La vestal

Vivencias de sexo pactado y relaciones plenas

La vestal

Marco Antonio de Roma

Me llamo Marco. Me gano el sustento escribiendo textos publicitarios y realizando otros menesteres que permitan ingresas unos euros con los que sobrevivir. Mi abuelo diría que soy una persona de mil oficios y ningún beneficio. El muy cabrón me adoraba.

Tras una vida intensa -ya peino canas con sus claros- abordo este relato, por entender que a alguien pudiera ser provechoso o al menos barato entretenimiento.

Ya ha llegado el frío del otoño y dedico más tiempo a estar en casa.

Aprovecho estos días para repasar el cuarto que me sirve de escritorio, biblioteca y despensa, poniendo orden en la gran cantidad de libros y documentos -ya terminados o apenas esbozados- para proceder a una limpieza de espacios, antes de seguir apilando con riesgo de romper la ley de la gravedad y terminar sepultado entre tanto papel.

Al quitar un libro, sobre la Roma de Julio César, un documento llama mi atención. El título “La Vestal”. Tomando entre mis manos el documento, no puedo evitar sonreír. Que casualidad el libro sobre Julio César cubriendo el documento La Vestal.

Me siento y cierro los ojos, para recordar como se creó el olvidado escrito.

Un día de junio hace 2 años, salí a tomar algo y observar el ambiente ya veraniego. No tengo costumbre de tomar copas entre multitudes, por la pura incomodidad que supone el continuado contacto físico y la imposibilidad de conversar con un mínimo de comodidad, sin recurrir a maltratar las cuerdas vocales tratando de superar la cantidad de decibelios del ambiente.

Apoyado en la pared observaba el local. Recorrí con la mirada cada grupo, cada zona y cómo se relacionaban aquellos que ocupaban los espacios. De pronto alguien atrajo mi atención: una mujer con vestido claro destacaba entre la vociferante masa. Estaba sentada en uno de los butacones del local, con expresión y actitud ausente. Morena, media melena. Cuello fino, cara agradable y talle que se intuía fino, observando el bonito vestido color hueso que cubría su cuerpo.

Pasé más de media hora observando a la dama, entre divertido y expectante, tratando de adivinar cuando regresaría de los universos por los que su mente paseaba.

Al fin regresó la vestal al mundo de los vociferantes, para dar un corto sorbo a la copa que tenía en la mesa y que me pareció Gin Tonic.

Ella inicio un periplo visual y nuestras miradas se cruzaron. Ambos quedamos fijando la mirada en el otro, hasta que saltó una chispa y nos evitamos. Tuve la sensación de que ella era consciente de mi persistente e interesada mirada, por la sonrisa burlona que me dedicó, antes de atizarse otro trago del combinado.

Estuve casi una hora sin disfrutar de visión clara, maldiciendo entre dientes a tanto capuyo que se interponía entre ambos, impidiendo ver a la dama.

Al fin se marchó el grupo que hacía de bosque y pude verla nuevamente. Qué suerte, un joven llamado Jorge -para cuyo padre yo había realizado algunos trabajos- estaba charlando con ella y otra chica que supuse sería de su grupo. Esperé prudente el momento para acercarme y saludar al conocido.

Tras un breve saludo Jorge entabló conversación con la amiga y dejó franco el puerto para el atraque.

Me senté enfrente y seguí disfrutando de la fascinante visión, pero desde la distancia corta.

Tímido nunca he sido y arriesgado debiera ser mi apellido, así que traté de iniciar conversación. Tras dejarme las cuerdas vocales logré hacer una propuesta: me gustaría tomar algo contigo. Quedar un día, en un lugar civilizado en el que sea posible conversar. Y ella, la Vestal me respondió: en junio y julio imposible, pero si te parece nos citamos en agosto.

Al poco me despedí y abandoné el local, medio sordo pero sonriente. La cita prometía ya que la dama resultaba atractiva, pero sobre todo INTERESANTE.

Y en este punto concluía la introducción al documento.

Tras valorar lo leído, decido dedicar algo de tiempo al iniciado relato y para ello debo explicar el porqué del título de esta narración que ahora recorren sus ojos, antes de proseguir

Querido lector/a, debo explicar que era una vestal, para mejor entender el documento.

