La veterana que quiso dormir en mi apartamento
La madre de una ex novia se empeñó en dormir en mi apartamento para ahorrarse el hotel y pasó lo que pasó...
La llamada que recibí aquel domingo me hizo alucinar en colores. No sólo era inesperada, sino absolutamente increíble. Yo no salía de mi asombro:
—¡Hola Julián! Soy Luisa, la madre de Belinda…
—¡Ah, sí! Me acuerdo de usted...
De quien en realidad me acordaba era de su hija, claro, una ex compañera de trabajo con la que mantuve una relación cuando estuve destinado en Canarias. Vivimos juntos cinco meses, pero acabamos rompiendo de mutuo acuerdo. Mosqueado porque me llamara su madre, por momentos pensé que a Belinda le había sucedido algo, pero no…
—Estoy aquí, en Barcelona… Me han enviado al Hospital Clínico Universitario para hacerme unas pruebas médicas.
—Entiendo…
—Sufro de vez en cuando algunas ausencias debido a algún tipo de epilepsia.
—Espero que no sea grave…
Según los médicos —decía doña Luisa— no era una lesión especialmente grave si se tiene bien controlada. La trasladaban a Barcelona para hacerle un estudio en una Unidad Especial a fin de valorar la posibilidad de operarla.
—Mira, Julián, te llamo porque ingreso mañana a las 13.00 horas y quería saber si podría pasar esta noche en tu apartamento, ya que me consta que está cerquita del hospital.
Una petición mega alucinante. Aquella señora y yo nos conocíamos un poco, cierto, pero no teníamos confianza alguna y mucho menos como para compartir piso.
—¡¿Cómo?! No sé qué le diga, doña Luisa… Es un apartamento pequeño en el qu e malamentequepoyo , ademásdequeúnicamentedispongodeunacama ...**
No pude quitármela de encima porque me dejó sin argumentos al decirme que le bastaba con un techo y un sillón para pasar la noche. También me comentó que fue su hija quién le dio la idea y mi número de teléfono. Llamé a Belinda sobre la marcha y, medio en broma medio en serio, le dije: "cuándo vaya a Canarias me voy a cobrar en tus carnes el vacile que me das con tu madre".
Lo cierto e inevitable fue que doña Luisa llegó a mi apartamento a eso de las ocho y media de la noche, que nos saludamos con un par de besos en las mejillas, y que enseguida ella se apresuró a darme una explicación:
—Julián, te ruego que me perdones por pedirte alojamiento, pero todo se debe a que mi familia está sufriendo una delicada situación económica. No he querido que me acompañara nadie a este viaje para ahorrar gastos y, la verdad, también quise ahorrarme el hostal o la pensión del único día que no me cubría la Seguridad Social.
Me contó detalles de esas penurias económicas y al final hasta me sentí orgulloso de haberle dado cobijo y le dije que se pusiera cómoda y que se sintiera «como en casa». Su alegría la llevó a darme dos nuevos besos en señal de gratitud, y ciertamente se tomó mis palabras al pie de la letra pues, como buena ama de casa, pronto se adueñó de la cocina, rebuscó por allí, y preparó una rica cena… Cenamos tranquilamente y, después de que se empeñara en fregar los cacharros, nos sentamos a ver la tele. A los cinco minutos doña Luisa ya daba señales de que se dormía:
—¿No es mejor que se acueste en la cama, doñita?— le pregunté amable, y, justo cuando iba a añadir que yo había decidido dormir en el sillón y cederle la cama, ella se adelantó a mis palabras…
—¿De verdad que no te importa que compartamos la cama? Por mí no hay problema, Julián, porque sé que me respetarás y más sabiendo que tengo edad para ser tu madre, pero no quisiera incomodarte…
Obviamente, lo de compartir la cama me pareció una idea mejor que la mía porque pasar la noche en un sillón monoplaza era una putada si no un martirio chino. Así que abandoné mi idea inicial y me apunté a la suya sobre la marcha:
—No me incomoda, créame. Es una cama de cuerpo y medio y cabemos los dos perfectamente. Acuéstese ya si quiere, porque se nota que tiene mucho sueño, que yo lo haré cuando termine la película. Puede elegir el lado de la cama que prefiera porque a mí me da igual uno que otro.
