cerca? —pregunté mientras ella comenzaba a desabrocharme el pantalón.
—No.
Ella posó la yema de sus dedos índice y pulgar sobre mi pene. Me movió muy lentamente hacia delante y hacia atrás. Poso su índice sobre mi glande y, con mi propio líquido preseminal, comenzó a lubricarme. Desde luego sabía lo que se hacía.
Yo quité su camiseta y la dejé en sujetador. Ella alzó su pecho para ofrecerme sus tetas. Me incliné sobre ella y pasé mi lengua por aquellas dos montañas embutidas en el sostén.
—Eso es, perra. Así —dijo su padre.
Pasé mis manos por su espalda y, no sin cierta dificultad, conseguí desabrochar el sujetador. Ella me ayudó a quitárselo. En cuanto vi libres aquellas dos preciosidades de pezones canela, me abalancé sobre ellas.
La chica me masturbaba lentamente con tres dedos, con el pulgar apoyado sobre la parte superior de mi pene. Gemía al sentir mi lengua sobre su piel, mis dientes cerrarse con suavidad sobre sus pezones.
—Mmmmm papi —preferí creer que me lo decía a mí.
Dejé de besar sus pechos. Pegué mi boca a la suya, tan cerca de sus labios que nos rozábamos. Bajé mi mano por su vientre, la escondí bajo la falda y palpé su rajita bajo la tela de sus bragas. Sentía un calor delicioso que escapaba de ella. La recorrí de abajo a arriba. Sentí como temblaba y abría las piernas.
Metí mi mano bajo sus bragas. Sentí el tacto suave de sus labios. Ella soltó un largo gemido antes de morder mi labio inferior.
—Síii —dijo su padre.
Pase dos dedos por su raja. Los empapé en los jugos que nacían de su vagina y subí hasta encontrar a tientas su clítoris.
—Aaaah —dijo al sentirlo.
—¿Te gusta? —pregunté a sabiendas de la respuesta.
—Me encantaaa —respondió. Con su brazo libre rodeó mi cuello. Estábamos tan pegados que notaba en mi lengua el sabor del sudor que resbalaba por su cara.
Continué jugueteando con ella hasta que noté que estaba a punto. Dejó de masturbarme. Me abrazó con fuerza mientras sus piernas temblaban.
—Síi. Síi. Síi —susurró.
Un espasmo recorrió todo su cuerpo. Ahogó un gemido cada vez más agudo. Todos sus músculos se contrajeron antes de liberar un suspiro eterno y morderse el labio. Yo seguí moviendo mis dedos sobre su clítoris, alargando su orgasmo hasta que noté que había terminado.
Tardó unos segundos en recobrar el aliento. Respiraba agitadamente, aún abrazada a mi. Yo me dedicaba a morder el lóbulo de su oreja.
—Joder, síi —dijo su padre.
—¿Te gusta como se corre tu hija, cerdo? —le pregunté. Estaba muy caliente.
—Sí.
Ella sonrió y me guiñó el ojo con complicidad. Me besó en la boca y me llevó contra un árbol cercano. Apoyó la espalda en el tronco y puso sus brazos en torno a mi cuello. Nos besamos muy húmedos. Mi pene, totalmente libre, se pegaba a su entrepierna. Sentía en mi glande la humedad de sus bragas.
—¿Quieres follarme? —susurró.
Qué pregunta más tonta, ¿verdad?
Con actitud juguetona se dio la vuelta y apoyó sus manos en el árbol. Estiró su espalda hacia atrás, subió su falda, bajó sus bragas hasta los tobillos y me ofreció su precioso culo. Yo palpé el bolsillo de mi cartera en busca del preservativo que guardaba ahí.
—Toma. —Su padre fue más rápido y me ofreció uno.
Después de batir mi récord personal de abrir y ponerme el preservativo, me acerqué a ella. Pasé la punta por su raja, aún húmeda. Ella ronroneó al sentirme. Se la metí poco a poco. Lentamente. Disfrutando de cada nuevo milímetro.
Comencé a mover mis caderas, con las manos aferradas a su cintura. Subí el ritmo a medida que nuestros jadeos y gemidos se acompasaban. Ella comenzó a moverse también, clavándose mi pene dentro. Disfrutando.
Me dejé hacer. Me quede quieto mientras ella se movía, gozando de mí.
—Ahh. Joder, perra. Me corro —soltó su padre.
Yo no iba a tardar mucho más. Pero ella tenía otros planes.
Se apartó de mi. Yo lancé un gemido de protesta, pero tan pronto como ella me rodeó por el cuello y me atrajo hacia su cuerpo se me pasó el disgusto. Se había desprendido de las bragas y ahora alzaba una de sus piernas. Yo me metí de nuevo dentro de ella, la sujeté por el muslo y comencé a moverme.
Eran movimientos más cortos, pero más intensos. Me ponía mucho más viendo su cara de placer con los ojos cerrados. Con mi mano libre apreté uno de sus pechos, pellizqué su pezón. Ella gimió.
Unas cuantas embestidas más y me corrí con un largo gemido. Cuando hube terminado, aún dentro de ella, me besó con dulzura.
No hay mucho más que decir acerca de esta experiencia. Nos vestimos y nos despedimos. A ella le planté un beso en los labios, a su padre un cordial apretón de manos y cada uno fuimos por su camino.