Una vestal era una sacerdotisa de la antigua religión de Roma, que estaba consagrada a la diosa del hogar Vesta y su misión fundamental era mantener el fuego sagrado.

Las Vestales eran una excepción en el mundo sacerdotal romano, que estaba casi por entero compuesto de hombres. Se seleccionaban siendo niñas y debían permanecer vírgenes durante los 30 años obligatorios de permanencia al servicio de Vesta. El servicio se dividía en diez años dedicados al aprendizaje, diez al servicio propiamente dicho y diez a la instrucción.

Por lo expuesto hasta este momento pudiera deducirse que el documento tiene que ver con vírgenes, religión, Roma…. Para nada. Vestal es la forma de presentar a la protagonista de las vivencias que narro, guardando su verdadera identidad.

El servicio de las vestales empezaba entre los seis y 10 años y duraba tres décadas como antes expliqué. Vestal.  Mi Vestal tiene 40 años recién estrenados. Desde sus 10 años pasó 10 virgen, 10 de servicio, como amantísima esposa y lleva otros 10 de instrucción: en lo que es realmente ser mujer y libre.

Primera cita

Agosto estaba resultando realmente caluroso. Repasando notas, en mi agenda digital, encuentro llamar a Vestal para tomar algo en agosto. Claro, si es agosto y quedé en la llamar en agosto, pues a la tarea. Que fantástica herramienta constituye el teléfono mal llamado móvil – si lo dejas juro que no se mueve. Y que decir del wasap. Ohh fascinante forma de comunicarse.

Pues eso, un mensaje corto, para no aburrir: Hola soy Marco, nos conocimos en “La Copa de la Vida”, ese local que patrocina un fabricante de audífonos. Si no estoy equivocado quedamos en llamarnos, para ver de tomar algo. Al rato recibo un: sí, claro. ¿Dónde te parece?

Cerca de su casa hay un local, que ambos conocemos, agradable, con mesas y sillas altas, las cuales me parecen un gran avance de la civilización.

Tengo por costumbre acudir a las citas con tiempo para escoger el acomodo que me permita ver llegar a la otra persona. Así lo hice también en esta ocasión. Y vi su figura acercarse, sonriente. Resultaba esbelta y ciertamente atractiva.

Nos dimos un beso de mejilla y tras pedir unas cervezas iniciamos la conversación. Como toda primera cita, mucho desconocimiento y curiosidad por rellenar las cuadrículas del cuestionario mental, con el que clasificamos a quienes conocemos, para saber a qué atenernos en la relación que se mantenga, sea comercial, personal o íntima.

Ya, clasificar. Me duró el formulario 8 minutos escasos. Tras ese tiempo quedé patidifuso y extasiado a partes iguales.

Tras las primeras palabras ella toma el control de la conversación e inicia la presentación:

Soy separada. Tengo hijos. Cuando tengo hijos el mundo se reduce a eso: ellos y yo. Cuando no están conmigo empiezo a existir para el resto del mundo.

Tras un matrimonio doloroso he decidido vivir, con mayúsculas. Follo con quien quiero cuando me apetece. No soy de nadie. Y no aguanto tonterías.

Así, a palo seco. Sin un oiga mañana tal vez llueva.

Tras una conversación de 3 horas, por parecidos derroteros, pagamos las consumiciones y ya en la calle nos despedimos.

Enfilé, aun estupefacto, hacia mi coche. Desconozco como llegué a casa ni el recorrido que hice. Seguía alucinando. Y claro ya habíamos quedado para otra sesión. Dije antes que soy un tipo arrojado o temerario según se mire.

Segunda cita

Apenas han pasado 5 días y ya hemos acordado otra cita. Lugar el mismo.

Siguiendo el ritual voy con antelación y por suerte la misma mesa estaba vacía, apenas había clientes. La hora acordada las 5 de la tarde. Esa hora que siempre hace venga a mi memoria parte de unos versos de García Lorca: “Llanto por la muerte del torero Alfonso Sánchez Mejías”.

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana

a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida

a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y sólo muerte

a las cinco de la tarde.

Así el cuadro completo:

Un temerario: yo

Un personaje central: La vestal

Un entorno: el poema de Lorca

Una situación de máximo riesgo: la cita

Y por la acera se acercaba la guapa, la vestal. Caminando con aplomo y esa seguridad que brinda tener las cosas, claras, muy muy claras.