Nada más escucharme decir esas palabras, doña Luisa se cambió de ropa en el dormitorio y luego se asomó al salón en zapatillas y vistiendo la bata que se trajo para estar en el hospital y me dio las buenas noches antes de irse al catre... Vestida sin su ropa de anciana pueblerina (o de santurrona catequista) mi «ex suegra» mejoraba un montón. De repente me pareció menos vieja —62 años, justo el doble que yo— e incluso noté que se conservaba estupenda para su edad. Reparé en que no tenía arrugas y en que lucía una figura que ya quisieran algunas jóvenes: ni flaca ni gorda, un culo redondo bastante vistoso en apariencia recio y tetas grandecitas un tanto escurridas. La idea de que la señora todavía tenía un buen polvo comenzó a revolotear en mi cabeza...
—Buenas noches, doña Luisa, y descanse, que yo iré dentro de un rato— le contesté mientrasla remiraba de arriba abajo y de abajo arriba.
Ciertamente me fui a la cama cuando terminó la peli y, sin cortarme, me acosté en calzoncillos tal como hacía todas las noches. Di más vueltas que un trompo, pero no logré pegar ojo sabiendo que tenía a la vieja al lado. Ella en cambio dormía a sus anchas, de costado, y yo acabé colocándome en paralelo a su cuerpo, haciéndole la cuchara, con mi polla apuntando a su culo. Mi cabeza no tardó en llenárseme de pensamientos calentones que me hicieron pegarme más a ella y colgarle una mano sobre el vientre. La polla se me empalmó de inmediato y ya llamaba a su culo con desazón. Viendo que doña Luisa no se despertaba ni tampoco hacía ningún gesto de desaprobación, me animé a meterle una mano debajo del camisón y a subirla despacio hasta tocarle fácilmente las tetas gracias a que dormía sin sostenes. Allí la mantuve quieta unos segundos, pero al poco ya enredaba con sus rugosos pezones. Pensé que si se despertaba enfadada me bastaría con hacerme el dormido y aquí paz y en el cielo gloria, porque tampoco era cosa de violarla ni nada por el estilo. Teniendo eso muy claro ya pude dedicarme abiertamente a sobarle y amasarle sus desparramadas tetas y a pajearle los pezones hasta sentirlos crecer erguidos sobre sus tremendas areolas. Mi excitación era tan desagallada que sólo pensaba en follarme a la vieja. Con ese propósito me saqué los calzoncillos y después le quité a ella las bragas sin dificultad gracias a que el elástico estaba medio vencido y casi se le bajaban solas. Ni que decir tiene que mi polla saltó disparada en busca de su coño, y enseguida noté que la vieja lo tenía poco peludo, húmedo y calentito. Eso me dio a entender que la muy cuca estaba gozando el magreo a tope y que se estaba haciendo la dormida; pero, sin embargo, cuando quise metérsela la tipa utilizó sus dos manos para apartarme la polla y se cubrió totalmente el coño para impedir que la penetrara. Esa actitud me envenenó...
—¿Me toma el pelo, señora? De manera que me deja que le sobe todo el cuerpo simulando estar dormida, me pone burro total, y ahora se me hace la estrecha y pretende dejarme con dolor de huevos. ¡Qué cabronceta es usted, ¿eh, doña Luisa?!
—Lo siento, Julián… No quiero ser infiel a mi marido. Nunca le he puesto ni un solo cuerno y no se lo pondré ahora que ya estoy mayor.
—¡Y a mí que me den por saco, ¿no?! ¡Qué antigua es señora mía! Si nunca ha engañado a su marido ya toca que lo haga porque no dude que él le ha sido infiel muchas veces. Y encima pasa que usted está en Barcelona y su marido en Canarias, a miles de kilómetros y de millas marítimas. Su maridito no lo sabrá nunca, obviamente, y ojos que no ven corazón que no sufre.
—Pierde el tiempo tratando de engatusarme.
—Usted sí que está perdiendo una ocasión de oro para echar una cana al aire con un hombre joven al que le dobla la edad. No se le presentará otra oportunidad así en lo que le resta de vida...