Beso de mejilla. Si de mejillas, somos gentes de bien y gran decoro, mientras no se demuestre lo contrario

Unas cervezas y a la faena.

Me pregunta: ¿qué tal el otro día? Y yo con mi tradicional sinceridad respondí. Quedé entre alucinado y extasiado. Sin cloroformo.

Ella soltó una muy sonora carcajada. Un motorista que circulaba, a poca velocidad, por la calle colindante, giró la cabeza para tratar de conocer la procedencia del sonido.

A gusto. Se carcajeó a gusto.

Poco a poco la conversación giró de temas sociales, profesionales a personales y muy personales. A estas alturas yo estaba convencido de querer profundizar en conocer a la dama. Estaba realmente fascinado.

Mi conocimiento del universo femenino no puede tildarse de escaso, antes de esto. Ahora puedo aseverar que el master resultó entre increíble y alucinante. Imaginen como fue la vivencia que incluso sentí la necesidad de narrar lo acontecido, por si resultase útil a otras personas en su diario existir.

Profesionalmente me quedó clara su gran capacidad. Intelectualmente ídem y en lo que respecta a su forma de afrontar la vida, me costará este libreto narrarlo.

Así que otra cita de la cual salí flipando. Y eso solo era un pequeño entrante. Quedan los primeros, los segundos, los postres y para copas no llega.

Tras casi 4 horas y varias cervezas, nos despedimos, concertando otra cita.

Desde la primera, mi deseo de estar con ella no había disminuido un ápice. A ella también se la veía cómoda. Conversaciones muy intensas y a cuerpo descubierto dejan poco para el armario.

Para la siguiente cita acordamos que yo llevase un texto que la definiese. Gran reto el asumido y no exento de riesgo. Cómo decir lo que se piensa de otra persona, sin caer en el halago fácil, ni faltar a la verdad. Y para mayor dificultad, como decirle a la Vestal, así te veo.

Una semana justa tenía para esbozar el perfil de la dama, antes de la cita. Así que los días siguientes resultaron emocionalmente intensos. El deseo de disfrutar nuevamente de su compañía, llevaba pareja la congoja, por el riesgo asumido.

Tercera cita

Una vez más procedo según mi particular ritual. Llego al local con adelanto y espero ver a la vestal llegar. Para esta cita viene con un vestido ajustado y creo que sin sujetador por el movimiento de la tela.

Efectivamente, no lleva sujetador y sus pezones me apuntan amenazantes. Pechos no muy grandes que se dibujan firmes y hermosos. La sonrisa franca, muy poco maquillaje. Realmente es hermosa. No solo guapa. HERMOSA, con mayúsculas.

Hoy cambiamos de bebida y unos gin tónic de Seagram,s acompañarán la conversación.

Tras una puesta al día de lo sucedido en la semana, a ambos, toca profundizar y ella sonriente me cede la palabra.

Bueno, asumí decir cómo te veo y voy a tratar de presentar tu perfil, en lo que te he tratado y conozco.

Las dos primeras conversaciones me fundiste los plomos. No es muy usual que una persona, se presente como tú lo hiciste.

Me quedó claro que contigo no valen las medias tintas. Tienes una buena mente. Experiencia de la vida. Eres agraciada de físico y con un gran poder de seducción. Conversando resultas entre interesante, peligrosa, agradable y excitante.

La forma que tienes de disfrutar de la vida, incluido el sexo, resulta poco usual. En todos mis años de existencia ninguna mujer me ha dicho en la primera conversación: me gusta follar. Si un tío en un día de marcha, me gusta, le echo un polvo y que ni me llame más. Si lo llevo a mi casa: follamos hasta reventar y luego, a tu puta casa. Dormir duermo sola.

Es evidente que te gusta el sexo y que no tienes problemas en hacer todo aquello que sea de mutuo acuerdo.

En la relación diaria todo puede funcionar si se va de frente. Y eso hace que muchos hombres al conocerte y tratarte salgan huyendo despavoridos. Mucha hembra requiere de mucho valor y una gran dosis de inconsciencia, para afrontar el peligro del diario convivir.