Mientras le hablaba bajito, casi al oído, yo no paraba de sobarle el culo y las tetas tratando de calentarla, y poco a poco fui notando que la señora respiraba entrecortadamente y que la voz se le enronquecía, dos síntomas inequívocos de que lo estaba consiguiendo.
—Precisamente ese es uno de los problemas: que soy demasiado mayor para ti. Seguro que te decepcionaría...
—Deje que eso lo decida yo, ¿vale? A mí me parece que usted está muy buena todavía y que puede darme mucho placer. Por mi parte le aseguro que se cómo hacer disfrutar a una mujer de su edad.
Mi labia fue poco a poco debilitando la voluntad de la señora y a mi nuevo intento de penetrarla ya retiró las manos de su coño y dejó vía libre a mi verga que, eso sí, se la entré suavecito, sin brusquedades de ningún tipo, pero hasta el fondo, toda, diecinueve centímetros de polla gorda, dura y caliente embutida en aquel coño veterano, carnoso, poco o nada usado en los últimos años. Durante unos segundos mantuve quietecita la polla para que la vagina de la vieja se fuera habituando a su tamaño y grosor, y luego ya pude darme por entero al mete saca de toda la vida, primero a un ritmo lento y delicado y al poco con pollazos fuertes, de enorme brío, acordes con los vaivenes de caderas y el aleteo de piernas de mi veterana amante, que a todas luces ardía en deseos de que me la follara a destajo, sin tapujos de ninguna clase, medio a lo bestia, como si pretendiera resarcirse de golpe de su larga sequía.Y así o hice, claro, sin darle tregua alguna, pollazos a tutiplén, a un lado y a otro, duros, penetrantes, dándole que te pego durante un buen rato. Mi corrida fue espectacular, abundante y copiosa. Ríos de espesa lefa inundaron aquel coño hirviente y lubricado, acogedor. A mí me pareció que ella se corrió una o dos veces, pero doña Luisa me dijo que fueron lo menos tres y que eso no le pasaba desde hacía más de una década. Después dormimos plácidamente a pierna suelta, y yo me desperté más o menos a las ocho de la mañana. Llamé al trabajo y dije que llegaría tarde alegando que sufría una inoportuna gastroenteritis. Una mentirijilla piadosa para darle un nuevo repaso a la vieja, ahora poniéndola a cuatro en el borde de la cama y penetrándola otra vez sin medias tintas, a toda pastilla, dándole verga hasta el fondo con fuertes golpes de cadera que la hacían tambalear de gozo y gritar como una posesa. Otra corrida mía, y otra suya. Mi semen lechoso entremezclado con sus flujos vaginales. Ambos con los ojos en blanco, trasportados a no se sabe dónde, perdidos en algún paraíso de placer.
Le pregunté que si quería desayunar y me dijo que sí. Desayunamos en la cocina. Café con leche, bollería y zumo de bote. Le pedí volver a la cama y asintió. Una veterana con aguante. Se empeñó en chupármela y me la chupó estupendamente, con maña, blandiéndola de cuando en cuando, escupiéndola, aplicándole todo su repertorio bucal: engullidas hasta la garganta, sorbidas, chupetazos al glande, lamiditas y lametones de arriba abajo y de abajo arriba, haciéndose flemones en los cachetes. Pude correrme en su boca, claro, pero no quise. La coloqué a cuatro otra vez y se la di a guardar en el culo después de embadurnarle el ojete con una crema que tenía por allí. Sufrió un poco, sí, pero yo no sólo no aflojé ni un punto sino que se la metí sin piedad durante un buen rato adentro del todo; y sintiéndome dueño y señor de su culo me vacié de lefa en el último rincón de su recto. Cuando le saqué la polla, la doña sollozaba al tiempo que un hilito de sangre y semen se escurría culo abajo. Pobrecita. Dijo que esta vez no había disfrutado como antes; yo en cambio lo pasé de guinda. Hacía tiempo que no cataba un culo tan placentero, que venía a mi polla como un guante. Nos duchamos, nos vestimos y la acerqué en mi coche hasta el Clinic. Allí nos despedimos con besitos, como amantes, y le dije que podía quedarse a dormir en mi apartamento cuando quisiera. Grande doña Luisa..