Vamos que me gustas, seduces, emocionas, atraes y soy consciente de que fácil no será tratarnos.

La vestal sonreía maliciosa, degustando lo relatado. Me quedó claro que el perfil para nada defraudaba y que valoraba mi sincero atrevimiento.

Salimos y caminamos, acariciados por la negra noche. En un punto del recorrido, no pude evitar apoyar las manos en sus hombros empujándola contra la pared y besarla con el fuego que las charlas habían encendido en lo más profundo de mi cuerpo. Ella respondió con pasión y el incendio resultó mayúsculo. Su cuerpo cálido, su húmeda boca. Aquellos pezones que me volvían loco, en nada ayudaban en la extinción y  propuse un paseo en coche.

La llevé a un paraje, desde el cual se veían pasar relativamente cerca los vehículos, añadiendo morbo a la situación y follamos como dos locos que estuviesen convencidos que mañana no existe en el calendario.

Si conversando era fuego. Follando era una diosa inmisericorde. Se corría una y otra vez, con una intensidad y una cantidad de líquidos, que temí se desmayase. Pero no. La Vestal jugaba con ventaja y quien casi se desmaya, literalmente, fui yo. En el segundo polvo ella subía y subía, con corridas salvajes. Creí oportuno tomar aire y ella me grita: como pares te mato cabrón. Así que dale y dale hasta terminar fundido.

Esta vivencia me sirvió para conocer lo limitados que somos, al menos algunos hombres, en las cosas del sexo.

Quedó claro, clarísimo que la Vestal era muy muy peligrosa, para quienes no estuviesen en excelente forma física. De hecho asevero que, si ella no ha cambiado -y estimo que no- nadie debiera follar con ella, sin antes pasar un reconocimiento médico.

Cita con la tecnología

Durante 3 semanas solamente nos comunicamos por teléfono. Llamadas o mensajes fueron el sistema de comunicación.

Antes dije que soy un tanto atrevido. Mi mente se empeña en generar elevaciones, donde la llanura habita. Y soy un gran provocador, lo reconozco. En ese empeño por aderezar de interés al diario respirar, decidí provocar a mi dama. Propuse iniciar un juego, que paso a explicar, para que conozcan ustedes el funcionamiento. Es sencillo y barato. Lo de peligroso queda de su lado.

Dos personas acuerdan jugar a pares o nones, eligiendo cada uno de ellos una opción.

Y se propone o premio o tarea a quien resulte perdedor.

Vestal escogió pares, quedando para mí los impares.

Ella propuso que si ganaba me tocaría hacerle el amor en un sitio público, marcando ella el inicio y final del acto.

Yo propuse que ella se colocaría un artilugio sexual que yo llevase.

Llegó la noche y con ella el sorteo. Los dioses me agraciaron y el número 5 cerraba la cifra que definía el premio de la ONCE. Así que GANADOR.

Me faltó tiempo para mandar un mensaje anunciando mi gran dicha por el desenlace del sorteo. Ella reía divertida. Creo que perdiendo ganó. Bueno realmente ambos ganamos.

Teníamos una semana para preparar la cita, pues le tocaba ejercer de madrea tiempo completo.

Miré en internet vibradores potentes con mando a distancia. Al fin un modelo me pareció adecuado, a lo que en mi mente proyectaba. Hice la compra y en 3 días lo recibí.

A ella nada dije hasta el día de la cita.

Pasé a recogerla con mi coche. Le propuse tomar una cerveza en un local con terraza y entre risas le puse al corriente de su “castigo”. Para mayor discreción había colocado el vibrador en una bolsa de tela anónima. Para el juego escogí un local que tiene mesas con respaldo alto y luz tenue.

Una vez en el local, solicitamos mesa y nos asignaron una que estaba en mitad de la hilera de asientos, pero gozábamos de relativa intimidad.

Tras servirnos las cervezas, vestal me dio un beso y con sonrisa malvada me dijo: voy al baño.

Tardó unos 5 minutos en regresar. Se sentó frente a mi y soltó un cómico “YASTA”. Tenía en mis manos el aparato que ordenaba la intensidad y movimiento del potente vibrador. La regla a observar: yo decidía si paraba, cambiaba el modo o lo hacía funcionar hasta que mostrase síntomas evidentes de lo que en su interior sucedía.

Los días previos a la cita. Los dediqué al manejo, con ojos cerrados, del mando observando la reacción del vibrador según la posición que yo escogía. Por tanto conocía muy bien la máxima potencia y el posible resultado.

Inicié la secuencia en las fases más suaves. Ella sonreí expectante. Subí un punto y el gesto en su rostro me avisó del cambio experimentado. Durante casi un minuto jugué a bajar y subir entre las dos posiciones: insisto, las más suaves del programa. Cuando bajaba de punto ella soltaba un JOOOO.

Sin previo aviso puse el punto más alto y ella exclamó OSTIA, la putaaa. Y una carcajada que nos convirtió en referencia del local. Imagino pensaban que mi chiste había sido muy bueno.

Ya en la posición alta, su cara era un mapa de expresiones cambiantes. Y los siguientes 10 minutos los pasé moviendo el mando de modos suaves a extremos, gozando increíblemente con sus expresiones en cada momento.

En un momento me dijo, joder estoy muy mojada. Se dejó caer un poco en el asiento, permitiendo yo tocase su sexo con facilidad. Y aquello no era mojada. Era una inundación.

Disfrutado el premio, muy sonriente le propuse marcharnos del local. Pagamos las consumiciones y agarrados como dos lapas salimos a la calle. Ella me dejo. Eres un hijoputa. Te has pasado. Me he corrido y estoy mojadísima, a pesar de haberme quitado las bragas. Tengo las piernas empapadas.

Ya en el coche saqué unas toallitas y se secó lo suficiente para ponerse cómoda.

En el firmamento la luna llena reinaba. Y sin previo aviso enfilé hacia un paraje que me pareció apropiado para seguir la fiesta.

Había terminado la cosecha y la paja estaba recogida en grandes pacas, muy cerca del camino donde detuve el coche. Ella me dijo: ¿qué te propones? Y respondí, está muy claro follar a la luz de la luna.

Agarrados de la mano fuimos a nuestro lecho de paja. Yo llevaba una pequeña manta que nunca falta en mi maletero. Los embalajes de paja los habían colocado haciendo una pared de unos 5 metros con dos filas bajas, lo que habilitaba un lecho fascinante.

Coloqué la manta y la aposenté con las piernas colgando. Su coño quedaba expuesto y en cómoda situación para lamerlo a placer. Ella comenzó a gemir in crescendo hasta que una corrida salvaje me empapó. La bajé y poniéndola de espaldas la penetré con todo. Con toda la lujuria que lo vivido me había generado. El polvo resultó salvaje. Ella se corrió no menos de 5 veces y al fin paramos para tomar aire. Unos besos unas caricias y dimos por finalizada la sesión.

Les doy mi palabra de honor que estaba entre admirado y acojonado, por la gran capacidad sexual de Vestal. En esos momentos comencé a valorar seriamente tomar complejos vitamínicos y adquirir un equipo de oxígeno sanitario. Tenía la certeza de que me serían necesarios ambos elementos.

Llegados a su domicilio nos despedimos con un cálido beso. Conocía el slogan de la campaña: “a dormir a tu puta casa”.

Estimado lector/a, hasta este punto mi narración, pues creo ilustra perfectamente lo que podemos llegar a ser los seres humanos. Una mujer sometida a situaciones poco gratificantes decide que basta. Y tras unos años de sacrificios, esfuerzos y ser una persona como la mayor parte de la sociedad entiende se debe ser. Lo que se pudiera definir una Vestal moderna. Al fin decide que en ella manda solo ella y que no hay más límites que aquellos que los participantes en la partida acuerdan: Por encima de conveniencias sociales, reglas de moralidades religiosas u otras que nos impidan la realización plena como persona.

Vestal, tras sus años de servicio, vive como desea y dejando claro que la monotonía ni lo conveniente van con ella.

Las lecturas y aprendizaje que obtuve, de lo vivido con ella, son impagables. Vivir al límite. El sexo sin tapujos y en toda su extensión y sobre todo charlas intensas, divertidas y muy gratificantes. Por todo ello a Vestal siempre la voy a admirar y querer, aunque ya no follemos. No solo de los polvos vivimos los humanos. Gracias por su paciencia.